miércoles, 17 de junio de 2020

NUESTRO PADRE Y SEÑOR SAN JOSÉ, VIRGEN Y MÁRTIR





            La Aureola de la Virginidad, sin contradicción alguna, circunda las sienes del castísimo Esposo de María; de manera que si en aquél concierto celestial de vírgenes que siguen al Cordero donde quiera que va y cantan un cántico que no se permite a otros cantar, la Reina Inmaculada capitanea a las castas esposas de Jesucristo, que crucificaron su carne con todas sus concupiscencias, San José acudilla detrás de Jesús a todos los varones que, vencedores de sí mismos, no mancillaron jamás el lirio de la pureza virginal. Es probable que mucho antes de sus desposorios con la Virgen sin mancilla había San José ofrecido con voto al Señor esta virtud angelical; y es cosa cierta y recibida por los Sagrados Doctores que, limpio de cuerpo y alma, después de su matrimonio prometió, junto con María, perpetua virginidad al Señor de toda pureza.

            La Aureola de los Mártires resplandece también en San José. No es la pena -dice San Agustín- sino el motivo de ella lo que hace Mártires. Así vemos a San Juan Evangelista, a Santa Tecla, a San Martín, Papa; a San Eusebio, Obispo, a San Silverio y a otros, los cuales, aunque por un portento de Dios no murieron en los tormentos, son venerados por la Iglesia como Mártires porque, en testimonio de su Fe, arrastraron tormentos capaces de quitarles la vida. Hay también Mártires de la Caridad, Mártires de Deseo, como San Francisco de Asís; hay Mártires de Corazón, como Nuestro Padre y Señor San José.

            No fue la espada del verdugo, sino agudísimos dardos de amor y de dolor los que traspasaron el alma del Santo Patriarca. Si nos paramos a meditar en el amor incomparable que San José profesó a Jesús, a quien quería, ya como su Dios y Criador, digno de amor infinito; ya como a hijo inmensamente amable por Su hermosura, sabiduría, bondad y por todos los atractivos que aprisionan el corazón, ¿no confesaremos que al oír de los labios de Simeón la triste profecía sufría un Martirio y pesar tan vivos, que solo Dios, que sondea los corazones, pudo perfectamente medir?.

            Y esta espada de dolor, clavada en lo más hondo de su corazón, la llevó atravesada por espacio de treinta años, reproduciéndose la herida, que nunca se cicatrizó, con la fuga y destierro a Egipto y con los demás trabajos y penalidades del resto de su vida, soportados todos por Jesús, su Dios y Señor, y únicamente por Jesús. El sabio Orígenes escribe que solamente por la huida a Egipto padeció San José más que todos los Mártires. 




            ¿Diremos que no derramó por Jesús ni una sola gota de sangre? Tampoco derramó María Su sangre por la Fe, y sin embargo, por la amargura y pena con que inundó su alma el pronóstico de Simeón, la veneramos todos los fieles como Reina de los Mártires. ¿Negaremos a San José la Gloria del Martirio, cuando en las mismas circunstancias sintió su corazón anegado de angustias?

            Los tormentos de otros Mártires terminaron con la muerte, pero el alma de San José estuvo en perpetuo dolor toda su larga vida, aún más allá del sepulcro. Iluminado por Dios y por la luz de las Santas Escrituras, conocía perfectamente la Pasión de Jesús, y su recuerdo continuo era para su alma una espada penetrante. 



"Vida de San José" 
por el Padre Francisco de Paula García, SI

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