En la Mística Católica algunos Santos han recibido de Dios la gracia de poder visitar el Bendito Purgatorio, donde vieron por sí mismos los duros tormentos que padecen nuestras Hermanas; en otros casos, ha sido la Providencia la que ha permitido que sean Almas del Purgatorio las que visiten este mundo, normalmente para mendigar oraciones y, a veces, para agradecer los sufragios que les han liberado de las penas del Purgatorio y que les impulsan en su ascenso al Paraíso.
El conocido como Don de Ánimas, la facultad de tratar con las Almas del Purgatorio, ha de entenderse en un contexto correcto: las Almas no deben ser invocadas nunca; las podemos ayudar con oraciones, limosnas, sacrificios y, especialmente, ofreciendo por Ellas la Santa Misa. Los bendecidos con el Don de Ánimas, suelen ser cristianos de sobrada virtud y mucha oración, y es por eso que el Señor permite que reciban la visita de algún alma retenida en el Purgatorio, no con objeto de ser liberada al instante, sino como fiel testimonio de la realidad de aquellas penas, las que padecen los que encontraron la muerte sin estar conformes con la Justicia de Dios.
La gran mayoría de los místicos que han tratado con las Almas del Purgatorio han sido - y seguirán siéndolo - personas anónimas, sin embargo, para testimoniar ante el mundo la gran realidad que es la Iglesia Purgante, Dios ha dispuesto que almas especiales puedan dejar testimonio de las comunicaciones y visitas que tuvieron entre este mundo y el Purgatorio.
Pido a Dios que el testimonio que a continuación te comparto, te anime hoy, mañana y siempre a rezar continuamente por aquellas pobres Almas que tanto padecen, y que en mucho pueden ser aliviadas si tú y yo, desde hoy, le somos devotos y fieles propagadores...
Santa Margarita María de Alacoque,
Vidente del Sagrado Corazón de Jesús
y amiga de las Almas del Purgatorio
Un Sacerdote del Purgatorio
Muy difícil me sería el poder explicar cuánto tuve que sufrir en estos tres meses. Porque no me abandonaba un momento, y al lado donde él se hallaba me parecía verle hecho un fuego, y con tan vivos dolores, que me veía obligada a gemir y llorar casi continuamente. Movida de compasión mi Superiora, me señaló buenas penitencias, sobre todo disciplinas, porque las penas y sufrimientos exteriores que por caridad me hacían éstas sufrir aliviaban mucho las otras. Al fin de los tres meses le vi de bien diferente manera: colmado de gozo y gloria, iba a gozar de su eterna dicha..."
Una monja le muestra sus penas
Una religiosa fallecida mucho tiempo antes le insiste: "Tú estás ahí en tu cama muy a gusto; pero mírame a mí acostada en un lecho de llamas, en donde sufro penas intolerables. Me mostró en efecto aquel lecho horrible que me hace estremecer cuantas veces lo recuerdo. Estaba lleno por debajo de puntas agudas e incandescentes que le penetraban la carne.
Me desgarran - añadió - el corazón con peines de hierro candente, lo que constituye mi mayor dolor, por los pensamientos de murmuración y desaprobación contra mis superiores, en que me detuve; mi lengua (que siento como si continuamente me la arrancaran) está comida de los gusanos en castigo de las palabras que he dicho contra la caridad. Tengo la boca toda ulcerada por mi falta de silencio y los labios hinchados y carcomidos de úlceras. ¡Ah, cuánto desearía que todas las almas consagradas a Dios pudieran verme en tan terrible tormento! ¡Si pudiera hacerles sentir la magnitud de mis dolores y de los que están preparados a las que viven con negligencia en su vocación, sin duda que caminarían con más fervor en su camino de la exacta observancia y cuidarían de no caer en las faltas que a mí me producen tan terribles tormentos!
Un día de exactitud en el silencio de toda la comunidad, curaría mi boca ulcerada. Otro pasado en la práctica de la caridad, sin hacer ninguna falta contra ella, curaría mi lengua; y otro en que no se dijese una palabra de crítica ni de desaprobación contra la superiora, curaría mi corazón desgarrado."
El testimonio de una moribunda
A otra hermana ayudó Santa Margarita a cuidarla en su última enfermedad. Por tres veces se arrojó de la cama y una exclamó: "¡Estoy perdida!". Después de muerta se le apareció y dijo "que durante su agonía Satanás le dio tan furiosos asaltos por tres veces, que estuvo algún tiempo sin saber si se condenaba o se salvaba, hasta que la Santísima Virgen vino a arrancarla de las garras del demonio". Y en otra ocasión le añadió: "¡Oh, hermana mía, qué tormentos tan rigurosos sufro!, y aunque padezca por varias cosas, hay tres que me hacen sufrir más que todo lo demás:
La primera es el voto de obediencia que he observado tan mal, pues no obedecía más que en aquello que me agradaba, y semejantes obediencias no sirven más que de condenación delante de Dios.
La segunda es el voto de pobreza, pues no quería que nada me faltase, proporcionando varios alivios a mi cuerpo. ¡Ah, qué caro pago ahora las caricias excesivas que le he hecho, y qué odiosas son a los ojos de Dios las religiosas que quieren tener más de lo que es verdaderamente necesario y que no son completamente pobres!
La tercera cosa es la falta de caridad, y por haber sido causa de desunión, y haberla tenido con las otras; y por esto, las oraciones que aquí se hacen no se me aplican y el Sagrado Corazón de Jesucristo me ve sufrir sin compasión, porque yo no la tuve de aquellos a quienes veía sufrir..."
Las Almas liberadas
El 2 de Mayo de 1683 escribía (carta XXIII): "Esta mañana, Domingo del Buen Pastor, dos de mis buenas amigas pacientes han venido a decirme adiós en el momento de despertarme, y que éste era el día en que el Soberano pastor las recibía en su redil eterno, con más de un millón de otras almas, en cuya compañía marchaban con cánticos de alegría inexplicables. Cuán transportada está mi alma de alegría, porque cuando les hablaba me parecía que las veía poco a poco abismadas y como sumergirse en la Gloria."
(De la Autobiografía de Santa Margarita María de Alcoque)
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