lunes, 23 de enero de 2023

IMBUIRSE DEL ESPÍRITU CATÓLICO PARA DIFUNDIRLO

 

              El Sacerdote o el Católico laico que verdaderamente consagra su vida a la Causa de la Iglesia es aquel que posee un modo de pensar que le lleva a relacionar con Dios todo cuanto ve y trata.

              Y, por el hecho de considerar todo en función de Dios, discierne lo que es el bien y el mal, la verdad y el error, lo bello y lo feo.



              Para eso, debe tener un alma profundamente admirativa, pues la persona incapaz de admirar es también incapaz de poseer verdadera vida de piedad. Entonces, al contemplar los diversos aspectos de la Doctrina Católica sobre Dios, el pecado, la Redención, la Encarnación del Verbo, la Maternidad Divina de María, los Sacramentos, la Iglesia, la Ley de Dios, va analizando, encantándose, entusiasmándose, profundizando y admirando cada vez más.

               Practica así la máxima tomista del “ver, juzgar y actuar”. De acuerdo con las apetencias de su alma, piensa en esas riquezas inagotables haciendo las correlaciones que quepan. A medida que correlaciona, conoce más. Ver: al ver, admira más. Juzgar, pues la admiración presupone la conclusión de que algo es admirable y, por lo tanto, se trata de un juicio. Solo después va actuar, o sea, hará apostolado.

              Solamente un alma meditativa e impregnada de admiración puede realizar un auténtico Apostolado. Ahora, esa meditación que eleva el pensamiento, apartándolo de lo meramente palpable para relacionar todo con el Creador, se llama oración, o sea, la elevación de la mente a Dios, imbuyéndose del Espíritu Católico para difundirlo a su alrededor.

               De esas horas de recogimiento y contemplación el apóstol sale al campo de batalla de la existencia cotidiana, llevando consigo el recuerdo de las Verdades contempladas y observando. Así, en cualquier lugar donde fija su mirada, analizará, sobre todo, los contrastes entre el espíritu revolucionario y el contrarrevolucionario, que es el de la Iglesia, considerando todo cuanto la Contra-Revolución trajo de bello para el mundo y lo que la Revolución impregnó de feo, de asqueroso.

              En el Bautismo recibimos la gracia que nos confiere una participación en la propia Vida de Dios. Para usar una imagen, se da en nosotros más o menos lo que sucede cuando se injerta una planta en otra. Toda comparación claudica, pero esta figura nos permite tener una idea de cómo pasamos a vivir de una vida que no es solo la nuestra, sino una verdadera participación de la Vida Divina.

              Ahora bien, solamente por la gracia obtenemos la Fe y nos hacemos capaces de esa admiración a la cual me referí cuyo nombre es Amor.

              Esa Vida Divina, nosotros la podemos comunicar a otros pues, al entrar en contacto con nosotros, las personas pueden recibir la gracia. Haciendo circular la gracia, hacemos circular la Vida de Dios en el mundo.

               Un Católico que quiera hacer Apostolado sin la gracia de Dios es un loco, pues se trata de algo imposible. Así también, no hay Contra-Revolución sin vida interior. 


Doctor Plinio Corrêa de Oliveira
Conferencia del 22 de Mayo de 1976




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