Cosroes, rey de Persia, se llevó de Jerusalem la Cruz de Nuestro Señor, y Heraclio, Emperador de Oriente, le declaró la guerra. Después de tres victorias, atribuidas a la Santísima Virgen, Heraclio volvió a Jerusalem con la Cruz Santísima en el año 629.
Quiso llevarla en procesión solemne sobre sus hombros, como Cristo, pero una fuerza invisible lo detuvo a las puertas de la ciudad. Entonces, el entonces Patriarca Zacarías, le advirtió que sus ropajes suntuosos contrastaban con la pobreza y humildad de Nuestro Señor. En aquél momento, el Emperador, se despojó de sus lujosas ropas, de su corana imperial y hasta del calzado y vistió un pobre hábito de penitente.
Sólo así pudo entrar en la ciudad, cargando con la Santa Cruz, que llevó hasta lo alto del Monte Calvario.
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