martes, 23 de marzo de 2021

LA PRIMERA PENITENCIA DE TODO CRISTIANO: SABER LLEVAR LA VIDA


               Al margen de cualquier pesimismo injustificado, que contrasta con la Esperanza Cristiana misma, hijos de nuestro tiempo, no atados por una nostalgia irrazonable de la vejez, no podemos dejar de advertir la creciente marea de pecados privados y públicos, que intenta abrumar las almas en el barro y subvertir todo orden social saludable.

               Así como cada tiempo tiene su propia impronta que sella sus obras, así nuestra época en su misma culpa se distingue por marcas, que los siglos pasados ​​quizás nunca vieron igualmente unidas.



              Una serie de publicaciones desvergonzadas y criminales preparan los medios de seducción más opresivos y engañosos para los vicios y crímenes. Velando la ignominia y la fealdad del mal bajo el oropel de la estética, el arte, la gracia efímera y engañosa, la falsa valentía; o complaciendo sin restricciones la codicia mórbida de sensaciones violentas y nuevas experiencias de libertinaje; la exaltación de la mala praxis ha llegado al punto de aparecer claramente en público y entrar en el ritmo de la vida económica y social del pueblo, haciendo de las heridas más dolorosas, las más miserables debilidades de la humanidad el objeto de lucrativa industria.

               Obra del hombre, el pecado mancha la tierra y desfigura la Obra de Dios como mancha de inmundicia. Piensa en los innumerables pecados privados y públicos, ocultos y obvios; a los pecados contra Dios y su Iglesia; contra uno mismo, en el alma y en el cuerpo; contra el prójimo, particularmente contra las criaturas más humildes e indefensas; finalmente, a los pecados contra la familia y la sociedad humana. Algunos de ellos son tan brutales y sin precedentes, que se necesitaron nuevas palabras para indicarlos. Sopesa su gravedad: de los cometidos por mera ligereza y de los premeditados a sabiendas y perpetrados con frialdad. Compare, a la luz penetrante de la Fe, este inmenso cúmulo de bajeza y cobardía con la Santidad resplandeciente de Dios, con la nobleza del fin para el que fue creado el hombre, con los Ideales Cristianos, por los que el Redentor sufrió dolores y muerte; y luego decir si la Justicia Divina aún puede tolerar tal distorsión de Su Imagen y Designios, tanto abuso de Sus Dones, tanto desprecio por Su Voluntad, y sobre todo tanta burla de la Sangre inocente de su Hijo.

               Vicario de ese Jesús, que derramó la última gota de Su Sangre para reconciliar a los hombres con el Padre Celestial, Cabeza Visible de esa Iglesia que es Su Cuerpo Místico para la salvación y santificación de las almas, os exhortamos a los sentimientos y a las obras de penitencia, para que el primer paso hacia la efectiva rehabilitación moral de la humanidad la realicéis vosotros y todos Nuestros hijos e hijas esparcidos por el mundo. Con todo el ardor de Nuestro corazón paterno os pedimos el sincero arrepentimiento de los pecados pasados, el total aborrecimiento del pecado, la firme resolución del arrepentimiento; les imploramos que se aseguren el perdón divino mediante el Sacramento de la Confesión y el testimonio de amor del Divino Redentor. De esta manera el alma vuelve a los brazos del Padre Celestial, resucita en la Gracia santificante, se restablece en el orden y el amor, se reconcilia con la Justicia Divina.

               La negación de uno mismo está tan lejos de ello, que de hecho es una condición indispensable de la alegría interior, destinada por Dios a Sus siervos aquí abajo. Y Nosotros, con la misma ansiedad y solicitud, que arde Nuestro corazón por vuestra corrección, no dudéis en exhortaros con el Apóstol San Pablo: Gozaos siempre en el Señor: "Gaudete in Domino semper; iterum dico, gaudete" (Carta a los Filipenses, cap. 4, vers. 4).

               Ahora precisamente el hedonismo, es decir, la búsqueda frenética de todo goce terrenal, el esfuerzo exasperado por conquistar aquí abajo ya toda costa la felicidad entera, la huida, como de la gran desgracia, del dolor, la liberación de todo deber doloroso; todo esto hace la vida triste y casi insoportable, porque cava un vacío mortal alrededor del espíritu. Nada más indica la actual multiplicación de los alocados gestos de rebelión contra la vida y su Autor, porque con pretensiones anticristianas se quiere excluir de ella todo tipo de sufrimiento.

              ¡Saber llevar la vida! Es la primera penitencia de todo Cristiano, la primera condición y el primer medio de santidad y santificación. Con esa dócil resignación propia de quien cree en un Dios Justo y Bueno, y en Jesucristo, Maestro y Guía de corazones, abrazar con valentía la Cruz a menudo dura de cada día. Para llevarla con Jesús, su peso se vuelve ligero.



               Pero las condiciones singularmente graves de la hora actual empujan a los Cristianos, si alguna vez en el pasado, especialmente hoy, a cumplir en sí mismos lo que falta en la Pasión de Cristo, no sólo por el deseo de hacer enmienda siempre mejor las malas acciones y para dar un signo más certero y una prueba más segura de la sinceridad de su regreso, pero también para contribuir a la salvación de todos los redimidos.

               Para ello, todos los Cristianos, penitentes e inocentes, unidos en la intención y obra de una sana expiación, se unen al Supremo Pastor de las almas y su único Salvador Jesucristo, el Cordero del sacrificio, que quita los pecados del mundo. Él está allí, en nuestros Altares, renovando el Sacrificio del Gólgota cada hora. Junto a Él y en virtud de Su Gracia, el ejército de almas expiatorias de la inmensa Iglesia de Dios podrá movilizarse en este Día Santo. Los sufrimientos, aceptados con resignación cristiana y voluntaria o elegidos libre y generosamente, devolverán un rostro Cristiano a la humanidad caída y será en la balanza de la Justicia Divina un contrapeso salvador a los crímenes humanos.

               Sálvanos, Señor, para que no perezcamos. Pisa las olas en el mar agitado de nuestra alma, sé nuestro compañero en la vida y en la muerte, nuestro Juez Misericordioso. Los rayos de los castigos merecidos dan paso a un nuevo y amplio derramamiento de Tu Misericordia sobre la humanidad redimida. Apaga el odio; enciende el Amor; dispersa con el poderoso aliento de Tu Espíritu los pensamientos y anhelos de dominación, destrucción y guerras. Concede el pan a los pequeños, a los desamparados la casa, a los desempleados el trabajo, la armonía a las naciones, la Paz al mundo, a todos la recompensa de la dicha eterna. Que así sea.


Papa Pío XII Extractos de la Homilía pronunciada el Domingo de Pasión, 

26 de Marzo del Año Jubilar de 1950



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.