miércoles, 31 de marzo de 2021

MEDITACIONES PARA LA SEMANA SANTA. Miércoles: SU SANGRE DIVINA CORRE POR TODAS PARTES


             Condúcenle, pues, a nuestro dulce Salvador así maniatado, primero a la casa de Anás, y después a la de Caifás, donde Jesús, interrogado por este mal hombre acerca de Sus Discípulos y de Su Doctrina, responde que él nada había hablado en secreto, sino en público, y que los mismos que le cercaban sabían bien lo que había enseñado. Mas a esta respuesta uno de los criados, tratándole de descortés y atrevido, le da una gran bofetada. 




               En seguida el inicuo pontífice le pregunta bajo  juramento si era verdaderamente el Hijo de Dios. Jesús por respeto al Nombre de Dios, afirma que así era; y rasgando entonces Caifás sus vestiduras, dice exclamando que ha blasfemado; y todos a la vez gritan que merecía la muerte. Sí, con razón, Jesús mío, os declaran digno de muerte, puesto que habéis querido encargaros de satisfacer por mí que merecía la muerte eterna.

              He aquí, pues, una turba inicua que os maltrata con bofetadas, que os ultraja con puntapiés, que os cubre de salivas la cara, que os hace todo cuanto quiere; ¡ y Vos no desplegáis los labios con amenazas ni reconvenciones!. Sino que como un cordero inocente, humilde y lleno de dulzura, lo sufre todo, aun sin quejarse, y todo lo ofrece a Su Padre para alcanzarnos el perdón de nuestros pecados.

               Llegada ya la mañana, los judíos conducen a Jesús delante de Pilato para hacerle condenar a muerte; mas Pilato lo declara inocente. Y a fin de librarse de la importunidad de los judíos, que continuaban pidiendo la muerte del Salvador, lo remitió a Herodes. Herodes se gozó mucho de ver conducir a Jesucristo en su presencia, esperando que para librarse de la muerte haría delante de él alguno de los prodigios de que había oído hablar; por eso le hizo muchas preguntas. Pero como no quería librarse de la muerte, y como este malvado no era digno de oír Sus respuestas, Jesús guarda el mayor silencio y nada le responde. Entonces este rey soberbio con toda su corte, le hizo experimentar muchos desprecios; y haciéndole poner una vestidura blanca, para demostrar que lo consideraba como un estúpido y un insensato, lo volvió a remitir a Pilato. El cardenal Hugo comenta así estas palabras: Burlándose de Él como de un fatuo, le vistió con una túnica blanca.

               "Viendo Pilato que los judíos continuaban en sus conmociones y alborotos tumultuosos contra Jesús, este juez inicuo le condena á ser azotado. El juez de iniquidad creyó que por este bárbaro me dio le conciliaría la compasión de sus enemigos, y así le libraría de la muerte. Yo le haré, pues castigar, dice, y le libertaré. La flagelación era un castigo reservado solo para los esclavos. Así pues, dice San Bernardo, nuestro amable Redentor no solo quiso tomar la forma de un esclavo para sujetarse a la voluntad de otro, sino también la de un mal esclavo para ser castigado con azotes.

               Llegado nuestro amable Salvador al pretorio, según revelación de Santa Brígida, se desnuda Él mismo de sus vestidos por mandado de los verdugos, abraza la columna, y después extiende sus manos para ser atado en ella. ¡Oh Dios! ya comienza el cruel suplicio. ¡Oh Ángeles del Cielo! venid a presenciar este doloroso espectáculo; y si no os es permitido librar a vuestro Rey del bárbaro ultraje que le preparan los hombres, venid por lo menos a llorar de compasión. 

               Y tú, alma mía, imagínate que te hallas presente a este horrible suplicio de tu amantísimo Redentor. Mira como tu afligido Jesús sufre con la cabeza inclinada, los ojos fijos en la tierra, todo cubierto de vergüenza, aquel indigno tratamiento. He aquí que aquellos bárbaros, como otros tantos perros rabiosos, se arrojan armados de látigos sobre la inocente víctima. ¿Ves? el uno hiere el pecho; el otro las espaldas; este los costados; aquel las piernas. Pero ¿qué digo? ni aun Su Sagrada Cabeza, ni su hermoso Rostro son perdonados. ¡Ay de mí! Ya Su Sangre Divina corre por todas partes: ya están llenas de sangre las disciplinas, las manos de los verdugos, la columna y hasta la misma tierra.

               ¡Deteneos, deteneos! sabed que estáis engañados: este hombre a quien atormentáis es un inocente, es un Santo; a mí, que soy el culpable; a mí, que soy el que ha pecado, es a quien son debidos los azotes y los suplicios...


San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia.



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