jueves, 4 de marzo de 2021

PRIMER JUEVES: RECEMOS POR LA SANTIDAD DE NUESTROS SACERDOTES

 


               Si el Sacerdote descuida su santificación, de ningún modo podrá ser la sal de la tierra, porque lo corrompido y contaminado en manera alguna puede servir para dar la salud, y allí, donde falta la santidad, inevitable es que entre la corrupción. Por ello Jesucristo, al continuar aquella comparación, a tales Sacerdotes les llama sal insípida que para nada sirve ya sino para ser tirada, y por ello ser pisada por los hombres.

               ...los Sacerdotes, no ejercemos la función sacerdotal en nombre propio, sino en el de Cristo Jesús. Así, dice el Apóstol, nos considere todo hombre como Ministros de Cristo y dispensadores de los Misterios de Dios (1 Corintios, cap. 14, vers. 1); somos embajadores de Cristo (2 Colosense, cap.  5, vers. 20). Por esta razón, Jesucristo mismo nos miró como amigos y no como siervos. Ya no os llamaré siervos..., os he llamado amigos: porque todo lo que he oído de Mi Padre os lo he hecho conocer a vosotros... Os he escogido y destinado para que vayáis al mundo y hagáis fruto (Evangelio de San Juan, cap. 15, vers. 15-16). 

               Tenemos, pues, que representar a la persona de Cristo; pero la embajada, por Él mismo dada, ha de cumplirse de tal modo que alcancemos lo que Él se propuso. Y como querer o no querer la misma cosa es la sólida amistad, estamos obligados, como amigos, a sentir en nosotros lo que vemos en Jesucristo, que es santo, inocente, inmaculado: como embajadores suyos, hemos de ganar -para Sus Doctrinas y Leyes- la confianza de los hombres, comenzando antes por observarlas nosotros mismos; como participantes de Su Poder, tenemos que liberar las almas de los demás de los lazos del pecado, pero hemos de procurar con todo cuidado no enredarnos nosotros mismos en ellos. Pero sobre todo, como Ministros suyos, al ofrecer el Sacrificio por excelencia, que cada día se renueva -en virtud de una fuerza perenne- por la salud del mundo, hemos de poner en aquella misma disposición de alma con que Él se ofreció a Dios cual Hostia inmaculada en el Ara de la Cruz.

               Le corresponde, pues al Sacerdote arrancar las perniciosas hierbas, sembrar las útiles, regarlas y velar para que el enemigo no siembre luego la cizaña. Guárdese bien, por lo tanto, el Sacerdote, no sea que, al dejarse llevar por un afán inconsiderado de su perfección interior, descuide alguna de las obligaciones de su Ministerio que al bien de los fieles se refieren. Tales son: predicar la Palabra Divina, oír confesiones cual conviene, asistir a los enfermos, sobre todo a los moribundos, enseñar la Fe a los que no la conocen, consolar a los afligidos, hacer que vuelvan al camino los que yerran, imitar siempre y en todo a Cristo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los tiranizados por el diablo...


Papa San Pío X,  Exhortación Haerent animo

4 de Agosto de 1908



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