Mientras Santo Domingo, predicaba el Rosario cerca de Carcasona, (Francia) le presentaron un albigense poseído por varios demonios. Lo exorcizó en presencia de una gran muchedumbre. Se cree que estaban presentes más de doce mil hombres.
Santo Domingo arrojó su Rosario al cuello del poseso y les preguntó a cuál de los Santos del Cielo temían más y cuál debía ser más amado y honrado por los hombres. Los enemigos, ante estas interrogantes, dieron gritos tan espantosos que muchos de los que estaban allí presentes cayeron en tierra por el susto.
Para no responder, lloraban, se lamentaban y pedían por boca del poseso a Santo Domingo que tuviera piedad de ellos. El Santo, sin inmutarse, les contestó que no cesaría de atormentarlos hasta que respondieran lo que les había preguntado.
Los demonios comenzaron a gritar:
“¡Oh enemiga nuestra! ¡Oh ruina y confusión nuestra! ¿Por qué viniste del Cielo a atormentarnos en forma tan cruel? ¿Será preciso que por Ti, ¡oh Abogada de los pecadores, a quienes sacas del Infierno; oh Camino seguro del Cielo!, seamos obligados –a pesar nuestro– a confesar delante de todos lo que es causa de nuestra confusión y ruina? ¡Ay de nosotros! ¡Maldición a nuestros príncipes de las tinieblas!
¡Oíd, pues, Cristianos! Esta Madre de Cristo es omnipotente y puede impedir que Sus siervos caigan en el Infierno. Ella, como un sol, disipa las tinieblas de nuestras astutas maquinaciones. Descubre nuestras intrigas, rompe nuestras redes y reduce a la inutilidad todas nuestras tentaciones. Nos vemos obligados a confesar que ninguno que persevere en Su servicio se condena con nosotros.
Un solo suspiro que Ella presente a la Santísima Trinidad vale más que todas las oraciones, votos y deseos de todos los Santos. La tememos más que a todos los Bienaventurados juntos y nada podemos contra Sus fieles servidores.
Tened también en cuenta que muchos Cristianos la invocan al morir y que deberían condenarse, según las leyes ordinarias, se salvan gracias a Su intercesión. ¡Ah! Si esta Marieta –así la llamaban en su furia– no se hubiera opuesto a nuestros designios y esfuerzos, ¡hace tiempo habríamos derribado y destruido a la Iglesia y precipitado en el error y la infidelidad a todas sus jerarquías!
Tenemos que añadir, con mayor claridad y precisión –obligados por la violencia que nos hacen– que nadie que persevere en el rezo del Rosario se condenará. Porque Ella obtiene para sus fieles devotos la verdadera contrición de los pecados, para que los confiesen y alcancen el perdón e indulgencia de ellos”.
Es así que Santo Domingo hizo rezar el Rosario a todo el pueblo muy lenta y devotamente, y en cada Avemaría que rezaban, salían del cuerpo del poseso una gran multitud de demonios en forma de carbones encendidos".
San Luis María Grignión de Monfort
"El Secreto Admirable del Santísimo Rosario”
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