miércoles, 20 de enero de 2021

LA SANTA INTRANSIGENCIA


               La Misericordia de Dios no puede consistir en dejarnos yaciendo desamparados en nuestra corrupción, sino en sacarnos de ella. Delante de los ciegos, de los cojos, de los leprosos, Él no se limitaba a sonreír y seguir adelante. Él los curaba. Delante de nuestros pecados, Su compasión no consiste en dejarnos presos, sino en sacarnos de ellos amorosamente y llevarnos sobre los hombros. Lo que esperamos de la Misericordia de Dios son los recursos necesarios para tornarnos capaces de practicar la ley moral.



 

               Tenemos para esto la gracia, que nos fue alcanzada por los Méritos infinitos de Nuestro Señor Jesucristo. La gracia torna a la inteligencia del hombre capaz del acto de Fe. Torna a la voluntad humana capaz de una energía tal, que se le hace posible practicar los Mandamientos. El gran don de Dios para los hombres, insistimos, no consiste en condescender con sus faltas, en el sentido de que, sin censurar, los deje displicentemente sumergidos en ellas. El gran don de Dios consiste en darnos los medios sobrenaturales para evitar el pecado y alcanzar la santidad. Y de ahí también una gran responsabilidad para los que recusen este don inestimable.

               Símbolo expresivo de ese Amor Misericordioso de Dios, de la abundancia de sus perdones, y de la insistencia con que Él está constantemente convidando al hombre a que se arrepienta, a que pida las gracias necesarias para practicar la virtud, a que por medio de la oración consiga todos los recursos necesarios para la reforma de su carácter, es el Sagrado Corazón de Jesús. Es, pues, en el Sagrado Corazón de Jesús que toda verdadera intransigencia tiene su norma y su explicación.

               La bondad no consiste para el Católico en dejar al pecador en la ilusión de que su estado de alma es satisfactorio. Cumple mostrar al impío todo el horror de su impiedad, para removerlo de ella. Cumple señalarle las cimas de la perfección para que desee alcanzarlas. Lo que del todo le es posible si pidiere con perseverancia la gracia de Dios y con ella cooperare. 

               En esta convicción profunda y alegre de que el hombre todo puede con la gracia, está la razón profunda de la santa virtud de la intransigencia cristiana. Toda misericordia constituye un gran don. Pero constituye también una gran responsabilidad. Puesto que el hombre, por la oración y por la fidelidad a la virtud, puede y debe practicar los Mandamientos, es bien evidente que no resta para él ninguna disculpa si se obstinare en el pecado. 

               Las enseñanzas de la Iglesia nos muestran como las gracias brotan superabundantes del Corazón Dulcísimo de Jesús. Por eso mismo, la fórmula del Apostolado eficaz consiste, no en silenciar a los hombres su malicia, sino en convidarlos a lavarse de ella en la Fuente Divina de donde nacen los torrentes de la gracia. 


Doctor Plinio Corrêa de Oliveira 



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