viernes, 14 de octubre de 2022

LAS HORAS DE LA PASIÓN, de las Revelaciones de Luisa Piccarreta. VIGÉSIMA SEGUNDA HORA: Tercera Hora de agonía en la Cruz. Muerte de Jesús

               

"...quien piensa siempre en Mi Pasión 
forma en su corazón una fuente, 
y por cuanto más piensa tanto más 
esta fuente sea grande, y como las aguas 
que brotan son comunes a todos, 
esta fuente de Mi Pasión que se forma 
en el corazón sirve para el bien del alma, 
para gloria Mía y para bien de las criaturas." 


Revelación de Nuestro Señor a Luisa Picarretta, 
el 10 Abril de 1913


Preparación antes de la Meditación 


               Oh Señor mío Jesucristo, postrado ante Tu divina presencia suplico a Tu amorosísimo Corazón que quieras admitirme a la dolorosa meditación de las Veinticuatro Horas en las que por nuestro amor quisiste padecer, tanto en Tu Cuerpo adorable como en Tu Alma Santísima, hasta la muerte de Cruz. 

               Ah, dame Tu ayuda, Gracia, Amor, profunda compasión y entendimiento de Tus padecimientos mientras medito ahora la Hora...(primera, segunda, etc) y por las que no puedo meditar te ofrezco la voluntad que tengo de meditarlas, y quiero en mi intención meditarlas durante las horas en que estoy obligado dedicarme a mis deberes o a dormir. 

               Acepta, oh misericordioso Señor, mi amorosa intención y haz que sea de provecho para mí y para muchos, como si en efecto hiciera santamente todo lo que deseo practicar. 

               Gracias te doy, oh mi Jesús, por llamarme a la unión Contigo por medio de la oración. Y para agradecerte mejor, tomo Tus pensamientos, Tu lengua, Tu corazón y con éstos quiero orar, fundiéndome todo en Tu Voluntad y en Tu amor, y extendiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza en Tu Corazón empiezo...




DE LAS 2 A LAS 3 DE LA TARDE 

VIGÉSIMA SEGUNDA HORA 

Tercera Hora de Agonía en la Cruz
Muerte de Jesús

                 Crucificado mío agonizante, abrazado a Tu Cruz siento el fuego que devora a toda tu Divina Persona; el Corazón te palpita con tanta violencia que, hinchándote el pecho, te atormenta en un modo tan tremendo y horrible que toda tu santísima Humanidad sufre una transformación que te hace irreconocible... El amor, del que tu Corazón es hoguera, te seca y te quema todo, y Tú, no pudiendo contenerlo, sientes la fuerza de su tormento, que más que por la sed corporal, por haber derramado toda tu Sangre, te atormenta por la sed ardiente por la salvación de nuestras almas. Tu sed de nosotros es tanta que quisieras bebernos como agua para ponernos a todos a salvo dentro de ti, y por eso, reuniendo tus debilitadas fuerzas, gritas: “¡TENGO SED!”.

               Y ah, esta Palabra la repites a cada corazón diciéndole: “Tengo sed de tu voluntad, de tus afectos, de tus deseos, de tu amor; agua más fresca y dulce no podrías darme que tu alma... ¡Ah, no me dejes abrasarme! Tengo sed ardiente, por la que no sólo me siento abrasar la lengua y la garganta, tanto que no puedo ya articular ni una palabra, sino que me siento también secar el Corazón y las entrañas. ¡Piedad de mi sed, piedad...!. Y como delirando por la gran sed, te abandonas a la Voluntad del Padre. Ah, mi corazón no puede vivir más, viendo la impiedad de tus enemigos, que en lugar de darte agua, te dan hiel y vinagre, y Tú no los rechazas... 

               Ah, lo comprendo, es la hiel de tantos pecados, es el vinagre de nuestras pasiones no dominadas lo que quieren darte, y que en lugar de confortarte te abrasan aun más... Oh Jesús mío, he aquí mi corazón, mis pensamientos, mis afectos..., he aquí todo mi ser para calmar tu sed y para dar un alivio a tu boca seca y amargada. Todo lo que tengo, todo lo que soy, todo es para ti, oh Jesús mío. Si fueran necesarias mis penas para poder salvar incluso a una sola alma, aquí me tienes, estoy dispuesta a sufrirlo todo. A ti yo me ofrezco por entero, haz de mí lo que mejor te plazca. Quiero reparar el dolor que sufres por todas las almas que se pierden y por la pena que te dan aquellas que, cuando Tú permites que tengan tristezas o abandonos, ellas, en vez de ofrecértelos a ti para aplacar la sed devoradora que te consume, se abandonan a sí mismas, y así te hacen sufrir aún más.

               Agonizante Bien mío, el mar interminable de tus penas, el fuego que te consume, y más que nada el Querer Supremo del Padre, que quiere que Tú mueras, no nos permiten esperar ya que puedas continuar viviendo. ¿Y yo cómo voy a poder vivir sin ti? Ya te faltan fuerzas, tus ojos se velan, tu rostro se transforma y se cubre de una palidez mortal..., la boca está entreabierta, la respiración fatigosa e intermitente, tanto que ya no hay más esperanzas de que te puedas reanimar... Al fuego que te abrasa se sustituye un frío, un sudor frío que te baña la frente; los músculos y nervios cada vez más se contraen por la crudeza de los dolores y por las heridas que hacen los clavos. Las llagas se siguen abriendo aún..., y yo tiemblo, me siento morir... Te miro, oh Bien mío, y veo que de tus ojos brotan las últimas lágrimas, mensajeras de tu cercana muerte, mientras que fatigosamente haces oír aún otra Palabra:”¡TODO ESTA CONSUMADO!”. 

               Oh Jesús mío, ya lo has agotado todo, ya no te queda nada más. El amor ha llegado a su término... Y yo, ¿me he consumido toda por tu amor? ¿Qué agradecimiento no deberé yo darte, cuál no tendrá que ser mi gratitud hacia ti? Oh Jesús mío, quiero reparar por todos, reparar por las faltas de correspondencia a tu amor, y consolarte por las afrentas que recibes de las criaturas mientras que Tú te estás consumiendo de amor en la Cruz.

               Jesús mío, Crucificado agonizante, ya estás a punto de dar el último respiro de tu vida mortal. Tu santísima Humanidad está ya rígida; el Corazón parece que no te late más... Con la Magdalena me abrazo a tus pies y quisiera, si fuera posible, dar mi vida para reanimar la tuya. Entre tanto, oh Jesús, veo que de nuevo abres tus ojos moribundos y miras en torno a la Cruz, como si quisieras decir tu último Adiós a todos; miras a Tu agonizante Mamá, que ya no tiene más movimiento ni voz por las tremendas penas que sufre, y con tu mirada le dices: “Adiós Mamá, Yo me voy, pero te tendré en Mi Corazón. Tú cuida de los Míos y Tuyos.” Miras a Magdalena, anegada en lágrimas, a tu fiel Juan, y con tu mirada les dices: “Adiós...”. Miras con amor a Tus mismos enemigos y con Tu dulce y agonizante mirada les dices: “Os perdono y os doy el beso de paz”. Nada escapa a Tu mirada; de todos te despides y a todos perdonas... Después, reuniendo todas tus fuerzas y con voz potente y sonora gritas: “¡PADRE, EN TUS MANOS ENTREGO MI ESPIRITU! “. E inclinando la cabeza, expiras... Jesús mío, a este grito se trastorna toda la naturaleza y llora tu muerte..., la muerte de su Creador. 

               La tierra se estremece fuertemente y con su temblor parece que llore y quiera sacudir el espíritu de todos para que te reconozcan como el verdadero Dios... El velo del Templo se  rasga; los muertos resucitan; el sol, que ha llorado hasta ahora por tus penas, retira su luz horrorizado... Tus enemigos, a este grito, caen de rodillas y golpeándose el pecho, algunos dicen: “Verdaderamente Este es el Hijo de Dios”. Y tu Madre, petrificada y moribunda, sufre penas más amargas que la muerte... Muerto Jesús mío, con este grito nos has puesto también a nosotros todos en las manos del Padre, para que no nos rechace. Es por esto por lo que has gritado fuerte, y no sólo con la voz sino con todas tus penas y con la voz de tu Sangre: “¡Padre, en tus manos pongo mi espíritu y a todas las almas!”. 

               Jesús mío, también yo me abandono en ti. Dame la gracia de morir por entero en tu amor, en tu Querer, y te suplico que no permitas jamás que ni en la vida ni en la muerte salga yo de tu Santísima Voluntad. Quiero reparar por todos aquellos que no se abandonan perfectamente a tu Santísima Voluntad, perdiendo o reduciendo así el precioso fruto de tu Redención... ¿Cuál no será el dolor de tu Corazón, oh Jesús mío, al ver tantas criaturas que huyen de tus brazos y se abandonan a sí mismas? Oh Jesús mío, piedad para todos... Beso tu cabeza coronada de espinas... Y te pido perdón por tantos pensamientos de soberbia, de ambición y de propia estima. Te prometo que cada vez que me venga un pensamiento que no sea totalmente para ti, oh Jesús, y me encuentre en ocasión de ofenderte, gritaré inmediatamente: “¡Jesús, María, os entrego el alma mía!”

               Oh Jesús, beso tus hermosos ojos, húmedos aún por las lágrimas y cubiertos por la sangre... Y te pido perdón por cuantas veces te ofendí con miradas inmodestas y pecaminosas. Te prometo que cada vez que mis ojos se sientan impulsados a mirar cosas de tierra, gritaré inmediatamente: “Jesús, María, os entrego el alma mía”. Oh Jesús, beso tus sacratísimos oídos, aturdidos hasta los últimos instantes por insultos y horribles blasfemias... Y te pido perdón por cuantas veces he escuchado o he hecho escuchar conversaciones que nos alejan de ti, y por cuantas conversaciones malas tienen las criaturas. Te prometo que cada vez que me encuentre en la ocasión de oír aquello que no conviene, gritaré inmediatamente: “Jesús, María, os entrego el alma mía”. 

               Oh Jesús mío, beso tu Santísimo Rostro, pálido, lívido, ensangrentado... Y te pido perdón por tantos desprecios, insultos y afrentas como recibes de nosotros, vilísimas criaturas, con nuestros pecados. Te prometo que cada vez que me venga la tentación de no darte toda la gloria, el amor y la adoración que se te deben, gritaré inmediatamente: “Jesús, María, os entrego el alma mía”. Oh Jesús mío, beso tu santísima boca, abrasada, seca y amargada... Y te pido perdón por todas las veces que te he ofendido con malas conversaciones y por cuantas veces he cooperado en amargarte y en acrecentar tu sed. Te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de decir cosas que podrían ofenderte, gritaré inmediatamente: “Jesús, María, os entrego el alma mía”.

               Oh Jesús, mío, beso tu cuello santísimo, en el que veo aún las marcas de las cadenas que te han oprimido... Y te pido perdón por tantas cadenas, vínculos y apegos de las criaturas, que han añadido nuevas sogas y cadenas a tu santísimo cuello. Te prometo que cada vez que me sienta turbada por apegos, deseos y afectos que no sean sólo para ti, gritaré inmediatamente: “Jesús, María, os entrego el alma mía”. 

               Jesús mío, beso tus hombros santísimos... Y te suplico perdón por tantas ilícitas satisfacciones, perdón por tantos pecados cometidos con los cinco sentidos de nuestro cuerpo. Te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de tomarme algún placer o alguna satisfacción que no sea para tu gloria, gritaré inmediatamente: “Jesús, María, os entrego el alma mía”. 

               Jesús mío, beso tu pecho santísimo... Y te pido perdón por tantas frialdades, indiferencias, tibiezas e ingratitudes tan horribles que recibes de las criaturas. Te prometo que cada vez que me sienta enfriar en tu amor, gritaré inmediatamente: “Jesús, María, os entrego el alma mía”. 

              Jesús mío, beso tus sacratísimas manos... Y te pido perdón por todas las obras malas o indiferentes, por tantísimos actos envenenados por el amor propio y por la propia estima. Te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de no obrar por solamente tu amor, gritaré inmediatamente: “Jesús, María, os entrego el alma mía” Jesús mío, beso tus santísimos pies... Y te suplico perdón por tantos pasos y por tantos caminos recorridos sin tener la recta intención de agradarte, por tantos que de ti se alejan para ir en busca de placeres de la tierra. 

               Te prometo  que cada vez que me de placeres de la tierra, cada vez que me venga el pensamiento de separarme de ti, gritaré inmediatamente: “Jesús, María, os entrego el alma mía. Oh Jesús, beso tu Sacratísimo Corazón... Y quiero encerrar en Él, junto con mi alma, a todas las almas redimidas por ti, para que todas se salven, sin excluir alguna... Oh Jesús, enciérrame en Tu Corazón, y cierra sus puertas, de modo que yo no pueda ver, desear o conocer nada fuera de ti. Te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de querer salir de éste tu Corazón, gritaré inmediatamente: “Jesús, María, os entrego el alma mía”.

               


Ofrecimiento después de Cada Hora

 

                Amable Jesús mío, Tú me has llamado en esta Hora de Tu Pasión a hacerte compañía y yo he venido. Me parecía sentirte angustiado y doliente que orabas, que reparabas y sufrías y que con las palabras más elocuentes y conmovedoras suplicabas la salvación de las almas. He tratado de seguirte en todo, y ahora, teniendo que dejarte por mis habituales obligaciones, siento el deber de decirte: “Gracias” y “Te Bendigo”. Sí, oh Jesús!, gracias te repito mil y mil veces y Te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos...

               Gracias y Te bendigo por cada gota de Sangre que has derramado, por cada respiro, por cada latido, por cada paso, palabra y mirada, por cada amargura y ofensa que has soportado. En todo, oh Jesús mío, quiero besarte con un “Gracias” y un “Te bendigo”. 

               Ah Jesús, haz que todo mi ser Te envíe un flujo continuo de gratitud y de bendiciones, de manera que atraiga sobre mí y sobre todos el flujo continuo de Tus bendiciones y de Tus gracias...

               Ah Jesús, estréchame a Tu Corazón y con tus manos santísimas séllame todas las partículas de mi ser con un “Te Bendigo” Tuyo, para hacer que no pueda salir de mí otra cosa sino un himno de amor continuo hacia Ti. 

               Dulce Amor mío, debiendo atender a mis ocupaciones, me quedo en Tu Corazón. Temo salir de Él, pero Tú me mantendrás en Él, ¿no es cierto? Nuestros latidos se tocarán sin cesar, de manera que me darás vida, amor y estrecha e inseparable unión Contigo. 

               Ah, te ruego, dulce Jesús mío, si ves que alguna vez estoy por dejarte, que Tus latidos se sientan más fuertemente en los míos, que tus manos me estrechen más fuertemente a Tu Corazón, que Tus ojos me miren y me lancen saetas de fuego, para que sintiéndote, me deje atraer a la mayor unión Contigo. Oh Jesús mío!, mantente en guardia para que no me aleje de Ti. Ah bésame, abrázame, bendíceme y haz junto conmigo lo que debo ahora hacer... 


LAS HORAS DE LA PASIÓN cuenta con aprobación eclesiástica:
Imprimatur dado en el año 1915 por Mons. Giuseppe María Leo,
Arzobispo de Trani-Barletta-Bisciglie, y con Nihil Obstat 
del Canónigo Aníbal María de Francia





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