"Su Corazón Sacratísimo no ha dejado nunca ni dejará de palpitar con imperturbable y plácido latido, ni cesará tampoco de demostrar el triple amor con que el Hijo de Dios se une a Su Padre Eterno y a la humanidad entera, de la que con pleno derecho es Cabeza Mística.
De manera semejante palpitaba de amor Su Corazón, en perfecta armonía con los afectos de Su voluntad humana y con Su Amor Divino, cuando en la casita de Nazaret mantenía celestiales coloquios con Su dulcísima Madre y con Su padre putativo, San José, al que obedecía y con quien colaboraba en el fatigoso oficio de carpintero. Este mismo triple amor movía a Su Corazón en su continuo peregrinar apostólico, cuando realizaba innumerables milagros, cuando resucitaba a los muertos o devolvía la salud a toda clase de enfermos, cuando sufría trabajos, soportaba el sudor, hambre y sed; en las prolongadas vigilias nocturnas pasadas en oración ante Su Padre amantísimo; en fin, cuando daba enseñanzas o proponía y explicaba parábolas, especialmente las que más nos hablan de la Misericordia, como la parábola de la dracma perdida, la de la oveja descarriada y la del hijo pródigo. En estas palabras y en estas obras, como dice San Gregorio Magno, se manifiesta el Corazón mismo de Dios: «Mira el Corazón de Dios en las palabras de Dios, para que con más ardor suspires por los bienes eternos..."
Encíclica "Haurietis Aquas", Papa Pío XII
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