viernes, 27 de noviembre de 2020

EL MOMENTO MÁS DULCE DE MI VIDA... JUNTO AL ALTAR, APOYADOS EN MARÍA

 

               Santa Catalina Labouré narra como la noche del 27 de Noviembre se le apareció gloriosa la Santa Madre de Dios...

               "Me sería imposible decir lo que experimentaba en aquel instante, lo que pasaba dentro de mí, me parecía que no veía a la Santísima Virgen. Entonces el niño me habló no como niño, sino como el hombre más enérgico y con las palabras más enérgicas. Mirando a la Santísima Virgen me puse de un salto a su lado, arrodillada sobre las gradas del altar, con las manos apoyadas en sus rodillas. Allí pasé el momento más dulce de mi vida, me sería imposible decir todo lo que sentí..."





               En esta maravillosa escena, la Divina Providencia quiso mostrarnos la gran necesidad que tenemos de adorar a Jesús Sacramentado -"...arrodillada sobre las gradas del altar"-, Cristo presente en los Tabernáculos Católicos, con Su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, anonado bajo la apariencia de pan, escondido a los ojos corporales, pero que se muestra en toda Su Gloria en la visión del alma limpia... "dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (Evangelio de San Mateo, cap. 5).

               La Aparición a Santa Catalina también nos enseña el mejor medio de llegar a Jesús, "mirando a la Santísima Virgen... con las manos apoyadas en Sus rodillas...". Y es que no hay camino más recto, senda más tranquila que cuando vamos asidos a la mano de Nuestra Santa Madre, pero para eso, debemos antes entregarnos a Ella sin reserva alguna, como niños que necesitan de su madre para alimentarse o andar; de su mano y procurando imitarla en todo, especialmente en las dos mayores virtudes con las que el Señor la bendijo: la Pureza y la Humildad. Pureza corporal y sobre todo, espiritual, siendo rectos siempre en el actuar, exigentes en la Caridad, justos en el obrar y firmes defensores de la Verdad Evangélica. En la Humildad, reconociendo nuestra nada y absoluta dependencia del Amor de Dios, verdadero tesoro y emblema del buen Católico, que antepone todo, familia, amigos, diversiones... con tal de salvar el alma.

               Solo así, de la mano de la Virgen Santísima, podremos sortear todas las pruebas y dificultades de este mundo terrenal, tan solo bajo Su Manto Protector, arribaremos seguros al puerto de la Patria Celestial.

               Que no te cueste invocarla cada vez que lo necesites, ante cualquier contratiempo, que como Madre Buena acudirá a tu llamada... pero a cambio ¿no tendrás tú que dedicarle a Aquella Reina que tantos favores te ha concedido unos minutos cada día? por ejemplo, ¿el rezo del Santo Rosario, o al menos Las Tres Avemarías?.             

               Sé apóstol de esta Medalla Milagrosa: llévala siempre contigo, prendida al pecho, en el Rosario, en tu bolso; intenta conseguir algunas otras para distribuir a aquellas personas que anden necesitadas, sobre todo, las más apartadas de Dios, pues aunque es cierto que la Medalla Milagrosa ha obrado muchos milagros corporales, también es necesario aclarar que lejos de ser un talismán, este regalo de la Virgen es un medio para vivir como buenos Cristianos, una fuerza celestial que nos sostiene en el cumplimiento de la Santa Ley de Dios.

               Procura besar con frecuencia Su Medalla Milagrosa y a la vez regálale aquella jaculatoria que enseñó a Santa Catalina Labouré... "María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos"

               No te olvides de compartir este artículo... Solo en el Cielo podremos ver el bien que procuramos a las almas con este sencillo apostolado.




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