miércoles, 9 de diciembre de 2020

NUESTRO PADRE Y SEÑOR SAN JOSÉ, VIRGINAL GUARDIÁN DE LA REINA DE LOS ÁNGELES


              Ya hemos hablado anteriormente como San José, desde edad temprana, concibió el propósito de guardar perpetua virginidad, voto que, después de contraído el matrimonio, sabedor del mismo propósito y deseo de la Santísima Virgen, renovó con Ella, haciendo de si al Señor completa ofrenda, y a tan alto grado llevó esta angelical virtud, que su amantísima Esposa, que cual nadie en el mundo podía apreciarla, trataba y conversaba con él con la misma seguridad y paz que lo hacía con los Ángeles del Cielo.




               De esto se desprende que San José fue un Ángel, y más que un Ángel, en carne mortal; lo cual hace exclamar a San Bernardo: "¿Es posible que fuera solo virgen aquel que con tanta edificación fue continuo compañero y conviviente de su Virgen Esposa? ¿Aquel que la condujo de Nazareth a Egipto y de Egipto a Nazareth, viajando solo con Ella por caminos tan largos y solitarios? ¿Quién no ve aquí una virginidad superior a todo humano encarecimiento, una virginidad más que angelical?"

               En cuatro excelencias sobresalió San José particularmente respecto de su pureza. Fue la primera por la duplicidad de esta virtud, ya que la virginidad de los Ángeles es sencilla o de solo espíritu, y la de San José es doblada, o de alma y de cuerpo, y en ambas partes eminentísima. 

               La segunda, por su nobleza, dado que la virginidad de los Ángeles proviene de su misma naturaleza, y la de San José tiene por principio la gracia, por lo cual cuanto más noble y excelente de ésta que aquélla, tanto más resplandeció la virginidad de nuestro Santo que la de aquellos Espíritus celestiales. Convencido de esta verdad, exclamaba San Bernardo: "Buen Jesús, huélgome más de ser preferido a los Ángeles por gracia, que de ser Ángel por naturaleza". 

               La tercera, por más fructuosa y meritoria, porque la virginidad de los Ángeles se mantiene sin lucha ni victoria, y la de San José, aunque no tuvo que pelear contra los estímulos de la carne, fue, con todo, victoriosísima, por haber triunfado de las preocupaciones de su cuerpo, y así fue más gloriosa y meritoria.

               La cuarta, por más loable y calificada, puesto que los Ángeles, como puros espíritus, son incapaces de gozar deleites corporales, y, por tanto, son vírgenes por necesidad de su naturaleza, cuando el castísimo Esposo de María guardó toda su vida fresco y lozano el lirio cándido de la pureza, no por necesidad, sino por elección y voluntad propias, habiendo renunciado con propósito firme e inviolable a todos los placeres de la carne para agradar más a Dios, y por el amor acendrado que tuvo a esta celestial virtud.

               San José, por su pureza, fue más bien Ángel que hombre, y aún más que Ángel, pues mereció ser por ello digno Esposo y Guardián de la Reina de los Ángeles. Tenía Dios determinado que Jesús Nuestro Señor naciera bajo la sombra del virginal enlace de María y de José, porque, según sentencia de San Francisco de Sales, sólo de un matrimonio del todo y por todo incomparable por su angelical pureza, podría nacer el que por Su esencia es Purísimo.  


"Vida de San José" 
por el Padre Francisco de Paula García, SI

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