domingo, 27 de diciembre de 2020

EL SANTO SACRIFICIO DE LA MISA, por el Padre Martin de Cochem, Capuchino. CAPÍTULO 4, Parte 3: LA NATIVIDAD DE CRISTO, MISTERIO QUE SE RENUEVA EN LA SANTA MISA


               "Y sucederá en aquel día que los montes destilarán mosto, y leche los collados." (Profeta Joel, cap. 3, vers. 18). Así la Santa Iglesia por todo el mundo habla del Misterio dulce del Nacimiento de Nuestro Salvador. En verdad se puede decir que el día en que el Unigénito Hijo de Dios se revistió de carne humana naciendo a este mundo, las montañas destilaron dulzura y las colinas leche y miel. Pues, Él que es más dulce que la leche y que la miel, que es en sí mismo la Fuente de todo ello, al entrar en el mundo llenó de dulzura todas las cosas, trajo la verdadera Alegría del Cielo; la Paz a los hombres de buena voluntad; el consuelo a los afligidos; al mundo un día nuevo y más brillante.




               ¡Oh! ¡qué grande fue la alegría del Padre Celestial en esta Noche cuando engendrado desde toda la Eternidad, nacido de la Virgen Inmaculada, designada con el cariñoso nombre de Hija! ¡Qué grande fue el gozo del Hijo de Dios cuando se contempló revestido de nuestra humanidad, poseyendo ahora, no sólo un Padre en el Cielo sino también una Madre en la tierra. ¡Qué grande la satisfacción del Espíritu Santo en contemplarle a Él, a quien había unido al Padre desde toda la Eternidad en el vínculo más íntimo de Amor Perfecto; que por su operación las dos naturalezas, tan infinitamente distantes y diferentes, fueron unidas en la misma Persona del Dios-Hombre! ¡Qué grande la dulzura que llenó el alma de la Santísima Virgen cuando contemplando a su Niño recién nacido, se dijo que el Niño que tenía en Sus brazos no era solamente Su Niño sino también el Hijo del Dios Altísimo!.

               Además, qué grande fue la felicidad de aquellos que tuvieron el privilegio de contemplar al más hermoso de los hijos del hombre y tenerlo en sus brazos. Leemos en la vida de San José de Cupertino que le fue revelado que, después de la partida de los Reyes Magos, una gran multitud vino para ver al recién nacido Rey de los Judíos. Le suplicaron a María les permitiese tomar el precioso Niño en sus brazos y estrecharle en sus corazones. Ella graciosamente se lo entregó a muchos, pero notando para su sorpresa, que el Niño tendía sus brazos a los buenos y no a los malos.

               Les llamaríamos a estas personas privilegiados "felices" con razón, sin embargo somos propensos a no hacer caso del hecho de que nosotros somos mucho más privilegiados que ellos, puesto que contemplamos diariamente a ese Niño tierno con el ojo de la Fe y compartimos la alegría que trajo su nacimiento. Escuchemos las palabras del Papa León I: "Con nuestras mentes iluminadas y nuestro amor encendido por las palabras de los Evangelistas y las declaraciones de los Profetas, parece que no consideramos el Nacimiento de Cristo como un evento del pasado, sino como uno presente a nuestra vista. Escuchemos lo que fue anunciado a los pastores, proclamado a nosotros: “Díjoles el Ángel: No temáis, os traigo una buena nueva, una gran alegría, que es para todo el pueblo; pues os ha nacido hoy un Salvador." (Evangelio de San Lucas, cap. 2, vers. 10-11) Cada día podemos estar presentes a este Nacimiento feliz, cada día nuestros ojos podrían contemplarlo, si solamente fuésemos a la Santa Misa, pues entonces en realidad este Nacimiento es renovado, y por ello la Obra de nuestra Redención es continuada."

               Se nos dice lo mismo en las revelaciones de la Abadesa Hildegard: “Durante la Santa Misa cuando el pan y vino se cambian en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo, las circunstancias de Su Encamación y Nacimiento son como reflejadas en un espejo ante nosotros tan claramente como cuando estos Misterios fueron efectuados por el Hijo de Dios cuando estaba en la tierra." Este testimonio ha sido confirmado por la Iglesia: atestigua la verdad de que el Nacimiento de Cristo es renovado y representado de nuevo a la vista del Cielo, tal como cuando pasó hace unos dos mil años. San Jerónimo nos dice la manera por la que Cristo nace en la Santa Misa con estas palabras: "El Sacerdote llama a Cristo a la existencia por sus labios consagrados"; es decir, Cristo nace a la orden del Sacerdote, cuando sus labios pronuncian las palabras de la Consagración. El Papa Gregorio XV declara la misma cosa en la oración que mandó decir al Sacerdote antes de celebrar la Santa Misa: "Estoy a punto de celebrar la Santa Misa, y de dar existencia al Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo”.




               La Santa Iglesia nos enseña que el Nacimiento de Cristo es renovado de una manera espiritual en la Misa, ya que pone en los labios del Sacerdote oficiante la misma canción de alabanza que cantaron los Ángeles en la noche de Navidad: "Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad." (Evangelio de San Lucas, cap. 2, vers. 14). Cuando estas palabras suenen en nuestros oídos, imaginemos que somos nosotros escuchando al Ángel que habló así a los pastores: "No temáis os traigo una buena nueva, una gran alegría, que es para todo el pueblo; pues os ha nacido hoy un Salvador, que es el Mesías Señor, en la ciudad de David. Esto tendréis por señal: Encontraréis un Niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre.” (Evangelio de San Lucas, cap. 2, vers. 10-12). Ponga por caso que nuestro Ángel de la Guarda nos dijera: "Regocíjate, ya que ahora, en esta Santa Misa, tu Salvador nacerá para tu salvación; tú le verás con tus propios ojos bajo la forma de la Sagrada Hostia". Si nuestro Ángel de la Guarda no nos lo dice, nuestra Fe sí nos lo dice. ¿Y no nos debemos regocijar por esta razón?. Si realmente creemos esto, adoraremos al Niño Dios en la Santa Misa con la misma reverencia y amor con que lo hicieron aquellos que tuvieron el privilegio de contemplarle recién nacido con sus ojos corporales.

               En la vida de los Padres leemos de un cierto Sacerdote llamado Plegus que habitualmente celebraba la Santa Misa con gran devoción. Él sintió un deseo especial de conocer de qué manera Cristo está presente bajo las apariencias de pan y vino. Su deseo no nacía de que dudase de la real presencia del Señor, sino de sus ansias de contemplarle con sus ojos corporales. Un día cuando estaba celebrando la Santa Misa, inmediatamente después de la elevación su deseo se hizo tan fuerte que cayendo de rodillas oró de esta manera: “Os suplico a Vos, Oh Dios Omnipotente, que me concedáis, aunque no soy digno, ver a Jesucristo en forma corporal en este Sagrado Misterio, ver a Aquel a quien el viejo Simeón tomó en sus brazos, para que yo pueda verlo con mis propios ojos y tocarlo con mis propias manos”. Estando orando así, se le apareció a su lado un Ángel y le dijo: “Mirad y ved a Jesucristo aquí presente en forma corporal, como cuando era Infante sobre las rodillas de Su Madre”. Al oír estas palabras, el Sacerdote levantó su cabeza y vio en el corporal al Hijo de Dios en la forma de un hermoso bebé que le miró sonriendo, y extendió sus manecitas como queriendo que le tomara en sus brazos. El Sacerdote por reverencia no se atrevió a hacerlo hasta que el Ángel dijo: “Este es Jesús, el Hijo de Dios, quien hace unos momentos visteis bajo forma de pan; ahora Él está presente como realmente es. No temáis, levantaos y tomadlo en vuestros brazos y regocijad vuestro corazón en Dios, vuestro Salvador”. Animado por estas palabras, se levantó, cogió al Niño en sus temblorosas manos y le colmó de caricias. Después le volvió a dejar suavemente en el corporal. Se arrodilló y suplicó humildemente que tomara a tomar su apariencia de pan para que pudiera recibirlo en la Santa Comunión y poder luego terminar la Santa Misa. Después de esta oración se levantó de nuevo y vio el adorable Sacramento otra vez en la forma de pan consagrado y lo consumió con singular devoción.

              Damos este ejemplo para que se crea que en la Santa Misa, Cristo no está presente de una manera puramente espiritual, sino realmente y en una forma corporal, es el mismísimo Cristo a quien la Madre de Dios dio a luz en Belén, y a quien los Reyes Magos vinieron a adorar. Aquí como allí Su semblante está velado por la figura externa de la Hostia Consagrada que vemos con nuestros ojos. Pero el tierno Niño que está debajo de estas formas externas se puede percibir por la vista interior de la Fe, la Fe que cree sin duda que Nuestro Señor está de verdad oculto bajo esta humilde forma. Las razones por las que se oculta así a nuestra vista son muchas; la principal es ésta: para damos una oportunidad de ejercitar nuestra Fe en un hecho tan trascendental, y habilitamos para aumentar nuestro mérito cada vez que asistimos a la Santa Misa. Se podrían citar numerosos ejemplos de cómo Nuestro Señor, para la confirmación de nuestra Fe en Su Presencia Personal, ha permitido a Cristianos devotos, y aún a Judíos y no creyentes verle en forma corporal...


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