jueves, 12 de marzo de 2020

EL SACERDOCIO... desde la cuna hasta el Cielo


               El Sacerdote es Ministro de Jesucristo; por lo tanto, instrumento en las manos del Redentor Divino para continuar Su Obra Redentora en toda su universalidad mundial y eficacia divina para la construcción de esa Obra admirable que transformó el mundo; más aún, el Sacerdote, como suele decirse con mucha razón, es verdaderamente otro Cristo, porque continúa en cierto modo al mismo Jesucristo: «Así como el Padre me envió a Mí, así os envío Yo a vosotros», prosiguiendo también como El en dar, conforme al canto angélico, «gloria a Dios en lo más alto de los cielos y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad».




En la imagen, Su Excia. Rvda. Mons. Marco Antonio Pivarunas

               En primer lugar, como enseña el Concilio de Trento, Jesucristo en la última Cena instituyó el Sacrificio y el Sacerdocio de la Nueva Alianza: Jesucristo, Dios y Señor Nuestro, aunque se había de ofrecer una sola vez a Dios Padre muriendo en el ara de la Cruz para obrar en ella la Eterna Redención, pero como no se había de acabar Su Sacerdocio con la muerte, a fin de dejar a Su amada Esposa la Iglesia un sacrificio visible, como a hombres correspondía, el cual fuese representación del sangriento, que sólo una vez había de ofrecer en la Cruz, y que perpetuase Su Memoria hasta el fin de los siglos y nos aplicase Sus frutos en la remisión de los pecados que cada día cometemos; en la Última Cena, aquella noche en que iba a ser entregado, declarándose estar constituido Sacerdote Eterno según el Orden de Melquisedec, ofreció a Dios Padre Su Cuerpo y Sangre bajo las especies de pan y vino, lo dio bajo las mismas especies a los Apóstoles, a quienes ordenó Sacerdotes del Nuevo Testamento para que lo recibiesen, y a ellos y a sus sucesores en el Sacerdocio mandó que lo ofreciesen, diciéndoles: «Haced esto en memoria mía».

               Y desde entonces, los Apóstoles y sus sucesores en el Sacerdocio comenzaron a elevar al Cielo la ofrenda pura profetizada por Malaquías, por la cual el nombre de Dios es grande entre las gentes; y que, ofrecida ya en todas las partes de la tierra, y a toda hora del día y de la noche, seguirá ofreciéndose sin cesar hasta el fin del mundo.

               Verdadera acción sacrificial es ésta, y no puramente simbólica, que tiene eficacia real para la reconciliación de los pecadores en la Majestad Divina: Porque, aplacado el Señor con la oblación de este Sacrificio, concede Su Gracia y el Don de la penitencia y perdona aun los grandes pecados y crímenes.


               La razón de esto la indica el mismo concilio Tridentino con aquellas palabras: «Porque es una sola e idéntica la víctima y quien la ofrece ahora por el Ministerio de los Sacerdotes, el mismo que a Sí propio se ofreció entonces en la Cruz, variando sólo el modo de ofrecerse»


              Por donde se ve clarísimamente la inefable grandeza del Sacerdote Católico que tiene potestad sobre el Cuerpo mismo de Jesucristo, poniéndolo presente en nuestros Altares y ofreciéndolo por manos del mismo Jesucristo como Víctima infinitamente agradable a la Divina Majestad. Admirables cosas son éstas —exclama con razón San Juan Crisóstomo—, admirables y que nos llenan de estupor


               Además de este poder que ejerce sobre el Cuerpo Real de Cristo, el Sacerdote ha recibido otros poderes sublimes y excelsos sobre su Cuerpo Místico. El Sacerdote está constituido dispensador de los Misterios de Dios en favor de estos miembros del Cuerpo Místico de Jesucristo, siendo, como es, Ministro Ordinario de casi todos los Sacramentos, que son los canales por donde corre en beneficio de la humanidad la Gracia del Redentor. 


                El cristiano, casi a cada paso importante de su mortal carrera, encuentra a su lado al Sacerdote en actitud de comunicarle o acrecentarle con la potestad recibida de Dios esta Gracia, que es la vida sobrenatural del alma. Apenas nace a la vida temporal, el Sacerdote lo purifica y renueva en la fuente del agua lustral, infundiéndole una vida más noble y preciosa, la vida sobrenatural, y lo hace hijo de Dios y de la Iglesia; para darle fuerzas con que pelear valerosamente en las luchas espirituales, un Sacerdote revestido de especial dignidad lo hace soldado de Cristo en el Sacramento de la Confirmación; apenas es capaz de discernir y apreciar el Pan de los Ángeles, el Sacerdote se lo da, como Alimento vivo y vivificante bajado del Cielo; caído, el Sacerdote lo levanta en Nombre de Dios y lo reconforta por medio del Sacramento de la Penitencia; si Dios lo llama a formar una familia y a colaborar con Él en la transmisión de la vida humana en el mundo, para aumentar primero el número de los fieles sobre la tierra y después el de los elegidos en el Cielo, allí está el Sacerdote para bendecir sus bodas y su casto amor; y cuando el cristiano, llegado a los umbrales de la Eternidad, necesita fuerza y ánimos antes de presentarse en el Tribunal del Divino Juez, el Sacerdote se inclina sobre los miembros doloridos del enfermo, y de nuevo le perdona y le fortalece con el Sagrado Crisma de la Extremaunción; por fin, después de haber acompañado así al cristiano durante su peregrinación por la tierra hasta las puertas del Cielo, el Sacerdote acompaña su cuerpo a la sepultura con los ritos y oraciones de la esperanza inmortal, y sigue al alma hasta más allá de las puertas de la Eternidad, para ayudarla con cristianos sufragios, por si necesitara aún de purificación y refrigerio. Así, desde la cuna hasta el sepulcro, más aún, hasta el Cielo, el Sacerdote está al lado de los fieles, como guía, aliento, Ministro de salvación, distribuidor de gracias y bendiciones...



Carta Encíclica "Ad Catholici Sacerdotii
del Papa Pío XI, 20 de Diciembre de 1935




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