martes, 31 de marzo de 2020

LA PASIÓN DE CRISTO Y SANTA TERESA DE JESÚS "...acuérdate de Su mansísimo y hermoso Rostro..."



Cuando pienses en el Señor, o en Su Vida y Pasión, 
acuérdate de Su mansísimo y hermoso Rostro, 
que es grandísimo consuelo. Será como 
un recuerdo suave que cale en tu memoria. 
Podrá llegar a quedar tan esculpida en tu mente 
esta Imagen Gloriosísima, que jamás 
se borre de ella hasta que la veas adonde 
para sin fin la puedas gozar 

Santa Teresa de Jesús, Las Mora­das 6, 9, 14-3




              Santa Teresa de Jesús, Reformadora del Carmelo, Mística, mujer de acción, fundadora, consejera de Santos, era también un alma totalmente absorta en Dios y en Su Divina Voluntad; por Él padeció las más crueles incomprensiones y ataques, hasta los últimos días de su vida, rechazada por su propia familia... un alma de Dios pero no por ello ajena a los rigores de la vida común, como lo atestiguan las mil dificultades que tuvo que sortear para la Reforma de la Orden del Carmen.


               Pese a todas las contrariedades y trabajos, Santa Teresa nunca perdió de vista a su Amado, al que buscaba en cualquier lugar y con el que ansiaba encontrarse a cada hora... fue mujer de profunda oración, al punto de ser para muchos -gracias a sus escritos- Maestra de oración. 


              El amor que Santa Teresa tenía por Cristo Nuestro Señor, le venía en gran parte por la asidua meditación de Su Pasión, que desde niña había acostumbrado hacer.


             Sigamos su ejemplo en estos días ya próximos a la Semana Santa; busa en la Pasión de Cristo el sentido y alivio de tus dificultades. Lejos de ver nuestros problemas como obstáculos, sepamos ponerlos todos en manos de la Virgen y, junto a Ella, vayamos tras los pasos de Jesús Nuestro Señor, que ya se encamina al Huerto de Getsemaní, olvidado y despreciado por una mayoría burlona... la sociedad actual, que lejos de hacer penitencia y convertir su corazón a Dios, prefiere continuar en el fango de su pecado... 


               Recemos por quien no reza, mortifiquemos nuestro apetito por cuantos comen sin razón, saboreemos la soledad con Cristo, como si le acompañásemos, cual testigos mudos, en la agonía de Getsemaní, en Su dolor ante el pecado de los hombres. ¿Serás capaz en estos días, de dedicarle a diario, aunque solo sean 10 minutos, para meditar un capítulo de Su Pasión? Muy poco tiempo y labor sencilla, pero eficaz y elevada, como enseña Santa Teresa...




               "Ya mi alma se sentía cansada y quería descansar, pero sus hábitos perversos se lo impedían. Entrando un día en el oratorio mis ojos cayeron sobre una estatua que se les había puesto, esperando una solemnidad que se debía celebrar en monasterio, y para la que se había conseguido. 

                Representaba a Nuestro Señor cubierto de llagas, tan devota que al verla me sentí toda llorar porque representaba en vivo como Él había sufrido por nosotros tuve ese dolor al pensar en la ingratitud con la que respondía a esas llagas, que parecía que se me rompía el corazón. Me tiré a sus pies en un profluvio de lágrimas, rogándole que me diera fuerza para no ofenderlo más.

               Estaba muy devota de Santa María Magdalena, y a menudo pensaba en su conversión, especialmente cuando me comunicaba. Sabiendo que el Señor estaba conmigo entonces, me tiraba a sus pies imaginándome que mis lágrimas no merecían ser completamente despreciadas. No sabía lo que decía, haciendo Él ya mucho con aceptar que yo las esparciera por Él, ya que mis sentimientos se desaparecían casi inmediatamente. Mientras tanto, me recomendaba a esta santa gloriosa para que me consiga perdón.

               Pero nada me resultó más útil que postrarme ante la estatua que dije. Yo entonces desconfiaba mucho de mí y puse toda confianza en Dios. Y me parece que le dije que no me levantaría de sus pies si no me hubiera dado lo que le rezaba. Ciertamente Él debe haberme escuchado, porque desde entonces me fui mucho mejor. Este era mi método de oración. Al no poder hablar con el intelecto, procuraba representarme a Jesucristo en mi interior, especialmente en esos rasgos de su vida en los que lo veía más solo, y me pareció encontrarme mejor. Me pareció que, estando solo y afligido, me recibiría más fácilmente como persona necesitada de ayuda. De esa ingenuidad tenía muchas. Me encontraba muy bien con la oración del Huerto, donde le hacía compañía. Pensaba en el sudor y la aflicción que le había sufrido, y quería secarle ese sudor tan doloroso. Pero pensando en mis graves pecados, recuerdo que no tenía el valor. Me quedaba con Él hasta que mis pensamientos lo permitieron, porque me molestaban mucho.

               Pararme bastante en la oración del Huerto era el ejercicio que practiqué, desde hace varios años, casi todas las noches antes de dormirme, cuando me recomendaba a Dios, y eso incluso antes de que me convirtiera monja, porque me dijeron que se ganaban muchas indulgencias. Estoy convencida de que con este ejercicio mi alma se benefició mucho, porque empezaba a hacer oración sin saber lo que era. Por la costumbre que tomé, me quedé tan fiel, como a hacerme el signo de la cruz primero renunciar a la cama."




Santa Teresa de Jesús, Libro de su "Vida", IX, 1-4



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