"...deseamos que se sepa hasta en los últimos confines del Orbe Católico, cómo esta Devoción ha echado en nuestra Diócesis hondas raíces, y cada día se robustece y aumenta prodigiosamente por los enfermos, que por ella recobran la salud, y cómo las gracias y favores se multiplican a medida que entre nosotros se acude a la tierna Piedad de María Concebida sin pecado"
Hyacinthe-Louis de De Quelen, Arzobispo de París,
15 de Diciembre de 1836
Esta humilde religiosa se convirtió en Confidente de la Inmaculada Virgen María desde el anonimato de su convento; las Autoridades Eclesiásticas dieron fe de las Revelaciones privadas que Sor Catalina Labouré había recibido y autorizaron la acuñación de la Medalla, hecho que favoreció de sobremanera la Proclamación del Dogma de la Inmaculada Concepción en 1854.
En Junio de 1832 se distribuían las primeras dos mil Medallas; en 1834 ya se había difundido más de medio millón, en 1835 un millón, y en 1839 había más de diez millones de Medallas circulando por varias naciones.
Llevar con nosotros la Medalla Milagrosa, a ser posible bendecida por un Sacerdote, es una continua oración a Nuestra Señora María, a la que nos consagramos como Hijos, siendo esta Medalla el distintivo físico de tal privilegio, al tiempo que es recordatorio para elevar el corazón a esta Madre Buena, y pedirle Su ayuda cada vez que repitamos la Jaculatoria inscrita en la Medalla, "¡Oh, María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos!"
En 1853, Rusia quiso apoderarse de la Península de Crimea, en el Mar Negro para tener una salida al Mediterráneo, y por tal motivo movilizó sus ejércitos contra Turquía, soberana de Crimea. Gran Bretaña y Francia, por su parte, enviaron también tropas, pero para defender a Turquía. Fueron batallas cruentas, con miles de muertos y muchos heridos por ambas partes. El Gobierno Francés, pidió entonces a las Hijas de la Caridad que fueran a Crimea para atender a los soldados heridos.
Las buenas monjas distribuían entre los militares la Medalla de Catalina Labouré y éstos comenzaron a curarse de tal manera, que todos los soldados pedían a las Hermanas "la Medalla que hacía milagros", y desde entonces se la conoce como la Medalla Milagrosa.
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En 1846, tras la asombrosa conversión del judío Alfonso Ratisbona, el Papa Gregorio XVI confirmó con toda su Autoridad las disposiciones del Arzobispo de París.
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