sábado, 11 de abril de 2020

"CRISTO RECIBIÓ EL ULTRAJE, MARÍA EL DOLOR..."



MEDITACIONES DIARIAS PARA LA SEMANA SANTA

"Mira a menudo y contempla 
la imagen de Jesús Crucificado..."

Por San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia




               Para que no se perturbase la alegría del Sábado Pascual, querían los judíos que fuera bajado de la Cruz el Cuerpo de Jesús; pero como no se podían bajar los ajusticiados si no estaban muertos, por eso vinieron algunos con mazas de hierro a romperle las piernas, como de hecho lo hicieron con los dos ladrones. Y María, mientras estaba llorando la muerte de Su Hijo, vio aquellos hombres armados que venían contra Su Hijo. Y al verlos, primero tembló de espanto y después les dijo: Mirad que Mi Hijo ya está muerto; no le ultrajéis más y no sigáis atormentándome a Mí, Su pobre Madre. Les suplicó que no le quebrantasen las piernas, dice San Buenaventura. Pero mientras les estaba diciendo esto, vio que un soldado le da violentamente una lanzada y con ella le abre el Costado a Jesús. “Uno de los soldados le abrió el Costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua” (Evangelio de San Juan, cap. 19, vers 34). 

              Al golpe de la lanza retembló la Cruz y el Corazón de Jesús quedó abierto, como le fue revelado a Santa Brígida. Salió sangre y agua que aún le quedaba y también la quiso derramar el Salvador para darnos a entender que no tenía más sangre que darnos. El ultraje de esta lanza fue para Jesús, pero el dolor fue para María. 

              Dice Lanspergio: Compartió Cristo con Su Madre Su sufrimiento de esta Herida, de modo que él recibió el ultraje y María el dolor. Afirman los Santos Padres que esta fue la espada que predijo a la Virgen el santo anciano Simeón; espada no de acero, sino de dolor que traspasó Su Alma Bendita al traspasar la lanza el Corazón de Jesús donde Ella siempre moraba. Así dice, entre otros, San Bernardo: La lanza que atravesó Su costado atravesó a la vez el Alma de la Virgen, que no podía separarse de Él. Reveló la Madre de Dios a Santa Brígida: Al sacar la lanza, estaba teñido el hierro con la Sangre. Entonces me pareció como si Mi Corazón se viera traspasado al ver el Corazón de Mi Hijo traspasado. Dijo el Ángel a Santa Brígida que fueron tantos y tales los Sufrimientos de María, que no murió por milagro de Dios. En los demás dolores tenía al menos al Hijo que la compadecía; en éste no tenía al Hijo que la pudiera consolar. 

             Temiendo la Madre Dolorosa que le hicieran nuevos ultrajes al Hijo amado, le rogó a José de Arimatea que consiguiera de Pilatos el Cuerpo de Jesús para que, al menos muerto, pudiera cuidarlo y librarlo de nuevos ultrajes. Fue José a Pilatos y le expuso el dolor y el deseo de esta Madre afligida. Dice San Anselmo que la compasión de la Madre enterneció a Pilatos y le movió a conceder el Cuerpo del Salvador. 

              He aquí que ya bajan a Jesús de la Cruz. Oh Virgen Sacrosanta, después que Tú, con tanto amor has dado al mundo a Tu Hijo por nuestra salvación, he aquí que el mundo ingrato ya te lo devuelve. Pero, oh Señor, ¿cómo te lo devuelve? María diría entonces al mundo: “Mi Amado es fúlgido y rubio” (Libro del Cantar de los Cantares, cap. 5, vers. 10), pero tú me lo entregas lleno de golpes y rojo, no por el color de Su Carne, sino por las Llagas que le has hecho. Él enamoraba con Su aspecto y ahora da espanto a quien lo mira. ¡Cuántas espadas, dice San Buenaventura, hirieron el Alma de esta Madre al serle presentado el Hijo bajado de la Cruz! Basta considerar el sufrimiento de cualquier madre cuando le presentan a su hijo muerto. 





               Se le reveló a Santa Brígida que para bajarlo de la Cruz se utilizaron tres escalas. Primero, los Santos Discípulos desclavaron las manos y a continuación los pies. Y los clavos fueron confiados a María, como dice Metafraste. Luego, sosteniendo unos el Cuerpo de Jesús por la parte superior y otros por la parte inferior, lo bajaron de la Cruz. Bernardino de Bustos medita cómo la afligida Madre, extendiendo los brazos, va al encuentro de Su amado Hijo, lo abraza y después se sienta al pie de la Cruz teniéndole en su regazo. 

               Ve aquella boca entreabierta, los ojos nublados, aquella carne lacerada, aquellos huesos descarnados; le quita la Corona de Espinas y ve los estragos que le ha causado en Su Sagrada Cabeza; mira aquellas manos y aquellos pies traspasados, y dice: ¡Hijo mío, a qué te ha reducido el amor que tienes a los hombres! ¿Qué mal les has hecho que así te han tratado? San Bernardino de Bustos le hace decir: Tú eras para mí: un padre, un hermano, un esposo, Mis delicias y Mi Gloria; Tú eras todo para Mí. Hijo, mira cómo estoy de afligida, mírame y consuélame. Pero Tú ya no me puedes mirar. Habla, dime una palabra de alivio; pero no hablas ya porque estás muerto. Oh espinas crueles, decía contemplando aquellos instrumentos atroces, clavos, lanza despiadada, ¿cómo habéis podido atormentar así a vuestro Creador? Pero ¿qué espinas?, ¿qué clavos? Oh pecadores, exclamaba, vosotros sois los que habéis maltratado de este modo a Mi Hijo...





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