"No prometo hacerte feliz
en este mundo, sino en el otro"
Palabras de la Virgen a Bernardita Soubirous, Lourdes, 18 de Febrero de 1858
Nuestra Santa Madre, La Virgen María, pasó por este mundo terrenal desprendida de todo afecto material; la criatura más perfecta y virtuosa que Dios creó, sería la esposa virginal de un humilde artesano, por lo que no es difícil suponer que la Sagrada Familia de Nazaret conoció los rigores de la vida del obrero. La pobreza de la casa de la Trinidad en la tierra predispuso a María Virgen, para ser una criatura absolutamente entregada a la Voluntad de Dios; jamás, nada material, se interpuso entre el Alma Santísima de María y Dios, que la colmó de gracias como a nadie, pero a la que también quiso hacer partícipe directa de la Pasión de Su Hijo, Cristo Redentor.
Desde el Calvario, María Virgen, sería proclamada por Nuestro Señor como Madre Nuestra; desde aquél día, la intercesión de la Virgen Purísima será crucial en los momentos más críticos de la Iglesia, como la Aparición que tuvo el Apóstol Santiago en el Pilar de Zaragoza, o las fuerzas sobrenaturales que asistieron a los combatientes de la Batalla de Lepanto, atribuídas al rezo del Santo Rosario.
En tiempos más recientes, esa presencia de la Madre de Dios se ha hecho más nítida, especialmente a partir del siglo XIX, con la revelación de la Medalla Milagrosa, las Apariciones de La Salette y Lourdes, todas ellas como sello del Dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado por el Papa Pío IX en 1854.
Ya en el siglo XX, sería en mitad de la Gran Guerra, cuando la Virgen María volvería a revelarse como Nuestra Señora del Rosario para pedir a la Humanidad que abandonase la vida de pecado y volviesen sus corazones a Dios; allí en Fátima, María Santísima anunciaría la llegada de Su Reino al prometer "Al fin Mi Inmaculado Corazón Triunfará", y con el Reinado de María vendrá consecuentemente el de Cristo Nuestro Señor, que volverá por segunda vez como lo hizo la primera, por María.
Precisamente han sido estas últimas manifestaciones marianas las que han valido a Nuestra Señora, como medio oportuno para hacer una llamada a la Humanidad a volver a Dios, mediante la oración y la penitencia; la una no puede ir sin la otra, pues ambas se sostienen y son como las muletas que nos enderezan en el caminar hacia la Santidad.
"Deberíais rezar, jamás podréis recompensar todo el dolor que he asumido por vosotros..." Nuestra Señora a Melanie Calvat y Maximino Guiroud, en La Salette (Francia, 19 de Septiembre de 1846)
"¡Penitencia!, ¡Penitencia!, ¡Penitencia!. Ve a besar la tierra para la conversión de los pecadores" Nuestra Señora a Bernardette Soubirous, en Lourdes (Francia), 24 de Febrero de 1858.
"Os ofreceréis a Dios y aceptaréis todos los sufrimientos que Él os envíe, en reparación por todos los pecados que Le ofenden y por la conversión de los pecadores." Nuestra Señora a los niños videntes de Fátima (Portugal), 13 de Mayo de 1917.
"Haced sacrificios por los pecadores, y decid seguido, especialmente cuando hagais un sacrificio: Oh Jesús, esto es por amor a Ti, por la conversión de los pecadores, y en reparación por las ofensas cometidas contra el Inmaculado Corazón de María." Nuestra Señora a los niños videntes de Fátima (Portugal), 13 de Julio de 1917.
"Hay que hacer muchos sacrificios, mucha penitencia. Tenemos que visitar al Santísimo con frecuencia..." . "Debéis sacrificaros más, pensad en la Pasión de Jesús..." Nuestra Señora a las videntes de Garabandal (España), 18 de Octubre de 1961 y 18 de Junio de 1965.
"María Nuestra Señora, que parecía ausente de la vida pública de Jesucristo, estuvo presente, sin embargo, a su lado cuando fue a la muerte y fue clavado en la Cruz, y estuvo allí por divina disposición. En efecto, en comunión Su Hijo doliente y agonizante, soportó el dolor y casi la muerte; abdicó los derechos de Madre sobre Su Hijo para conseguir la salvación de los hombres; y, para apaciguar la Justicia Divina, en cuanto dependía de Ella, inmoló a Su Hijo, de suerte que se puede afirmar, con razón, que redimió al linaje humano con Cristo. Y por esta razón, toda suerte de gracias que sacamos del Tesoro de la Redención nos vienen, por decirlo así, de las manos de la Virgen Dolorosa". (Papa Benedicto XV, epís. Inter sodalicia, 22 de Mayo de 1918)
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