jueves, 9 de abril de 2020

"DEJÉMOSLO TODO, PARA GANARLO TODO..."



MEDITACIONES DIARIAS PARA LA SEMANA SANTA

"Mira a menudo y contempla 
la imagen de Jesús Crucificado..."

Por San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia





               Decía Santa Teresa que todos los pecados y todos los apegos a las cosas terrenas suponen una falta de Fe. Reavivemos, pues, la Fe; un día lo tenemos que dejar todo y entrar en la Eternidad. Dejemos ahora con mérito lo que tendremos que dejar un día a la fuerza. ¡Ni riquezas, ni honores, ni parientes! ¡Dios, Dios! Busquemos sólo a Dios, y Dios lo suplirá todo.

               La muerte de la emperatriz Isabel hizo que San Francisco de Borja renunciara al mundo y se entregase del todo a Dios; en presencia de aquel cadáver, exclamó: « ¡Así acaban las grandezas y las coronas de este mundo!».

               ¡Oh, siempre os hubiera amado, Dios mío! Haced que sea todo vuestro antes que me sorprenda la muerte. Gran fuerza secreta de la muerte ¡Cómo hace desvanecerse todas las ilusiones del mundo! ¡Cómo hace ver el humo y el engaño de las grandezas terrenas! Miradas desde el lecho de muerte, las cosas más ambicionadas por el mundo pierden todo su encanto. La sombra de la muerte empaña el brillo de todas las bellezas. 
¿Para qué las riquezas, si no ha de quedar de ellas más que un sudario para el cadáver? ¿Para qué la belleza del cuerpo, si ha de reducirse a un puñado de gusanos? ¿Para qué los altos cargos, si han de sepultarse en el olvido de una fosa?

               Exhorta San Juan Crisóstomo: «Vete al sepulcro; mira el polvo y los gusanos; llora y piensa: En eso me he de convertir yo, y no lo pienso, y no me doy a Dios.» ¡Ah! ¿Quién sabe si los pensamientos que ahora leo no son para mí la última llamada?

               Amado Redentor mío, yo acepto la muerte tal cuál os plazca enviármela; pero antes de llamarme a juicio dadme tiempo para llorar las ofensas que os he hecho. Os amo, Jesús mío, y me pesa de haberos menospreciado. 
¡Oh, Dios mío! ¡Cuántos desgraciados pierden su alma por alcanzar una miseria de la tierra, un placer, una vaciedad! ¡Y con el alma lo perdieron todo!

               ¿Creemos que hay que morir, y que hay que morir una sola vez? ¿Sí o no? Pues ¿cómo no lo dejamos todo para obtener una buena muerte? Dejémoslo todo, para ganarlo todo. 
¿Cómo se puede vivir una vida desordenada, sabiendo que en la hora de la muerte nos ha de causar un pesar inmenso? Dios mío, os doy gracias por las luces que me dais. ¿Qué es lo que hacéis, Señor? ¡Yo aumentando los pecados, y Vos aumentando las gracias! ¡Pobre de mí, si no sé por fin aprovecharlas!

               Tiene que desprenderse del mundo el que tiene que salir de él. ¡Oh, qué paz en la vida y en la muerte el de aquellos religiosos que, desasidos de todo, pueden decir alegremente: ¡Dios mío y todas mis cosas!


               Decía Salomón que todos los bienes de esta tierra no son más que vanidad y aflicción de espíritu, puesto que aquel que más favorecido se ve por ellos, más tiene que sufrir. 
San Felipe Neri llamaba locos a los que tienen el corazón apegado a las cosas del mundo. Locos verdaderos, puesto que son infelices hasta en la presente vida.




             ¡Oh Dios mío! ¿Qué me queda de tantas ofensas contra Vos sino dolor y remordimientos, que me torturan y me torturarán más todavía en la hora de la muerte? Perdonadme. Vos me queréis todo vuestro, y yo quiero serlo. Desde ahora mismo me doy todo a Vos. Yo no quiero de Vos más que a Vos mismo.


              No creamos que el vivir desprendidos de todo y no amar más que a Dios haga la vida triste. ¿Quién disfruta en este mundo de mayor alegría que aquel que ama a Jesucristo de todo corazón? Buscadme entre todas las reinas alguna más feliz que la religiosa que se ha dado toda a Dios.


              Si tuvieras que salir ahora de este mundo alma mía, ¿estarías contenta de tu vida? Pues ¿a qué esperas? ¿A que la luz que Dios te da ahora por su misericordia vaya a ser la acusadora de tu ingratitud en el día de las cuentas? Jesús mío, yo me desprendo de todo para darme a Vos; ya que me habéis buscado cuando huía, no me rechacéis ahora que os busco. 
Vos me amasteis cuando yo no os amaba ni me preocupaba de vuestro amor; no me rechacéis ahora, que no deseo más que amaros y ser amado por Vos. Ya veo, Dios mío, que queréis salvarme; pues yo quiero salvarme, para daros gusto. Todo lo dejo por Vos.

             María Madre de Dios, rogad a Jesús por mí.




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