viernes, 10 de abril de 2020

"Y ESCUPIENDO EN ÉL... LE DABAN BOFETADAS"




MEDITACIONES DIARIAS PARA LA SEMANA SANTA

"Mira a menudo y contempla 
la imagen de Jesús Crucificado..."

Por San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia





              Cuán agradable sea a Jesucristo que meditemos frecuentemente Su Pasión y la muerte ignominiosa que padeció por nosotros, bien se echa de ver en la Institución del Santísimo Sacramento del Altar, que dejó en Su Iglesia como monumento para que siempre viviera en nosotros la memoria del Amor que nos tuvo, sacrificándose en la Cruz por nuestra salvación. Sabemos que en la noche anterior a Su muerte instituyó este Sacramento de Amor, y después de haber distribuido Su Cuerpo a los Discípulos, les dijo, y en ellos nos dijo a todos nosotros, que al recibir la Sagrada Comunión nos recordásemos de lo que padeció por nosotros. Por eso la Santa Iglesia ordena al celebrante que en la Misa, después de la Consagración, diga en Nombre de Jesucristo: Siempre que hiciereis esto, hacedlo en memoria de Mí. Y el angélico Santo Tomás escribe «que, para que se conservara entre nosotros la memoria de tan grande beneficio, nos dejó Su Cuerpo para que lo tomáramos en alimento. Y continúa el Santo diciendo que por este Sacramento se conserva la memoria del inmenso amor que Jesucristo nos patentizó en Su Pasión. 

             La Madre de Dios reveló a Santa Brígida que la Corona de Espinas ceñía toda la Sagrada Cabeza de Su Hijo, abarcándole hasta la mitad de la frente, y que las espinas fueron tan violentamente clavadas, que la sangre corría en abundancia por el Rostro de Jesús, que aparecía cubierto de sangre. 

             Dice Orígenes que esta Corona de Espinas no se le quitó de la cabeza al Señor hasta después de expirar en la Cruz. Mas, como la túnica interior no era cosida, sino inconsútil, razón por la que la sortearon los soldados y no se la dividieron, como los otros vestidos externos, como tenían que sacarla por la cabeza, con más probabilidad afirman otros autores que al sacársela le quitaron la Corona, que le volvieron a poner antes de clavarlo en la Cruz. 

              Léese en el Génesis: Maldita será la tierra por tu causa...; espinos y abrojos te germinarán. Dios fulminó esta maldición contra Adán y su descendencia, porque, al decir tierra, no sólo se hablaba de la tierra material, sino también de la carne humana, que, inficionada por el pecado de Adán, sólo produce espinas de pecados. Ahora bien, para contrarrestar esta infección de la carne, dice Tertuliano que era necesario que Jesucristo ofreciese a Dios el sacrificio de este extraordinario tormento de la coronación de espinas.

             Este tormento, en sí tan doloroso, estuvo, además, acompañado de otros tormentos, como bofetadas, salivazos y sarcasmos de los soldados, según atestiguan San Mateo y San Juan: "Y trenzando una corona de espinas, la pusieron sobre su cabeza, y una caña en su mano derecha; y, doblando la rodilla delante de El, le mofaban diciendo: Salud, rey de los judíos, y escupiendo en Él, tomaron la caña y le daban golpes en la cabeza. Y los soldados, trenzando una corona de espinas, se la pusieron sobre la cabeza, y le vistieron un manto de púrpura; y venían a El y le decían: ¡Salud, Rey de los judíos! Y le daban bofetadas..." 

             ¡Oh Jesús mío, y cuántas espinas añadí a vuestra corona con mis malos pensamientos consentidos! ¡Quien pudiera morir por ello de dolor! Perdonadme, por los méritos de aquel dolor que aceptasteis precisamente para perdonarme. ¡Ah, Señor mío, tan humillado y vilipendiado! Cargasteis con tantos dolores y desprecios para moverme a compasión de Vos, a fin de que, al menos, os amase por compasión y no os causase más disgustos. ¡Jesús mío!, dejad ya de padecer, pues que estoy persuadido del amor que me profesáis y os amo con toda mi alma. Pero comprendo que no estáis del todo satisfecho, ni saciado de trabajos, hasta que no muráis en la Cruz de puro dolor. ¡Oh Bondad, oh Caridad infinita, desgraciado del corazón que no os ama! 




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