jueves, 1 de abril de 2021

MEDITACIONES PARA LA SEMANA SANTA. Jueves Santo: HASTA EL FIN LOS AMÓ


                Sabiendo Jesús que era llegada Su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los Suyos, los amó hasta el fin. Sabiendo Nuestro amable Redentor en la última noche de Su Vida que era ya llegado el tiempo de morir por el hombre, por el que tanto había suspirado, no pudo Su amoroso Corazón consentir en dejarnos solos en este valle de lágrimas. Para no separarse, pues, de nosotros ni aún por la muerte, quiso quedarse y dársenos a Sí Mismo en alimento en el Sacramento del Altar, haciéndonos entender con esto, que después de este Don Infinito nada más tenía ya que darnos para probarnos Su Amor. 




                Hasta el fin los amó. Es como si hubiera querido decir, los amó con un Amor sin fin y sin medida. Jesús en este Sacramento hizo el último esfuerzo de Amor para con los hombres, como dice el Abad Guerrico. Pero todavía fue mejor explicado esto por el Santo Concilio de Trento, el que hablando del Sacramento del Altar, dice que Nuestro Salvador derramó en él, por decirlo así, todas las Riquezas de Su Amor para con nosotros. 

               Tenía, pues, razón el angélico Santo Tomás en llamar a este Sacramento, Sacramento del Amor, y Prenda del Amor más admirable que un Dios pudo dar a los hombres. San Bernardo lo llama Amor de los Amores; y Santa María Magdalena de Pazzi decía que el alma después de la Comunión podía decir: Todo está consumado; esto es, dándoseme Dios a Sí Mismo en esta Comunión, nada más tiene que darme. Preguntando un día esta Santa a una de sus novicias en qué había pensado después de la Comunión, ella le respondió: En el Amor de mi Jesús. Sí, replicó la Santa, cuando se piensa en este Amor, en ninguna otra cosa se puede pensar; sino que es una necesidad el detenerse en él.

                El que come Mi Carne y bebe Mi Sangre permanece en Mí y Yo en Él. San Dionisio Areopagita dice que el amor propende siempre a la unión con el objeto amado, y por cuanto el alimento viene a hacerse una misma cosa con el que le come, por eso quiso el Salvador hacerse nuestro alimento, a fin de que recibiéndole en la Santa Comunión vengamos a ser una misma cosa con Él. 

                Tomad y comed, dice Jesús, este es Mi Cuerpo; como si hubiera querido decir, observa San Juan Crisóstomo: ¡Oh hombres! alimentaos de Mí, para que de vosotros y de Mí se haga una misma cosa. Así como de dos pedazos de cera fundidos, dice San Cirilo de Alejandría, se hace uno solo, así el alma que comulga se une de tal suerte con Jesús, que Jesús está en ella, y ella en Jesús. ¡Oh mi tierno Salvador! exclama aquí San Lorenzo Justiniano, ¿cómo habéis podido llegar a amarnos hasta querer unirnos de tal modo a Vos, que de vuestro Corazón y del nuestro se haga un solo corazón?.

               Ved además el deseo inmenso que tuvo el Salvador toda Su Vida de ver llegar esta Noche, en la que había resuelto dejarnos una Prenda tan preciosa de Su Amor; pues que en el momento de instituir este Augusto Sacramento, dice: He deseado con ardiente deseo comer esta Pascua con vosotros, palabras con las que manifiesta el vivísimo deseo y el ansia que tenía de unirse a nosotros en la Comunión, comprimido Su Corazón por el amor que nos tenía. Esta palabra, dice San Lorenzo Justiniano, es la expresión de la más encendida Caridad. Pues este mismo deseo conserva todavía Jesús a todas las almas que le aman. Las abejas, dijo un día a Santa Matilde, no se arrojan con tanta vehemencia a las flores para extraer de ellas la miel, como Yo desciendo impelido de Mi Amor al alma que Me desea. 

               ¡Oh Amor de mi corazón!, ¡oh Sacramento Santísimo!, ¡que yo me acuerde siempre de Vos, a fin de olvidar todo lo demás, y de amaros a Vos solo siempre y sin reserva!.

               ¡Ah Jesús mío!: Vos habéis llamado tantas veces a la puerta de mi corazón que al fin habéis entrado en él , así lo espero; pero puesto que en él habéis entrado, arrojad de él, os ruego, todas las afecciones que no se enderecen a Vos: apoderaos de tal suerte de mí, que pueda yo también, como el Profeta, decir en adelante con verdad: ¡Dios mío !, ¿qué otra cosa deseo yo sino a Vos, ni en el Cielo ni en la tierra?. Vos solo sois y seréis siempre el único Dueño de mi corazón y de mi voluntad, y solo Vos debéis ser toda mi herencia, toda mi riqueza en esta vida y en la otra.


San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia



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