El Padre Rodrigo Pérez, era un Sacerdote tan pío como docto: Catedrático de Teología y Mística en el Seminario de El Escorial, pertenecía desde muy joven a la Orden de Los Sagrados Corazones de Jesús y de María. Por su erudición impartía clases en el Colegio que esta Orden tiene en Torrelavega (Cantabria).
El Padre Rodrigo Pérez subió por primera vez a Garabandal a finales de 1961, acompañado de María Josefa Villa y de su marido Félix Gallego; de alguna manera, el buen Sacerdote quería hacer ver al matrimonio amigo que todo aquello de las Apariciones no era cierto; no solamente no creía en las manifestaciones de Garabandal sino que incluso, tomaba a broma las cosas que le contaban los que allí habían presenciado los éxtasis de las niñas.
Ese día -narra María Josefa Villa- el Padre Rodrigo no llevaba el hábito blanco característico de la Orden, sino que vestía una sotana negra sin ningún distintivo que le identificara como Padre de los Sagrados Corazones.
Al llegar al pueblo nos dirigimos a casa de Loli y preguntamos a su padre si la niña había comentado que ese día tendría algún éxtasis; nos contestó que Loli había dicho que ella sí, pero que de las otras niñas no sabía.
Como he dicho anteriormente, este Padre, que iba al pueblo por primera vez, más bien lo hacía en plan jocoso que pensando en ver algo importante, pero, a pesar de ello, aprovechó para hacerle a Loli ciertas preguntas.
En esos momentos entró donde nos encontrábamos un forastero que andaba de un lado a otro del pueblo, esperando ver a las niñas en trance y nos dijo que Conchita estaba en éxtasis y que había ido a comprobar si también lo estaba Loli.
Comentando el éxtasis de Conchita, este señor dijo que la había escuchado como decía: -¿Qué ha llegado al pueblo un Sacerdote, que no es un Cura? ¡Ah!, que es un Padre de una Orden que siempre visten de blanco...
El Padre Rodrigo, al darse cuenta que los datos pertenecían a él, palideció de la impresión y pidió al desconocido que le llevara donde estaba Conchita, y salió hacia allí.
Al terminar el éxtasis, el Padre Rodrigo habló con Conchita y ésta le dio toda clase de explicaciones sobre lo que la Virgen le había dicho con respecto a él, y después de esto nos confesó que estaba muy impresionado por todo lo que había ocurrido.
Hizo el viaje de regreso al convento, de unos 90 kilómetros de recorrido, en total silencio, meditando sobre los hechos que allí habían ocurrido. Qué distinto fue del viaje de ida, en el que abundaron las ironías y bromas sobre las Apariciones de Garabandal.
En este extracto de una carta del Padre Rodrigo Pérez, del 1 de Junio de 1962, se ve que ya creía profundamente en las Apariciones.
... daba la impresión de que Loli veía sin verle, había puesto yo las manos encima de sus ojos y conocía lo que hacía y cómo lo hacía.
Ya antes, cuando comenzó en éxtasis, intenté quitarla el Crucifijo que tenía entre las manos, y me fue imposible. Me daba la impresión de que estuviera pegado a su manos.
Se reunió después con Conchita, también en éxtasis, a la puerta de la Iglesia, y se dedicaron a ir por el pueblo en sus marchas extáticas, por aquellas calles verdaderamente imposibles, durante hora y media. Yo no pude seguirlas y me retiré; ya tenía bastante, por el momento.
Les puedo asegurar que quedé muy bien impresionado. Y lo que más me llegó al alma fue la sencillez con que sucedió todo aquello. Parecía un juego de niños y al mismo tiempo una cosa muy seria. Quiero volver porque gocé viendo el rostro de las niñas transfigurado, angelical.
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