miércoles, 7 de abril de 2021

"SI LE PEDÍS PERDÓN CON VUESTRAS ALMAS SINCERAS..."


               "...Si le pedís perdón con vuestras almas sinceras Él os perdonará. Yo, vuestra Madre, por intercesión del Arcángel San Miguel, os quiero decir que os enmendéis. Ya estáis en los últimos avisos. Os quiero mucho y no quiero vuestra condenación. Pedidnos sinceramente, y Nosotros os lo daremos. Debéis sacrificaros más. Pensad en la Pasión de Jesús." 

Del Segundo Mensaje de Nuestra Señora 
en Garabandal, 18 de Junio de 1965


                 La Virgen Santa, como Madre Buena, quiso darnos una nueva muestra de Su Amor y de la preocupación que siente por el bien de nuestras almas cuando se manifestó una vez más, a través de unas sencillas niñas de pueblo; ocurrió en 1961, en la aldea española de San Sebastián de Garabandal, al norte de la Península Ibérica, por tierras que otrora no sucumbieron a la invasión mahometana y desde las que comenzara después la centenaria lucha de Reconquista. Nuestra Santa Madre, de la manera más sencilla, enseñó a las jóvenes Videntes el genuino estilo de Vida Cristiana, donde Ella misma, sería el espejo donde mirarse para aprender de Sus Virtudes. Nada nuevo pues enseñó la Madre de Dios en Garabandal, tan solo la Verdad del Evangelio, sintetizada en dos Mensajes, breves, pero que encierran una enseñanza perenne, la misma Doctrina Cristiana. 

                Y actuó así la Reina de las almas, porque es la nuestra una época en la que el pecado parece no existir más en la mente de nadie; vivimos días impíos en donde muchos actúan públicamente lejos de la Ley de Dios y hasta se atreven a "predicar" su ruina moral como estilo de vida y bandera; no faltan los creyentes mediocres y cobardes, aquellos mismos que justifican el pecado, que se excusan a la hora corregir y enseñar al hermano que va por mal camino alegando que "¿quién soy yo para juzgar a los demás?"... cuando en realidad no es necesario juzgar cuando la evidencia del mal es palpable, pero sí es obligación Cristiana, corregir al que se equivoca y enseñar al que no sabe, Obras de Misericordia Espirituales que siempre predicó nuestra Santa Religión.

               Como Católicos, nos resulta más que necesario recordar la Doctrina Cristiana de siempre, que nos enseña que para alcanzar la Misericordia de Dios es indispensable el arrepentimiento sincero, la enmienda en el obrar, y tener profundo desafecto al pecado, esto es: no tener intención de cometerlo y detestarlo, por cuanto nos aparta de la Gracia de Dios y ofende a Su Honor Infinito. 

               Las consecuencias del pecado son tan abundantes como las semillas de una fruta tropical: depresión, baja estima, sentimiento de culpabilidad, frustración, pérdida de la Fe... todo ello forma parte de la frágil condición humana, cierto, pero has de entender que el Señor jamás nos prueba por encima de nuestras fuerzas y que nuestras limitaciones y miserias, aceptadas por nosotros y ofrecidas al Cielo, resultan ser como el abono del jardín de nuestra alma.

               Sin embargo, muchos ignoran que el pecado personal también tiene consecuencias sobre el resto de la humanidad: por su enorme gravedad, ciertos pecados, por lo abyecto de su naturaleza y por su mezquindad, atraen la Ira de Dios sobre todos; la misma Doctrina Cristiana que nos guía los enumeró en cuatro: el asesinato (especialmente el de los neonatos en el vientre materno), el pecado contranatura (homosexualidad), oprimir a los pobres (negándoles ayuda que podríamos darle) y defraudar en el jornal al trabajador.

               En el Segundo Mensaje que Nuestra Señora revelara en la aldea de San Sebastián de Garabandal, recordó la necesidad de pedir perdón a Dios "con vuestras almas sinceras", o sea, de corazón y con la firme resolución de no pecar más; en el mismo Mensaje pide la Virgen "que os enmendéis", que bien se puede comparar con el "ve y no peques más" (1) con el que Nuestro Señor perdonó a la adúltera y que la Santa Iglesia, aún repite cada vez que con Su Autoridad, un Sacerdote absuelve al penitente tras la confesión.

               Enmendarse y no pecar más: toda una Catequesis magistral pronunciada de los labios de María Purísima, que la Reina del Universo condensa la Enseñanza Cristiana en pocas frases; enmendarse ha de entenderse como reparar, hacer por compensar el mal que hayamos ocasionado, satisfacer por él (de lo contrario, esas "heridas" del alma, se purifican en el Purgatorio, pese haber confesado el pecado). 



               Por otra parte, no pecar más, que es claro de entender y más fácil de practicar si evitamos la ocasión de pecado: si nos apartamos de aquellas personas que nos inducen a pecar, si esquivamos los lugares o situaciones que sabemos nos harán caer... tarea que a muchas almas supera, pues en su debilidad prefieren quedar bien con los demás antes que estar a bien con Dios.  A estas personas tibias advirtió Cristo "si tu ojo te hace pecar, sácatelo y tíralo. Es preferible entrar en la Vida Eterna con un solo ojo que tener los dos ojos y ser arrojado al fuego del Infierno." (2)

               Solo los que así actúen, enmendándose y tratando de no pecar más, serán los dignos merecedores de la Misericordia de Dios, a la vez que con su vida de Piedad, sostendrán el brazo de la Ira de Dios; si bien es cierto que el Señor, hasta el último aliento de nuestra vida terrena nos concede la gracia de volver los ojos a Él y pedirle perdón, te aconsejo que no esperes, que no apures ese momento, que más tarde o más temprano te llegará, -nos llegará a todos- porque no sabes cuándo, cómo ni de qué manera tendrás que presentarte ante el Divino Juez. 

              No temas, confía en Nuestra Señora; Ella te ama tan profundamente que fíjate que el rescate de tu alma le costó el precio de la Sangre Preciosa de Su Hijo y que Su Corazón Inmaculado fuera traspasado de Dolor; María, que dijo en Garabandal que nos quería mucho y que no deseaba nuestra condenación, te conducirá a la Misericordia de Dios por su verdadero camino: el de la enmienda y el de la lucha contra el pecado.


NOTAS

1   Evangelio de San Juan, cap. 8, vers. 11
Evangelio de San Mateo, cap. 18, vers. 9




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