martes, 26 de mayo de 2020

EL SANTO ROSARIO ES LA ORACIÓN DE LOS FUERTES Y LA SÚPLICA DE LOS BATALLADORES


               "No hay duda alguna de que el Rosario ocupa un papel muy privilegiado en la historia de la Piedad Católica. En primer lugar, porque une el fiel a Nuestra Señora y atrae toda clase de gracias celestiales. En segundo lugar, porque ahuyenta al demonio. Satanás tiene odio y terror al Rosario. Si alguien está siendo blanco de una tentación, tome fervorosamente el Rosario en las manos y se verá fortalecido contra la embestida del enemigo de nuestras almas.

               Excelente medio de venerar a la Madre de Dios, el Rosario es la causa de un torrente incalculable de bendiciones derramadas sobre la Cristiandad. Por eso los Papas - así como otras Autoridades Eclesiásticas - no se cansan de elogiarlo, enriqueciéndolo con muchas indulgencias. Por si no fuese suficiente, la Santísima Virgen, queriendo Ella misma incentivar esa Devoción, más de una vez se apareció llevando el piadoso instrumento en sus manos virginales.




               Medio tan excelente, en cuanto constituye una meditación de las Vidas de Nuestro Señor Jesucristo y de Nuestra Señora. Cada decena corresponde a un hecho.

               El Santo Rosario es la oración de los fuertes y la súplica de los batalladores, porque es un conjunto de oraciones de una eficacia tal que hace avanzar el bien y retroceder el mal.

               Véase, por ejemplo, el episodio de la conversión de los albigenses. La herejía promovida por éstos - cuyo nombre deriva de la ciudad de Albi, en Francia - se difundió más o menos por toda Europa.

               Durante tres días, solo, Santo Domingo no hizo sino rezar y ayunar, suplicándole a Nuestra Señora que Ella venciese la dureza de alma de los albigenses y los incitase a la conversión. Finalmente, sin alcanzar ninguna respuesta del Cielo, cae desfallecido, elevando a la Santísima Virgen una última oración: "Madre mía, no tengo más fuerzas, pero continúo confiando en Ti. Tú sabrás qué hacer de mis pobres oraciones". Y continuaba rezando, mientras sus labios pudiesen articular alguna palabra.

               En ese momento de extrema angustia, Nuestra Señora se le aparece y le revela, de una vez, la grandeza y la magnificencia del Rosario. Enseguida anima a Santo Domingo a la lucha contra la herejía. Provisto de la poderosa arma que le confió la Madre de Dios, el Santo corre a la Catedral y comienza a predicar. El Cielo lo prestigia: primero, las campanas comienzan a tocar por las manos de un Ángel; después, rayos y truenos hicieron estremecer al pueblo allí presente.

              ¡Cómo el temor prepara para el amor! Son dos escaleras que, juntas, conducen al hombre a la unión con Dios. Una, de noble granito, el temor. Otra, de oro, el amor.

               Deseando la Providencia preparar a aquellas almas endurecidas para amar a Dios en la palabra inflamada de Santo Domingo, les infundió antes el terror de la Ira Divina. Después, a medida que Santo Domingo hablaba, sucedió lo mismo que cuando Nuestro Señor ordenó que la tempestad amainase. La borrasca cesó y los oyentes comprendieron que la palabra de aquél hombre era poderosa delante de Dios. La Providencia le había conferido el duplo poder de desencadenar y de suspender los castigos, así como también le había dado la fuerza de tomar las almas arrepentidas, trémulas y avergonzadas, y llevarlas al perdón, a la contrición y al amor de Dios. ¿Qué predicó Santo Domingo? Predicó el Rosario.

               Según la Historia de la Iglesia, a partir del momento en que el Rosario se comenzó a difundir, la herejía albigense fue perdiendo terreno, porque había sufrido un golpe irremediable en lo que tenía de más vital.

              El Rosario representa, así, una magnífica arma de guerra. De esa forma de guerra muy importante en la cual el católico lucha por los intereses de la Verdadera Iglesia de Dios y la Causa de Nuestra Señora, combate al demonio y a los enemigos de su propia salvación.

             La práctica del Rosario, por lo tanto, debe ser una característica del católico de todos los tiempos, sobre todo de los que viven en este paganizado siglo XX, en el cual todo conspira contra la virtud y la Fe. Tan eficaz en los días de Santo Domingo, victorioso contra los albigenses, el Rosario lo será aún más contra la impiedad de este fin de milenio. Pues no hay ninguna razón para pensar que perderá su fuerza en una época en que se hace más necesaria. 


Plinio Corrêa de Oliveira



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