sábado, 30 de mayo de 2020

"Las Glorias de María"; Su amor hace hermosas nuestras almas a los ojos de Dios


                Nuestra Madre amorosísima estuvo siempre y del todo unida a la Voluntad de Dios, por lo que -dice San Buenaventura- viendo Ella el Amor del Eterno Padre hacia los hombres que aceptó la Muerte de Su Hijo por nuestra salvación, y el Amor del Hijo al querer morir por nosotros, para identificarse con este Amor excesivo del Padre y del Hijo hacia los hombres, Ella también, con todo Su Corazón, ofreció y consintió que Su Hijo muriera para que todos nos salváramos.

              Es verdad que Jesús, al morir por la Redención del Género Humano, quiso ser solo. "Yo solo pisé el lagar" (Profeta Isaías, cap. 63, vers. 3); pero conociendo el gran deseo de María de dedicarse Ella también a la salvación de los hombres, dispuso que también Ella, con el Sacrificio y con el ofrecimiento de la Vida de Jesús, cooperase a nuestra salvación y así llegara a ser la Madre de nuestras almas. 




              Esto es aquello que quiso manifestar Nuestro Salvador cuando, antes de expirar, mirando desde la Cruz a la Madre y al Discípulo Juan que estaba a su lado, dijo a María: "Mujer, he ahí a tu hijo" (Evangelio de San Juan, cap. 19, vers. 26); como si le dijese: Este es el hombre que por el ofrecimiento que Tú has hecho de Mi Vida por su salvación, ahora nace a la gracia. Y después, mirando al Discípulo dijo: "He ahí a tu Madre" (Evangelio de San Juan, cap. 19, vers. 27). Con cuyas palabras, dice San Bernardino de Siena, María quedó convertida no sólo en madre de Juan, sino de todos los hombres, en razón del amor que Ella les tuvo. 

              Por eso - advierte Silveira- que el mismo San Juan, al anotar este acontecimiento en el Evangelio, escribe: "Después dijo al Discípulo: He aquí a tu Madre". Hay que anotar que Jesucristo no le dijo esto a Juan, sino al Discípulo, para demostrar que el Salvador asignó a María por Madre de todos los que siendo cristianos llevan el nombre de Discípulos suyos. "Yo soy la Madre del amor hermoso" (Libro del Eclesiástico, cap. 24, vers. 24), dice María; porque su Amor, dice un autor, hace hermosas nuestras almas a los ojos de Dios y consigue como madre amorosa recibirnos por hijos. ¿Y qué madre ama a sus hijos y procura su bien como Tú, dulcísima Reina nuestra, que nos amas y nos haces progresar en todo? Más -sin comparación, dice San Buenaventura- que la madre que nos dio a luz, nos amas y procuras nuestro bien. ¡Dichosos los que viven bajo la protección de una Madre tan amante y poderosa! 

              El Profeta David, aun cuando no había nacido María, ya buscaba la salvación de Dios proclamándose hijo de María, y rezaba así: "Salva al hijo de tu esclava" (Salmo 85, vers. 16). ¿De qué esclava -exclama San Agustín- sino de la que dijo: He aquí la Esclava del Señor? ¿Y quién tendrá jamás la osadía -dice el Cardenal Belarmino- de arrancar estos hijos del Seno de María cuando en él se han refugiado para salvarse de sus enemigos? ¿Qué furias del infierno o qué pasión podran vencerles si confían en absoluto en la protección de esta sublime madre? Cuentan de la ballena que cuando ve a sus hijos en peligro, o por la tempestad o por los pescadores, abre la boca y los guarda en su seno. Esto mismo, dice Novario, hace la piadosísima madre con sus hijos. Cuando brama la tempestad de las tentaciones, con materno amor como que los recibe y abriga en sus propias entrañas, hasta que los lleva al puerto seguro del cielo. Madre mía amantísima y piadosísima, bendita seas por siempre y sea por siempre bendito el Dios que nos ha dado semejante madre como seguro refugio en todos los peligros de la vida. 

              La Virgen reveló a Santa Brígida que así como una madre si viera a su hijo entre las espadas de los enemigos haría lo imposible por salvarlo, así obro yo con mis hijos, por muy pecadores que sean, siempre que a mí recurran para que los socorra. Así es como venceremos en todas las batallas contra el infierno, y venceremos siempre con toda seguridad recurriendo a la Madre de Dios y Madre nuestra, diciéndole y suplicándole siempre: "Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios". ¡Cuántas victorias han conseguido sobre el infierno los fieles sólo con acudir a María con esta potentísima oración! 

               La Sierva de Dios Sor María del Crucificado, benedictina, así vencía siempre al demonio. Estad siempre contentos los que os sentís Hijos de María; sabed que ella acepta por hijos suyos a los que quieren ser. ¡Alegraos! ¿Cómo podéis temer perderos si esta madre os protege y defiende? Así, dice San Buenaventura, debe animarse y decir el que ama a esta buena madre y confía en su protección: ¿Qué temes, alma mía? Nada; que la causa de tu eterna salvación no se perderá estando la sentencia en manos de Jesús, que es tu hermano, y de María, que es tu madre. Con este mismo modo de pensar se anima San Anselmo y exclama: "¡Oh dichosa confianza, oh refugio mío, Madre de Dios y Madre mía! ¡Con cuánta certidumbre debemos esperar cuando nuestra salvación depende del amor de tan buen Hermano y de tan buena Madre!" 

               Esta es nuestra Madre que nos llama y nos dice: "Si alguno se siente como niño pequeño, que venga a mí" (Libro de los Proverbios, cap. 9, vers. 4). Los niños tienen siempre en los labios el nombre de la madre, y en cuanto algo les asusta, enseguida gritan: ¡Madre, madre! - Oh María dulcísima y madre amorosísima, esto es lo que quieres, que nosotros, como niños, te llamemos siempre a Ti en todos los peligros y que recurramos siempre a Ti que nos quieres ayudar y salvar, como has salvado a todos Tus hijos que han acudido a Ti.




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.