sábado, 2 de mayo de 2020

"Las Glorias de María"; No hay pecador, por enormes que sean sus pecados, que se pierda si María lo protege


               San Alberto Magno presenta a la reina Esther como figura de la Reina María. Se lee en el libro de Esther, capítulo 4, que reinando Asuero salió un decreto que ordenaba matar a todos los judíos. Entonces, Mardoqueo, que era uno de los condenados, confió su salvación a Esther, pidiéndole que intercediera con el rey para obtener la revocación de su sentencia. 

               Al principio, Esther rehusó cumplir ese encargo temiendo el gravísimo enojo de Asuero. Pero Mardoqueo la reconvino y le mandó decir que no pensara en salvarse ella sola, pues el Señor la había colocado en el trono para lograr la salvación de todos los judíos: "No te imagines que por estar en la casa del rey te vas a librar tú sola entre todos los judíos" (Est 4,13). Así dijo Mardoqueo a la reina Esther, y así podemos decir ahora nosotros, pobres pecadores, a nuestra reina María, si por un imposible rehusara impetrarnos de Dios la liberación del castigo que justamente merecemos: No pienses, Señora, que Dios te ha exaltado como reina del mundo sólo para pensar en tu bien, sino para que desde la cumbre de tu grandeza puedas compadecerte más de nosotros miserables y socorrernos mejor.




               Asuero, cuando vio a Esther en su presencia, le preguntó con cariño: "¿Qué deseas pedir, reina Esther?, pues te será concedido. Aunque fuera la mitad de mi reino, se cumplirá" (Libro de Ester, cap. 7, vers. 2). A lo que la reina respondió: "Si he hallado gracia a tus ojos, ¡oh rey!, y si al rey le place, concédeme la vida -este es mi deseo- y la de mi pueblo -ésta es mi petición" (Libro de Ester, cap. 7, vers. 3). Y Asuero la atendió al instante ordenando que se revocase la sentencia. 

              Ahora bien, si Asuero otorgó a Esther, porque la amaba, la salvación de los judíos, ¿cómo Dios podrá dejar de escuchar a María, amándola inmensamente, cuando Ella le ruega por los pobres pecadores? Ella le dice: "Si he encontrado gracia ante Tus ojos, rey mío..." Pero bien sabe la Madre de Dios que Ella es la Bendita, la Bienaventurada, la Única que entre todos los hombres ha encontrado la Gracia que ellos habían perdido. Bien sabe que Ella es la Amada de Su Señor, querida más que todos los Santos y Ángeles juntos. 

               Ella es la que le dice: "Dame Mi pueblo por el que te ruego". Si tanto me amas, le dice, otórgame, Señor, la conversión de estos pecadores por los que te suplico. ¿Será posible que Dios no la oiga? ¿Quién desconoce la fuerza que le hacen a Dios las plegarias de María? "La ley de la clemencia gobierna su lengua" (Libro de los Proverbios, cap. 31, vers. 26). Es ley establecida por el Señor que se use de Misericordia con aquellos por los que ruega María. 

              Pregunta San Bernardo: ¿Por qué la Iglesia llama a María Reina de Misericordia? Y responde: "Porque Ella abre los caminos insondables de la Misericordia de Dios a quien quiere, cuando quiere y como quiere, porque no hay pecador, por enormes que sean sus pecados, que se pierda si María lo protege". Pero ¿podremos temer que María se desdeñe de interceder por algún pecador al verlo demasiado cargado de pecados? ¿0 nos asustará, tal vez, la Majestad y Santidad de esta gran Reina? No, dice San Gregorio, "cuanto más elevada y santa es Ella, tanto más es dulce y piadosa con los pecadores que quieren enmendarse y a Ella acuden". 

               Los reyes y reinas, con la majestad que ostentan, infunden terror y hacen que sus vasallos teman aparecer en su presencia. Pero dice San Bernardo: ¿Qué temor pueden tener los miserables de acercarse a esta Reina de Misericordia si Ella no tiene nada que aterrorice ni nada de severo para quien va en su busca, sino que se manifiesta toda dulzura y cortesía?, ¿Por qué ha de temer la humana fragilidad acercarse a María? En ella no hay nada de austero ni terrible. Es todo suavidad ofreciendo a todos leche y lana". 

               María no sólo otorga dones, sino que Ella misma nos ofrece a todos la leche de la Misericordia para animarnos a tener suma confianza y la lana de Su Protección para resguardarnos de los rayos de la Divina Justicia. 




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