No determinan los autores el tiempo que duró la vida del Patriarca San José en este mundo; lo que sí sabemos es que la pasó en medio de los cuidados y desvelos que reclamaba su calidad de Custodio, sustentador y amparo de la Sagrada Familia en las estrecheces de la existencia artesana, un anticipo de las delicias celestiales de la Vida Eterna. Como en concreto nada se sabe de las circunstancias de lugar y tiempo ni edad en que acaeció la muerte de San José, examinaremos brevemente las opiniones más o menos fundadas que se han emitido en este punto.
Suponen unos que murió poco tiempo después del hallazgo de Jesús en el Templo de Jerusalén; pero esto, además de repugnar a los benéficos planes de la Providencia acerca de los desposorios del Santo, como muy acertadamente advierten varios Padres de la Iglesia, se opone también a la interpretación natural y obvia de aquel dogma que nos dice que Jesús, después de hallado por sus padres en el Templo, volvió a Nazaret, y allí en todo les estaba sujeto y obedecía. Lo cual nos indica claramente que el Santo Patriarca vivió algún tiempo más de lo que suponen estos autores.
La opinión más en consonancia con la Sagrada Escritura es la que siguen el Padre Suárez, San Pedro Canisio y otros respetables, apoyados en San Jerónimo, San Bernardino y San Buenaventura, que dicen haber muerto San José cuando Cristo tenía veintinueve años, teniendo el Santo Patriarca sobre sesenta años de edad.
Tenemos por cierto que el Glorioso Patriarca San José expiró de amor en los brazos de Jesús y de María; según enseñan algunos autores, Jesús se dignó preparar su cuerpo sagrado y virginal ungiéndolo con esencias y aromas para el sepulcro, y que luego le puso las manos sobre el pecho, y que, por último, le bendijo para que no fuera presa de la corrupción. No hay que dudar que el Salvador haría con José todo lo que los mejores hijos solían hacer con el cadáver de su padre; y en tanto que se disponían los funerales que la piedad y costumbres, habían introducido en aquel pueblo de Dios, Jesús y María, vestidos con las insignias de luto y tristeza, recibían los pésames por la muerte de prenda tan amada y trataban llorosos de su enterramiento.
Porque si Cristo lloró viendo llorar a la Magdalena y al ver a Lázaro muerto, ¿no será cosa piadosa creer que lloraría también la muerte de San José, acompañando con Sus lágrimas las que por tal pérdida derramaría la Virgen en Su viudez? ¡Qué Gloria la de nuestro Patriarca! ¿Qué monarca, ni poderoso de la tierra, ni acaudalado del mundo, tuvieron jamás la honra de gozar tales padrinos a la cabecera que les ayudasen a bien morir, ni que fueran por su dichoso fin los enlutados lo que formaban toda la Gloria del Cielo?
Dice Isidoro de Isla que el cortejo fúnebre que en seguimiento de Jesús y de María, los cuales presidían el duelo, acompañó el cadáver de San José, fue numeroso. Pusieron el sagrado cuerpo en el sepulcro de sus mayores; pero antes Jesús, derramando dulces y afectuosas lágrimas, levantaría Sus ojos al Cielo, y, rogando el Eterno Padre por la glorificación del que fue para con Él su sustituto en la tierra, volvería a bendecirle, dándole el último adiós. También se despediría, conformada y llorosa, su amantísima consorte, cubriendo al punto Su rostro con velo de dolor.
Los amigos de San José acomodarían con gran reverencia los restos mortales del Santo, arrojarían sobre el sagrado cadáver flores y aromáticos ungüentos, y, por último, cerrarían la puerta del monumento, para volverse a la ciudad con la fúnebre comitiva.
Según escribe San Jerónimo el Santo Patriarca fue enterrado en el valle donde estaban el sepulcro de Josafat y el Huerto de Getsemaní, entre los montes Sión y Olivete, en el mismo lugar en que descansaban las cenizas de sus ascendientes y donde más tarde fue depositado el cuerpo de su Santísima Esposa.
"Vida de San José"
por el Padre Francisco de Paula García, SI
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