viernes, 15 de mayo de 2020

SAN ISIDRO LABRADOR, Patrón de la Antigua, Noble y Coronada Villa de Madrid


              Isidro Merlo Quintana nació en Madrid, el el arrabal de San Andrés, en el año 1082, cuando esta región pertenecía a la Taifa de Toledo (bajo dominio musulmán). Sus padres, Pedro e Inés eran unos campesinos sumamente pobres que ni siquiera pudieron enviar a su hijo a la escuela, pero en casa le enseñaron el Santo Temor de Dios, la Caridad hacia el prójimo y un enorme aprecio por la oración y por la Santa Misa y la Comunión.


              Huérfano y solo en el mundo, cuando llegó a la edad de diez años Isidro se empleó como peón de campo, trabajando en la agricultura para Don Juan de Vargas, dueño de una finca cerca de Madrid. Allí pasó muchos años  labrando las tierras, cultivando y cosechando.







             Isidro se levantaba muy de madrugada y nunca empezaba su día de trabajo sin haber asistido antes a la Santa Misa. Varios de sus compañeros muy envidiosos lo acusaron ante el patrón por abandono del trabajo. El señor Vargas se fue a observar el campo y notó que sí era cierto que Isidro llegaba una hora más tarde que los otros (en aquel tiempo se trabajaba de seis de la mañana a seis de la tarde) pero que mientras Isidro oía Misa, un personaje invisible (quizá un ángel) le guardaba sus bueyes y estos araban juiciosamente como si el propio campesino los estuviera dirigiendo.

              Los mahometanos se apoderaron de Madrid y de sus alrededores y los buenos católicos tuvieron que salir huyendo. Isidro fue uno de los inmigrantes y sufrió por un buen tiempo lo que es irse a vivir donde nadie lo conoce a uno y donde es muy difícil conseguir empleo y confianza de las gentes. Pero sabía aquello que Dios ha prometido varias veces en la Biblia: "Yo nunca te abandonaré", y confió en Dios y fue ayudado por Él.


               Por esa época , huyendo de los ataques musulmanes, llega al pueblo madrileño de Torrelaguna, donde conoce a su futura esposa, María Toribia, natural de Uceda (Guadalajara). Con el tiempo, ella también sería canonizada y conocida popularmente como Santa María de la Cabeza. Tendrían un solo hijo, que al igual que sus padres, sería un perfecto Cristiano, también canonizado como San Illán.


              Lo que ganaba como jornalero, Isidro lo dividía en tres partes: una para el templo, otra para los pobres y otra para su familia (él, su esposa y su hijito). Y hasta para las avecillas tenía sus apartados. En pleno invierno cuando el suelo se cubría de nieve, Isidro esparcía granos de trigo por el camino para que las avecillas tuvieran con que alimentarse. Un día lo invitaron a un gran almuerzo. El se llevó a varios mendigos a que almorzaran también. El invitador le dijo disgustado que solamente le podía dar almuerzo a él y no para los otros. Isidro repartió su almuerzo entre los mendigos y alcanzó para todos y sobró.


              Los Domingos los distribuía así: un buen rato en el templo rezando, asistiendo a Misa y escuchando la Palabra de Dios. Otro buen rato visitando pobres y enfermos y por la tarde saliendo a pasear por los campos con su esposa y su hijito. Pero un día mientras ellos corrían por el campo, dejaron al niñito junto a un profundo pozo de sacar agua y en un movimiento brusco del chiquitín, la canasta donde estaba dio vuelta y cayó dentro del hoyo. Alcanzaron a ver esto los dos esposos y corrieron junto al pozo, pero este era muy profundo y no había cómo rescatar al hijo. Entonces se arrodillaron a rezar con toda fe y las aguas de aquel aljibe fueron subiendo y apareció la canasta con el niño y a este no le había sucedido ningún mal. No se cansaron nunca de dar gracias a Dios por tan admirable prodigio.


              Volvió después a Madrid y se alquiló como obrero en una finca, pero los otros peones, llenos de envidia lo acusaron ante el dueño de que trabajaba menos que los demás por dedicarse a rezar y a ir al templo. El dueño le puso entonces como tarea a cada obrero cultivar una parcela de tierra. Y la de Isidro produjo el doble que las de los demás, porque Nuestro Señor le recompensaba su piedad y su generosidad.


              En el año 1130 sintiendo que se iba a morir hizo humilde confesión de sus pecados y recomendando a sus familiares y amigos que tuvieran mucho amor a Dios y mucha caridad con el prójimo, murió santamente. 


             El Canónigo Juan Gil de Zamora nos relata que la primera exhumación del cuerpo de San Isidro fue en 1212: fue hallado incorrupto y con la mortaja casi intacta. En Julio de ese mismo año, el Ejército Cristiano venció en la conocida Batalla de las Navas de Tolosa, donde se admite que San Isidro, vestido como pastor, ayudó al Monarca Alfonso VIII para que dirigiese las tropas por los caminos oportunos a fin de encerrar al enemigo. Como ex-voto por tal prodigio, el Rey regaló un arca para contener el cuerpo del "Pastor de las Navas".


              Todos los Monarcas de Castilla, desde Alfonso X "el Sabio" hasta los mismos Reyes Católicos, se postraron en más de una ocasión ante las reliquias de San Isidro, pidiendo su intercesión ante problemas cruciales de la nación.


              Llegado el año 1619, el humilde campesino Isidro sería Beatificado; en Madrid se organizaron diferentes celebraciones por tal motivo, pero se vieron amenazadas por la mala salud del Rey Felipe III; el Monarca pidió entonces que le llevasen las reliquias del nuevo Beato y tan pronto como los restos salieron del templo, al Rey se le fue la fiebre y al llegar junto a él los restos de Isidro, los veneró y al momento quedó curado. A causa de esto el Rey intercedió ante el Sumo Pontífice para que declarara Santo al humilde labrador, y por este y otros muchos milagros, el Papa lo canonizó en el año 1622 junto con Santa Teresa, San Ignacio, San Francisco Javier y San Felipe Neri.






               A finales de Noviembre de 1788, Carlos III, estando en San Lorenzo de El Escorial, se vio obligado a guardar cama a causa de un fuerte constipado. El día seis de Diciembre se sintió agobiado por una molesta tos acompañada de mucha fiebre, aumentándole la gravedad en los días siguientes. El Rey le mostró a su Capellán, José de Ilarraza, el deseo de confesarse, cosa que hizo el Monarca en pleno uso de sus facultades mentales, recibiendo a continuación la Extremaunción, lo que se llevó a cabo en la mañana del día trece, actuando como oficiante el Cardenal y Obispo Patriarca de Indias Antonino de Sentmanat. Ese mismo día manifestó el Rey Carlos el deseo de tener a su lado el cuerpo de San Isidro, junto con las reliquias de su esposa, Santa María de la Cabeza. A lo largo de su reinado se había preocupado generosamente por el digno culto hacia ambos Santos y deseaba gozar de la compañía de ambos antes de morir.

               Se formó, entonces, un solemne cortejo procesional, organizado meticulosamente por las altas esferas del Reino, entre los que se encontraba el Arzobispo de Toledo, el célebre Francisco Lorenzana, que sería nombrado más tarde cardenal, participando devotamente todo el pueblo de Madrid. El Conde de Campomanes ofreció las llaves que tenía del arca donde se conservaba el cuerpo del Santo, avisando al Corregidor de Madrid y al Cura Párroco de San Andrés para que lo más rápidamente posible trajeran las suyas. Cuentan las crónicas de la época que el cortejo con el arca con las reliquias de los dos Santos fue llevada por el corregidor, algunos capitulares y cinco canónigos, hasta la misma cámara del Rey, muriendo el Monarca poco después, confortado, a las doce y veinte de la noche del Domingo 14 de Diciembre de 1788. Esa misma mañana los restos de los dos Santos, con la fastuosa y multitudinaria procesión de su ida a palacio, retornaron a su Parroquia. 





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