miércoles, 24 de septiembre de 2014

NUESTRA SEÑORA DE LA MERCED, VIRGEN DE MISERICORDIA




      El Padre Gaver, en el 1400, relata como Nuestra Señora se aparece a San Pedro Nolasco en el año 1218 y le revela su deseo de ser Liberadora a través de una orden dedicada a socorrer a los cristianos cautivos en tierras infieles.

      Ante la visión de la Virgen Santísima, San Pedro Nolasco, confundido por tal gracia, le pregunta:


   ¿Quién eres tú, que a mí, un indigno siervo, pides que realice obra tan difícil, de tan gran caridad, que es grata Dios y meritoria para mi?
 

      Nuestra Señora le responde:

   Yo soy María, aquella en cuyo vientre asumió la carne el Hijo de Dios, tomándola de mi sangre purísima, para reconciliación del género humano. Soy aquella a la que dijo Simeón. cuando ofrecí mi Hijo en el templo: "Mira que éste ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel; ha sido puesto como signo de contradicción: y a ti misma una espada vendrá a atravesarte por el alma".
 

   ¡Oh Virgen María - prosiguió el Santo- Madre de Gracia, Madre de Misericordia! ¿Quién podrá creer  (que tú me mandas)? 
   No dudes en nada, -sentenció Nuestra Señora- porque es voluntad de Dios que se funde una orden de ese tipo en honor mío; será una orden cuyos hermanos y profesos, a imitación de mi hijo Jesucristo, estarán puestos para ruina y redención de muchos en Israel (es decir, entre los cristianos) y serán signo de contradicción para muchos."


      Para llevar a cabo esta misión, el 10 de agosto de 1218, San Pedro Nolasco fundó en Barcelona la Orden de la Virgen María de la Merced de la redención de los cautivos, con la participación del Rey Jaime de Aragón y ante el Obispo de la ciudad, Berenguer de Palou. 

      Por la confirmación del Papa Gregorio IX aprobó la Orden el 17 de enero de 1235; la ratificó en la práctica de la Regla de San Agustín; le dio carácter universal incorporándola plenamente a su vida y sancionó su obra como misión en el pueblo de Dios.”


lunes, 15 de septiembre de 2014

LOS SIETE DOLORES DE MARÍA NUESTRA SEÑORA

      
        En el transcurso de una de las múltiples revelaciones con las que fue bendecida Santa Brígida de Suecia, la Santísima Virgen le comunicó, con respecto a Sus Dolores, lo siguiente:

Miro ahora a todos los que viven en el mundo por ver si hay quien
 se compadezca de mí y medite en mi dolor; mas hallo poquísimos 
que piensen en mi tribulación y padecimientos. 
Y así tú, hija, no me olvides, aunque soy olvidada y menospreciada
 por muchos, mira mi dolor e imítame en lo que pudieres. 
Considera mis angustias y lágrimas,
 y duélete de que sean pocos los amigos de Dios



¿CÓMO PODEMOS CONSOLAR A NUESTRA SEÑORA?

       Muy fácil: basta con tomar apenas diez minutos cada día. Leer y meditar de en uno en uno los Siete Dolores de la Virgen Santa, desde la Profecía del anciano Simeón hasta aquél momento de dolor inenarrable como fue el de Nuestra Señora cuando vio a s Hijo muerto, colocado en el sepulcro. Creo que por mucho que meditemos, jamás lograremos adentrarnos por completo en el drama de la María Santísima.

       Si a la meditación de los Siete Dolores, le añadimos la recitación lenta de un Avemaría después del enunciado de cada uno de Sus Dolores, tengamos por serguro que estamos ofreciendo una óptima reparación a la que es Medianera de todas las gracias entre Dios y los hombres.

       Para los más piadosos y amantes de Nuestra Señora, les recomiendo conseguir el Rosario de los Siete Dolores; se compone de siete grupos, con siete cuentas por grupo, para así mejor honrar los Dolores padecidos por la Siempre Virgen María.


PROMESAS DE NUESTRA SEÑORA A LOS DEVOTOS 
Y PROPAGADORES DE LA DEVOCIÓN 
A SUS SIETE DOLORES 

       Nuestra Madre, es tan Bondadosa que no sólo nos pide que nos entreguemos a Ella mediante la meditación de Sus Dolores, sino que además, nos regala singulares gracias a los que le seamos fieles Esclavos y Apóstoles; Nuestra Señora apenas nos pide un poco de nuestro tiempo para consolarla y admitir así, que este mundo, sin Dios, sin Ella, es semejante a un barco sin timón...y a cambio, Ella, la Gran Madre, promete Siete Gracias a los que con devoción practiquen Y DIVULGUEN  esta necesaria devoción. De especial mención me parece que es la número seis, donde Nuestra Señora promete SU ASISTENCIA VISIBLE en nuestra agonía; acaso, ¿habrá mayór consuelo en esta vida que abandonarla acompañado de la que siempre vela por nosotros?.


SIETE GRACIAS QUE PUEDEN ADQUIRIR 
LOS DEVOTOS DE LOS SIETE DOLORES 

  
-   Les concederé paz a sus familias.
 
-   Serán iluminados sobre los Divinos Misterios.
 
3ª-   Los consolaré en sus dolores y los acompañaré en su trabajo.
 
4ª-   Les concederé todo lo que me pidan siempre y cuando esto no se oponga a la adorable voluntad de Mi Divino Hijo o a la santificación de sus almas.
 
5ª-   Los defenderé en sus batallas espirituales con el enemigo infernal y los protegeré en cada instante de su vida.
 
6ª-   Los ayudaré visiblemente en la hora de su muerte; verán la cara de Su Madre.
 
7ª-   He obtenido de mi Divino Hijo, que todos aquellos que propagan esta devoción a mis lágrimas y dolores, serán llevados directamente de esta vida terrenal a la eterna felicidad ya que todos sus pecados serán perdonados y mi Hijo y Yo seremos su eterno consuelo y alegría.



INDULGENCIAS QUE PODEMOS OBTENER EN BENEFICIO
 DE LAS ALMAS DEL PURGATORIO

       El Papa Clemente XII, concedió en 1734, una Indulgencia Plenaria y remisión de todos los pecados a quienes recen la Corona diariamente por un mes continuo y luego confesado y comulgado, rogase por la Santa Iglesia; al que verdaderamente arrepentido y confesado, o al menos con firme propósito de confesarse, rezare esta Corona, por cada vez 100 años de indulgencia.

domingo, 14 de septiembre de 2014

EN LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ


 Nosotros debemos gloriarnos en
 la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, 
en quien está nuestra salud, 
nuestra vida y nuestra resurrección, 
y por quien hemos sido salvados y redimidos

( Gálatas 6, 14 )

      
      La libertad otorgada a la Santa Iglesia por el Emperador Constantino tras la Victoria del Puente Milvio, fue una verdadera exaltación de la Santa Cruz, lo mismo que el hallazgo del Sagrado Madero por Santa Elena. Sin embargo, la Iglesia recuerda también otro hecho .

      El Rey de Persia, Cosroe, declara la guerra al Imperio Romano de Oriente ( Imperio Bizantino con sede en Constantinopla ) en el año 604. El Senado de la ciudad nombra Emperador a Heraclio, que de entrada busca la paz con los enemigos. Así, el general Ramiozán, de las huestes del rey persa, se apodera de la Ciudad Santa, Jerusalén, comete el sacrilegio de destruir el Santo Sepulcro y roba impunemente el trozo de la Verdadera Cruz de Nuestro Señor que Santa Elena había guardado en un relicario de plata.

      De los testimonios de aquél sacrílego acto de tomar Jerusalén, se dice que "De los prisioneros cristianos que quedaron en poder de los vencedores, unos fueron entregados al furor de los judíos, que los sacrificaron cruelmente, y otros fueron conducidos a Persia en unión del botín y de la Santa Reliquia. Entre los prisioneros se halaba el Patriarca de Jerusalén, Zacarías."

      La noticia conmociona a la Cristiandad, que rápidamente crea un ejército -a modo de Cruzada- para liberar a los hermanos cautivos, al Patriarca y sobre todo, la Sagrada Reliquia de la Cruz de Nuestro Señor. El valiente y creyente ejército se adentró en Persia, tomando las ciudades de Gauzak (donde los persas tenían un templo dedicado al sol ), Derkeveh, Urma, Saro...


      El mismo Emperador Heraclio cruza las filas de sus tropas crucifijo en mano, prometiendo a los soldados la victoria sobre los enemigos de Dios y de la Iglesia Católica; promesa que Dios tuvo a bien cumplir, ya que la derrota persa fue completa. Incluso los aliados del rey persa asesinaron a éste, que se negaba a negociar la paz, y pusieron a su hijo en su lugar, el cual capituló y devolvió las ciudades tomadas antes de la guerra, así como liberó a los cristianos cautivos y devolllvió la Sagrada Reliquia de la Cruz.

      Cuando el Emperador Heraclio regresó a Constantinopla con la Santa Cruz, la ciudad la recibió con un júbilo sin parangón. De esa alegría sin par que llenó el alma de miles y miles de cristianos que adoraron la Preciosa Reliquia, quedó establaecida la celebración de la Exaltación de la Santa Cruz.

      A pesar de lo mucho que había costado recuperarla, Heraclio quiso devolverla a Jerusalén y lo quiso hacer él mismo. Así, otra vez en la Ciudad Santa, decidió cargarla personalmente hasta el Monte Calvario y claro está, para ceremonia tan importante, quiso lucir sus mejores galas. Sin embargo, cuando se disponía a ascender camino del monte donde Nuestro Señor fue crucificado, sus pies quedaron inmóviles, siéndole imposible dar un paso. 

      El Patriarca, le recordó entonces que Cristo había subido al Calvario pobre, con apenas unos arapos y escarnecido por sus enemigos. El Emperador entendió y sin vacilar, se desprendió de sus galas y su corona, cargó de nuevo con la Santa Cruz y esta vez sí pudo ascender hasta llegar al lugar bendito de la Redención, donde el Patriarca de Jerusalén impartió la bendición la Sagrada Reliquia de la Cruz.


viernes, 12 de septiembre de 2014

EL SANTÍSIMO NOMBRE DE MARÍA NUESTRA SEÑORA



Beáta víscera Maríae Virginis
quae portavérunt Aeterni Patris Filium


 

      Así como después de Navidad se celebra la Fiesta del Santo Nombre de Jesús, después de celebrar la Natividad de Nuestra Señora, es muy conveniente que honremos ahora el Santísimo Nombre de María, que parece significar "la Amada de Dios", tanto por su destino como Madre del Altísimo como por sus grandes y perfectas virtudes.

      Se autorizó la celebración de esta Fiesta en 1513, en la ciudad española de Cuenca; desde ahí se extendió por toda España y en 1683, el Papa Inocencio XI la admitió en la iglesia de occidente como una acción de gracias por el levantamiento del sitio a Viena y la derrota de los turcos por las fuerzas de Juan Sobieski, Rey de Polonia.




SAN ALFONSO MARÍA LIGORIO NOS HABLA 
DEL SANTO NOMBRE DE MARIA NUESTRA SEÑORA

   Dice el abad Francón que, después del Sagrado Nombre de Jesús, el Nombre de María es tan rico de bienes, que ni en la tierra ni en el cielo resuena ningún nombre del que las almas devotas reciban tanta gracia de esperanza y de dulzura. El Nombre de María –prosigue diciendo– contiene en sí un no sé qué de admirable, de dulce y de divino, que cuando es conveniente para los corazones que lo aman, produce en ellos un aroma de santa suavidad. Y la maravilla de este nombre –concluye el mismo autor– consiste en que aunque lo oigan mil veces los que aman a María, siempre les suena como nuevo, experimentando siempre la misma dulzura al oírlo pronunciar.

   Hablando también de esta dulzura el B. Enrique Susón, decía que nombrando a María, sentía elevarse su confianza e inflamarse en amor con tanta dicha, que entre el gozo y las lágrimas, mientras pronunciaba el nombre amado, sentía como si se le fuera a salir del pecho el corazón; y decía que este nombre se le derretía en el alma como panal de miel. Por eso exclamaba: “¡Oh nombre suavísimo! Oh María ¿cómo serás tú misma si tu solo nombre es amable y gracioso!”.

   Contemplando a su Buena Madre el enamorado San Bernardo le dice con ternura: “¡Oh excelsa, oh piadosa, oh digna de toda alabanza Santísima Virgen María, tu nombre es tan dulce y amable, que no se puede nombrar sin que el que lo nombra no se inflame de amor a ti y a Dios; y sólo con pensar en él, los que te aman se sienten más consolados y más inflamados en ansias de amarte”. Dice Ricardo de San Lorenzo: “Si las riquezas consuelan a los pobres porque les sacan de la miseria, cuánto más tu nombre, oh María, mucho mejor que las riquezas de la tierra, nos alivia de las tristezas de la vida presente”.

   Tu nombre, oh Madre de Dios –como dice San Metodio– está lleno de gracias y de bendiciones divinas. De modo que –como dice San Buenaventura– no se puede pronunciar Tu nombre sin que aporte alguna gracia al que devotamente lo invoca.


miércoles, 10 de septiembre de 2014

SAN NICOLÁS DE TOLENTINO, PATRÓN DEL PURGATORIO


       San Nicolás de Tolentino nació en San Angelo, pueblo que queda cerca de Fermo, en la Marca de Ancona, hacia el año 1245. Sus padres, muy pobres pero sumamente cristianos, lo bautizaron con ese nombre en honor a San Nicolás de Bari, al que se había encomendado la madre para quedarse embarazada. Desde niño fue un alma mortificada, que ayunaba tres veces por semana a base de pan y agua, que en no pocas ocasiones compartía con los pobres, por los que sentía especial afecto.

      Siendo muy joven, San Nicolás fue escogido para el cargo de canónigo en la Iglesia de Nuestro Salvador. Esta ocupación iba en extremo de acuerdo con su inclinación de ocuparse en el servicio a Dios. No obstante, el santo aspiraba a un estado que le permitiera consagrar directamente todo su tiempo y sus pensamientos a Dios, sin interrupciones ni distracciones.

      Con estos deseos de entregarse por entero a Dios, escuchó en cierta ocasión un sermón, de un fraile o ermitaño de la orden de San Agustín, sobre la vanidad del mundo, el cual lo hizo decidirse a renunciar al mundo de manera absoluta e ingresar en la orden de aquel santo predicador. Esto lo hizo sin pérdida de tiempo, entrando como religioso en el convento del pequeño pueblo de Tolentino.




      Nicolás hizo su noviciado bajo la dirección del mismo predicador e hizo su profesión religiosa antes de haber cumplido los 18 años de edad. Lo enviaron a varios conventos de su orden en Recanati, Macerata y otros. En todos tuvo mucho éxito en su misión. En 1271 fue ordenado sacerdote por el obispo de Osimo en el Convento de Cingole

      Su aspecto en el altar era angelical. Las personas devotas se esmeraban por asistir a su Misa todos los días, pues notaban que era un sacrificio ofrecido por las manos de un Santo. Nicolás parecía disfrutar de una especie de anticipación de los deleites del Cielo, debido a las comunicaciones secretas que se suscitaban entre su alma tan pura y Dios en la contemplación, en particular cuando acababa de estar en el altar o en el confesionario.

      Durante los últimos treinta años de su vida, Nicolás vivió en Tolentino y su celo por la salvación de las almas produjo abundantes frutos. Predicaba en las calles casi todos los días y sus sermones iban acompañados de grandiosas conversiones. Solía administrar los sacramentos en los ancianatos, hospitales y prisiones; pasaba largas horas en el confesionario. Sus exhortaciones, ya fueran mientras confesaba o cuando daba el catecismo, llegaban siempre al corazón y dejando huellas que perduraban para siempre en quienes lo oían.

      También, con el poder del Señor, realizó innumerables milagros, en los que les pedía a los recipientes: "No digan nada sobre esto. Denle las gracias a Dios, no a mí." Los fieles estaban impresionados de ver sus poderes de persuasión y su espiritualidad tan elevada por lo que tenían gran confianza en su intercesión para aliviar los sufrimientos de las almas en el purgatorio. Esta confianza se confirmó muchos años después de su muerte cuando fue nombrado el "Patrón de las Santas Almas".

      Hacia los últimos años de su vida, cuando estaba pasando por una enfermedad prolongada, sus superiores le ordenaron que tomara alimentos más fuertes que las pequeñas raciones que acostumbraba ingerir, pero sin éxito, ya que, a pesar de que el santo obedeció, su salud continuó igual. Una noche se le apareció la Virgen María, le dio instrucciones de que pidiera un trozo de pan, lo mojara en agua y luego se lo comiera, prometiéndole que se curaría por su obediencia. Como gesto de gratitud por su inmediata recuperación, Nicolás comenzó a bendecir trozos de pan similares y a distribuirlos entre los enfermos. Esta práctica produjo favores numerosos y grandes  sanaciones.

      En conmemoración de estos milagros, el Santuario del Santo conserva una distribución mundial de los "Panes de San Nicolás" que son bendecidos y continúan concediendo favores y gracias.

      La última enfermedad del santo duró un año, al cabo de la cual murió el 10 de septiembre de 1305. Su fiesta litúrgica se conmemora el mismo día. Nicolás fue enterrado en la iglesia de su convento en Tolentino, en una capilla en la que solía celebrar la Santa Misa.

      A los cuarenta años de su muerte, su cuerpo fue hallado incorrupto y fue expuesto a los fieles. Durante esta exhibición los brazos del santo fueron removidos, y así se inició una serie de extraordinarios derramamientos de sangre que fueron presenciados y documentados.




      El santuario no tiene pruebas documentadas respecto a la identidad del individuo que le amputó los brazos al santo, aunque la leyenda se ha apropiado del reporte de que un monje alemán, Teodoro, fue quien lo hizo; pretendiendo llevárselos como reliquias a su país natal. Sin embargo, sí se sabe con certeza que un flujo de sangre fue la señal del hecho y fue lo que provocó su captura. Un siglo después, durante el reconocimiento de las reliquias, encontraron los huesos del santo, pero los brazos amputados se hallaban completamente intactos y empapados en sangre. Estos fueron colocados en hermosas cajas de plata, cada uno se componía de un antebrazo y una mano.

      Nicolás de Tolentino fue canonizado por el Papa Eugenio IV, en el año 1446. Hacia finales del mismo siglo XV, hubo un derramamiento de sangre fresca de los brazos, evento que se repitió veinte veces; el más célebre ocurrió en 1699, cuando el flujo empezó el 29 de Mayo y continuó hasta el 1 de Septiembre. El monasterio agustino y los archivos del Obispo de Camerino (Macerata) poseen muchos documentos en referencia a estos sangramientos.

      San Nicolas fue uno de los santos (junto a San Juan Bautista y San Agustín), que vinieron del cielo para llevar a Sta. Rita al convento. Ella también fue de la orden agustina.