domingo, 6 de octubre de 2024

SANTA MARÍA FRANCISCA DE LAS CINCO LLAGAS


"¡Cómo no morir, cómo no dar mi vida 
como testimonio de mi Fe por este gran 
Misterio de la Santísima Trinidad! 
¡Cómo no poder, al precio de mi sangre, 
hacerlo conocido y adorado por todos 
los hombres...!"

Santa María Francisca de las Cinco Llagas



               Anna María Gallo nació en Nápoles, Italia, el 25 de Marzo de 1715. Sus padres eran comerciantes y residían en el conocido barrio español, entonces feudo de pillos, gentes de mal vivir. Gracias a Bárbara Basinsi, su madre, Anna vio dulcificada parte de su vida, ya que tuvo que presenciar (y fue también receptora) de los malos tratos de su padre. Éste era tan iracundo que, antes de su nacimiento, su madre presa de angustia, acudió a San Francisco Jerónimo y a San Juan José de la Cruz quienes le vaticinaron que tendría una hija Santa. Y esta virtuosa y abnegada mujer enseñó a la niña a vivir en la presencia de Dios. Su ejemplo hizo que en el barrio fuese conocida como "la Santita".

               Desconocían que privadamente había consagrado su vida a Dios. Por eso cuando a los 16 años, su padre se empeñó en desposarla con un pretendiente de buena posición que admiraba su virtud y belleza, pese a que las penitencias se reflejaban en su pálido rostro, se negó rotundamente. Él la golpeó sin piedad y la recluyó vetándole todo alimento, excepto pan y agua. Fue su oportunidad para intensificar la mortificación, la oración y la penitencia, hasta que Bárbara consiguió aplacar a su marido con la mediación del padre Teófilo, franciscano de la Orden Menor.

               El 8 de Septiembre de 1731 María Francisca recibió el hábito de la Orden Tercera Franciscana, según la reforma de San Pedro de Alcántara, mudando su nombre por el de "María", por amor a la Virgen Madre de Dios, "Francisca" por su devoción a San Francisco de Asís y "de las Cinco Llagas" por su continua contemplación de la Pasión de Cristo Nuestro Señor, reflejada en el rezo diario del Via Crucis.

               En contra lo que podía esperarse, pidió que la dejaran vivir en la casa familiar como religiosa. En el hogar, la joven se ocupaba de los quehaceres domésticos y las tareas más sencillas. A través de ellas iba compenetrando cada vez más su alma con Dios, en el servicio y la oración, haciendo de lo sencillo una ofrenda de amor. María Francisca empezó a caer en éxtasis, absorta en la meditación de los dolores del Señor. Varias veces, absorta en el arrebato místico, la Virgen María se le apareció para darle consuelo y hacerle algunos pedidos espirituales.

               Anna fue bendecida con diversos fenómenos místicos (éxtasis, apariciones, arrobamientos…), y dones extraordinarios. Su padre intentó obtener provecho de ellos y le trasladó lo que un negociante le había propuesto: nada menos que hiciera uso de estas gracias para obtener un buen dinero, dedicada a una especie de quiromancia. La joven protestó: no era una adivina. Pero su padre replicó que, al ser una santa, conseguiría el favor de Dios para adivinar el futuro. Al recibir su negativa, volcó su ira en ella azotándola con el látigo. Por este hecho, un juez, que fue advertido por el obispo, le amenazó con una multa si volvía a castigar a su hija de ese modo. Nunca más lo hizo.

               A la muerte de su madre, la Santa se trasladó al domicilio del Sacerdote Giovanni Pessiri, al que sirvió los treinta y ocho años restantes de su vida. Allí vivió junto a otra terciaria franciscana. Las tentaciones y ataques que le infligía el Demonio eran frecuentes. Del crucifijo brotó un día la solución para ahuyentarlo: "Cuando te asalten los ataques de los enemigos del alma, haz la señal de la Cruz, y además de invocar los nombres de las Tres Divinas Personas de la Santísima Trinidad, debes decir varias veces: ‘Jesús, José y María’". Así lo venció. Fue frecuentemente acompañada del Arcángel San Rafael y ocasionalmente del Arcángel San Miguel.

               En medio de sus numerosos éxtasis, que la dejaban sin sentido, en la Navidad de 1741 vivió la experiencia del “desposorio místico”; quedó ciega durante 24 horas. Los fenómenos místicos que la acompañaron en tres ocasiones, se manifestaban en el instante de recibir la comunión, momentos en los que la Sagrada Forma, bien en manos del consagrante o hallándose en el copón, se posaba en sus labios sin que mano humana la depositara en ellos. Pero lo más significativo fue la aparición en su cuerpo de las cinco llagas de la Pasión del Divino Redentor. Todo ello lo entregó en oblación por la conversión de los pecadores y por las Almas del Purgatorio. A lo largo de su vida padeció incomprensiones, ofensas y murmuraciones de diverso calado, sufrimientos que asumió con paciencia, silencio y oración.

               Recibió también el don de profecía; vaticinó a San Francisco Javier María Bianchi, a quien conocía, que subiría a los altares. Murió tal día como hoy, el 6 de Octubre de 1791. Sería declarada Venerable por el Papa Pío VII en 1803; el Papa Gregorio XVI la beatificó el 12 de Noviembre de 1843 y Pío IX la canonizó el 29 de Junio de 1867.



viernes, 4 de octubre de 2024

SAN FRANCISCO DE ASÍS, el primer estigmatizado de la Iglesia




              Breve semblanza del Seráfico San Francisco de Asís:

              Nació en Asís, una ciudad sobre la ladera del Monte Subasio (Italia) en 1181. Su madre lo bautizó Juan, pero su padre lo cambió por Francisco. Pertenecía a una familia rica, dedicada al comercio de telas.

              San Francisco pasó gran parte de su juventud dedicado a cosas mundanas, sin importarle mucho Dios; incluso durante un tiempo fue soldado, pero un sueño le advirtió que no era su camino. Peregrinó entonces a Roma y oyó que el Señor le pedía reparar su casa . Es entonces cuando decide renunciar a todos sus bienes, desafiando a su padre, Pedro Bernardone que tenía pensado su futuro como comerciante. Así, a los veinticinco años, ciñe el hábito de los penitentes, atándose una cuerda a la cintura. 

              De esta manera, vivió un tiempo en soledad y luego fundó con doce compañeros la Orden de Frailes Menores (franciscanos) que fue aprobada por el Papa Inocencio III en 1209.

               Llegando al ocaso de su vida, durante una Cuaresma, San Francisco decide retirarse a orar y ayunar al Monte Alvernia. Una mañana, cuando nuestro santo se encontraba en oración, tuvo la visión celestial de un serafín: tenía seis alas resplandecientes. Entre ellas apareció representada la imagen de Nuestro Señor clavado en la Cruz. Dos alas del serafín se elevaban sobre su cabeza, las otras dos aparecían extendidas, en actitud de volar, y las restantes le cubrían el cuerpo.

                Al desaparecer aquella prodigiosa visión, surgieron llagas en sus manos y pies, semejantes a las de Jesús Crucificado, igual que lo acababa de contemplar en el éxtasis. También en el costado, se reprodujo una herida que recordaba a la que el soldado romano Longinos, infringió a Jesús ya muerto en la Cruz. Pero el milagro de la estigmatización no terminaba ahí: los biógrafos de San Francisco nos cuentan que mientras el santo recibía las Santas Llagas, la vegetación del Monte Alvernia comenzaba a arder con impresionantes llamas, produciendo enormes resplandores que despertaron a los pastores y vecinos del lugar.

               A diferencia de otros estigmatizados, los estigmas de San Francisco, presentaban unas características muy particulares y que jamás se reprodujeron de igual manera en otros casos de estigmatización; así, Tomás de Celano, testigo de la época, nos relata estas características de los estigmas de San Francisco: “Sus manos y sus pies estaban atravesados por la mitad, como con clavos; las cabezas de éstos asomaban por la parte interior de las manos y por la parte superior de los pies; las puntas, por el otro lado. Las marcas del interior de las manos eran redondas, las del otro alargadas”.



                San Buenaventura preguntó sobre los estigmas de San Francisco a algunos discípulos del santo, y que dieron el siguiente testimonio: “Los clavos eran negros y como de hierro, y hasta tal punto eran una misma cosa con la carne, que de cualquier cosa que se apretase, salían por el otro lado. En cambio, la llaga encarnada del costado, que por contracción de la carne había adoptado una forma circular, producía el efecto de una hermosa rosa”. 

              A pesar de la novedad de tan milagrosos hechos, San Francisco siempre intentó ocultar las llagas ante los ojos de los suyos; sin embargo, por obediencia, tuvo que mostrarlas ante la mirada de varios Cardenales e incluso del mismo Papa Alejandro IV, que certificó la veracidad de la estigmatización, amenazando con penas eclesiásticas a quienes impugnaran la verdad de las llagas del Santo.

               San Francisco murió en 1226; en ese momento, varias decenas de frailes, su hija espiritual, Santa Clara de Asís y otras franciscanas, pudieron venerar aquellas santas heridas que el santo les ocultó en vida. Dicen que incluso las llagas sangraron después de muerto; algunos frailes empaparon un lienzo con aquella sangre, que guardaron como una preciosa reliquia que aún hoy día se conserva.

              Fue canonizado por el Papa Gregorio IX, tan sólo dos años después de su muerte. El prodigioso hecho de la estigmatización de San Francisco, se conmemora en la Iglesia cada año el 17 de Septiembre.



jueves, 3 de octubre de 2024

SANTA TERESITA DE LISIEUX

  



                  María Francisca Teresa nació el 2 de Enero de 1873 en Francia. Hija de un relojero y una costurera de Alençon. Tuvo una infancia feliz y ordinaria, llena de buenos ejemplos. Teresita era viva e impresionable, pero no particularmente devota.

                  En 1877, cuando Teresita tenía cuatro años, murió su madre. Su padre vendió su relojería y se fue a vivir a Lisieux donde sus hijas estarían bajo el ciudadano de su tía, la Sra. Guerin, que era una mujer excelente. Santa Teresita era la preferida de su padre. Sus hermanas eran María, Paulina y Celina. La que dirigía la casa era María y Paulina que era la mayor se encargaba de la educación religiosa de sus hermanas. 

                   Años más tarde, Paulina ingresó en el Monasterio de las Carmelitas de Lisieux. Teresita, que contaba entonces con 9 años, se sintió inclinada a seguirla por ese camino. Era una niña afable y sensible y la religión ocupaba una parte muy importante de su vida.

                  Tenía Teresita catorce años cuando su hermana María se fue también al mismo Monasterio de Lisieux, al igual que Paulina. La Navidad de ese año, tuvo la experiencia que ella llamó su “conversión”. En su biografía cuenta que apenas a una hora de nacido el Niño Jesús, inundó la oscuridad de su alma con ríos de luz. Decía que Dios se había hecho débil y pequeño por amor a ella para hacerla fuerte y valiente.

                   Al año siguiente, Teresita le pidió permiso a su padre para ser religiosa carmelita, como sus hermanas, y su padre dijo que sí; no podía negarle deseo tan santo a su hija predilecta. Sin embargo, las Madres Carmelitas y el Obispo de Bayeux opinaron que era muy joven y que debía esperar.

                  Algunos meses más tarde fueron a Roma en una peregrinación por el Jubileo Sacerdotal del Papa León XIII. Al arrodillarse frente al Papa para recibir su bendición, rompió el silencio y le pidió si podía ser Carmelita a los quince años. El Papa quedó impresionado por su aspecto y modales y le dijo que si era la Voluntad de Dios así sería.

                  Teresita rezó mucho en todos los santuarios de la peregrinación y con aquél apoyo del Papa, logró entrar en el Carmelo de Lisieux en Abril de 1888. De sus inicios en el Carmelo la Maestra de Novicias dijo; “Desde su entrada en la Orden, su porte tenía una dignidad poco común de su edad, que sorprendió a todas las religiosas”. Profesó como Carmelita el 8 de Septiembre de 1890: su único deseo era llegar a la cumbre del monte del amor.

                  Cumplió con exactitud las reglas y deberes de las Carmelitas. Oraba con un inmenso fervor por los Sacerdotes y los Misioneros. Debido a esto, sería proclamada después de su muerte, Patrona de las Misiones, aunque nunca había salido de su Monasterio.

                  Se sometió a todas las austeridades de la Orden, menos al ayuno, ya que era delicada de salud y las superioras se lo impidieron. Entre las penitencias corporales, la más dura para ella era el frío del invierno. Pero ella decía “Quería Jesús concederme el martirio del corazón o el martirio de la carne; preferiría que me concediera ambos”. Y un día pudo exclamar “He llegado a un punto en el que me es imposible sufrir, porque todo sufrimiento es dulce”.

                  En 1893, a los veinte años, la Hermana Teresa fue nombrada asistente de la Maestra de Novicias. Prácticamente ella era la Maestra de Novicias, aunque no tuviera el título. Con respecto a esta labor, decía que hacer el bien sin la ayuda de Dios era tan imposible como hacer que el sol brille a media noche.



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                  Su padre enfermó perdiendo el uso de la razón a causa de dos ataques de parálisis. Celina, su hermana, se encargó de cuidarlo. Fueron unos año difíciles para las hijas. Al morir el padre, Celina ingresó en el mismo Monasterio de Lisieux, con sus hermanas.

                  Casi al mismo tiempo, Teresita se enfermó de tuberculosis. Quería ir a una Misión en Indochina pero su salud no se lo permitió; sufrió mucho los últimos 18 meses de su vida. Fue un período de sufrimiento corporal y de pruebas espirituales. En Junio de 1897 fue trasladada a la enfermería del Monasterio, de la que no volvió a salir. A partir de Agosto ya no podía recibir la Sagrada Comunión debido a la enfermedad y murió el 30 de Septiembre de ese año. Sus últimas palabras fueron "Oh, le amo, Dios mío, os amo".


miércoles, 2 de octubre de 2024

LOS SANTOS ÁNGELES CUSTODIOS

 



               La palabra Ángel procede del griego "angelós", que se traduce por mensajero; el término utilizado en el Antiguo Testamento es "malk", que en hebreo significa delegado o embajador.

               Nos enseña nuestra Santa Religión Católica que los Ángeles son seres espirituales, personales y libres; dotados por tanto, de inteligencia y voluntad, creados por Dios de la nada; los creó para que lo alaben, le obedezcan y le sirvan, además, para hacerlos eternamente felices y para que ayuden y guíen a cada persona, a cada familia, nación, institución y muy especialmente a la Santa Iglesia. 

               Es Dogma de Fe la existencia de los Ángeles, definido en el IV Concilio de Letrán y en Concilio Vaticano I, por tanto, la creencia en los Ángeles es obligada a todo Católico; quien niegue su existencia con pertinacia comete pecado mortal e incurre en excomunión.

               Conocemos la existencia de los Ángeles porque Dios mismo nos la reveló; así en el Antiguo Testamento, se nos dice que cerraron el Paraíso terrestre después del pecado de Adán y Eva, protegieron a Lot en Sodoma, salvaron a Agar y a su hijo Ismael en el desierto, anunciaron a Abraham y a Sara que tendrían un hijo, detuvieron la mano a Abraham cuando iba a sacrificar a su hijo Isaac, asistieron al Profeta Elías. También continúa la intercesión de los Ángeles en el Nuevo Testamento, donde anunciaron a Zacarías el nacimiento de San Juan Bautista, la Anunciación de María Virgen por San Gabriel Arcángel, fueron los primeros en adorar al Divino Niño Jesús, revelaron a San José el Misterio de la Encarnación, confortaron a Nuestro Señor en el Huerto de Getsemaní, aparecieron en la Resurrección de Cristo y liberaron al Apóstol Pedro de las cadenas de Herodes.

               Los Ángeles carecen de cuerpo, son espíritus puros, no están compuestos por materia. Tampoco se reproducen como los seres vivos terrenos, ni dejan de existir.

               Los Espíritus Angélicos son inferiores a Dios porque son criaturas, pero están muy cerca de Él, alabando Su grandeza como Sumo Bien. Los Ángeles son superiores a los hombres porque tienen una inteligencia y una voluntad más perfecta. Pero no pueden escudriñar los pensamientos de los hombres, ni conocen su futuro.

               Al crear Dios a los Ángeles les dio gratuitamente la gracia santificante, les infundió la Fe, la Esperanza y la Caridad para conocer y amar a su Creador; además les infundió las virtudes morales infusas y los dones del Espíritu Santo; los destinó para que alcanzaran el Cielo. Los sometió además a una prueba de carácter moral para que libremente alcanzaran el Cielo: muchos Ángeles permanecieron fieles a Dios, eligiendo a su Creador como fin de su existencia, por tal razón, fueron premiados por Dios con el Cielo. Por el contrario, algunos Ángeles, por soberbia, quisieron hacerse semejantes a Dios, por tal razón, Dios los castigó con las penas eternas del infierno, y pasaron entonces a ser conocidos como demonios, para diferenciarlos de los Ángeles buenos y fieles a Dios.

               Algunos Santos Padres de la Iglesia han distinguido tres grupos divididos a su vez en tres jerarquías y éstas, a su vez, en tres coros:

   - Los Serafines, los Querubines y los Tronos

   - Las Dominaciones, las Virtudes y las Potestades

   - Los Principados, los Arcángeles y los Ángeles

                En la Sagrada Escritura aparecen los nombres de tres Arcángeles: San Miguel, San Gabriel y San Rafael; la Iglesia los honra con el culto de dulía o de veneración, como a todos los Ángeles. Entre ellos destaca San Miguel, Príncipe de los Ángeles, que se distingue por su fidelidad a Dios.

               El Ángel Custodio o Ángel de la Guarda es aquél que Dios da a cada uno de nosotros, para que nos proteja desde su nacimiento hasta nuestra muerte y nos ayude a llegar al Cielo. Este Ángel Custodio puede actuar en nosotros de diferentes modos, sugiriéndonos buenos pensamientos y deseos, además de defendernos de muchos peligros, ya sean para el cuerpo y especialmente del alma. También nos ayuda el Ángel Custodio a resolver detalles prácticos materiales, nos alienta en las dificultades cotidianas, allanan el camino de nuestro apostolado con otras almas... su continua intercesión por nosotros hace que los Ángeles Custodios presenten a Dios nuestras oraciones y buenas obras, y a cambio, de Él nos alcanzan gracias. El Ángel de la Guarda suple nuestros olvidos y despistes y es nuestro principal aliado en nuestra santificación personal. 

               Entre nuestros deberes para con los Ángeles Custodios debemos tener en cuenta que debemos sentir respeto por su presencia, ser agradecidos con ellos por los beneficios que de Dios nos obtienen, al tiempo de ser confiados en la protección que nos brindan, lo que nos obliga a ser muy amigos de los Ángeles, amistad que se ha de notar en nuestro trato asiduo con Ellos y en honrarles dedicándoles oraciones y jaculatorias cada día.