jueves, 21 de noviembre de 2024

LA PRESENTACIÓN DE LA VIRGEN NIÑA EN EL TEMPLO, según las Revelaciones de María Valtorta


                Veo a María caminando entre su padre y su madre por las calles de Jerusalén. Los que pasan se paran a mirar a la bonita Niña vestida toda de blanco nieve y arrollada en un ligerísimo tejido que, por sus dibujos, de ramas y flores, más opacos que el tenue fondo, creo que es el mismo que tenía Ana el día de su Purificación. Lo único es que, mientras que a Ana no le sobrepasaba la cintura, a María, siendo pequeñita, le baja casi hasta el suelo, envolviéndola en una nubecita ligera y lúcida de singular gracia.

                El oro de la melena suelta sobre los hombros, mejor: sobre la delicada nuca, se transparenta a través del sutilísimo fondo, en las partes del velo no adamascadas. Éste está sujeto a la frente con una cinta de un azul palidísimo que tiene, obviamente hecho por su mamá, unas pequeñas azucenas bordadas en plata.




                El vestido, como he dicho, blanquísimo, le llega hasta abajo, y los piececitos, con sus pequeñas sandalias blancas, apenas se muestran al caminar. Las manitas parecen dos pétalos de magnolia saliendo de la larga manga. Aparte del círculo azul de la cinta, no hay ningún otro punto de color. Todo es blanco. María parece vestida de nieve. Joaquín lleva el mismo vestido de la Purificación. Ana, en cambio, un oscurísimo morado; el manto, que le tapa incluso la cabeza, es también morado oscuro; lo lleva muy bajo, a la altura de los ojos, dos pobres ojos de madre rojos de llanto, que no quisieran llorar, y que no quisieran, sobre todo, ser vistos llorar, pero que no pueden no llorar al amparo del manto. Éste protege, por una parte, de los que pasan; también, de Joaquín, cuyos ojos, siempre serenos, hoy están también enrojecidos y opacos por las lágrimas (las que ya han caído y las que aún siguen cayendo). Camina muy curvado, bajo su velo a guisa casi de turbante que le cubre los lados del rostro.

                Joaquín está muy envejecido. Los que le ven deben pensar que es abuelo o quizás bisabuelo de la pequeñuela que lleva de la mano. El pobre padre, a causa de la pena de perderla, va arrastrando los pies al caminar; todo su porte es cansino y le hace unos veinte años más viejo de lo que en realidad es; su rostro parece el de una persona enferma además de vieja, por el mucho cansancio y la mucha tristeza; la boca le tiembla ligeramente entre las dos arrugas - tan marcadas hoy - de los lados de la nariz.

                Los dos tratan de celar el llanto. Pero, si pueden hacerlo para muchos, no pueden para María, la cual, por su corta estatura, los ve de abajo arriba y, levantando su cabecita, mira alternativamente a su padre y a su madre. Ellos se esfuerzan en sonreírle con su temblorosa boca, y aprietan más con su mano la diminuta manita cada vez que su hijita los mira y les sonríe. Deben pensar: «Sí. Otra vez menos que veremos esta sonrisa».

                Van despacio, muy despacio. Da la impresión de que quieren prolongar lo más posible su camino. Todo es ocasión para detenerse... Pero, ¡siempre debe tener un fin un camino!... Y éste está ya para acabarse. En efecto, allí, en la parte alta de este último tramo en subida, están los muros que circundan el Templo. Ana gime, y estrecha más fuertemente la manita de María. 

                - ¡Ana, querida mía, aquí estoy contigo! - dice una voz desde la sombra de un bajo arco echado sobre un cruce de calles. Isabel estaba esperando. Ahora se acerca a Ana y la estrecha contra su corazón, y, al ver que Ana llora, le dice: - Ven, ven un poco a esta casa amiga; también está Zacarías.

                Entran todos en una habitación baja y oscura cuya luz es un vasto fuego. La dueña, que sin duda es amiga de Isabel, si bien no conoce a Ana, amablemente se retira, dejando a los llegados libertad de hablar.

                - No creas que estoy arrepentida, o que entregue con mala voluntad mi tesoro al Señor - explica Ana entre lágrimas - ... Lo que pasa es que el corazón... ¡oh, cómo me duele el corazón, este anciano corazón mío que vuelve a su soledad, a esa soledad de quien no tiene hijos!... Si lo sintieras...

                - Lo comprendo, Ana mía... Pero tú eres buena y Dios te confortará en tu soledad. María va a rezar por la paz de su mamá, ¿verdad?.

                María acaricia las manos maternas y las besa, se las pone en la cara para ser acariciada a su vez, y Ana cierra entre sus manos esa carita y la besa, la besa... no se sacia de besarla.

                Entra Zacarías y saluda diciendo:

                - A los justos la paz del Señor.

                - Sí - dice Joaquín -, pide paz para nosotros porque nuestras entrañas tiemblan, ante la ofrenda, como las de nuestro padre Abraham mientras subía el monte; y nosotros no encontraremos otra ofrenda que pueda recobrar ésta; ni querríamos hacerlo, porque somos fieles a Dios. Pero sufrimos, Zacarías. Compréndenos, sacerdote de Dios, y no te seamos motivo de escándalo.

                - Jamás. Es más, vuestro dolor, que sabe no traspasar lo lícito, que os llevaría a la infidelidad, es para mí escuela de amor al Altísimo. ¡Ánimo! La profetisa Ana cuidará con esmero esta flor de David y Aarón. En este momento es la única azucena que David tiene de su estirpe santa en el Templo, y cual perla regia será cuidada. A pesar de que los tiempos hayan entrado ya en la recta final y de que deberían preocuparse las madres de esta estirpe de consagrar sus hijas al Templo - puesto que de una virgen de David vendrá el Mesías - no obstante, a causa de la relajación de la fe, los lugares de las vírgenes están vacíos. Demasiado pocas en el Templo; y de esta estirpe regia ninguna, después de que, hace ya tres años, Sara de Elíseo salió desposada. Es cierto que aún faltan seis lustros para el final, pero bueno, pues esperemos que María sea la primera de muchas vírgenes de David ante el Sagrado Velo. Y... ¿quién sabe?.... - Zacarías se detiene en estas palabras y... mira pensativo a María. Luego prosigue diciendo: - También yo velaré por Ella. Soy sacerdote y ahí dentro tengo mi influencia. Haré uso de ella para este ángel. Además, Isabel vendrá a menudo a verla...

                -¡Oh, claro! Tengo mucha necesidad de Dios y vendré a decírselo a esta Niña para que a su vez se lo diga al Eterno.

                Ana ya está más animada. Isabel, buscando confortarla aún más, pregunta:

                -¿No es éste tu velo de cuando te casaste?, ¿o has hilado más muselina?.

                - Es aquél. Lo consagro con Ella al Señor. Ya no tengo ojos para hilar... Además, por impuestos y adversidades, las posibilidades económicas son mucho menores... No me era lícito hacer gastos onerosos. Sólo me he preocupado de que tuviera un ajuar considerable para el tiempo que transcurra en la Casa de Dios y para después... porque creo que no seré yo quien la vista para la boda... Pero quiero que sea la mano de su madre, aunque esté ya fría e inmóvil, la que la haya ornado para la boda y le haya hilado la ropa y el vestido de novia.

                -¡Oh, por qué tienes que pensar así?.

                - Soy vieja, prima. Jamás me he sentido tan vieja como ahora bajo el peso de este dolor. Las últimas fuerzas de mi vida se las he dado a esta flor, para llevarla y nutrirla, y ahora... y ahora... el dolor de perderla sopla sobre las postreras y las dispersa.

                - No digas eso. Queda Joaquín.

                - Tienes razón. Trataré de vivir para mi marido.

                Joaquín ha hecho como que no ha oído, atento como está a lo que le dice Zacarías; pero sí que ha oído, y suspira fuertemente, y sus ojos brillan de llanto.

                - Estamos entre tercia y sexta. Creo que sería conveniente ponernos en marcha» dice Zacarías.

                Todos se levantan para ponerse los mantos y comenzar a salir.

                Pero María se adelanta y se arrodilla en el umbral de la puerta con los brazos extendidos, un pequeño querubín suplicante:

                -¡Padre, Madre, vuestra bendición!.

                No llora la fuerte pequeña; pero los labiecitos sí tiemblan, y la voz, rota por un interno sollozo, presenta más que nunca el tembloroso gemido de una tortolita. La carita está más pálida y el ojo tiene esa mirada de resignada angustia que - más fuerte, hasta el punto de llegar a no poderse mirar sin que produzca un profundo sufrimiento - veré en el Calvario y ante el Sepulcro.

                Sus padres la bendicen y la besan. Una, dos, diez veces. No se sacian de besarla... Isabel llora en silencio. Zacarías, aunque quiera no dar muestras de ello, está también conmovido.

                Salen. María entre su padre y su madre, como antes; delante, Zacarías y su mujer...

                Ahora están dentro del recinto del Templo.

                - Voy a ver al Sumo Sacerdote. Vosotros subid hasta la Gran Terraza. Atraviesan tres atrios y tres patios superpuestos... Ya están al pie del vasto cubo de mármol coronado de oro. Cada una de las cúpulas, convexas como una media naranja enorme, resplandece bajo el sol, que cae a plomo, ahora que es aproximadamente mediodía, en el amplio patio que rodea a la solemne edificación, y llena el vasto espacio abierto y la amplia escalinata que conduce al Templo. Sólo el pórtico que hay frente a la escalinata, a lo largo de la fachada, está en sombra, y la puerta, altísima, de bronce y oro, con tanta luz, aparece aún más oscura y solemne.

                Por el intenso sol, María parece aún más de nieve. Ahí está, al pie de la escalinata, entre sus padres. ¡Cómo debe latirles el corazón a los tres! Isabel está al lado de Ana, pero un poco retrasada, como medio paso. 

                Un sonido de trompetas argentinas y la puerta gira sobre los goznes, los cuales, al moverse sobre las esferas de bronce, parecen producir sonido de cítara. Se ve el interior, con sus lámparas en el fondo. Un cortejo viene desde allí hacia el exterior. Es un pomposo cortejo acompañado de sonidos de trompetas argénteas, nubes de incienso y luces.

                Ya ha llegado al umbral; delante, el que debe ser el Sumo Sacerdote: un anciano solemne, vestido de lino finísimo, cubierto con una túnica más corta, también de lino, y sobre ésta una especie de casulla, recuerda en parte a la casulla y en parte al paramento de los Diáconos, multicolor: púrpura y oro, violáceo y blanco se alternan en ella y brillan como gemas al sol; y dos piedras preciosas resplandecen encima de los hombros más vivamente aún (quizás son hebillas con un engaste precioso); al pecho lleva una ancha placa resplandeciente de gemas sujeta con una cadena de oro; y colgantes y adornos lucen en la parte de abajo de la túnica corta, y oro en la frente sobre la prenda que cubre su cabeza (una prenda que me recuerda a la de los sacerdotes ortodoxos, con su mitra en forma de cúpula en vez de en punta como la mitra católica).

                El solemne personaje avanza, solo, hasta el comienzo de la escalinata, bajo el oro del sol, que le hace todavía más espléndido. Los otros esperan, abiertos en forma de corona, fuera de la puerta, bajo el pórtico umbroso. A la izquierda hay un cándido grupo de niñas, con Ana, la profetisa, y otras maestras ancianas.

                El Sumo Sacerdote mira a la Pequeña y sonríe. ¡Debe parecerle bien pequeñita al pie de esa escalinata digna de un templo egipcio! Levanta los brazos al cielo para pronunciar una oración. Todos bajan la cabeza como anonadados ante la majestad sacerdotal en comunión con la Majestad eterna.

                Luego... una señal a María, y Ella se separa de su madre y de su padre y sube, sube como hechizada. Y sonríe, sonríe a la zona del Templo que está en penumbra, al lugar en que pende el preciado Velo... Ha llegado a lo alto de la escalinata, a los pies del Sumo Sacerdote, que le impone las manos sobre la cabeza. La víctima ha sido aceptada. ¿Alguna vez había tenido el Templo una hostia más pura?

                Luego se vuelve y, pasando la mano por el hombro de la Corderita sin mancha, como para conducirla al altar, la lleva a la puerta del Templo y, antes de hacerla pasar pregunta:

                - María de David, ¿conoces tu voto?

                Ante el «sí» argentino que le responde, él grita:

                - Entra, entonces. Camina en mi presencia y sé perfecta.

                Y María entra y desaparece en la sombra, y el cortejo de las vírgenes y de las maestras, y luego de los levitas, la ocultan cada vez más, la separan... Ya no se la ve...

                La puerta se vuelve, girando sobre sus armoniosos goznes. Una abertura, cada vez más estrecha, permite todavía ver al cortejo, que se va adentrando hacia el Santo. Ahora es sólo una rendija. Ahora ya nada. Cerrada.

                Al último acorde de los sonoros goznes responde un sollozo de los dos ancianos y un grito único: « ¡María! ¡Hija!». Luego dos gemidos invocándose mutuamente: « ¡Ana, Joaquín!». Luego, como final: «Glorifiquemos al Señor, que la recibe en su Casa y la conduce por sus caminos».

                Y todo termina así.

                Dice Jesús: El Sumo Sacerdote había dicho: "Camina en mi presencia y sé perfecta". El Sumo Sacerdote no sabía que estaba hablándole a la Mujer que, en perfección, es sólo inferior a Dios. Mas hablaba en nombre de Dios y, por tanto, su imperativo era sagrado. Siempre sagrado, pero especialmente a la Repleta de Sabiduría.

                María había merecido que la "Sabiduría viniera a su encuentro tomando la iniciativa de manifestarse a Ella", porque "desde el principio de su día Ella había velado a su puerta y, deseando instruirse, por amor, quiso ser pura para conseguir el amor perfecto y merecer tenerla como maestra".

                En su humildad, no sabía que la poseía antes de nacer y que la unión con la Sabiduría no era sino un continuar los divinos latidos del Paraíso. No podía imaginar esto. Y cuando, en el silencio del corazón, Dios le decía palabras sublimes, Ella, humildemente, pensaba que fueran pensamientos de orgullo, y elevando a Dios un corazón inocente suplicaba: "¡Piedad de tu sierva, Señor!".

                En verdad, la verdadera Sabia, la eterna Virgen, tuvo un solo pensamiento desde el alba de su día: "Dirigir a Dios su corazón desde los albores de la vida y velar para el Señor, orando ante el Altísimo", pidiendo perdón por la debilidad de su corazón, como su humildad le sugería creer, sin saber que estaba anticipando la solicitud de perdón para los pecadores que haría al pie de la Cruz junto con su Hijo moribundo.

                "Luego, cuando el gran Señor lo quiera, Ella será colmada del Espíritu de inteligencia", y entonces comprenderá su sublime misión. Por ahora no es más que una párvula que, en la paz sagrada del Templo, anuda, "reanuda", cada vez de forma más estrecha, sus coloquios, sus afectos, sus recuerdos, con Dios. Esto es para todos.

                Pero, para ti, pequeña María (se dirige aquí a María Valtorta), ¿no tiene ninguna cosa particular que decir tu Maestro? "Camina en mi presencia, sé por tanto perfecta". Modifico ligeramente la sagrada frase y te la doy por orden. Perfecta en el amor, perfecta en la generosidad, perfecta en el sufrir.

                Mira una vez más a la Madre. Y medita en eso que tantos ignoran, o quieren ignorar, porque el dolor es materia demasiado ingrata para su paladar y para su espíritu. El dolor. María lo tuvo desde las primeras horas de la vida. Ser perfecta como Ella era poseer también una perfecta sensibilidad. Por eso, el sacrificio debía serle más agudo; mas, por eso mismo, más meritorio. Quien posee pureza posee amor, quien posee amor posee sabiduría, quien posee sabiduría posee generosidad y heroísmo, porque sabe el porqué de por qué se sacrifica. ¡Arriba tu espíritu, aunque la cruz te doble, te rompa, te mate! Dios está contigo».


"El Evangelio como me ha sido revelado"(*) 
escrito por la mística María Valtorta 


               (*)"El Evangelio como me ha sido revelado" : en sus diez volúmenes María Valtorta narra el nacimiento y la infancia de María y de Su hijo Jesús, los tres años de la vida pública de Jesús, Su Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión al Cielo, Pentecostés, los albores de la Iglesia y la Asunción de María. Describe con detalle paisajes, ambientes, personas y acontecimientos con el brío de una representación. Delinea caracteres y situaciones con habilidad introspectiva. Expone alegrías y dramas con el sentimiento de quien es partícipe de ellos realmente. Gracias a las luces del Cielo, Valtorta explica circunstancias históricas, ritos, costumbres, características ambientales y culturales sagradas y profanas, con datos que los especialistas exentos de prejuicios consideran irreprochables. Y, sobre todo, María Valtorta expone, a través de la extensa narración de la vida terrenal de Cristo, toda la Doctrina del Cristianismo que la Iglesia Católica nos transmite.



lunes, 18 de noviembre de 2024

BEATA ROSA FILIPINA DUCHESNE



               Rosa Filipina Duchesne nació el 29 de Agosto de 1769 en Grenoble, Francia. Fue bautizada en la iglesia de San Luis, y le dieron el nombre del Apóstol San Felipe, y el de Santa Rosa de Lima, primera santa del nuevo continente. Educada en el monasterio de la Visitación de Ste. Marie-d'en-Haut, y atraída por la vita contemplativa, entró allí a los 18 años.

               La Comunidad se dispersó durante la Revolución Francesa. Filipina regresó a su familia y se dedicó a cuidar a los presos y a todos los que sufrían. Intentó reconstruir el Monasterio de Ste. Marie después del Concordato de 1801 con algunas compañeras, pero no lo logró. En 1804 Filipina oyó hablar de una nueva Congregación, la Sociedad del Sagrado Corazón, y pidió a la Fundadora, Santa María Magdalena Sofía Barat ser admitida, ofreciendo su monasterio. La Madre Barat visitó Ste. Marie en 1804 y recibió a Filipina y sus compañeras como novicias en la Sociedad.

               La vida contemplativa alimentó en Filipina el deseo de ir a las misiones. Atraída por la Eucaristía desde su juventud, pasó la noche de un Jueves Santo en oración. Escribió a la Madre Barat: "Pasé la noche entera en el Nuevo Continente llevando el Santísimo Sacramento por todas partes... Tenía que hacer tantos sacrificios: una madre, hermanas, parientes, mi montaña... Cuando me diga: "Te envío", responderé en seguida: "Voy". Sin embargo, tuvo que esperar otros 12 años.

               En 1818 el sueño de Filipina se vio realizado. El Obispo del territorio de Luisiana buscaba una congregación de religiosas para ayudarle a evangelizar los niños franceses e indios de su diócesis, y Filipina fue enviada a responder a esta llamada. En St. Charles, cerca de St. Louis, Missouri, fundó la primera casa de la Sociedad fuera de Francia, en una cabaña de troncos. Allí vivió todas las austeridades de la vida de frontera: frío extremo, trabajo duro, falta de dinero. Nunca llegó a aprender bien el inglés. Las comunicaciones eran muy lentas: a veces no le llegaban noticias de su querida Francia. Luchó por mantenerse estrechamente unida con la Sociedad del Sagrado Corazón en Francia.

               Filipina y otras cuatro Religiosas del Sagrado Corazón trazaron un camino. En 1818 abrió la primera escuela gratuita al oeste del Mississippi. En 1828 había fundado ya seis casas. Estas escuelas eran para las jóvenes de Missouri y Luisiana. Las amó y trabajó para ellas, manteniendo siempre en el fondo de su corazón el anhelo de ir a los Indios americanos. Cuando Filipina tenía 72 años, se abrió una escuela para los Potowatomies en Sugar Creek, Kansas. Aunque muchos pensaban que Filipina estaba demasiado enferma para ir, el jesuita que dirigía la misión insistió: "Tiene que venir: quizás no podrá hacer mucho trabajo, pero con su oración alcanzará el éxito de la misión, y su presencia atraerá muchos favores del cielo para la obra".

               Estuvo sólo un año entre los Potowatomies, pero su valor pionero no flaqueó, y sus largas horas de contemplación inspiraron a los indios el llamarla "la mujer que siempre reza".

               Su salud no pudo resistir el régimen de vida en el poblado. Volvió a St. Charles en Julio de 1842, aunque su corazón valiente nunca perdió el deseo de las misiones. "Siento el mismo anhelo por las Montañas Rocosas que sentía en Francia cuando pedí venir a América... ".

              Filipina murió en St. Charles, Missouri, el 18 de Noviembre de 1852, a la edad de 83 años. Fue beatificada el 12 de Mayo de 1940, por el Papa Pío XII.



viernes, 15 de noviembre de 2024

TUS SUFRIMIENTOS POR LAS ALMAS DEL PURGATORIO

 


Estampa ideada para el apostolado; se puede imprimir a doble cara
junto con la otra imagen que aparece en este artículo

                Para conseguir muchos favores, según Santa Catalina de Bolonia, suele ser más poderosa la intercesión de un Alma del Purgatorio que la de los Bienaventurados del Cielo.

                Cuando se ruega a un alma del Purgatorio suplicándole una gracia, son dos los beneficiados: el mortal que consigue lo que ha pedido y el alma que purgaba pasa a ser un ciudadano más del Cielo.

               En el Purgatorio hay almas tan Santas como en el Cielo. La Santidad se basa en el aumento de gracia y de ésta nacen las virtudes; muchas de esas Almas acaudalaron más gracia y virtud que muchos Bienaventurados, por los que son más gratas a los ojos de Dios.

                El Señor desea con vehemencia la libertad de las Almas del Purgatorio, ya que son redimidas con el precio de la Sangre de Su Hijo. Seamos corredentores con Jesús, cooperando con Él en la salvación de esas Almas que esperan nuestras oraciones y sacrificios para gozar eternamente de la Visión Beatífica.

                Te voy a mostrar un método seguro para ayudar a las Almas que padecen en el Purgatorio... 



Estampa ideada para el apostolado; se puede imprimir a doble cara
junto con la otra imagen que aparece en este artículo


LAS SANTAS LLAGAS DE NUESTRO SEÑOR
Alivio y Liberación del Bendito Purgatorio


               Sor María Marta Chambón era hermana lega en el Monasterio de la Orden de la Visitación de Santa María, en Chambéry (Francia). Entre otras tareas, atendía el comedor de las niñas, la limpieza de algunas clases, y cuidaba de la huerta. También asistía a los actos propios de la comunidad.

               Nació en 1841 y entró en el convento a los 18 años. Desde 1866 se le manifestó el Señor en numerosas ocasiones. En Septiembre de 1867 le dijo el Señor: "Yo te he escogido para hacer revivir en los actuales tiempos, tan difíciles, la Devoción a Mis Santas Llagas".

                En otra ocasión, Nuestro Divino Redentor le manifestó:"Voy a darte una ocupación: tú ofrecerás tus sufrimientos, en unión con los Míos divinos, por las Almas del Purgatorio".

                La Hermana empezó a hacer este ofrecimiento, y cada vez que le renovaba, veía subir un alma al Cielo. Llevaba ya veinte, cuando el Eterno Padre se le apareció y le dijo: "Te doy el mismo poder que a Mi Hijo, con tal que tú me ofrezcas tu corazón unido al Suyo". 

                María Marta se esforzó en hacerlo, y a cada acto de ofrecimiento y de unión iba al Cielo -según su expresión- un gran número de almas, “como una bandada de pájaros”.

                Las Almas libradas por ella venían algunas veces a darle gracias y le decían: "Que la fiesta que las había salvado, la fiesta de las Santas Llagas, no pasa jamás. ¡No hemos conocido el valor de esta devoción sino en el momento en que hemos gozado de Dios! Ofreciendo las Santas Llagas de Nuestro Señor, obráis como una segunda Redención".



jueves, 14 de noviembre de 2024

HAY TANTOS INFIERNOS COMO CONDENADOS. Meditaciones del Santo Cura de Ars


Ibi erit fletus et stridor dentium

Evangelio de San Mateo, cap. 8, vers. 12




               Nosotros leemos en el Evangelio que, cuando el Salvador entró en Cafarnaum, un Centurión vino a su encuentro, diciéndole: "Señor, mi siervo está enfermo en mi casa, de una parálisis que lo hace sufrir mucho.  - ¡Y bien! le dice el buen Salvador, iré y yo lo curaré. ¡Ah! Mi Señor, le dice el Centurión, no soy digno de que entres en mi casa; pero di sólo una palabra, y mi siervo será curado. Puesto que yo soy un hombre sujeto a las órdenes de mis superiores, sin embargo, tengo soldados bajo mi mando que hacen todo por mí, digo a uno: ve allí, y va ; a otro: ven aquí, y viene; y a mi siervo: haz esto, y lo hace. Jesús habiéndole escuchado así quedó lleno de admiración, y les dice a aquellos que le seguían: En verdad les digo que no he encontrado una fe más grande en todo Israel. Por ello les dice que muchos vendrán de Oriente y Occidente y se colocarán junto con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos, mientras que los hijos de este reino serán lanzados a las tinieblas, donde habrá llanto y rechinar de dientes". 

               Que será de nosotros, hijos míos, aquel que, queriendo tomarse la molestia de penetrar el sentido de estas palabras, no se sentirá convencido y llegará con espanto casi a la desesperación pensando que verdaderamente son los malos cristianos quienes son estos desgraciados, que serán expulsados del Reino de los Cielos y arrojados a las tinieblas exteriores, es decir, hijos míos, en el Infierno, donde habrá llanto y rechinar de dientes: mientras que a los idólatras y paganos, que nunca han tenido la felicidad de conocer a Jesucristo, se les abrirán los ojos del alma, abandonarán el camino de la perdición, vendrán para entrar en el seno de la Iglesia y ocuparán el sitio que estos malos cristianos perdieron por el desprecio de las gracias que recibieron. 

               Pero no es todavía bastante, hijos míos, los cristianos condenados sufrirán en efecto de tormentos infinitamente más rigurosos que los infieles. La razón es que estos extranjeros serán condenados en parte porque nunca han oído hablar de Jesucristo y de su religión; que vivieron y que murieron en la ignorancia: mientras que los cristianos vieron, a la edad de la razón, la antorcha de la fe brillar delante de ellos como un bello sol y recibieron luces más que suficientes para conocer lo que ellos mismos debían a Dios, al prójimo y a ellos mismos. ¡Oh Infierno del cristiano, que tú serás terrible y riguroso ! Pero voy a decir, hijos míos, ¿y podrán ustedes oírlo sin temblar? que tanto, el Cielo es alejado de la tierra, tanto el Infierno de los infieles será alejado de aquello del cristiano. 

               Si ustedes quieren saber la razón, hijos míos, he aquí. Si Dios es justo, como nosotros no podemos dudar, debe castigar a una alma al Infierno en proporción de las gracias que recibió y despreció, del conocimientos que tenía para servir a Dios. Después de eso, pues es muy justo que un cristiano condenado sufra infinitamente más que un infiel en el Infierno, porque las gracias, los medios para salvarse eran infinitamente más grandes. Para hacernos sentir, hijos míos, la necesidad de aprovechar las gracias que recibimos en nuestra Santa Religión, quisiera destacar que un cristiano condenado será más atormentado que un Infiel. Para darles a entender, hijos míos, la magnitud de los tormentos que están reservados a los malos cristianos, habría que ser Dios mismo, porque sólo el que le comprenda, y los condenados le sienten, puesto que Dios es infinito en sus castigos como en sus recompensas. 

               Cuando el buen Dios me daría el poder de arrastrar aquí, en mi lugar, un infame Judas que ha cometido un horrible Sacrilegio en comulgar indignamente y vendiendo a su divino Maestro, lo que hacen tan a menudo los malos cristianos por sus confesiones y sus comuniones indignas, su solo grito sería decirme: ¡Oh! ¡yo sufro! ¡Lenguaje triste que no puede expresar ni la grandeza, ni la magnitud de sus sufrimientos! ¡Oh Infierno de los cristianos, que serás terrible! Ya que Jesucristo parece agotar su potencia, su cólera y su furor para hacer sufrir a estos malos cristianos. ¡Oh mi Dios, cómo podemos pensar bien en eso, y sentirse de este número, y vivir tranquilo! Mi Dios, ¿qué desgracia es comparable al de estos cristianos! - pero, dígaseme, según esto parecería que hay varios infiernos. - ¡Pues bien! hijos míos, yo, les diré que, si los sufrimientos y los tormentos de los condenados fueran los mismos, Dios no sería justo.

               Digo además, que hay tantos infiernos como condenados, y que sus sufrimientos son grandes en proporción de la magnitud y del número de los pecados que cometieron y gracias que despreciaron. Dios, que es todopoderoso, nos hace sensibles a nuestra desgracia en proporción del mal que hicimos. Hay de los condenados como los Santos. Éstos son totalmente felices, es verdad; sin embargo, hay unos que son más elevados en gloria, y esto, según las penitencias y otras buenas obras que hicieron durante su vida. Lo mismo ocurre con los condenados: son totalmente desgraciados, totalmente privados de la vista de Dios, lo que es la más grande de todas las desgracias; porque si un condenado tuviera la felicidad de ver al buen Dios, una vez cada mil años, y esto durante cinco minutos, su Infierno dejaría de ser un Infierno. Sí, hijos míos, el buen Dios nos hará sensibles a esta privación y a otros tormentos, según el número, el tamaño y la malicia de los pecados que hayamos cometido. Díganme, hijos míos, ¿podemos oír, sin estremecernos, el lenguaje de estos impíos que les dicen que les gusta ser condenados tanto por mucho como por poco?




miércoles, 13 de noviembre de 2024

SAN JOSÉ VIVIÓ POBRE Y MURIÓ POBRE

  



               Algunos escritores opinan que el Glorioso Patriarca San José, con la herencia de sus padres hubiera podido llevar una vida, si no rodeada de comodidades, pasajera y desahogada por lo menos;  pero conociendo ya desde los albores de su juventud cuánto agradaba a Dios la pobreza voluntaria, se abrazó interiormente con ella, esperando tiempo y sazón para desprenderse de todo y repartirlo con los pobres; y cuando siguiendo los designios del Eterno, contrajo matrimonio con la Reina de los Cielos, presto dio feliz cumplimiento a sus felices propósitos de pobreza, pues en compañía de su Esposa, y con su consentimiento y acuerdo, se despojó de todos sus bienes, distribuyéndolos generosa y caritativamente entre los menesterosos, contento de ganar el pan con el sudor de su frente.

               De esta suerte, bien se puede asegurar que San José, por su propia elección y con gran contento de su alma, se hizo pobre, vivió pobre y murió pobre, pues nada tuvo que legar en su tránsito ni a Jesús ni a su queridísima María, si no fueron las herramientas de su oficio. Pero su pobreza, tan santa y tan sublime, no fue perezosa ni holgazana, sino sumamente activa y diligente; de manera que trabajando con solícito afán, no solo atendía a las propias necesidades y a las de la familia, más también como éstas eran cortas e insignificantes, socorría igualmente con lo sobrante a los pobres del Señor.

               ¡Con qué brillo se manifestó esta edificante pobreza en su viaje a Belén!. Por verle tan pobre le rechazaron sus parientes y le despidieron en las posadas, hasta obligarle a hospedarse en una cueva, refugio de pastores errantes y abierta a todas las inclemencias del tiempo; y allí, sufriendo los rigores de la pobreza, vio recién nacido al Redentor del mundo, reclinado en un pesebre y envuelto en pobres pañales, permaneciendo pobremente allí por espacio de cuarenta días. Mucho sentía San José contemplar a las prendas más queridas de su alma rodeadas de tanta miseria, sin ni siquiera poder gozar de un camastro de pajas para tomar un descanso; pero, ¿qué podía hacer sino resignarse con la Divina Providencia?. ¿Puede imaginarse una pobreza más santa y elevada, pobreza semejante a la cueva de Belén?. San José no se queja, sino que adora, contento y agradecido los designios del Altísimo; saborea humildemente los efectos de la santa pobreza, y prendado de aquella pobrísima morada, no la hubiera trocado por los más suntuosos y espléndidos palacios del Universo.

               ¡Con qué gozo y veneración bendecía y alababa las disposiciones del Todopoderoso en preparar para Su Hijo Eterno, alojamiento tan miserable!. ¡Cómo se imprimían en su corazón aquellas lecciones que con su ejemplo soberano nos daba el Señor desde su entrada en el mundo!. No tardó mucho en confirmarlas son sus propios hechos, porque la ofrenda que presentó en el Templo, después de los cuarenta días del Nacimiento de Nuestro Señor, no fue sino la propia de los pobres, consistente en un par de palomas, señalada así por la Ley...


"Vida de San José" 
por el Padre Francisco de Paula García, SI




domingo, 10 de noviembre de 2024

ACLARACIONES SOBRE LAS INDULGENCIAS



               Para comprender bien la Doctrina de la Iglesia sobre las Indulgencias, conviene distinguir dos cosas en el pecado: la culpa y la pena. La culpa es una mancha que el pecado produce en el alma, debilitando en ella la gracia santificante, o haciendo que la pierda enteramente. El pecado que debilita la gracia santificante, se llama pecado venial; y el que hace que se pierda enteramente, se llama pecado mortal. Si se echa una gota de agua sobre un hierro candente o sobre un carbón encendido, se debilita la actividad del fuego y se produce en él una pequeña mancha negra; pero si en vez de una gota, se echa una gran cantidad de agua, el hierro candente y el carbón encendido, se vuelven completamente negros y quedan del todo apagados. Esta clara y familiar comparación, servirá para hacernos entender que algo semejante pasa en el alma cuando comete pecados veniales o pecados mortales. Estos últimos extinguen en el alma la gracia santificante, y la hacen deforme a los Ojos de Dios. Los veniales, debilitan la gracia, y dejan en el alma manchas que desagradan a Dios. Este doble efecto se llama la culpa del pecado. 

               La pena del pecado, es el castigo que merece toda desobediencia a la Ley de Dios. Si se pudiera violar una ley humana impunemente, pronto dejarían todos de observarla, y el desorden se introduciría en la sociedad. Lo mismo sucedería con las Leyes Divinas, y por tanto, es necesario que haya un castigo para quienes las infrinjan. Cuando las leyes humanas son desobedecidas, los jueces ordenan que el culpable sea condenado a la pena que por ello merezca. En cuanto a las Leyes Divinas, la Providencia no siempre castiga en este mundo a los culpables de su infracción; ella les ordena que hagan penitencia y se castiguen por sí mismos, por medio de un dolor sincero de los pecados y por medio de privaciones voluntarias y de obras satisfactorias. 

               Los pecadores que se han hecho culpables de pecados mortales y que tienen un sincero dolor de ellos, obtienen el perdón confesándose: la absolución borra sus pecados en cuanto a la culpa y en cuanto a la nena que merecieron sufrir en el Infierno; cero ordinariamente, serán obligados a sufrir en el Purgatorio una pena temporal, que será tanto más larga y severa, cuanto más numerosos y enormes sean sus pecados, y cuanta mayor haya sido su negligencia para expiarlos. Doctrina es esta muy racional, y ella debería sugerir señas reflexiones a los que difieren su conversión; pues a más del peligro a que se exponen de ser sorprendidos por la muerte e ir al Infierno se preparan, cuando menos, largas expiaciones en el Purgatorio. Hemos dicho antes, ordinariamente, subrayando la palabra, porque hay pecadores cuya contrición es tan viva y cuyo amor de Dios es tan ferviente, que obtienen la remisión de la pena y de la culpa de sus pecados; pero estos casos son raros y no deben servirnos de norma. 

                Respecto de los pecados veniales de que no se ha hecho penitencia, pueden expiarse en el Purgatorio, tanto en cuanto a la pena, como en cuanto a la culpa, mas es conveniente hacer aquí una observación esencial, que dará a conocer mejor la naturaleza y el efecto de las Indulgencias, y es que la pena del pecado se perdona por las Indulgencias, mientras la culpa, no puede ser perdonada en la otra vida, sino por la expiación completa de las faltas cometidas. Observación muy propia para inspirarnos la contrición y el dolor sincero aun de las más pequeñas faltas, puesto que pagaremos tan caro en el purgatorio la negligencia que tenemos en corregirnos y obtener el perdón de las faltas veniales. Esta observación sirve para explicar por qué una indulgencia plenaria no siempre liberta a una alma del Purgatorio; las indulgencias no se aplican a la culpa del pecado. 

               Se llama indulgencia, el perdón de la pena temporal que el pecador debe a la Justicia de Dios por los pecados que le han sido perdonados en cuanto a la culpa y en cuanto a la pena eterna, si la merecían. Este perdón o remisión se hace por la aplicación de las satisfacciones contenidas en el Tesoro Espiritual de la Iglesia. 

               La Indulgencia no perdona ni los pecados mortales, ni los pecados veniales, ni los castigos eternos: ella no obra la justificación, sino que al contrario, la supone y la sigue.

               El Tesoro Espiritual de la Iglesia, de donde se sacan las indulgencias, está compuesto de las satisfacciones infinitamente sobreabundantes de Nuestro Señor Jesucristo, á las que se añaden las satisfacciones de la Santísima Virgen y de los Santos. 

               Las indulgencias no dispensan de la obligación de hacer penitencia; ellas suplen a las penitencias que no podemos hacer, y aumentan el mérito y valor de las que hacemos. 

               Todas las penas debidas al pecado, quedarían perdonadas por una indulgencia plenaria, si esta fuera ganada en toda su extensión, lo cual es difícil y no puede saberse en cada caso particular. Pero esto no impide que se pueda ganar siempre, al menos una parte, proporcionada al fervor con que se hayan llenado las condiciones prescritas. 

               Las indulgencias parciales, que son de un cierto número de años o de días, no remiten sino una parte de las penas. Ese perdón no significa, como muchos piensan, dejar de estar en el Purgatorio un tiempo equivalente a los años o días a que se refiere la indulgencia, sino que el número indicado corresponde al número de años o de días que duraba en otro tiempo la penitencia canónica. Así, cuando se dice, por ejemplo, siete años y siete cuarentenas, se significa: un perdón igual al que se obtendría con hacer la penitencia canónica antigua, durante siete años y siete cuaresmas. Por esta explicación, es fácil comprender que no es posible determinar la parte de las penas que se perdona con las indulgencias parciales; eso pertenece a los Secretos de Dios.


Por el Sacerdote Francisco de Sales Ginari,
de la Diócesis de León (México). Año 1888



jueves, 7 de noviembre de 2024

PRIMER JUEVES. EL CAUTIVO DEL AMOR, por el Padre Mateo Crawley- Boevey



               ¿Habéis pensado alguna vez en esta frase, insondable en el Misterio de Caridad que entraña: "Jesús cautivo, Jesús encarcelado por amor en el Sagrario?".

               Miradle a través de esa reja, tras los muros del Tabernáculo, está Jesús prisionero, vencido por Su propio Corazón... Así, hace veinte siglos, el Jueves Santo, por la noche, se dejó conducir maniatado, del Huerto de la agonía, a la prisión en que le arrojó el inicuo juez...Y esa noche afrentosa, horrenda en soledad y desamparo del Maestro, y lejos, muy lejos de todos los que Él amaba, se prolongaba en todos los Sagrarios de la tierra...

               La blasfemia, la negación, la indiferencia, la impureza, la soberbia, el sacrilegio... todo ese clamoreo deicida, todo ese torrente de fango y de ignominia tiene el triste privilegio de llegar hasta sus plantas, de subir hasta Su Rostro y profanarlo como el beso del traidor...

               ¡Y Jesucristo no se va!... ¡Es el Cautivo del Amor, Su Corazón Le ha traicionado! ¡Está ahí, envuelto en el ultraje humano...; está ahí, sentado en el banquillo de reos...; tiene un gran delito: haber amado con pasión de Dios, al hombre!...¡Vedlo, así le paga éste...con olvido y soledad!..

               El Apostolado interior es ya muy grande, pero hay una nota todavía más divina. El amor se paga con sangre: la sangre de los Mártires es semilla de Cristianos. Predicad el Amor en el sufrimiento; sed Apóstoles: tenéis el deber de sufrir para hacer amar al Amor que no es amado; debéis predicarle con la Cruz en un Martirio de Amor. No es posible hacer de otro modo. La nota dominante del Apostolado es la Cruz...


Padre Mateo Crawley- Boevey



miércoles, 6 de noviembre de 2024

SAN JOSÉ, PADRE DE LAS ALMAS DEL PURGATORIO

 

               Hoy Miércoles, según LA SEMANA DEL BUEN CRISTIANO, procuremos dedicar oraciones especiales al Patriarca San José; como además estamos en el Mes de las Benditas Ánimas del Purgatorio encomendemos a tan gran Santo a las Almas que allí padecen; con seguridad, muchas de esas Almas purgantes, fueron devotas de San José en su vida terrena, y por eso no es exagerado creer que el Padre Adoptivo de Cristo, suplique por Ellas, por su liberación de aquella Cárcel de Amor.




               La Santa Iglesia busca en Nuestro Padre San José el mismo apoyo, la fortaleza, la defensa y la paz que supo proporcionar a la Sagrada Familia de Nazaret, que fue como el germen en que ya se encontraba contenida toda la Iglesia.

               El Patrocinio de San José se extiende a la Iglesia Universal: la Triunfante, en el Paraíso, donde piadosamente se cree que San José se encuentra en cuerpo y alma; también es Patrón de la Iglesia Militante -aquí en este mundo- como lo reconociera el Papa Pío IX en 1870, alcanzando por último su protección sobre las Benditas Ánimas del Purgatorio. 

               San José es realmente Padre y Señor, que protege y acompaña en su camino terreno a quienes le veneran, como protegió y acompañó a Nuestro Señor durante los años ocultos en el taller de Nazareth. No desaproveches la ocasión para dedicar hoy un rato a San José: pídele por ti, por tus necesidades, pero ten la caridad de solicitarle que siga ayudando a los Fieles Difuntos que esperan en el Purgatorio el día de su liberación. 




lunes, 4 de noviembre de 2024

EL TIEMPO CONSAGRADO EN UN ACTO DE AMOR CONTINUO. Meditaciones de Sor María Consolata Betrone

 


               El alma que se ha consagrado al amor a través del incesante Acto de Amor, debe por lo tanto ejercitarse, sin escrúpulos, pero con generosidad y firmeza, en este silencio externo e interno, teniendo siempre presente la preciosidad de un Acto de Amor y como dirigidas a sí estas palabras de Jesús a Sor Consolata: "Consolata, el tiempo que te queda para vivir Yo lo he consagrado todo en un Acto de Amor. Si tú interrumpes ese Amor para seguir un pensamiento, para pronunciar una frase no estrictamente necesaria, haces un hurto al Amor". (13 de Septiembre de 1935)

              Una tan perfecta continuidad viene a colocar al alma en un estado de continua inmolación. Jesús no se lo ocultaba a Sor Consolata: "Consolata, Jesús tomó la Cruz sobre Sus espaldas y se dirigió al Calvario. ¿Sabes cuál es tu Cruz? No perder un Acto de Amor. Este será de hoy en adelante tu único programa. No que el Acto de Amor sea una Cruz, sino no perder uno, en cualquier condición en que te encuentres, esto es Cruz; pero te ayuda a llevar todas las demás cruces.

               Te doy la Cruz: no perder un "Jesús, María, os amo; salvad almas", pero te doy también la gracia de llevar esta Cruz, fielmente hasta el último suspiro…" (15 de Noviembre de 1935)



sábado, 2 de noviembre de 2024

LOS FIELES DIFUNTOS, LA IGLESIA PURGANTE

 

"La pena más insignificante 
en el Purgatorio es muy superior 
a la mayor que hayamos 
de soportar en esta vida" 

Santo Tomás de Aquino


               Después que la Santa Iglesia, como Madre buena de todos, se ha esforzado por honrar con dignas alabanzas a aquellos hijos suyos que se alegran en el Cielo, quiere ayudar también con sus solícitos ruegos a las Almas que todavía están retenidas en el Bendito Purgatorio, intercediendo por Ellas ante su Señor y Esposo Cristo para que, cuanto antes, puedan gozar de la compañía de los Santos en la Gloria.




               Hoy es un día de maternal y amorosa solicitud de la Iglesia por sus muertos. También el pensamiento de un día consagrado al recuerdo de los difuntos es muy antiguo: San Isidoro, hacia el año 600, escribiendo su Regla Monástica, señalaba un día, el que sigue a Pentecostés, para ofrecer Misas y sacrificios por todos los hermanos desparecidos. Cuando los Clunicenses entraron en España, a finales del siglo X, encontraron en ella esta costumbre, y el Abad de Cluny, San Odilón, que murió en 1048, la extendió a todos los monasterios de la Orden Benedictina, de los cuales la tomaron todas las iglesias de Occidente.


"Aquel fuego purificador resulta 
mucho más terrible que cuanto 
pueda sufrirse en esta tierra" 

San Agustín de Hipona


                 Entremos nosotros en el espíritu de nuestra Madre la Iglesia y recordemos en este día a nuestros Difuntos con un amor afectivo y efectivo. Ellos sufren ahora en el lugar de la purificación, tienen que expiar por medio del dolor de la pena de sus pecados. La Iglesia conoce la necesidad, el desamparo y la impotencia en que se encuentran, por eso, llena de compasión por Ellos, quiere que nosotros nos asociemos cordialmente a esta compasión suya; pero nuestra compasión, como la de la Iglesia, debe ser efectiva.

               Podemos y debemos ayudar a las Benditas Almas del Purgatorio con la intercesión, con la limosna, con el ofrecimiento de nuestras obras y, sobre todo, con el Sacrificio de la Misa. Cada Sacerdote puede este día decir hasta tres Misas, y todos los buenos Cristianos deben asociarse a este triple Sacrificio, para que, desde el Altar, fluya hasta el Purgatorio un torrente de Gracia.

               La Iglesia no define con toda claridad si en el Purgatorio existe ciertamente un fuego real que atormenta y purifica a las Almas. De acuerdo con las enseñanzas de San Agustín, San Jerónimo, San Ambrosio, San Cipriano, el Venerable Beda y otros, hablan del fuego purificador del Purgatorio. San Ambrosio utiliza expresiones tales como "ardere", "uri", "exuri", es decir, arder. En Santo Tomás de Aquino encontramos la expresión "ignis purgatorius", fuego purificador, con la que suele describir el lugar de purificación. Enseña el Doctor Angélico que allí las almas, ab igne corporali puniuntur, esto es, son castigadas con un verdadero fuego material.

               San Buenaventura explica el fuego del Purgatorio como un ignis corporalis, un fuego real, y además añade: "Las Almas del Purgatorio son castigadas por medio de un fuego material, por todas aquellas faltas que no expiaron suficientemente en la tierra; fuego que las atormenta más o menos de acuerdo con lo que les quede que expiar... Por ello la Justicia Divina exige que el espíritu sea castigado por el fuego material, de manera que así como el alma se une con el cuerpo para dar a éste la vida, según el orden de la naturaleza, así el alma sea purificada por el fuego, según el orden de la justicia".

               San Agustín es de la misma opinión cuando argumenta "Aun cuando las almas estén separadas de sus cuerpos, son, sin embargo, purificadas por el fuego de manera maravillosa e imposible de expresar, no para servirse del mismo a modo de sustento, sino para recibir del mismo la pena o castigo que se merecen".




"No es posible encontrar palabras, representaciones ni figuras 
para explicar los tormentos de las Almas del Purgatorio. 
Su sufrimiento es tan extraordinario 
que no hay lengua que pueda expresarlo, 
ni inteligencia capaz de comprenderlo, 
si Dios no se lo manifestase con Su inmensa Bondad" 

Santa Catalina de Génova 


               Entre los detractores del Dogma del Purgatorio, se suele formular la siguiente pregunta: ¿Cómo es posible que un alma separada del cuerpo, o sea, una esencia espiritual, pueda sufrir la poena sensus, pena de sentido,  y sobre todo, la pena del fuego?. El Papa San Gregorio Magno explica: "Esto puede suceder de dos maneras. Se puede considerar al fuego en sí y por sí como fuego natural; en dicho caso, naturalmente que no puede obrar sobre las almas. Pero también se le puede considerar como instrumento de la Justicia punitiva de Dios, que exige que las almas, que por el pecado se apegaron a los objetos sensibles, estos mismos les sirvan de pena y castigo. Así como un instrumento no obra tan solo por su propia fuerza, sino también por medio de la misma fuerza impulsora, así no es contrario a la razón suponer que este fuego material, al ser impulsado por un agente espiritual, actúe efectivamente sobre las almas, lo mismo que el Santísimo Sacramento por medio de signos, exteriormente comprobados, produce la santificación de las almas".

               Este fuego del Purgatorio no es ciertamente fuego terreno, sino un fuego especial y característico, preparado por el mismo Dios, como instrumento de Su Justicia, un fuego que atormenta el alma, pero que no destruye en absoluto su sustancia misma.