Por aquellos días hubo una tarde de trabajo manual para los novicios y
postulantes. Al Hermano Estanislao José le señalaron ayudante del novicio que repartía las
herramientas para trabajar en la huerta. Al terminar de repartir el último azadón
saltó una rata, y nuestro postulante empezó a gritar: "¡Una rata, una rata! ¡Aquí
se ha metido, mírela, mírela!" Y seguía gritando y disipando su espíritu, hasta
que le viene el recuerdo de la promesa hecha a la Señora de guardar silencio y
demás prescripciones regulares. Sintió en el fondo de su alma como un flechazo:
he faltado a mi palabra; no he sido vigilante y generoso…
Aquella tarde precisamente y después de la merienda, teníamos confesiones
de Témporas de Adviento, con confesor extraordinario, y se le presentó ocasión
excelente para reparar. Cuando yo llegué al coro para confesarme sentí que entre
los que esperaban había uno que lloraba con pruebas exteriores y evidentes del
dolor de sus culpas, pero de manera casi escandalosa. Como había bastante
oscuridad no podía distinguir quién era; yo me puse entre los que estaban
esperando y me acerqué todo lo que pude hasta ver quién era el que lloraba… Era
mi amigo, el Hermano Estanislao José que se deshacía en lágrimas de contrición verdadera. Le
pregunté: "¿Qué le pasa?" –"Nada, nada"–, me contestó, que prometí a la Virgen
Santísima guardar silencio y no lo he cumplido... y aumentó los sollozos.
Era grande su dolor porque había tomado en serio la vida religiosa y él, en
una ligereza, olvidaba la primera promesa de fidelidad que había hecho; y nada
menos que a la Madre de Dios. Se sentía informal, casi infiel, y esto le
atormentaba. Y es que el Hermano Estanislao José no sólo era un buen Cristiano, que es lo que más
vale, pero también un caballero que tiene palabra, y… aunque fuese
inconscientemente, había faltado.
Fue providencial que yo llegase cuando sollozaba, pues ello me dio pie para
hacerle alguna pregunta sobre el particular, que me contestó con la sinceridad y
sencillez que le caracterizaba en nuestro trato. Más adelante me dijo:
"Yo temía que por mi infidelidad y falta de vigilancia, nuestra Madre ya no me
hablase más; por eso me entró aquel pesar por haberla disgustado y por eso me
atreví a pedirla prueba de que me había perdonado. Y en el acto me respondió con
una visión, en la que me presentaba una fila de almas santas, muy fieles a la
gracia, las cuales llevaban en su pecho la Sagrada Hostia, y comprendí que la
conservaban de una a otra Comunión. Una de estas almas, la única que yo
conocía era el Hno. Benjamín Antonio". Oí la voz de la Madre que me decía: "Si
eres fiel y generoso, te concederé también a ti este favor tan grande".
Esto del Hno. Benjamín, me lo dijo después de muerto dicho Hermano.
Esta visión le animó muchísimo y le enseñó a ser más vigilante y cauto.
Agradó a la Divina Madre esta firme resolución y al día siguiente en el momento
de comulgar vio también a la Virgen entrar en su pecho junto con la Sagrada
Hostia.
"Otro día, -dice- se presentó mi amadísima Madre en el Sagrario durante la
meditación de las once, con una llama de fuego en el pecho. Estaba acompañada
de cuatro Ángeles, los principales, y me llamaba con la sonrisa en los labios. Yo,
como pecador, no hice mucho caso, pero me volví a mirar y lo vi todavía más
claro. No queriendo que lo supiera nadie, pedí en mis oraciones que si era
el Demonio que quería engañarme, que marchase, pues yo quería ser humilde y
que nadie se fijase en mí. Pero no se marchó".
Estas cosas tan extraordinarias obraron en su alma un cambio tan radical en
la correspondencia a la gracia y aun en su manera de obrar exteriormente, que se
le notaba por semanas; más prudente, más cauteloso, más reservado. Claro que
esto lo notábamos los que seguíamos de cerca y veíamos la metamorfosis
espiritual que le transformaba en un hombre nuevo.
Nuestra amistad siguió íntima y confiada, aunque más adelante se hizo algo
reservado por las cosas tan grandes que tuvo, y que en realidad le obligaban a
ello. Limité mis libertades de hacerle preguntas; sin embargo él con frecuencia me
revelaba cosas que podían hacerme bien, sin faltar a sus obligados secretos.
La
virtud de la prudencia asentó sus reales en toda su manera de obrar.
Antes de seguir adelante es obligado decir que el Hermano Estanislao José tenía un carácter
naturalmente bondadoso, humilde y sumiso a todos; tal vez algo tímido, sobre
todo en los principios. Era de temperamento equilibrado con un juicio muy recto
de las cosas y en general, todos comprendíamos que lo que él proponía era lo
mejor.
"Hermano Estanislao José, un joven heroico desconocido"
Hno. Ginés de María Rodríguez f.s.c.
1) Olimpio Fernández Cordero había nacido en 1903, en Bustillo de la Vega, una pedanía de la provincia de Palencia (España). Desde muy pequeño dio claras muestras de una sincera piedad y de gran temor de Dios. Cuando estaba próximo a cumplir los 18 años ingresó en el Noviciado de Los Hermanos de La Salle de Bujedo (Burgos). Tornó su nombre por el de Estanislao José; según sus coetáneos siempre se comportó como un perfecto religioso.
Al poco tiempo de su ingreso en la Congregación comenzó a recibir Mensajes del Cielo, de Nuestro Señor pero, fundamentalmente, de la Santísima Virgen; el humilde Hermano de La Salle sería también bendecido con otras muchas gracias místicas; entre las celestiales confidencias que dejó por escrito, resaltan las profecías sobre el Reinado de los Corazones Eucarísticos de Jesús y de María.
Murió en Griñón (Madrid) el 28 de Marzo de 1927, tras haberse ofrecido incesantemente como Víctima por el Reinado Eucarístico de los Sagrados Corazones.