sábado, 31 de agosto de 2013

LA ÚNICA MADRE




          Se narra en la historia de las fundaciones de la Compañía de Jesús en el reino de Nápoles de un noble joven escocés llamado Guillermo Elphinstone. Era pariente del rey Jacobo, y habiendo nacido en la herejía, seguía en ella; pero iluminado por la gracia divina, que le iba haciendo ver sus errores, se trasladó a Francia, donde con la ayuda de un buen sacerdote, también escocés, y, sobre todo, por la intercesión de la Virgen María, descubrió al fin la verdad, abjuró la herejía y se hizo católico. Fue después a Roma. Un día lo vio un amigo muy afligido y lloroso, y preguntándole la causa le respondió que aquella noche se le había aparecido su madre, condenada, y le había dicho: “Hijo, feliz de ti que has entrado en la Verdadera Iglesia; yo, por haber muerto en la herejía, me he perdido”.

          Desde entonces se enfervorizó más y más en la devoción a María, eligiéndola por su única Madre, y Ella le inspiró hacerse religioso, a lo que se obligó con voto. Pero como estaba enfermo, se dirigió a Nápoles para curarse con el cambio de aires. Y en Nápoles quiso Dios que muriese siendo religioso. En efecto, poco después de llegar,cayó gravemente enfermo, y con plegarias y lágrimas impetró de los superiores que lo aceptasen. Y en presencia del Santísimo Sacramento, cuando le llevaron el Viático, hizo sus votos y fue declarado miembro de la Compañía de Jesús.

          Después de esto, era de ver cómo enternecía a todos con las expresiones con que agradecía a su Madre María el haberlo llevado a morir en la Verdadera Iglesia y en la Casa de Dios, en medio de los religiosos sus hermanos. “¡Qué dicha -exclamaba- morir en medio de estos ángeles!

          Cuando le exhortaban para que tratara de descansar, respondía: ¡No, ya no es tiempo de descansar cuando se acerca el fin de mi vida!” Poco antes de morir dijo a los que le rodeaban:Hermanos, ¿no veis los ángeles que me acompañan? Habiéndole oído pronunciar algunas palabras entre dientes, un religioso le preguntó qué decía. Y le respondió que el Ángel le había revelado que estaría muy poco tiempo en el Purgatorio y que muy pronto iría al Paraíso. 

          Después volvió a los coloquios con su dulce Madre María. Y diciendo: “¡Madre, Madre!”, como niño que se reclina en los brazos de su madre para descansar, plácidamente expiró. Poco después supo un religioso, por revelación, que ya estaba en el Paraíso.




miércoles, 28 de agosto de 2013

SAN AGUSTÍN, DOCTOR DE LA GRACIA




BREVE BIOGRAFÍA DE 
SAN AGUSTÍN DE HIPONA

     San Agustín nació en Tagaste ( región enclavada en la que hoy es Argelia ) en el año 354. Hijo de un pagano, Patricio, y de una cristiana, Santa Mónica, modelo de madre y esposa cristiana. Desde niño destacó por su interés en conocer la Verdad, lo que le llevó a estudiar las diferentes corrientes filosóficas.
 

     Engañado por la doctrina de los maniqueos ( doctrina fundada por el filósofo persa Manes que se basa en la existencia de dos principios eternos,absolutos y contrarios,el bien y el mal ) la profesó en Cartago (374-383), Roma (383) y Milán (384). Los maniqueos eran sumamente rigoristas en las cuestiones de la moral, factor que terminó de convencer a San Agustín para convertirse en un fiel devoto de esta herejía.

     Pero pronto comprendió que la Verdad se enconraba en la Iglesia Católica, que enseña (contrariamente a la doctrina maniquea) que las cosas, estando subordinadas a Dios, derivan todo su ser de Él, de manera que el mal sólo puede ser entendido como pérdida de un bien, como ausencia o no-ser, en ningún caso como sustancia.

     La convicción de haber recibido una señal divina lo decidió a retirarse con su madre, su hijo y sus discípulos a la casa de su amigo Verecundo, en Lombardía, donde San Agustín escribió sus primeras obras. En la Pascua del año 387, cuando contaba con treinta y tres años, fue bautizado por San Ambrosio, quien junto con Santa Mónica, hicieron ver a San Agustín que la Doctrina Católica era la única verdadera. El Santo Bautismo su primer paso en su consagración absoluta a la causa de Dios.


     San Agustín, ya convertido, se dispuso volver con su madre a su tierra en África, y juntos se fueron al puerto de Ostia a esperar el barco. Pero su madre, Santa Monica, que tanto sufrió por su conversión a la Fe Católica, ya había obtenido de Dios lo que más anhelaba en esta vida y podía morir tranquila; sucedió que estando ahí en una casa junto al mar, por la noche, mientras ambos platicaban debajo de un cielo estrellado de las alegrías que esperaban en el cielo, Mónica exclamó entusiasmada :  

 
"¿Y a mí que más me puede amarrar a la tierra ? Ya he obtenido mi gran deseo, el verte cristiano católico. Todo lo que deseaba lo he conseguido de Dios". Poco días después le invadió una fiebre y murió. Murió pidiendo a su hijo "que se acordara de ella en el altar del Señor". Murió en el año 387, a los 55 años de edad.

     En 388 regresó definitivamente a África. En el 391 fue ordenado sacerdote en Hipona por el anciano Obispo Valerio, quien le encomendó la misión de predicar entre los fieles la palabra de Dios, tarea que San Agustín cumplió con fervor y le valió gran renombre; al propio tiempo, sostenía enconado combate contra las herejías y los cismas que amenazaban a la ortodoxia católica, reflejado en las controversias que mantuvo con maniqueos, pelagianos, donatistas y paganos.



     Tras la muerte de Valerio, hacia finales del 395, San Agustín fue nombrado Obispo de Hipona. Dedicó numerosos sermones a la instrucción de su pueblo, escribió sus célebres Cartas a amigos, adversarios, extranjeros, fieles y paganos, y ejerció a la vez de Pastor, administrador, orador y juez.

     Al caer Roma en manos de los godos de Alarico (410), se acusó al cristianismo de ser responsable de las desgracias del imperio, lo que suscitó una encendida respuesta de San Agustín, recogida en La Ciudad de Dios, que contiene una verdadera filosofía de la Historia Cristiana.

     Durante los útimos años de su vida asistió a las invasiones bárbaras del norte de África (iniciadas en el 429), a las que no escapó su ciudad episcopal. Al tercer mes del asedio de Hipona, cayó enfermo y murió en el año 430.



  DE CIVITATE DEI  
LA CIUDAD DE DIOS

( Por San Agustín de Hipona )

          El cuerpo de Pedro está en Roma, dice la gente, el cuerpo de Pablo está en Roma, el cuerpo de Lorenzo está en Roma, los cuerpos de otros muchos mártires están en Roma, y, sin embargo, Roma está en la miseria, Roma está devastada, Roma está en la desolación; ha sido pisoteada e incendiada. ¿Dónde están ahora las memorias de los apóstoles?  

          En Pedro mismo fue temporal la carne y ¿no quieres tú que sean temporales las piedras de Roma?. Pedro reina con el Señor, el cuerpo del apóstol Pedro yace en alguna parte, y su recuerdo ha de despertar en ti el amor a lo eterno, para que no sigas pegado a la tierra, sino que, con el apóstol, pienses en el cielo. ¿Por qué estás, entonces, triste y lloras porque se han derrumbado piedras y maderos, y han muerto hombres mortales?... Lo que Cristo guarda, ¿se lo lleva acaso el godo? ¿Es que las memoriae de los apóstoles tenían que haberos preservado para siempre vuestros teatros de locos?"


lunes, 26 de agosto de 2013

LAS ALMAS DEL PURGATORIO Y SANTA MARGARITA ( I )

          
           Se presentó repentinamente delante de mí una persona, hecha toda un fuego, cuyos ardores tan vivamente me penetraron, que me parecía abrasarme con ella. Me dijo que era el religioso benedictino que me había confesado una vez y me había mandado recibir la Comunión, en premio de lo cual Dios le había permitido dirigirse a mí para obtener de mí algún alivio en sus penas. 

          Me pidió que ofreciese por él todo cuanto pudiera hacer y sufrir durante tres meses. Me dijo que la causa de sus grandes sufrimientos era, ante todo, porque había preferido el interés propio a la gloria divina, por demasiado apego a su reputación; lo segundo, por la falta de caridad con sus hermanos; y lo tercero, por el exceso del afecto natural que había tenido a las criaturas y de las pruebas que de él les había dado en las conferencias espirituales, lo cual desagradaba mucho al Señor. 

          Muy difícil me sería el poder explicar cuánto tuve que sufrir en estos tres meses. Porque no me abandonaba un momento, y al lado donde él se hallaba me parecía verle hecho un fuego, y con tan vivos dolores, que me veía obligada a gemir y llorar casi continuamente. Movida de compasión mi Superiora, me señaló buenas penitencias, sobre todo disciplinas, porque las penas y sufrimientos exteriores que por caridad me hacían éstas sufrir aliviaban mucho las otras. Al fin de los tres meses le vi de bien diferente manera: colmado de gozo y gloria, iba a gozar de su eterna dicha". 


sábado, 24 de agosto de 2013

SAN LUIS REY DE FRANCIA, TERCIARIO FRANCISCANO




      Nació en Poissy el 25 de abril de 1214, y a los doce años, a la muerte de su padre, Luis VIII, es coronado Rey de los franceses bajo la regencia de su madre, la española Doña Blanca de Castilla. Ejemplo raro de dos hermanas, Doña Blanca y Doña Berenguela, que supieron dar sus hijos, más que para reyes de la tierra, para santos y fieles discípulos del Señor. Las madres, las dos princesas hijas del rey Alfonso VII de Castilla, y los hijos, los santos reyes San Luis y San Fernando.

      En medio de las dificultades de la regencia supo Doña Blanca infundir en el tierno infante los ideales de una vida pura e inmaculada. No olvida el inculcarle los deberes propios del oficio que había de desempeñar más tarde, pero ante todo va haciendo crecer en su alma un anhelo constante de servicio divino, de una sensible piedad cristiana y de un profundo desprecio a todo aquello que pudiera suponer en él el menor atisbo de pecado. «Hijo -le venía diciendo constantemente-, prefiero verte muerto que en desgracia de Dios por el pecado mortal».

      Es fácil entender la vida que llevaría aquel santo joven ante los ejemplos de una tan buena y tan delicada madre. Tanto más si consideramos la época difícil en que a ambos les tocaba vivir, en medio de una nobleza y de unas cortes que venían a convertirse no pocas veces en hervideros de los más desenfrenados, rebosantes de turbulencias y de tropelías. Contra éstas tuvo que luchar denodadamente Doña Blanca, y, cuando el reino había alcanzado ya un poco de tranquilidad, hace que declaren mayor de edad a su hijo, el futuro Luis IX, el 5 de abril de 1234.  


      Ya Rey, no se separa San Luis de la sabia mirada de su madre, a la que tiene siempre a su lado para tomar las decisiones más importantes. En este mismo año, y por su consejo, se une en matrimonio con la virtuosa Margarita, hija de Ramón Berenguer, Conde de Provenza. Ella sería la compañera de su reinado y le ayudaría también a ir subiendo poco a poco los peldaños de la santidad.

      En lo humano, el reinado de San Luis se tiene como uno de los más ejemplares y completos de la Historia. Las Cruzadas, son una muestra de su ideal de caballero cristiano, llevado hasta las últimas consecuencias del sacrificio y de la abnegación. En la política, San Luis ajustó su conducta a las normas más estrictas de la moral cristiana. Sabía que el gobierno es más un deber que un derecho; el hacer el bien buscando en todo la felicidad de sus súbditos.

      Desde el principio de su reinado San Luis lucha para que haya paz entre todos, pueblos y nobleza. Todos los días administra justicia personalmente, atendiendo las quejas de los oprimidos y desamparados. Desde 1247 comisiones especiales fueron encargadas de recorrer el país con objeto de enterarse de las más pequeñas diferencias. Como resultado de tales informaciones fueron las grandes ordenanzas de 1254, que establecieron un compendio de obligaciones para todos los súbditos del Reino.

      El reflejo de estas ideas, tanto en Francia como en los países vecinos, dio a San Luis fama de bueno y justiciero, y a él recurrían a veces en demanda de ayuda y de consejo. Con sus nobles se muestra decidido para arrancar de una vez la perturbación que sembraban por los pueblos y ciudades. En 1240 estalló la última rebelión feudal a cuenta de Hugo de Lusignan y de Raimundo de Tolosa, a los que se sumó el rey Enrique III de Inglaterra.


      San Luis combate contra ellos y derrota a los ingleses en Saintes (22 de julio de 1242). Cuando llegó la hora de dictar condiciones de paz el vencedor desplegó su caridad y misericordia. Hugo de Lusignan y Raimundo de Tolosa fueron perdonados, dejándoles en sus privilegios y posesiones. Si esto hizo con los suyos, aún extremó más su generosidad con los ingleses: el tratado de París de 1259 entregó a Enrique III nuevos feudos de Cahors y Périgueux, a fin de que en adelante el agradecimiento garantizara mejor la paz entre los dos Estados.

      Fue exquisito en su trato, sobre todo, en sus relaciones con el Papa y con la Iglesia. Cuando por Europa arreciaba la lucha entre el emperador Federico II y el Papa por causa de las investiduras y regalías, San Luis asume el papel de mediador, defendiendo en las situaciones más difíciles a la Iglesia. En su reino apoya siempre sus intereses, aunque a veces ha de intervenir contra los abusos a que se entregaban algunos clérigos, coordinando de este modo los derechos que como rey tenía sobre su pueblo con los deberes de fiel cristiano, devoto de la Silla de San Pedro y de la Jerarquía. Para hacer más eficaz el progreso de la religión en sus Estados se dedica a proteger las iglesias y los sacerdotes. Lucha denodadamente contra los blasfemos y perjuros, y hace por que desaparezca la herejía entre los fieles, para lo que implanta la Inquisición romana, favoreciéndola con sus leyes y decisiones.

      Personalmente da un gran ejemplo de piedad y devoción ante su pueblo en las fiestas y ceremonias religiosas. En este sentido fueron muy celebradas las grandes solemnidades que llevó a cabo, en ocasión de recibir en su palacio la corona de espinas, que con su propio dinero había desempeñado del poder de los venecianos, que de este modo la habían conseguido del empobrecido emperador del Imperio griego, Balduino II. En 1238 la hace llevar con toda pompa a París y construye para ella, en su propio palacio, una esplendorosa capilla, que de entonces tomó el nombre de Capilla Santa, a la que fue adornando después con una serie de valiosas reliquias entre las que sobresalen una buena porción del santo madero de la cruz y el hierro de la lanza con que fue atravesado el costado del Señor.

      A todo ello añadía nuestro Santo una vida admirable de penitencia y de sacrificios. Tenía una predilección especial para los pobres y desamparados, a quienes sentaba muchas veces a su mesa, les daba él mismo la comida y les lavaba con frecuencia los pies, a semejanza del Maestro. Por su cuenta recorre los hospitales y reparte limosnas, se viste de cilicio y castiga su cuerpo con duros cilicios y disciplinas. Se pasa grandes ratos en la oración, y en este espíritu, como antes hiciera con él su madre, Doña Blanca, va educando también a sus hijos, cumpliendo de modo admirable sus deberes de padre, de rey y de cristiano.

      Sólo le quedaba a San Luis testimoniar de un modo público y solemne el gran amor que tenía para con Nuestro Señor, y esto le impulsa a alistarse en una de aquellas Cruzadas, llenas de fe y de heroísmo, donde los cristianos de entonces iban a luchar por su Dios contra sus enemigos, con ocasión de rescatar los Santos Lugares de Jerusalén. A San Luis le cabe la gloria de haber dirigido las dos últimas Cruzadas en unos años en que ya había decaído mucho el sentido noble de estas empresas, y que él vigoriza de nuevo dándoles el sello primitivo de la cruz y del sacrificio.

      En un tiempo en que estaban muy apurados los cristianos del Oriente, el Papa Inocencio IV tuvo la suerte de ver en Francia al mejor de los reyes, en quien podía confiar para organizar en su socorro una nueva empresa. San Luis, que tenía pena de no amar bastante a Cristo Crucificado y de no sufrir bastante por Él, se muestra cuando le llega la hora, como un magnífico soldado de su causa. Desde este momento va a vivir siempre con la vista clavada en el Santo Sepulcro, y morirá murmurando: «Jerusalén».

      En cuanto a los anteriores esfuerzos para rescatar los Santos Lugares, había fracasado, o poco menos, la Cruzada de Teobaldo IV, Conde de Champagne y Rey de Navarra, emprendida en 1239-1240. Tampoco la de Ricardo de Cornuailles, en 1240-1241, había obtenido otra cosa que la liberación de algunos centenares de prisioneros.



     Ante la invasión de los mogoles, unos 10.000 kharezmitas vinieron a ponerse al servicio del sultán de Egipto y en septiembre de 1244 arrebataron la ciudad de Jerusalén a los cristianos. Conmovido el papa Inocencio IV, exhortó a los reyes y pueblos en el concilio de Lyón a tomar la cruz, pero sólo el monarca francés escuchó la voz del Vicario de Cristo.

     Luis IX, lleno de fe, se entrevista con el Papa en Cluny (noviembre de 1245) y, mientras Inocencio IV envía embajadas de paz a los tártaros mogoles, el Rey apresta una buena flota contra los turcos. El 12 de junio de 1248 sale de París para embarcarse en Marsella. Le siguen sus tres hermanos, Carlos de Anjou, Alfonso de Poitiers y Roberto de Artois, con el duque de Bretaña, el conde de Flandes y otros caballeros, obispos, etc. Su ejército lo componen 40.000 hombres y 2.800 caballos.

      El 17 de septiembre los hallamos en Chipre, sitio de concentración de los cruzados. Allí pasan el invierno, pero pronto les atacan la peste y demás enfermedades. El 15 de mayo de 1249, con refuerzos traídos por el duque de Borgoña y por el conde de Salisbury, se dirigen hacia Egipto. «Con el escudo al cuello -dice un cronista- y el yelmo a la cabeza, la lanza en el puño y el agua hasta el sobaco», San Luis, saltando de la nave, arremetió contra los sarracenos. Pronto era dueño de Damieta. Sin embargo, cuando el ejército, es atacado del escorbuto, del hambre y de las continuas incursiones del enemigo, decidió por fin, retirarse, se vio sorprendido por los sarracenos, que degollaron a muchísimos cristianos, cogiendo preso al mismo rey, a su hermano Carlos de Anjou, a Alfonso de Poitiers y a los principales caballeros.



     Era la ocasión para mostrar el gran temple de alma de San Luis. En medio de su desgracia aparece ante todos con una serenidad admirable y una suprema resignación. Hasta sus mismos enemigos le admiran y no pueden menos de tratarle con deferencia. Obtenida poco después la libertad, que con harta pena para el Santo llevaba consigo la renuncia de Damieta, San Luis desembarca en San Juan de Acre con el resto de su ejército. Cuatro años se quedó en Palestina fortificando las últimas plazas cristianas y peregrinando con profunda piedad y devoción a los Santos Lugares de Nazaret, Monte Tabor y Caná. Sólo en 1254, cuando supo la muerte de su madre, Doña Blanca, se decidió a volver a Francia.

     A su vuelta es recibido con amor y devoción por su pueblo. Sigue administrando justicia por sí mismo, hace desaparecer los combates judiciarios, persigue el duelo y favorece cada vez más a la Iglesia. Sigue teniendo un interés especial por los religiosos, especialmente por los franciscanos y dominicos. Conversa con San Buenaventura y Santo Tomás de Aquino, visita los monasterios y no pocas veces hace en ellos oración, como un monje más de la casa.

     Sin embargo, la idea de Jerusalén seguía permaneciendo viva en el corazón y en el ideal del Santo. Si no llegaba un nuevo refuerzo de Europa, pocas esperanzas les iban quedando ya a los cristianos de Oriente. Los mamelucos les molestaban amenazando con arrojarles de sus últimos reductos. Por si fuera poco, en 1261 había caído a su vez el Imperio Latino, que años antes fundaran los occidentales en Constantinopla. En Palestina dominaba entonces el feroz Bibars (la Pantera), mahometano fanático, que se propuso acabar del todo con los cristianos. El Papa Clemente IV instaba por una nueva Cruzada. Y de nuevo San Luis, ayudado esta vez por su hermano, el rey de Sicilia, Carlos de Anjou, el rey Teobaldo II de Navarra, por su otro hermano Roberto de Artois, sus tres hijos y gran compañía de nobles y prelados, se decide a luchar contra los infieles.

     En esta ocasión, en vez de dirigirse directamente al Oriente, las naves hacen proa hacia Túnez, enfrente de las costas francesas. Tal vez obedeciera esto a ciertas noticias que habían llegado a oídos del Santo de parte de algunos misioneros de aquellas tierras. En un convento de dominicos de Túnez parece que éstos mantenían buenas relaciones con el sultán, el cual hizo saber a San Luis que estaba dispuesto a recibir la fe cristiana. El Santo llegó a confiarse de estas promesas, esperando encontrar con ello una ayuda valiosa para el avance que proyectaba hacer hacia Egipto y Palestina.

     Pero todo iba a quedar en un lamentable engaño que iba a ser fatal para el ejército del Rey. El 4 de julio de 1270 zarpó la flota de Aguas Muertas y el 17 se apoderaba San Luis de la antigua Cartago y de su castillo. Sólo entonces empezaron los ataques violentos de los sarracenos.


     El mayor enemigo fue la peste, ocasionada por el calor, la putrefacción del agua y de los alimentos. Pronto empiezan a sucumbir los soldados y los nobles. El 3 de agosto muere el segundo hijo del rey, Juan Tristán, cuatro días más tarde el Legado Pontificio y el 25 del mismo mes la muerte arrebataba al mismo San Luis, que, como siempre, se había empeñado en cuidar por sí mismo a los apestados y moribundos. Tenía entonces cincuenta y seis años de edad y cuarenta de reinado.

     Pocas horas más tarde arribaban las naves de Carlos de Anjou, que asumió la dirección de la empresa. El cuerpo del santo rey fue trasladado primeramente a Sicilia y después a Francia, para ser enterrado en el panteón de San Dionisio, de París. Desde este momento iba a servir de grande veneración y piedad para todo su pueblo. Unos años más tarde, el 11 de agosto de 1297, era solemnemente canonizado por Su Santidad el papa Bonifacio VIII en la iglesia de San Francisco de Orvieto (Italia).




Francisco Martín Hernández, San Luis Rey de Francia
en Año Cristiano, Tomo III, Madrid, Editorial Católica (BAC 185), 
Año 1959, pp. 483-489.



jueves, 22 de agosto de 2013

EL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA



Oh Corazón de María, el más amable y compasivo después del de Jesús, 
Trono de las Misericordias Divinas a favor de los pobres pecadores; 
yo, reconociéndome sumamente necesitado, acudo a Vos, 
en quien el Señor ha puesto todo el tesoro de sus bondades, 
con plenísima seguridad de ser por Vos socorrido. 
Vos sois mi refugio, mi amparo, mi esperanza; 
por eso os digo y os diré en todos mis apuros y peligros:
 ¡Oh Dulce Corazón de María, sed la salvación mía!

Cuando la enfermedad me aflija, o me oprima la tristeza, o la espina
 de la tribulación llague mi alma:
 ¡Oh Dulce Corazón de María, sed la salvación mía!

Cuando el mundo, el demonio y mis propias pasiones, coaligados para mi perdición, me persigan con sus tentaciones y quieran hacerme 
perder el tesoro de la divina gracia: 
¡Oh Dulce Corazón de María, sed la salvación mía!

En la hora de mi muerte, en aquel momento del que depende mi eternidad, cuando se aumenten las angustias de mi alma y los ataques de mis enemigos:
 ¡Oh Corazón de María, sed la salvación mía!

Y cuando mi alma pecadora se presente ante el Tribunal de Jesucristo para rendirle cuenta de toda su vida, venid Vos a defenderla y ampararla, 
y entonces, ahora y siempre:
 ¡Oh Corazón de María, sed la salvación mía!

Estas gracias espero alcanzar de Vos, oh Corazón amantísimo de mi Madre,
 a fin de que pueda veros y gozar de Dios, en vuestra compañía en el Cielo. Amén.



lunes, 19 de agosto de 2013

LOS TRES CONSUELOS DEL PURGATORIO



Entre las obras de sufragio por las Almas Benditas del Purgatorio, 
hay tres que tienen un efecto maravilloso, tres formas sencillas
de dar consuelo, alivio y hasta procuran su liberación:

 la Oración, 
el Santo Sacrificio de la Misa
 y las Indulgencias



PRIMER CONSUELO: LA ORACIÓN


          Es como un refrigerio que de nuestra alma sube al Cielo. También una simple invocación, una jaculatoria, un sacrificio, un acto breve de amor a Dios, tienen una eficacia extraordinaria  de  sufragio.  Entre  las  oraciones  que podemos rezar prevalecen: el “Oficio de los Difuntos”, el Salmo 50, el Vía Crucis, y sobre todo, el Santo Rosario. A todas estas u otras oraciones hay que agregar la Santa Confesión y Comunión Sacramental ( o espiritual, que se puede hacer siguiendo el modelo de la estampa "Comunión Espiritual, de este blog); es necesario además, que en ocasión de la muerte de una persona querida, todos los parientes se confiesen y comulguen por el alma.



SEGUNDO CONSUELO: EL SANTO SACRIFICIO DE LA MISA


          Para las Benditas Ánimas del Purgatorio, una sola Misa es de infinito valor. Los teólogos dividen en tres partes el fruto espiritual del Sacrificio del Altar:


      - Una parte va en beneficio de todos los miembros.


      - Otra parte va en ventaja del Sacerdote que celebra.


      - La tercera parte va en provecho de por quien se celebra, y esta parte es  aplicable a las Almas Purgantes. Pero no basta celebrar una sola Misa por los difuntos, es necesario hacer celebrar muchas.



TERCER CONSUELO: LAS INDULGENCIAS


          La Indulgencia es una remisión de una pena temporal, adeudada por los pecados, que la Iglesia concede bajo ciertas condiciones al alma en gracia, aplicándole los méritos y las satisfacciones abundantes de Nuestro Redentor Jesucristo, de la Virgen Nuestra Señora y de los Santos, los cuales constituyen su Tesoro y por lo cual anulan sobre la tierra en todo o en parte la deuda de un alma anulándola también en el Cielo. Hay indulgencia “Plenaria” y “Parcial”. Para ganar la indulgencia es necesario estar en estado de gracia y tener la intención de ganarla. Por la Comunión de los Santos podemos socorrer a los Difuntos, la Iglesia nos da la facultad de aplicarles este inmenso tesoro de misericordia, reduciendo así sus penas que son la satisfacción de las culpas cometidas durante la vida presente.








sábado, 17 de agosto de 2013

NUESTRA SEÑORA, MADRE SANTA Y PROTECTORA

          
          Estad siempre contentos los que os sentís hijos de María; sabed que Ella acepta por hijos suyos a los que quieren ser.

          Alegraos! ¿Cómo podéis temer perderos si esta Madre os protege y defiende? Así, dice San Buenaventura, debe animarse y decir el que ama a esta Buena Madre y confía en su protección: ¿Qué temes, alma mía? Nada; que la causa de tu eterna salvación no se perderá estando la sentencia en manos de Jesús, que es tu Hermano, y de María, que es tu Madre.


          Con este mismo modo de pensar se anima San Anselmo y exclama: “¡Oh dichosa Confianza, oh Refugio mío, Madre de Dios y Madre mía! ¡Con cuánta certidumbre debemos esperar cuando nuestra salvación depende de tan buen Hermano y de tan Buena Madre!”

          Esta es nuestra Madre que nos llama y nos dice: “Si alguno se siente como niño pequeño, que venga a mí" (Pr 9, 4). Los niños tienen siempre en los labios el nombre de la madre, y en cuanto algo les asusta, enseguida gritan: ¡Madre, Madre! 

          Oh María Dulcísima y Madre Amorosísima, esto es lo que quieres, que nosotros, como niños, te llamemos siempre a Ti en todos los peligros y que recurramos siempre a Ti que nos quieres ayudar y salvar, como has salvado a todos tus hijos que han acudido a Ti.


San Alfonso María de Ligorio
LAS GLORIAS DE MARÍA



viernes, 16 de agosto de 2013

LA POBREZA DE CRISTO EN LA SAGRADA EUCARISTÍA ( I )


          En todo lo que hace y en todo lo que se agencia busca para sí todo lo más pobre. Vedle en su vida pobre; ora arrodillado sobre el duro suelo; come el pan de cebada del pobre; vive de limosna; viaja como los menesterosos, y como ellos sufre, sin poder satisfacer,muchas veces, las necesidades del hambre y de la sed; su pobreza le hace despreciable a los ojos de los grandes y de los ricos; esto no obstante, no vacila en decirles:“Vae vobis divitibus : ¡Ay de vosotros, ricos de la tierra!” (Lc 6, 24).



          A los Apóstoles, al ser discípulos pobres como Él, les prohíbe que tengan dos túnicas ni repuesto de provisiones, ni dinero, ni siquiera un palo para defenderse. Muere abandonado y despojado hasta de sus pobres vestiduras; para sepultarle le envuelven en un sudario prestado y le ponen en un sepulcro ofrecido por caridad. Aun después de su Resurrección se aparece a los Apóstoles con el pobre y humilde aspecto de otras veces.

          Finalmente, en el Santísimo Sacramento el amor de la pobreza le lleva hasta velar la gloria de su divinidad y el esplendor de la humanidad gloriosa; para aparecer más pobre y no tener cosa que le pertenezca, se despoja de toda su libertad y movimiento exterior, así como de toda propiedad: se halla, en la Eucaristía, como en las entrañas de su Santa Madre, envuelto y oculto en las Santas Especies,esperando de la caridad de los hombres la materia de su Sacramento y los objetos del culto: ésta es la pobreza de Jesús; la amó e hizo de ella una compañera inseparable.



               ¿Por qué Jesús ha escogido este estado permanente de pobreza?Primeramente, porque, como hijo de Adán, aceptó el estado de nuestra naturaleza como ella es en este destierro, despojada de los derechos que tenía sobre las criaturas; además, para santificar con su pobreza todos los actos de pobreza que habían de practicarse después en su Iglesia. Se hizo pobre para enriquecernos con los tesoros del Cielo, desasirnos de los bienes de la tierra en vista del poco aprecio que de éstos hacía Él. Se hizo pobre para que la pobreza, que es nuestro estado, nuestra penitencia y un medio para obrar nuestra reparación, fuese para nosotros honrosa, deseable y amable en su Persona. Se hizo pobre para mostrarnos y probarnos su amor.

          Continúa pobre en el Sacramento, a pesar de su estado glorioso, a fin de ser siempre nuestro modelo vivo y visible.De manera que la pobreza, que en sí misma no es amable, ya que es una privación y un castigo, aparece llena de encantos en Jesucristo, que la ennoblece y hace de ella la forma de su vida, el fundamento de su Evangelio y la primera de sus bienaventuranzas, su heredera divina...



(Beato Pedro Julián Eymard)




jueves, 15 de agosto de 2013

LA ASUNCIÓN DE NUESTRA SEÑORA A LOS CIELOS



Antiquísima y universal es la creencia del pueblo cristiano
 que afirma que Nuestra Señora la Virgen Santísima 
no sufrió la corrupción del sepulcro 
por no haber sido nunca contaminada
con pecado alguno, ni original ni actual;
por Misterio de Ángeles 
fue asunta a los Cielos
en cuerpo y alma.

Desde tiempo inmemorial se celebra con máximo esplendor
esta Fiesta Litúrgica, que junto con la Navidad,
Pascua y Pentecostés, 
constituye una de las cuatro
fiestas más importantes del año.

Escogida como fiesta mayor de muchos pueblos 
y titular de numerosas iglesias.




El Misterio de hoy es conocido como 
Dormición y reposo de la Virgen
para indicar la suavidad de Su muerte;
Asunción para significar el momento en que el cuerpo
de Nuestra Señora fue conducido gloriosamente al Cielo.

En algunos lugares se celebran procesiones con la imagen
de la Virgen muerta, puesta a la veneración de los fieles
por unos días.

La definición dogmática de la Asunción de la Virgen María
en cuerpo y alma a los Cielos, fue hecha el 1 de Noviembre
del Año Santo de 1950, por el Papa Pío XII.


miércoles, 14 de agosto de 2013

EL PAPA QUE QUERÍA APÓSTOLES SEGLARES


Hallándose cierto día el Papa san Pío X entre un grupo de cardenales, les preguntó:

      -¿Qué os parece lo más urgente hoy para salvar a la sociedad?

      -Edificar escuelas-, contestó uno.

      -No-, replicó el Papa.

      -Multiplicar las iglesias-, añadió otro.

      -Tampoco.


      -Reclutar más clero-,
dijo un tercero.

      -Ni eso siquiera -repuso el Papa-. No. Lo más urgente ahora es tener en cada parroquia un núcleo de seglares virtuosos, y, al mismo tiempo, ilustrados, esforzados y verdaderos apóstoles.



El 11 de junio de 1905, el Santo Pontífice publicó un documento sobre la Acción Católica
 con el título Il Fermo Proposito
donde dice, entre otras cosas:

       Es amplísimo el campo de la acción católica, ya que nada de lo que directa o indirectamente se refiere a realizar la divina misión de la Iglesia queda fuera de él... 

      Sabéis muy bien, Venerables Hermanos, cuánta ayuda han prestado a la Iglesia esas milicias de católicos que se esfuerzan por unir todas sus energías vitales, para acabar por todos los medios legítimos, con la civilización anticristiana; para introducir de nuevo a Jesucristo en la familia, en la escuela y en la sociedad; para rehabilitar el principio de la autoridad humana como vicaria de la autoridad de Dios; para mirar solícitamente por los intereses del pueblo y, ante todo, de los obreros y campesinos.

      Infundir en los corazones de todos las verdades religiosas, única fuente del verdadero consuelo en medio de las miserias de la vida, enjugar sus lágrimas, aliviar sus penas, esforzándose por mejorar su situación económica con oportunos remedios, procurando que reine la justicia en las leyes públicas, que se cambien o supriman las injustas; en una palabra: luchan con verdadero espíritu católico por defender en todo los derechos de Dios y los no menos sagrados de la Iglesia... 




      Este Santo Pontífice siempre entendió que la buena formación del clero y por ende de los seglares, eran el mejor remedio contra los males que amenazaban -y amenazan aún- a la Santa Iglesia Católica.

      Seamos pues buenos católicos y hagamos apostolado: apostolado con nuestras palabras, con nuestras acciones y sobre todo, con el buen ejemplo, sin complejos ni respetos humanos.

      Un ejemplo práctico: Hacer la señal de la Cruz al pasar por delante de una iglesia o un cementerio, al tiempo que hacemos mentalmente una Comunión Espiritual o rezamos por las Almas de los que reposan en aquél cementerio, no sólo puede servirnos de provecho espiritual a nosotros, sino que es un gesto piadoso que edifica y anima a quien nos contempla hacerlo con naturalidad y devoción. Si algunos se ríen o nos tachan de "beatos", o incluso "fariseos", peor para ellos ... "la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres (I Cor. 1, 25)"


      Otra manera muy sencilla de hacer apostolado, es compartir buenas lecturas; internet está lleno de podredumbre, es cierto, pero a Dios gracias, existen buenos sitios como los que tengo enlazados en este rinconcito de "Como ovejas sin Pastor". De allí  -y de aquí- podemos extractar lecturas espirituales, meditaciones, oraciones, historia religiosa... tesoros de la Fe Católica que me atrevería a decir estamos obligados a compartir -porque así lo exigen las obras de misericordia- con el hermano que no sabe o anda equivocado.

      Te invito una vez más a que seas APÓSTOL y empieces desde ya a predicar la alegría y la seguridad del Evangelio, como hijo fiel de la Santa Iglesia. Quizás este pequeño artículo, podría ser el primero de muchos que compartas con los tuyos.

      Todo sea para mayor Gloria de Dios y de la Gloriosa Virgen María

martes, 13 de agosto de 2013

EL ÁNGEL TRADUCTOR Y EL PADRE PÍO DE PIETRELCINA:


      El Ángel le traducía cartas o hacía de intérprete cuando venían personas que no sabían italiano. El Padre Pío no había estudiado lenguas extranjeras, pero las entendía. No había estudiado francés, pero lo escribía. A la pregunta de su Director, el Padre Agustín, sobre quién le había enseñado francés, el padre respondió: Si la misión del Ángel Custodio es grande, la del mío es más grande aún, porque debe hacer de maestro explicándome otras lenguas.


      A principios de 1912 se le ocurrió al Padre Agustín valorar la santidad del Padre Pío, escribiéndole en lenguas que él no conocía. Y entre ambos comenzó una correspondencia en francés y griego. Padre Pío superó brillantemente la prueba, porque hacía traducir las cartas a alguien. Sobre esto hay un testimonio del cura párroco de Pietrelcina que, bajo juramento, certificó que el Padre Pío, estando en Pietrelcina, recibió una carta del Padre Agustín en griego. El testimonio firmado dice así: “Pietrelcina, 25 de agosto de 1919. Certifico, bajo juramento, yo, Salvatore Pannullo, Párroco, que el Padre Pío, después de recibir la presente carta, me explicó literalmente el contenido. Al preguntarle cómo había podido leerla y explicarla, no conociendo el griego, respondió: “Lo sabe usted. Mi ángel custodio me ha explicado todo”

      El padre Tarsicio Zullo declaró: Cuando llegaban a San Giovanni Rotondo peregrinos de distintas lenguas, el padre Pío los comprendía. Una vez le pregunté: “Padre, ¿cómo hace para entender tantas lenguas y dialectos?”. Y respondió: “Mi ángel me ayuda y me traduce todo”.

lunes, 12 de agosto de 2013

VOTO DE AMOR A LAS ALMAS DEL PURGATORIO





¿EN QUÉ CONSISTE EL VOTO DE ÁNIMAS?

      El conocido como Voto de Ánimas, es ofrecer a Dios, por mediación de Nuestra Señora y por la obligada caridad hacia nuestros Fieles Difuntos, todas las indulgencias que podamos obtener en esta vida; sin embargo, somos sabedores de nuestra pobre condición pecadora, por eso, ¿qué mejor manera de ofrecer algo a Dios Nuestro Señor que presentárselo a través de las Purísimas Manos de la Virgen María?. Es más, ¿dudaremos por un momento que Nuestro Señor permita a Su Madre distribuir esas indulgencias según su criterio? Nuestra Señora, que como Buena Madre, supo administrar bien la economía doméstica, ¿no será capaz de prodigarse con aquellas Almas del Purgatorio que más penan?

      Por eso, pongamos en manos de la Virgen María, todas las indulgencias que ganemos en vida, para que la Madre Piadosa las distribuya libremente entre las Almas del Purgatorio. Ella, que sabe amar como ninguna Madre, no dudará en favorecer entre las Almas purgantes a las que fueron nuestros familiares y amigos en este tierra.





¿QUÉ PODEMOS OFRECER A LAS ALMAS DEL PURGATORIO?

      Todas las obras buenas que practicamos en estado de gracia santificante, tienen la virtud de producir cuatro efectos: meritorio, propiciatorio, impetratorio y satisfactorio.

   -El efecto meritorio, de nuestras buenas obras consiste en aumentar la gracia y la gloria del que la practica, y este efecto no puede cederse a nadie.

   -El efecto propiciatorio es hacer a Dios propicio, aplacando la ira de su Divina Justicia.

   -El efecto impetratorio está en alcanzarnos gracias y favores de parte de Dios.





      Y finalmente el efecto satisfactorio, es aquel que nos permite pagar la pena temporal que merecemos por nuestros pecados. Sólo este último efecto -el satisfactorio- es el que podemos ofrecer a las Almas del Purgatorio mediante este Voto, a fin de que les sirva para completar la pena temporal que por sus pecados deben a la Justicia Divina y que están pagando en el Purgatorio. Sin embargo, ofreciendo este efecto satisfactorio, no nos quedaremos en la indigencia, sino que nos quedamos con los otros tres efectos de nuestras buenas obras. 




BENEFICIOS ESPIRITUALES QUE OBTENEMOS POR EL VOTO DE ÁNIMAS

Es sumamente importante saber que aquellos que hacen
el VOTO DE ÁNIMAS, ganan indulgencia plenaria
todos los lunes del año a condición de
asistir al Santo Sacrificio de la Misa
con intención de dar reposo y consuelo 
a las Benditas Almas del Purgatorio;
también si ofrecemos el Santo Rosario a la Virgen
con el mismo fin caritativo.