Un buen Católico ha de abstenerse de participar en fiestas mundanas; esta noche de Fin de Año, al igual que los días de Carnaval, abundarán los excesos en la comida, en la impureza, en el alcohol... ¡cuántas almas engañadas por el mundo!, ¡cuántos que son seducidos por el demonio sin apenas darse cuenta!, ¡por miles caerán en las garras de la impureza, vendiendo el precio de su alma por un momento de placer...!
A ti y a mí, por el contrario, nos toca demostrar nuestro amor a Dios y REPARAR por cuantos desprecian Su Divina Ley; a ti y a mí nos llama Cristo para que compartamos con Él la agonía de este nuevo Getsemaní; a ti y a mí al fin, nos convida el Señor a velar con Él, por el cruento dolor que le causan los pecados del mundo.
Te invito, como Cristo animó a Pedro, a Santiago y a Juan, a que hoy, antes de la medianoche y hasta bien pasada ésta, te encierres con Dios a solas; pídele a María nuestra Santa Madre que te acompañe, como lo hizo con Su Corazón cuando Jesús estuvo preso. Ella fue la primera adoradora de Jesús, siendo Su Sagrario viviente en el embarazo; luego, durante la Santa Infancia del Redentor fue Su Protectora junto a San José; en la vida pública de Nuestro Señor, María ocupó un discreto lugar hasta que llegó la hora suprema de la entrega en el Calvario; pero aún hoy, María, en el Cielo y en la Tierra, acompaña a Cristo: en Su Corte de Gloria y en la soledad aterradora ante la caída continua de las almas que viven sin Dios...
Sería ideal hacer esta oración ante el Santísimo Sacramento, expuesto o en el Sagrario, pero si no te es posible, figúrate al menos presente ante Su Presencia Sacramental.
Así, en mitad del júbilo del mundo, compartirás la soledad y el dolor de Jesús, cautivo, preso, tratado por loco, azotado hasta casi la muerte... crucificado.
Padre Alfonso del Santísimo Sacramento
Hemos leído, no sabemos dónde, ser costumbre de ciertos pueblos aguardar entre las emociones de un baile o de un banquete las doce de la noche del último día de diciembre y la subsiguiente entrada del primero de Año Nuevo.
Comprendemos perfectamente la idea. Se reduce a ahogar en placeres y devaneos el severo recuerdo del año que expira y el del otro que va a empezar; es sencillamente levantar un poco de ruido en el corazón, aturdirse algún tanto para sentir menos esa aldabada convulsiva que nos da el año saliente al pasar rápido delante de nosotros para dar lugar al año entrante, como para advertirnos que no somos más duraderos que él y que no menos que a él va a tragarnos en breve la eternidad. Es puramente cuestión de miedo. El mundano se atolondra con sus locuras para distraerlo, del mismo modo que el niño cobarde canta y grita en la obscuridad para disimular su pavura.
El cristiano fiel ve muy de otra manera morir y renacer los años. Agradece a Dios los transcurridos, y espera de su bondad los que todavía le quiere conceder. Da una ojeada sobre los primeros para corregir los tropiezos de su vida si los hubo, y otra sobre los segundos para afirmarse en el bien y asegurarlo con nuevas resoluciones. Contempla sobre todo los beneficios sin número que le ha prodigado Dios, y los agradece, y pide su continuación confiado.
Con tales consideraciones procuran muchas almas cristianas despedir al año que se va, y dar la bienvenida al año que se viene. Para eso pasan muchos en meditación la hora última del día 31 de Diciembre. Y en varias Casas Religiosas, y en alguna Parroquia, se expone el Santísimo Sacramento al anochecer de este día y se le dedican las últimas horas de él.
De un modo o de otro de éstos quisiéramos santificasen tal día nuestros buenos lectores. Consideren los amigos y conocidos que de su lado ha arrebatado la muerte en los últimos doce meses; reflexionen lo que para ellos mismos se ha acortado el plazo que les separa de la eternidad; vean qué dones han recibido del Cielo y cuántos han aprovechado y cuántos malbaratado; examínense a sí propios, cómo viven, cómo morirían si hubiesen de morir hoy, y qué sentencia fuera la suya si hoy debiesen ser juzgados. Y si algo aman su propia alma, apresúrense a vivir ese poco que todavía les resta vivir, en conformidad con estas reflexiones. Más nuevas y más halagüeñas las puede haber, pero no más verdaderas y que más de cerca nos interesen.
(Padre Félix Sardá y Salvany, "Año Sacro", Tomo I, 1953)
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