“!Ay! abandono del Sagrario, ¡cómo te quedaste pegado a mi alma! ¡Ay! ¡qué claro me hiciste ver todo el mal que de ahí salía y todo el bien que por él dejaba de recibirse!”.
“¡Oh, Dios mío! ¡Los Sagrarios abandonados! ¡Sagrarios de llaves enmohecidas de no servir; de vecinos que no conocen ni las palabras Eucaristía, Comunión, Santísimo Sacramento! Los Sagrarios sin niños que cariñosamente alboroten. Sin doncellas que perfumen con su pureza y su recato. Sin viejecitas que se consuelen. Sin lágrimas de arrepentidos. Sin suspiros de amadores. Sin rodillas de agradecidos. Sin... ¡Dios mío, Dios mío, sin nada que te halague, que te confiese, que te haga sentir! ¡Sin nada!”.
“Si fuéramos consecuentes con nuestra Fe en la Presencia Real de Jesucristo en nuestros Sagrarios, ¡cómo deberíamos pensar, querer, sentir y proceder de manera distinta a la forma en que pensamos, queremos, sentimos y procedemos!”.
“Para mis pasos yo no quiero más que un camino, el que lleva al Sagrario, y yo sé que andando por ese camino encontraré hambrientos de muchas clases y los saciaré de pan; descubriré niños pobres y pobres niños, y me sobrará el dinero y los auxilios para levantarles escuelas y refugios para remediarles sus pobrezas; tropezaré con tristes sin consuelo, con ciegos, con sordos, con tullidos y hasta con muertos del alma o del cuerpo, y haré descender sobre ellos la alegría de la vida y de la salud. Yo no quiero, yo no ansío otra ocupación para mi vida de obispo que la de abrirle muchos atajos a ese camino del Sagrario. Atajos entre ese camino y los talleres, y las fábricas de los obreros, y las escuelas de los niños, y las oficinas de los hombres de negocios, y los museos y centros de los doctores, y los palacios de los ricos, los tugurios de los pobres…"
Obispo Manuel González
Aunque todos...
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