Recordamos el Martirio
de la Virgen Doncella de Cristo,
Santa Juana de Arco
Juana desde pequeña dio luces de
ser un alma extraordinaria. Tendía su piadosa alma a la oración y a
buscar con frecuencia la soledad para volcar todos los sentidos a
Dios. Lucía en ella también la fuerza de un patriotismo admirable,
semilla que Dios providentemente puso en su joven corazón para
infundir desde su más pura infancia un fiel amor a su patria,
marcando de esta manera el carácter de su misión en esta vida.
Desde los 13 años, Juana, humilde
campesina, comenzó a recibir de forma directa consuelos, consejos y
órdenes de la celestial corte. Permitió la Divina Providencia que
percibiera de forma sensible manifestaciones celestiales, las cuales
dieron inicio a su misión. Repetidas veces oyó Juana una voz que
venía acompañada por una luz intensa: “Juana, sé buena y
piadosa: vé a menudo a la Iglesia”. Muchas otras veces volvió a
oír esta voz, y supo por revelación que aquel que le aconsejaba y
dirigía era el Jefe de la milicia celeste, San Miguel Arcángel.
Aquellas preciadas visitas, venían a su vez acompañadas por
mensajes y secretos que se le eran revelados progresivamente, entre
ellos, el Arcángel advertía a la Doncella las desdichas que le
esperaba a Francia y de su misión de ir en auxilio del rey.
A partir de estas revelaciones,
Juana sufrió silenciosamente en su corazón, y a falta de
confidentes humanos Dios le concedió la asistencia y amistad de dos
grandes compañeras: Santa Catalina de Alejandría y Santa Margarita
de Antioquia. Ambas santas infundían en el generoso Corazón de
Juana vigorosa valentía a fin de que cumpliese la misión a cual
Dios la había destinado. Las penurias y desolaciones que vivía su
patria en manos de ingleses y borgoñones, avivaban la brasa del amor
hacia su querida Francia y la impulsaban a salir en defensa suya en
nombre de Dios, pues Él mismo la había hecho su mensajera.
Su amada familia, sin sospechar la
obra que Dios había comenzado en el alma de su hija, vería partir a
aquella piadosa y trabajadora joven, que al punto abandonó el hogar
para ir en pos de los designios divinos a los cuales Dios la tenía
reservada. Convencida que había nacido sólo para servir y amar a
Dios, Juana movida por inspiración divina, ofreció ante la divina
Majestad la azucena de su Virginidad, consagrándose totalmente Él,
uniéndose ya desde esta vida a aquel sequito de vírgenes de la
Iglesia triunfante.
No fueron pocos los obstáculos
que con afán buscaban entorpecer los planes de esta joven, cuya
santa vehemencia impresionaba a todos cuando aseguraba ser enviada
por Dios para llevar a Francia al triunfo, y entregar la corona al
legitimo rey, Carlos VII. Esta era su misión, así se lo señaló
tantas veces San Miguel y las santas. Ella no descansaría hasta ver
consagrado al Delfín como rey de Francia.
Aquellos que creían en la misión
de Juana, como Bertrand de Poulangy y Juan Metz, no dudaron en
convertirse en su escolta, y buscaban con fuerza la oportunidad de
presentarse ante el Delfín, el cual ya había oído noticias de la
fama de Juana, la Doncella, que prometía salvaguardar el honor de la
patria, y por sobre todo, luchar para que Carlos VII fuese consagrado
como legitimo rey de Francia. Para enfrentar su misión, Juana se
había preparado, cortó sus cabellos, cubrió su cuerpo con un jubón
o perpunte atada a sus calzas por medio de veinte agujetas. Una
especie de huca o capa corta. Ciñó a sus sienes un chaperón de
lana recortada y una coraza o plastrón le protegía el pecho. Su
calzado eran unas botas-polainas, armadas de largas espuelas. Le
dieron una lanza, una espada, una daga, y montaba un caballo.
Por fin el Delfín aceptó la
presencia de aquella Doncella enviada por Dios en la sala de
audiencia, y luego de haberla puesto a prueba engañándola con un
Delfín impostor, Juana demostró la verdadera asistencia celestial,
pues las voces de sus santas le llevaron hasta el lugar donde Carlos
VII se escondía, para probar la veracidad de la vidente. Maravillado
quedó éste al ver que la joven le reconoció sin haberle visto
antes, y mantuvo una extensa conversación en privado con aquella
enviada de Dios, la cual reveló todas aquellas cosas que las voces
le habían indicado y llevarían al triunfo a Francia y a la
inminente coronación del legítimo rey.
Muchos se resistían creer en
Juana, más aun, aquellos que rodeaban a Carlos VII, sin embargo,
aceptaban que esta providente ayuda celestial, era la única
esperanza para Francia.
Mientras la Doncella de Cristo
gozaba de la anuencia absoluta de Carlos VII, no dudó en llevar lo
más pronto posible su misión. Juana, rodeada con su escolta militar
iban en busca de la victoria, en nombre de Dios. Sin embargo, este
ejercito de hombres rudos y austeros, poco a poco fue adoctrinado por
aquella mensajera del Rey del cielo, tanto con el ejemplo y palabras,
Juana logró hacer de aquella comitiva militar un ejército
cristiano, que con frecuencia debía confesarse y comulgar para
permanecer en la misión.
Juana había logrado múltiples
victorias, como la liberación de Orleans, los ingleses habían
sufrido la humillación de esta derrota como una afreta gravísima. Y
aunque este era un gran triunfo para Juana, su misión estaba
incompleta, pues sólo se alegraría al ver a Carlos VII consagrado
como rey de Francia en Reims. Por fin, la Victoriosa Doncella de
Cristo acompañó hasta la catedral de Reims a aquel que sería hecho
legítimo rey, por mandato divino.
A pesar de este sublime logro del
cielo, Juana se enfrenta a los sin sabores de la derrota, y es en
medio de estas oscuras adversidades donde se le revela que antes de
la fiesta de San Juan caería prisionera. Sin embargo, las santas le
señalaron que era necesario que fuese así; que tomase de buen grado
esta determinación de Dios, pues Él así como la había acompañado
durante toda su misión, la asistiría también en las horas más
amargas de su pasión.
Juana, ahora en manos enemigas, se
disponía a sufrir un largo proceso en donde los Ingleses hábilmente
encontrarían en modo de realzar el carácter herético y blasfemo de
su misión. Sin embargo, y a pesar de sus hábiles y macabras
tácticas, no lograban hacer confesar a la joven alguna cosa que
pudiese contradecirse en lo concerniente en fe.
Pedro Cauchon, conde-obispo de
Beauvais estaba al frente del proceso, en donde quería inculparse a
Juana. Comenzó a insistir sobre dos puntos que con malévola
intención manipulaba Pedro Cauchon: el traje de hombre y las
visiones. Los ingleses querían saber el secreto del rey, que desde
lo alto se le había revelado, esto les inquietaba mucho, aunque
Juana guardó inquebrantable lealtad con el rey, a pesar de haberse
mostrado éste tan frío al saber de la captura y prisión de aquella
que le había concedió tantos triunfos.
En medio de tanta aspereza, Juana
recibe de lo alto el consuelo de las santas, la cuales le anuncian
que ha querido Dios agregar a sus ornamentos bélicos, la solemne
indumenta de mártir, adornando con la palma victoriosa aquellas
manos que tantos triunfos había alcanzado en la tierra, y ahora por
su perseverancia y fidelidad a la Voluntad Divina, lograba el premio
de la vida eterna. El paraíso le esperaba, las santas con flores de
pureza y virtud pavimentaban el camino hacia la patria eterna,
esperando con ansias su entrada definitiva al lugar de eterno
descanso.
Juana se preparaba para el trago
amargo, como Nuestro Señor en el Huerto de Getsemaní, y renegando
de aquella trampa en donde le habían hecho abjurar sin saber que lo
había hecho, pues no sabía leer, se retractó de aquel documento en
donde no muy claramente decía no dar crédito a sus revelaciones,
negando la connotación divina que estas tenían. Las santas le
hicieron saber este pecado, Juana se retractó y fue condenada a
sufrir en las sofocantes brasas del fuego.
Conducida a patíbulo, un confesor
la exhorta tiernamente antes de ser atada al cruel poste, la multitud
con espanto y estupor contempla aquella afrentosa muerte.
Juana, tenía los ojos clavados en
un crucifijo que había pedido lo pusiesen frete a sus ojos para
padecer el martirio. El verdugo encendió el fuego, y la hoguera
abrazada por el mismo, comenzaba a cubrir la Gloriosa imagen de la
Doncella fiel de Cristo. Se oyó a la joven decir repetidas veces que
San Miguel y las santas estaban allí, recibiéndola como Victoriosa
esposa de Cristo. Por fin se escucha decir a Juana: “Jesús, Jesús,
Jesús”. Sus castos labios musitaron por última vez el nombre de
aquel que había sido Rey y gobernador de su alma.
Nadie se consolaba ante tan triste
espectáculo. Juan de Thiessart, secretario del rey de Inglaterra, al
volver del suplicio, vio en el rostro de las gentes una oscura
tristeza, y apesadumbrado él también, les dijo: “Estamos
perdidos, hemos quemado a una santa”.
Cauchon, con motivo de sus vicios
y crueldades fue excomulgado por su Santidad Calixto III, muriendo en
1443 atormentado por los remordimientos.
La gloriosa Doncella de Cristo,
engalanada de admirables virtudes, recibió la palma del martirio en
30 de Mayo de 1431, convirtiéndose en admirable ejemplo de
perseverancia, valentía y fe. Que ella nos asista en los combates
diarios, y disipe con el arsenal de virtudes con que fue condecorada,
los vicios que corrompen nuestras almas.
¡Viva la Victoriosa Doncella de
Cristo, Santa Juana de Arco!
Hermana Gianna Fiores Giannetti
Veneto,
Lego e indigna Hija de los Seráficos
Padres San Francisco y Santa Clara de Asís +