domingo, 31 de mayo de 2020

JUNIO, el Mes que la Piedad Católica dedica a honrar y desagraviar al Sagrado Corazón de Jesús





               Un año más queremos honrar al que es Rey y Centro de todos lo corazones; el Corazón traspasado de Cristo, herido mortalmente por conquistar nuestro amor, aquél mismo que se apareciera a Santa Margarita de Alacoque para revelarle esta Devoción como la de los Últimos Tiempos.

              Únete a la legión de almas que se acogen al estandarte de este Sacrosanto Corazón; acércate a diario por el Blog de la Piedad Católica...



Dios ejecuta todas Sus Obras y realiza todas Sus Voluntades por intermedio de Su Madre


               Nuestra Señora Reina es un título que expresa el siguiente hecho. Siendo Ella Madre de la segunda Persona de la Santísima Trinidad y Esposa de la Tercera Persona, Dios, para honrarla, le dio el imperio sobre el Universo: todos los Ángeles, todos los Santos, todos los hombres vivos, todas las Almas del Purgatorio, todos los réprobos del Infierno y todos los demonios obedecen a la Santísima Virgen. De suerte que hay una mediación de Poder, y no apenas de gracia, por la cual Dios ejecuta todas Sus Obras y realiza todas Sus Voluntades por intermedio de Su Madre.




              María no es apenas el canal por donde el imperio de Dios pasa, sino es también la Reina que decide por una voluntad propia, consonante a los designios del Rey. Nuestra Señora es una obra-prima de lo que podríamos llamar la habilidad de Dios para tener misericordia en relación a los hombres...

               San Luis Grignion de Montfort hace referencia a esa linda invocación que es Nuestra Señora Reina de los Corazones. Como corazón se entiende, en el lenguaje de las Sagradas Escrituras, la mentalidad del hombre, sobre todo su voluntad y sus designios.

               Nuestra Señora es Reina de los corazones como teniendo un poder sobre la mente y la voluntad de los hombres. Este imperio, María lo ejerce, no por una imposición tiránica, sino por la acción de la gracia, en virtud de la cual Ella puede liberar a los hombres de sus defectos y atraerlos, con soberano agrado y particular dulzura, para el bien que Ella les desea.

               Ese poder de Nuestra Señora sobre las almas nos revela cuán admirable es su omnipotencia suplicante, que todo obtiene de la misericordia divina. ¡Tan augusto es este dominio sobre todos los corazones, que él representa incomparablemente más que ser Soberana de todos los mares, de todas las vías terrestres, de todos los astros del cielo, tal es el valor de un alma, aunque sea la del último de los hombres!

               Vale notar, sin embargo, que la voluntad (esto es, el corazón) del hombre moderno, con alabables excepciones, es dominada por la revolución. Aquellos, por tanto, que quieren escapar de ese yugo, deben unirse al Corazón por excelencia contra-revolucionario, al Corazón de mera criatura en el cual, abajo del Sagrado Corazón de Jesús, reside la Contra-Revolución; al Sapiencial e Inmaculado Corazón de María.

              Hagamos, entonces, a Nuestra Señora este pedido: "Mi Madre, sois Reina de todas las almas, incluso de las más duras y empedernidas que quieran abrirse a Vos. Os suplico, pues: sed Soberana de mi alma; quebrad las rocas interiores de mi espíritu y las resistencias abyectas del fondo de mi corazón. Disolved, por un acto de vuestro imperio, mis pasiones desordenadas, mis voliciones pésimas, y el residuo de mis pecados pasados que en mí puedan haber quedado. Limpiadme, oh mi Madre, a fin de que yo sea enteramente vuestro".


Doctor Plinio Corrêa de Oliveira



MISA DEL DOMINGO DE PENTECOSTÉS


               Celebramos hoy Día de Pentecostés, que significa día cincuenta después de Pascua, el feliz cumplimiento de la Promesa de Nuestro Señor Jesucristo de enviar el Espíritu Santo que baja sobre la Iglesia naciente, en figura de lenguas de fuego. Si en Pentecostés los judíos ofrecían agradecidos al Señor, los primeros frutos de la tierra, nosotros, más afortunados, podremos exclamar con San Agustín: "Pascua fue el principio de la gracia, Pentecostés fue su coronamiento"




               Si ellos -los judíos- recordaban la promulgación de los Mandamientos de Dios dados en el Monte Sinaí, la Ley Cristiana que los perfecciona fue hoy con valentía promulgada por el Cabeza de los Apóstoles, en virtud  de la luz y fuerza que le infundió el Espíritu Santo.

              Es tan solemne esta fiesta como la de Pascua; su celebración se remonta a la más lejana antigüedad, así en la Edad Media, se le daba relieve mediante diversas representaciones, como la típica luvia de rosas, símbolo de los Dones del Espíritu Santo mencionados de varias maneras en los textos de la Misa de hoy.

              El color litúrgico que se ha de usar en este día es el encarnado, que simboliza la llama de amor ardiente y activo, ya que el Espíritu Santo es el amor personificado entre el Padre y el Hijo.


Siga desde aquí la
SANTA MISA DEL DOMINGO 
DE PENTECOSTÉS

desde el Instituto Mater Boni Consilii (Italia)











DOCTRINA CATÓLICA
Catecismo del Papa San Pío X

De las Virtudes Principales y de otras cosas necesarias 
que ha de saber el Cristiano

De los Dones del Espíritu Santo





sábado, 30 de mayo de 2020

SANTA JUANA DE ARCO, Virgen y Mártir


Recordamos el Martirio de la Virgen Doncella de Cristo,
Santa Juana de Arco



          Juana desde pequeña dio luces de ser un alma extraordinaria. Tendía su piadosa alma a la oración y a buscar con frecuencia la soledad para volcar todos los sentidos a Dios. Lucía en ella también la fuerza de un patriotismo admirable, semilla que Dios providentemente puso en su joven corazón para infundir desde su más pura infancia un fiel amor a su patria, marcando de esta manera el carácter de su misión en esta vida.

          Desde los 13 años, Juana, humilde campesina, comenzó a recibir de forma directa consuelos, consejos y órdenes de la celestial corte. Permitió la Divina Providencia que percibiera de forma sensible manifestaciones celestiales, las cuales dieron inicio a su misión. Repetidas veces oyó Juana una voz que venía acompañada por una luz intensa: “Juana, sé buena y piadosa: vé a menudo a la Iglesia”. Muchas otras veces volvió a oír esta voz, y supo por revelación que aquel que le aconsejaba y dirigía era el Jefe de la milicia celeste, San Miguel Arcángel. Aquellas preciadas visitas, venían a su vez acompañadas por mensajes y secretos que se le eran revelados progresivamente, entre ellos, el Arcángel advertía a la Doncella las desdichas que le esperaba a Francia y de su misión de ir en auxilio del rey.

          A partir de estas revelaciones, Juana sufrió silenciosamente en su corazón, y a falta de confidentes humanos Dios le concedió la asistencia y amistad de dos grandes compañeras: Santa Catalina de Alejandría y Santa Margarita de Antioquia. Ambas santas infundían en el generoso Corazón de Juana vigorosa valentía a fin de que cumpliese la misión a cual Dios la había destinado. Las penurias y desolaciones que vivía su patria en manos de ingleses y borgoñones, avivaban la brasa del amor hacia su querida Francia y la impulsaban a salir en defensa suya en nombre de Dios, pues Él mismo la había hecho su mensajera.

          Su amada familia, sin sospechar la obra que Dios había comenzado en el alma de su hija, vería partir a aquella piadosa y trabajadora joven, que al punto abandonó el hogar para ir en pos de los designios divinos a los cuales Dios la tenía reservada. Convencida que había nacido sólo para servir y amar a Dios, Juana movida por inspiración divina, ofreció ante la divina Majestad la azucena de su Virginidad, consagrándose totalmente Él, uniéndose ya desde esta vida a aquel sequito de vírgenes de la Iglesia triunfante.

          No fueron pocos los obstáculos que con afán buscaban entorpecer los planes de esta joven, cuya santa vehemencia impresionaba a todos cuando aseguraba ser enviada por Dios para llevar a Francia al triunfo, y entregar la corona al legitimo rey, Carlos VII. Esta era su misión, así se lo señaló tantas veces San Miguel y las santas. Ella no descansaría hasta ver consagrado al Delfín como rey de Francia.

          Aquellos que creían en la misión de Juana, como Bertrand de Poulangy y Juan Metz, no dudaron en convertirse en su escolta, y buscaban con fuerza la oportunidad de presentarse ante el Delfín, el cual ya había oído noticias de la fama de Juana, la Doncella, que prometía salvaguardar el honor de la patria, y por sobre todo, luchar para que Carlos VII fuese consagrado como legitimo rey de Francia. Para enfrentar su misión, Juana se había preparado, cortó sus cabellos, cubrió su cuerpo con un jubón o perpunte atada a sus calzas por medio de veinte agujetas. Una especie de huca o capa corta. Ciñó a sus sienes un chaperón de lana recortada y una coraza o plastrón le protegía el pecho. Su calzado eran unas botas-polainas, armadas de largas espuelas. Le dieron una lanza, una espada, una daga, y montaba un caballo.

          Por fin el Delfín aceptó la presencia de aquella Doncella enviada por Dios en la sala de audiencia, y luego de haberla puesto a prueba engañándola con un Delfín impostor, Juana demostró la verdadera asistencia celestial, pues las voces de sus santas le llevaron hasta el lugar donde Carlos VII se escondía, para probar la veracidad de la vidente. Maravillado quedó éste al ver que la joven le reconoció sin haberle visto antes, y mantuvo una extensa conversación en privado con aquella enviada de Dios, la cual reveló todas aquellas cosas que las voces le habían indicado y llevarían al triunfo a Francia y a la inminente coronación del legítimo rey.

          Muchos se resistían creer en Juana, más aun, aquellos que rodeaban a Carlos VII, sin embargo, aceptaban que esta providente ayuda celestial, era la única esperanza para Francia.
Mientras la Doncella de Cristo gozaba de la anuencia absoluta de Carlos VII, no dudó en llevar lo más pronto posible su misión. Juana, rodeada con su escolta militar iban en busca de la victoria, en nombre de Dios. Sin embargo, este ejercito de hombres rudos y austeros, poco a poco fue adoctrinado por aquella mensajera del Rey del cielo, tanto con el ejemplo y palabras, Juana logró hacer de aquella comitiva militar un ejército cristiano, que con frecuencia debía confesarse y comulgar para permanecer en la misión.


          Juana había logrado múltiples victorias, como la liberación de Orleans, los ingleses habían sufrido la humillación de esta derrota como una afreta gravísima. Y aunque este era un gran triunfo para Juana, su misión estaba incompleta, pues sólo se alegraría al ver a Carlos VII consagrado como rey de Francia en Reims. Por fin, la Victoriosa Doncella de Cristo acompañó hasta la catedral de Reims a aquel que sería hecho legítimo rey, por mandato divino.

          A pesar de este sublime logro del cielo, Juana se enfrenta a los sin sabores de la derrota, y es en medio de estas oscuras adversidades donde se le revela que antes de la fiesta de San Juan caería prisionera. Sin embargo, las santas le señalaron que era necesario que fuese así; que tomase de buen grado esta determinación de Dios, pues Él así como la había acompañado durante toda su misión, la asistiría también en las horas más amargas de su pasión.

          Juana, ahora en manos enemigas, se disponía a sufrir un largo proceso en donde los Ingleses hábilmente encontrarían en modo de realzar el carácter herético y blasfemo de su misión. Sin embargo, y a pesar de sus hábiles y macabras tácticas, no lograban hacer confesar a la joven alguna cosa que pudiese contradecirse en lo concerniente en fe.

          Pedro Cauchon, conde-obispo de Beauvais estaba al frente del proceso, en donde quería inculparse a Juana. Comenzó a insistir sobre dos puntos que con malévola intención manipulaba Pedro Cauchon: el traje de hombre y las visiones. Los ingleses querían saber el secreto del rey, que desde lo alto se le había revelado, esto les inquietaba mucho, aunque Juana guardó inquebrantable lealtad con el rey, a pesar de haberse mostrado éste tan frío al saber de la captura y prisión de aquella que le había concedió tantos triunfos.

          En medio de tanta aspereza, Juana recibe de lo alto el consuelo de las santas, la cuales le anuncian que ha querido Dios agregar a sus ornamentos bélicos, la solemne indumenta de mártir, adornando con la palma victoriosa aquellas manos que tantos triunfos había alcanzado en la tierra, y ahora por su perseverancia y fidelidad a la Voluntad Divina, lograba el premio de la vida eterna. El paraíso le esperaba, las santas con flores de pureza y virtud pavimentaban el camino hacia la patria eterna, esperando con ansias su entrada definitiva al lugar de eterno descanso.

          Juana se preparaba para el trago amargo, como Nuestro Señor en el Huerto de Getsemaní, y renegando de aquella trampa en donde le habían hecho abjurar sin saber que lo había hecho, pues no sabía leer, se retractó de aquel documento en donde no muy claramente decía no dar crédito a sus revelaciones, negando la connotación divina que estas tenían. Las santas le hicieron saber este pecado, Juana se retractó y fue condenada a sufrir en las sofocantes brasas del fuego.

          Conducida a patíbulo, un confesor la exhorta tiernamente antes de ser atada al cruel poste, la multitud con espanto y estupor contempla aquella afrentosa muerte.

          Juana, tenía los ojos clavados en un crucifijo que había pedido lo pusiesen frete a sus ojos para padecer el martirio. El verdugo encendió el fuego, y la hoguera abrazada por el mismo, comenzaba a cubrir la Gloriosa imagen de la Doncella fiel de Cristo. Se oyó a la joven decir repetidas veces que San Miguel y las santas estaban allí, recibiéndola como Victoriosa esposa de Cristo. Por fin se escucha decir a Juana: “Jesús, Jesús, Jesús”. Sus castos labios musitaron por última vez el nombre de aquel que había sido Rey y gobernador de su alma.


          Nadie se consolaba ante tan triste espectáculo. Juan de Thiessart, secretario del rey de Inglaterra, al volver del suplicio, vio en el rostro de las gentes una oscura tristeza, y apesadumbrado él también, les dijo: “Estamos perdidos, hemos quemado a una santa”.
Cauchon, con motivo de sus vicios y crueldades fue excomulgado por su Santidad Calixto III, muriendo en 1443 atormentado por los remordimientos.

           La gloriosa Doncella de Cristo, engalanada de admirables virtudes, recibió la palma del martirio en 30 de Mayo de 1431, convirtiéndose en admirable ejemplo de perseverancia, valentía y fe. Que ella nos asista en los combates diarios, y disipe con el arsenal de virtudes con que fue condecorada, los vicios que corrompen nuestras almas.





"Las Glorias de María"; Su amor hace hermosas nuestras almas a los ojos de Dios


                Nuestra Madre amorosísima estuvo siempre y del todo unida a la Voluntad de Dios, por lo que -dice San Buenaventura- viendo Ella el Amor del Eterno Padre hacia los hombres que aceptó la Muerte de Su Hijo por nuestra salvación, y el Amor del Hijo al querer morir por nosotros, para identificarse con este Amor excesivo del Padre y del Hijo hacia los hombres, Ella también, con todo Su Corazón, ofreció y consintió que Su Hijo muriera para que todos nos salváramos.

              Es verdad que Jesús, al morir por la Redención del Género Humano, quiso ser solo. "Yo solo pisé el lagar" (Profeta Isaías, cap. 63, vers. 3); pero conociendo el gran deseo de María de dedicarse Ella también a la salvación de los hombres, dispuso que también Ella, con el Sacrificio y con el ofrecimiento de la Vida de Jesús, cooperase a nuestra salvación y así llegara a ser la Madre de nuestras almas. 




              Esto es aquello que quiso manifestar Nuestro Salvador cuando, antes de expirar, mirando desde la Cruz a la Madre y al Discípulo Juan que estaba a su lado, dijo a María: "Mujer, he ahí a tu hijo" (Evangelio de San Juan, cap. 19, vers. 26); como si le dijese: Este es el hombre que por el ofrecimiento que Tú has hecho de Mi Vida por su salvación, ahora nace a la gracia. Y después, mirando al Discípulo dijo: "He ahí a tu Madre" (Evangelio de San Juan, cap. 19, vers. 27). Con cuyas palabras, dice San Bernardino de Siena, María quedó convertida no sólo en madre de Juan, sino de todos los hombres, en razón del amor que Ella les tuvo. 

              Por eso - advierte Silveira- que el mismo San Juan, al anotar este acontecimiento en el Evangelio, escribe: "Después dijo al Discípulo: He aquí a tu Madre". Hay que anotar que Jesucristo no le dijo esto a Juan, sino al Discípulo, para demostrar que el Salvador asignó a María por Madre de todos los que siendo cristianos llevan el nombre de Discípulos suyos. "Yo soy la Madre del amor hermoso" (Libro del Eclesiástico, cap. 24, vers. 24), dice María; porque su Amor, dice un autor, hace hermosas nuestras almas a los ojos de Dios y consigue como madre amorosa recibirnos por hijos. ¿Y qué madre ama a sus hijos y procura su bien como Tú, dulcísima Reina nuestra, que nos amas y nos haces progresar en todo? Más -sin comparación, dice San Buenaventura- que la madre que nos dio a luz, nos amas y procuras nuestro bien. ¡Dichosos los que viven bajo la protección de una Madre tan amante y poderosa! 

              El Profeta David, aun cuando no había nacido María, ya buscaba la salvación de Dios proclamándose hijo de María, y rezaba así: "Salva al hijo de tu esclava" (Salmo 85, vers. 16). ¿De qué esclava -exclama San Agustín- sino de la que dijo: He aquí la Esclava del Señor? ¿Y quién tendrá jamás la osadía -dice el Cardenal Belarmino- de arrancar estos hijos del Seno de María cuando en él se han refugiado para salvarse de sus enemigos? ¿Qué furias del infierno o qué pasión podran vencerles si confían en absoluto en la protección de esta sublime madre? Cuentan de la ballena que cuando ve a sus hijos en peligro, o por la tempestad o por los pescadores, abre la boca y los guarda en su seno. Esto mismo, dice Novario, hace la piadosísima madre con sus hijos. Cuando brama la tempestad de las tentaciones, con materno amor como que los recibe y abriga en sus propias entrañas, hasta que los lleva al puerto seguro del cielo. Madre mía amantísima y piadosísima, bendita seas por siempre y sea por siempre bendito el Dios que nos ha dado semejante madre como seguro refugio en todos los peligros de la vida. 

              La Virgen reveló a Santa Brígida que así como una madre si viera a su hijo entre las espadas de los enemigos haría lo imposible por salvarlo, así obro yo con mis hijos, por muy pecadores que sean, siempre que a mí recurran para que los socorra. Así es como venceremos en todas las batallas contra el infierno, y venceremos siempre con toda seguridad recurriendo a la Madre de Dios y Madre nuestra, diciéndole y suplicándole siempre: "Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios". ¡Cuántas victorias han conseguido sobre el infierno los fieles sólo con acudir a María con esta potentísima oración! 

               La Sierva de Dios Sor María del Crucificado, benedictina, así vencía siempre al demonio. Estad siempre contentos los que os sentís Hijos de María; sabed que ella acepta por hijos suyos a los que quieren ser. ¡Alegraos! ¿Cómo podéis temer perderos si esta madre os protege y defiende? Así, dice San Buenaventura, debe animarse y decir el que ama a esta buena madre y confía en su protección: ¿Qué temes, alma mía? Nada; que la causa de tu eterna salvación no se perderá estando la sentencia en manos de Jesús, que es tu hermano, y de María, que es tu madre. Con este mismo modo de pensar se anima San Anselmo y exclama: "¡Oh dichosa confianza, oh refugio mío, Madre de Dios y Madre mía! ¡Con cuánta certidumbre debemos esperar cuando nuestra salvación depende del amor de tan buen Hermano y de tan buena Madre!" 

               Esta es nuestra Madre que nos llama y nos dice: "Si alguno se siente como niño pequeño, que venga a mí" (Libro de los Proverbios, cap. 9, vers. 4). Los niños tienen siempre en los labios el nombre de la madre, y en cuanto algo les asusta, enseguida gritan: ¡Madre, madre! - Oh María dulcísima y madre amorosísima, esto es lo que quieres, que nosotros, como niños, te llamemos siempre a Ti en todos los peligros y que recurramos siempre a Ti que nos quieres ayudar y salvar, como has salvado a todos Tus hijos que han acudido a Ti.




SAN FERNANDO III, Rey de Castilla y León, Caballero de Cristo y Siervo de María


              Hijo de Berenguela, Reina de Castilla, y de Alfonso IX, Rey de León, Fernando III unió definitivamente las Coronas de Castilla y León. 


              En 1219 se concierta su matrimonio con Beatriz de Suabia, hija del Emperador Federico II. El 27 de Noviembre Fernando fue armado Caballero en el Monasterio de Santa María la Real de Las Huelgas de Burgos, donde le entregaron su espada.


              Reconquistó casi toda Andalucía y Murcia. Los asedios de Córdoba, Jaén y Sevilla y el asalto de otras muchas otras plazas menores tuvieron grandeza épica. El Rey moro de Granada se hizo vasallo suyo. 





              Emprendió la construcción de las mejores Catedrales, Burgos y Toledo; la de León, se empezó a construir en su reinado. Apaciguó las revueltas de algunos Nobles y administró justicia ejemplar en ellos. 


               Tolerante con los judíos y riguroso con los apóstatas y falsos conversos. Impulsó la ciencia y consolidó las nacientes universidades. Creó la marina de guerra de Castilla. Protegió a las nacientes Órdenes mendicantes de Franciscanos y Dominicos y cuidó siempre de la honestidad y piedad de sus soldados.


              En tiempos de costumbres licenciosas y de desafueros dio altísimo ejemplo de pureza de vida y sacrificio personal, ganando ante sus hijos, prelados, nobles y pueblo fama unánime de santo.


              A imitación de los caballeros de su tiempo, que llevaban una reliquia de su dama consigo, San Fernando portaba, asida por una anilla al arzón de su caballo, una imagen de marfil de Santa María, la venerable «Virgen de las Batallas» que se guarda en Sevilla. En campaña rezaba el oficio parvo mariano, antecedente medieval del Santo Rosario. A la imagen patrona de su ejército le levantó una capilla estable en el campamento durante el asedio de Sevilla; es la «Virgen de los Reyes», que preside hoy una espléndida capilla en la catedral sevillana. Renunciando a entrar como vencedor en la capital de Andalucía, le cedió a esa imagen el honor de presidir el cortejo triunfal.

              El 30 de Mayo de 1252 se encontraba en el Alcázar de Sevilla. Estaban con él cuatro de los hijos que tuvo con Beatriz de Suabia; Alfonso, Fadrique, Felipe y Enrique; y su esposa Juana de Ponthieu, con los tres hijos que tuvo con ella; Fernando, Leonor y Luis. Estuvo en compañía de sus familiares portando un Crucifijo.


               Pidió que Remondo, Obispo de Segovia, su confesor habitual, le administrase el Santo Viático durante una Misa en sus aposentos. Fernando se vistió con un sayal; cuando se produjo la Consagración se arrodilló y se puso en el cuello una soga de esparto, recibiendo así la Sagrada Comunión.


               Le fue acercado un cirio para que lo llevara en el momento de su muerte y, antes de sostenerlo, alzó los brazos al cielo y dijo:


               Señor: me diste reino que no tenía, y honra y poder que no merecí; dísteme vida, ésta no durable, cuanto fue tu voluntad. Señor, gracias te doy y te devuelvo el reino que me diste con aquel provecho que yo pude alcanzar y ofrézcote mi alma.


              El epitafio del Rey Santo se redacta en latín, árabe y hebreo. De su tolerancia dan cuenta sus propios enemigos: cien dignatarios musulmanes, enviados por el Rey de Granada, asisten con cirios en sus manos a las exequias del rey cristiano que ha sido su enemigo incansable.

               El cadáver del Rey Fernando III el Santo recibió sepultura en la Catedral de Sevilla, tres días después de su defunción. Fernando III había dispuesto en su Testamento que su cadáver recibiese sepultura al pie de la imagen de la Virgen de los Reyes, que se supone le fue regalada al monarca por su primo, el rey San Luis de Francia, y había ordenado además que su sepultura fuera sencilla, sin estatua yacente.


               Fue canonizado en 1671, por el Papa Clemente X, cuando reinaba en España Carlos II.




viernes, 29 de mayo de 2020

LEY GENERAL DE LA ABSTINENCIA, según el Código de Derecho Canónico de 1917




               Canon número 1250: En la Iglesia Universal, son días y tiempos penitenciales TODOS los Viernes del año y el Tiempo de Cuaresma.

               Canon número 1251: Todos los Viernes, a no ser que coincidan con una Solemnidad, debe guardarse la abstinencia de carne, o de otro alimento que haya determinado la Conferencia Episcopal; ayuno y abstinencia se guardarán el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo.

                Canon número 1252: La Ley de la abstinencia obliga a los que han cumplido catorce años; la del ayuno, a todos los mayores de edad, hasta que hayan cumplido cincuenta y nueve años. Cuiden sin embargo los Pastores de almas y los padres de que también se formen en un auténtico espíritu de penitencia quienes, por no haber alcanzado la edad, no están obligados al ayuno o a la abstinencia. 



Nuestra Señora permaneció fiel




              "En la hora del Gólgota, en el momento más trágico que hubo y habrá en la existencia de la humanidad, Nuestra Señora permaneció fiel. No se entregó, no traicionó, no retrocedió. Y continuó de pie como una antorcha de oración y de esperanza..." 


Plinio Corrêa de Oliveira



SANTA MARÍA MAGDALENA DE PAZZI, TERCIARIA CARMELITA



"Santa María Magdalena de Pazzi, la virgen de Florencia, brilló, más que por su nobleza, 
por el fervor de todas las virtudes, y, sobre todo, por su amor encendidísimo 
para con Dios y para con el prójimo"

Papa Pío XII






              "Vi un templo hermoso; y me pareció que era lo que se dice Templum Salomonis (Templo de Salomón), es decir, que la Virgen María era este templo, digo el templo del verdadero Salomón, Jesús. Y me pareció entender que el suelo de este templo era la humildad de la Virgen, especialmente cuando dijo Ecce Ancilla Domini (Aquí está la sierva del Señor). 

              Y las cuatro paredes eran las cuatro virtudes cardenales que estaban en ella: la Justicia, la Fortaleza, la Templanza y la Prudencia. Y sobre todo las practicó en el momento de la Pasión de su Hijo Jesús; primero la Justicia, dejando que Su Hijo, tan puro e inocente, hiciera Justicia de nuestros pecados, y este fue el primer muro. También practicó la virtud de la Fortaleza, soportando con Fortaleza todas las injurias hechas no sólo a Su Hijo, sino también a Ella. Y semejante permaneciendo fuerte en la Fe, conservándola enteramente y constantemente. Y este fue el segundo muro de este templo.

               El tercero era la virtud de la Templanza, porque aunque la Virgen sufrió grandemente por el Hijo y lloraba y suspiraba amargamente, sin embargo vivía todo con gran modestia y seriedad, templando el gran dolor con la certeza de Su Resurrección. El cuarto muro me pareció que luego era la virtud de su Prudencia que la Virgen ejerció no sólo en el momento de la Pasión, sino en toda Su Vida, cumpliendo todas sus obligaciones pero muy prudentemente. 

              Luego el escenario de este templo me pareció que era la mente alta y el intelecto iluminado de la Virgen María. Aún había altar, y eso quise decir que era la voluntad de la Virgen. Y que el mantel del altar fuera su pura virginidad. Y el alimento donde está Jesús, el Corazón de la Virgen. Veía frente a ese altar siete lámparas encendidas, que entendía ser Los Siete Dones del Espíritu Santo, (1) que todos estaban perfectamente en Ella. Y en ese altar había doce candeleros hermosos, los doce frutos del Espíritu que estaban en la Virgen." 


Las virtudes de la Virgen María
de los escritos de Santa María Magdalena de Pazzis


NOTAS ACLARATORIAS

          1 Sabiduría, Inteligencia, Consejo, Fortaleza, Ciencia, Piedad y Temor de Dios


Para leer una síntesis biográfica de Santa María Magdalena de Pazzis 
solo tiene que tocar AQUÍ 



jueves, 28 de mayo de 2020

El esplendor de Nuestra Señora




               “Siendo María Inmaculada y soberanamente Hermosa, no basta que todas las criaturas de este mundo, del Cielo y del Purgatorio, le presten homenaje: importa también que el enemigo sea aplastado bajo Su calcañar. Una perfecta consideración del esplendor de Nuestra Señora, envuelve por tanto, la idea del demonio enteramente subyugado y humillado por Ella. Esa Victoria sobre Satanás da un particular brillo a la celestial belleza de la Inmaculada Concepción”


Plinio Corrêa de Oliveira



¡NECESITO TANTO TU MIRADA...!


               El Corazón de Jesús en el Sagrario me mira. Me mira siempre. Me mira en todas partes... Me mira como si no tuviera que mirar a nadie más que a mí. ¿Por qué? Porque me quiere, y los que se quieren ansían mirarse. (…) El Corazón de Jesús nos quiere, digo más, me quiere a mí y a cada cual con un cariño tan grande como Su poder, y Su poder ¡no tiene límites! ¡Un cariño Omnipotente! (...) Alma, detente un momento en saborear esta palabra: El Corazón de Jesús está siempre mirándome.




               Hay miradas de espanto, de persecución, de vigilancia, de amor. ¿Cómo me mira a mí el Corazón de Jesús desde Su Eucaristía? Ante todo te prevengo que Su Mirada no es la del ojo justiciero que perseguía a Caín, el mal hermano. No es aquella mirada de espanto, de remordimiento sin esperanza, de justicia siempre amenazante. No, así no me mira ahora a mí. ¿Cómo? Vuelvo a preguntar. El Evangelio me responde.

               Una es la mirada que tiene para los amigos que aun no han caído, otra es para los amigos que están cayendo o acaban de caer, pero quieren levantarse, y la otra para los que cayeron y no se levantarán porque no quieren. Hermanos, ¿con cuál de estas tres miradas seremos mirados? ¡Qué buen examen de conciencia y qué buena meditación para delante del Sagrario!

               Corazón de mi Jesús que vives en ese mi Sagrario, y que no dejas de mirarme, ya que no puedo aspirar a la mirada de complacencia con que regalas a los que nunca cayeron, déjame que te pida la mirada del Patio de Caifás. ¡Me parezco tanto al Pedro de aquel patio! ¡Necesito tanto Tu Mirada para empezar y acabar de convertirme! Mírame mucho, mucho, no dejes de mirarme como lo miraste a él, hasta que las lágrimas que Tu Mirada arranquen, abran surcos si no en mis mejillas como en las de Tu amigo, al menos en mi corazón destrozado de la pena del pecado. Mírame así: te lo repito, y que yo me dé cuenta de que me miras siempre. ¡Que yo no quiero verte delante de mí llorando y con los brazos cruzados... que soy yo el que quiere y debe llorar! ¡Tú, no!


Don Manuel González, Obispo de Palencia



miércoles, 27 de mayo de 2020

EL MINUTO DE SILENCIO







LAS LÁGRIMAS DE JESÚS Y DE MARÍA EN LA MUERTE DE SAN JOSÉ


               No determinan los autores el tiempo que duró la vida del Patriarca San José en este mundo; lo que sí sabemos es que la pasó en medio de los cuidados y desvelos que reclamaba su calidad de Custodio, sustentador y amparo de la Sagrada Familia en las estrecheces de la existencia artesana, un anticipo de las delicias celestiales de la Vida Eterna. Como en concreto nada se sabe de las circunstancias de lugar y tiempo ni edad en que acaeció la muerte de San José, examinaremos brevemente las opiniones más o menos fundadas que se han emitido en este punto. 




              Suponen unos que murió poco tiempo después del hallazgo de Jesús en el Templo de Jerusalén; pero esto, además de repugnar a los benéficos planes de la Providencia acerca de los desposorios del Santo, como muy acertadamente advierten varios Padres de la Iglesia, se opone también a la interpretación natural y obvia de aquel dogma que nos dice que Jesús, después de hallado por sus padres en el Templo, volvió a Nazaret, y allí en todo les estaba sujeto y obedecía. Lo cual nos indica claramente que el Santo Patriarca vivió algún tiempo más de lo que suponen estos autores. 

               La opinión más en consonancia con la Sagrada Escritura es la que siguen el Padre Suárez, San Pedro Canisio y otros respetables, apoyados en San Jerónimo, San Bernardino y San Buenaventura, que dicen haber muerto San José cuando Cristo tenía veintinueve años, teniendo el Santo Patriarca sobre sesenta años de edad.

               Tenemos por cierto que el Glorioso Patriarca San José expiró de amor en los brazos de Jesús y de María; según enseñan algunos autores, Jesús se dignó preparar su cuerpo sagrado y virginal ungiéndolo con esencias y aromas para el sepulcro, y que luego le puso las manos sobre el pecho, y que, por último, le bendijo para que no fuera presa de la corrupción. No hay que dudar que el Salvador haría con José todo lo que los mejores hijos solían hacer con el cadáver de su padre; y en tanto que se disponían los funerales que la piedad y costumbres, habían introducido en aquel pueblo de Dios, Jesús y María, vestidos con las insignias de luto y tristeza, recibían los pésames por la muerte de prenda tan amada y trataban llorosos de su enterramiento.

               Porque si Cristo lloró viendo llorar a la Magdalena y al ver a Lázaro muerto, ¿no será cosa piadosa creer que lloraría también la muerte de San José, acompañando con Sus lágrimas las que por tal pérdida derramaría la Virgen en Su viudez? ¡Qué Gloria la de nuestro Patriarca! ¿Qué monarca, ni poderoso de la tierra, ni acaudalado del mundo, tuvieron jamás la honra de gozar tales padrinos a la cabecera que les ayudasen a bien morir, ni que fueran por su dichoso fin los enlutados lo que formaban toda la Gloria del Cielo?

              Dice Isidoro de Isla que el cortejo fúnebre que en seguimiento de Jesús y de María, los cuales presidían el duelo, acompañó el cadáver de San José, fue numeroso. Pusieron el sagrado cuerpo en el sepulcro de sus mayores; pero antes Jesús, derramando dulces y afectuosas lágrimas, levantaría Sus ojos al Cielo, y, rogando el Eterno Padre por la glorificación del que fue para con Él su sustituto en la tierra, volvería a bendecirle, dándole el último adiós. También se despediría, conformada y llorosa, su amantísima consorte, cubriendo al punto Su rostro con velo de dolor.

              Los amigos de San José acomodarían con gran reverencia los restos mortales del Santo, arrojarían sobre el sagrado cadáver flores y aromáticos ungüentos, y, por último, cerrarían la puerta del monumento, para volverse a la ciudad con la fúnebre comitiva.




               Según escribe San Jerónimo el Santo Patriarca fue enterrado en el valle donde estaban el sepulcro de Josafat y el Huerto de Getsemaní, entre los montes Sión y Olivete, en el mismo lugar en que descansaban las cenizas de sus ascendientes y donde más tarde fue depositado el cuerpo de su Santísima Esposa. 


"Vida de San José" 
por el Padre Francisco de Paula García, SI

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martes, 26 de mayo de 2020

SAN FELIPE NERI, el Santo herido por el Amor


               Nació el 21 de Julio del año 1515 en Florencia y le pusieron el nombre de su abuelo: Filippo (Felipe). Fue bautizado en la Iglesia de San Juan de la misma ciudad, probablemente al día siguiente de su nacimiento. Su padre, Francesco Neri, era un gentilhombre florentino, Notario de profesión y muy amigo de los Religiosos, especialmente de los Padres Dominicos. Su madre fue Lucrezia Soldi, hija de Antonio Soldi, también de familia Noble de Florencia.

               Tuvieron cuatro hijos: dos mujeres (Caterina y Elisabetta) y dos varones: Antonio (que murió de jovencito) y Felipe que era el menor de todos. Su madre murió cuando él tenía cinco años y su padre se casó en segundas nupcias con una mujer llamada Alejandra. Su padre murió en 1558 a los 82 años. Murió pobre por haberse gastado mucho dinero en libros de alquimia. 

                Felipe nunca dio problemas a sus padres y con todos era alegre y pacífico. Desde pequeño fue muy piadoso y solía ir a las iglesias, en especial a la de San Marcos de Florencia, donde estaba el convento de los padres dominicos. Según fue creciendo todos apreciaban su amabilidad y su espontánea sonrisa. Por eso, todos le llamaban Pippo buono (Felipito el bueno). 





               Llegó a Roma con apenas 17 años y buscó refugió y alojamiento en casa de Galeotto Caccia, compatriota florentino y director de aduanas. Se alojaba en una pequeña habitación del entretecho, donde sólo tenía una cama y algunos libros. Estando allí creció en él el deseo de amar cada día más a Dios y llevar una vida austera y solitaria. 

              Felipe aprovechó la vecindad de la Universidad Pontificia La Sapientia de Roma para estudiar Filosofía y Teología, siguiendo sólo las materias que él consideraba más útiles. Era considerado uno de los mejores alumnos que en esos tiempos había en Roma. También estudió Teología con los Padres Agustinos e hizo tales progresos que le sirvió mucho durante toda su vida. En Teología siguió siempre la Doctrina de Santo Tomás de Aquino, teniendo continuamente en la mano la Summa del Santo Teólogo. En la Sagrada Escritura hizo grandísimos progresos. Muchas veces, en sus tiempos libres, se iba a los pórticos de San Pedro o San Juan de Letrán a enseñar a los pobres las cosas importantes de nuestra Fe. En las clases de los agustinos había una imagen del Crucificado y cada vez que lo miraba, le hacía llorar y suspirar. 

               En aquella época, el comulgar cada día para recibir a Jesús era para él lo más importante, sobre todo pensando que en ese tiempo la gente se contentaba con confesar y comulgar una vez al año. Él, en cambio, sentía la necesidad interior de recibir a Jesús y de ir a visitarlo todos los días.

                En 1538, tres años después de su llegada a Roma, le vino una crisis, vendió sus libros y dio el dinero a los pobres para dedicarse más a la oración y al servicio del prójimo, pero no entró en ninguna Orden religiosa ni siquiera en los Cartujos, que parece visitó. Decía a sus discípulos que los rostros de los Cartujos brillaban al salir de la oración. También se acostumbró a ir a las Catacumbas de San Sebastián, las únicas conocidas entonces, a orar allí entre las tumbas de los primeros Mártires de Roma y de quienes habían vivido con ellos. Tenía 23 años cuando comenzó a llevar una vida de ermitaño en Roma.

               Ya desde el principio de estar en Roma se sentía inclinado a hablar en plazas, escuelas y lugares públicos de cosas espirituales a toda clase de personas (especialmente a jóvenes calceteros, sastres, plateros, zapateros, estudiantes y aprendices de artes y oficios). Les invitaba a servir a Dios y, con su natural alegría, los atraía hacía Dios. Buscaba cada día a los pecadores. A muchos convirtió a hacer penitencia y a otros a entrar en la vida religiosa.

EL MILAGRO DEL CORAZÓN

               Estando un día, Víspera de Pentecostés, en las Catacumbas de San Sebastián, el año 1544, recibió el Milagro del corazón. Su corazón creció y se le quebraron algunas costillas. Hacía oración al Espíritu Santo del que era muy devoto. Mientras oraba al Espíritu Santo, se le apareció un globo de fuego que entró por la boca al pecho, donde sintió un gran fuego de amor. No pudiendo soportarlo, se echó en tierra como buscando refrigerar aquel fuego que sentía. Después se levantó y se sintió lleno de una alegría insólita e inmediatamente todo su cuerpo comenzó a temblar. Poniéndose la mano en el pecho, se dio cuenta de que había como un tumor, como de un puño de grande, aunque no sentía dolor. De dónde procedía este tumor, o lo que fuese, se manifestó en su muerte, ya que encontraron dos costillas rotas, levantadas y separadas sin que nunca, durante 50 años que sobrevivió, se unieran, ni regresaran a su lugar. Desde ese momento le comenzó la gran palpitación del corazón que le duró toda la vida. Eso le ocurría cuando hacía oración, celebraba Misa, daba la absolución, comulgaba o hablaba de cosas de Dios…

               Algunos médicos le daban algunas medicinas para sus palpitaciones y él decía, como burlándose: “Ruego a Dios que les dé inteligencia para que puedan entender mi enfermedad”, no queriendo descubrir abiertamente que su enfermedad no era natural, sino ocasionada por el amor de Dios. Por eso, solía decir a veces: “Estoy herido por el Amor”

               El año 1548, el 16 de Agosto, junto con el Padre Persiano Rosa, su confesor, comenzó la Confraternidad de la Santísima Trinidad de los peregrinos y de los convalecientes en la Iglesia del Santísimo Salvador. Se juntaba con algunos compañeros, en total unos quince, todos sencillos y pobres, y hacían ejercicios espirituales y hablaban de cosas de Dios. Todos los domingos, y especialmente en Semana Santa, tenían Exposición del Santísimo para la oración de las Cuarenta Horas, donde Felipe hablaba lleno de espíritu y convertía a muchos. En un sermón convirtió a 30 jóvenes, a pesar de que algunos habían ido a burlarse de ver hablar a un seglar.

EL SANTO BROMISTA

              Felipe algunas veces hacía travesuras de niños para que pudieran tomarlo por loco y así ser más humilde y la gente no lo alabara por sus milagros. Un día, en la procesión de los mártires san Papías y san Mauro, le tiró de la barba a un guardia suizo. Otras veces, San Felipe Neri se quitaba las gafas y se las ponía en la nariz de mujeres y niños en la iglesia. También daba palmadas amistosas a toda clase de personas.

               En ocasiones, hacía como que se lucía con una capa forrada de pieles o decía expresiones toscas, lejos de la cortesía de la época. En fin, hacía bromas para que no lo tomaran en serio ni lo tomaran por Santo.

SACERDOCIO POR AMOR A LAS ALMAS

              Su confesor, el Padre Persiano Rosa, le persuadió para hacerse Sacerdote y poder confesar y hacer mayor fruto espiritual. Al principio se excusó, exponiendo su incapacidad y, sobre todo, porque quería servir a Dios como laico, pero al fin, por obediencia a su confesor, aceptó. Y en el año 1551, teniendo 36 años, en diversos días recibió la tonsura y las cuatro Órdenes Menores. El mismo año recibió el Sábado Santo el Diaconado. Y fue ordenado de Sacerdote el 23 de Mayo de ese año 1551 en la Iglesia de Santo Tomás por el Obispo Giovanni Lunelli, que era Vicario General del Papa Julio III. 

               Desde el principio de su sacerdocio comenzó a ejercer, con el debido permiso, el Ministerio de la confesión, fomentando en todos la frecuente confesión y comunión. Era tanto su deseo de salvar almas que se pasaba la mayor parte del tiempo confesando durante el día y parte de la noche. Antes del alba ya estaba disponible, confesando incluso en su habitación. 

               A sus amigos y penitentes les pedía que fueran a visitarlo después de comer al mediodía y en su habitación los recibía y les proponía algún caso moral a modo de conferencia, o les hablaba sobre la virtudes y los vicios o sobre la vida de los Santos. Pero los asistentes fueron creciendo en número y, quedando pequeña su habitación, tomó otra más grande a sus expensas. 

              Así, en el año 1558 obtuvo un lugar en la Iglesia de San Jerónimo de la Caridad para reunir a los del Oratorio. Y cada día, después del comer, al mediodía, se reunían para las pláticas espirituales. Y después los llevaba a algún lugar abierto para la recreación y, si era día de fiesta, los llevaba a alguna iglesia para rezar Vísperas o Completas. Así comenzó en la Iglesia de San Jerónimo de la Caridad la Congregación del Oratorio con sacerdotes diocesanos, no religiosos, sin votos, pero que viven en comunidad. Después de sus oraciones y pláticas espirituales, los enviaba algunos días a servir a los hospitales, dividiéndose en tres grupos: uno iba al hospital de San Juan de Letrán; otro al de la Virgen de la Consolación; y otro al Hospital del Espíritu Santo; llevando algunas cosas para consolar a los enfermos corporal y espiritualmente. Cada día enviaba unos 40 de sus discípulos.

APÓSTOL DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO

               En las vísperas de las fiestas principales llevaba a cuanto niño podía a la Iglesia de la Minerva (Santa María sopra Minerva) de los Dominicos o a San Buenaventura de los Capuchinos para que asistieran a Maitines y pasaran la noche preparándose para la Comunión de la mañana. En algunos días del año, especialmente en los Carnavales, los llevaba a visitar siete iglesias para alejarlos del peligro de las fiestas mundanas. A partir del año 1559 inauguró las peregrinaciones a las siete iglesias, que en principio eran a las siete Basílicas Mayores de Roma. Gracias a su influencia, se fomentó en Roma la Devoción de las Cuarenta Horas de adoración al Santísimo. Cuando los adoradores terminaban su hora de adoración, les decía: Ánimo, la hora ha terminado, pero no la de hacer el bien.

               Jesús Eucaristía era para él el centro y la esencia de su vida espiritual. No sólo era el alimento de su alma, sino también su medicina para las enfermedades del cuerpo. Amaba tanto a Jesús que en la celebración de la Misa temblaba de emoción, se extasiaba y hasta las hostias consagradas se le escapaban de las manos para ir al comulgante. Su alegría era tanta que con razón dicen algunos testigos que él veía a Jesús y la Gloria del Cielo. De ahí podemos comprender que la fuente de tanta alegría espiritual que transmitió en su vida era la Sagrada Eucaristía, Jesús vivo y amigo que le esperaba siempre en este Sacramento y a quien visitaba siempre que podía para demostrarle su amor y cariño.

               Para comulgar quería que las hostias fuesen grandes y gruesas, no porque entendiese que con la mayor cantidad de las especies sacramentales se aumentara la gracia del sacramento, sino por el gusto y consuelo que experimentaba en tener en el pecho por más tiempo aquella compañía.

               De ordinario, el entones Padre Felipe deseaba, después de celebrar la Misa, estar algunas horas retirado en oración. Sin embargo, para confesar a alguien o consolarlo o visitar un enfermo o ayudar un alma, dejaba su gusto y su retiro y solía decir que era dejar a Cristo por Cristo.

               Marcelo Benci, un testigo coetáneo de San Felipe Neri manifiesta: Cuando el Padre celebraba Misa, temblaba siempre y lloraba, yo lo he visto muchas veces. Después de comulgar en la Misa, se encerraba y estaba dos y hasta tres horas en oración. Yo he visto que el Padre llenaba el cáliz de vino y, cuando el Padre estaba a punto de comulgar, hacía apagar las luces y cerrar la ventana y la puerta de la capilla. Mientras yo apagaba las luces, vi muchas veces el cáliz lleno de sangre. Después me iba fuera con los otros y el Padre se quedaba una hora y media o dos y, una vez, hasta tres horas. Nos mandaba a todos a comer. 

SU AMOR POR LA VIRGEN MARÍA

               A la Virgen María acostumbraba a llamarla su amor, su consuelo y dispensadora de todas las gracias celestiales. Y, enternecido con estos afectos...., con aquella candidez con que los niños tratan a sus madres, le hablaba con la misma frase infantil, llamándola Mamma mia.

               Era fervorosamente devoto del Santísimo Rosario de Nuestra Señora y lo traía siempre en la mano y con él. Juzgaba que no podía haber Altar, aunque fuese dedicado a otro Santo, donde no estuviese juntamente alguna imagen o retrato de la Soberana Virgen y, por ello, ordenó que en todos los altares de las Iglesias de la Congregación se pintase algún Misterio de esta Señora para que así fuese reconocida y venerada por todos. Por el mismo motivo resolvieron después los Padres que el retrato del Santo se pintase con la imagen de la Virgen.

SU DEVOCIÓN POR LOS SANTOS Y LAS RELIQUIAS

              El Padre Germanico certifica.: Tenía una devoción especial a los Santos. Le he visto muchísimas veces leer sus vidas y mandar a sus hijos espirituales que contaran vidas y ejemplos de Santos. Sé que llevaba consigo reliquias de distintos Santos y también tenía algunas en su habitación en un lugar decente. Y consiguió, por medio del Cardenal Cusano, los cuerpos de San Papías y San Mauro, que hizo llevar con mucho honor (en 1590) a la Iglesia de la Vallicella desde la Iglesia de San Adriano





LAS ALMAS DEL PURGATORIO

               San Felipe Neri tuvo experiencias con personas que iban al Cielo o ya estaban en él y también con Almas que todavía estaban sufriendo en el Purgatorio. Fabrizio Massimo declaró: Cuando murió Marco Antonio Cortesella, su hijo espiritual, el Padre Felipe había dicho que se le había aparecido en la hora de la muerte y que le había visto ir al Cielo. Lo mismo sucedió en la muerte de Patrizio Patrizi, también hijo espiritual. El Padre Gallonio me dijo que, después de la muerte de este Patrizio, se encomendaba a sus oraciones y decía: “Santo Patrizio, ruega por mí”

SUPERIOR DE LA CONGREGACIÓN DEL ORATORIO

               El 19 de Junio de 1587 fue nombrado el Padre Felipe Neri Superior General de la Congregación y confirmado como Superior perpetuo. No quiso que se comprometieran con votos ni juramentos. Si querían hacer votos, podían irse a cualquiera de las Órdenes existentes. El Instituto estaba basado en la oración, en la palabra de Dios y en la frecuencia de los Sacramentos.

               A todos los Sacerdotes les aconsejaba celebrar la Santa Misa todos los días, lo que no era costumbre en aquellos tiempos. A algunos de sus penitentes les daba permiso para comulgar todos los días, a otros tres o cuatro veces por semana o solamente los domingos y fiestas, según su fervor. 

CARISMAS SOBRENATURALES

               Era tanto su amor a Dios que con frecuencia se extasiaba y hasta se elevaba de la tierra en contemplación de la divinidad. Cuando iba por la calle, estaba tan abstraído en Dios que, cuando alguien lo saludaba, para que respondiera al saludo debían avisarle, tirándole de la ropa.

               Cuando el padre Felipe daba la absolución en la confesión, le temblaba la mano y lo mismo cuando celebraba la Santa Misa, que parecía que saltase por su gran devoción… Una vez entre otras, celebrando Misa en la habitación del Señor Alessandro Corvini, que estaba muy enfermo y era su hijo espiritual, se elevó más de lo acostumbrado, mientras leía.

              San Felipe fue bendecido también por el don de la bilocación, la gracia de estar en dos lugares al mismo tiempo, pero destacó por el don de la Ciencia Infusa, gracia especial de Dios mediante la cual conocía las Verdades de la Fe de modo sobrenatural hasta el punto de asombrar a grandes Teólogos de su tiempo.

ENFERMEDAD Y MUERTE

               San Felipe Neri tenía por costumbre en sus enfermedades mandar limosnas para celebrar Misas en los Dominicos de la Minerva, en la Iglesia de los Jesuitas o de los Capuchinos. En su última enfermedad había vomitado mucha sangre y los médicos lo tenían ya desahuciado. Sin embargo él mejoraba y se reía de ellos, diciendo: “Yo tengo otros médicos que no sois vosotros”. Se refería a la ayuda de las Misas. Murió el día de la Fiesta del Corpus Christi, 26 de Mayo de 1595.

OLOR DE SANTIDAD

               Después de muerto, el cuerpo de San Felipe, fue lavado, vestido con los ornamentos sacerdotales y llevados por los padres a la iglesia procesionalmente. A pesar de ser de noche, antes del amanecer, en un momento se llenó de gente que lloraba. Algunos lo tocaban con rosarios, otros le besaban la mano, otros cogían rosas que habían puesto sobre su cuerpo. 

               Por último tuvieron que defender su cuerpo para evitar que le quitaran pedazos de ropa o cabellos y otras cosas para tenerlas de reliquias. A una hora conveniente se tuvo la Misa cantada en la iglesia. Estuvieron presentes Cardenales, Arzobispos y muchos otros Prelados con numerosísimo pueblo. Todos querían ver su cuerpo, pues era conocido y amado por toda la ciudad de Roma. En la noche se cerraron las puertas de la iglesia y no se sentía ningún mal olor. Para satisfacer al pueblo fue preciso tener su cuerpo tres días seguidos en la iglesia y, a pesar del calor del mes de Mayo, no se sentía mal olor, sino que muchos decían que se sentía un olor bueno y suave.

               De inmediato, el mismo año de la muerte de San Felipe Neri fue abierto el primer Proceso para recibir los testimonios de los testigos que lo conocieron, entre ellos Obispos, Cardenales y gente de diversas clases sociales. A los cinco años después de su muerte, fue impresa por Privilegio Apostólico del Papa Clemente VIII su Vida escrita en latín y lengua vulgar, compuesta por el Padre Antonio Gallonio.

               El Papa Pablo V declaró Beato a Felipe Neri el 11 de Mayo de 1615 dando facultad para celebrar su Oficio y celebrar su Misa propia el 26 de Mayo de cada año. Lo canonizó Gregorio XV el 12 de Mayo de 1622, en unión con cuatro españoles: San Isidro Labrador, San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier y Santa Teresa de Jesús. Su Fiesta se celebra el 26 de Mayo, día de su muerte. Es Patrono de Roma y se le llama El Apóstol de Roma