lunes, 5 de agosto de 2019

ANIVERSARIO DEL MARTIRIO DE MONSEÑOR SALVIO HUIX, Obispo de Lérida


               Salvio Huix Miralpeix nació en 1877 en una familia de raigambre católica de Santa Margarida de Vallors (Sant Hilari Sacalm, Gerona): su madre lo ofreció a la Virgen en la ermita de Nuestra Señora del Pedró a los tres días de nacer y su padre, en uno de los ejercicios espirituales que hizo, había escrito como propósito: «Dar la vida, si es necesario, por el Papa», según datos aportados por José Vernet Mateu. A los doce años ingresó en el Seminario de Vic, donde estuvo catorce, hasta ordenarse en 1903. Ingresó en la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri, trabajando durante veinte años en Vic, dedicado sobre todo a confesar hombres —era director de las Congregaciones Marianas del Oratorio— y atender enfermos, además de ser profesor de Ascética y Mística en el Seminario. Organizó la Asamblea de Congregaciones Marianas de Cataluña, en 1921, y la coronación canónica de la Virgen de la Gleva, patrona de La Plana de Vic, en 1923. En 1927 fue nombrado Obispo de Ibiza.



Monseñor Salvio Huix, Martirizado por odio a Dios y a España


               Cuando la República mandó quitar los crucifijos, se organizaron en Ibiza procesiones de penitencia y reparación. En la Catedral, Monseñor Huix recibió con el cabildo el crucifijo del cementerio y al llegar lo abrazó, lo cargó sobre sus hombros y lo metió en el templo. Tras visitar al Papa, escribirá a sus diocesanos: «Sentíamos cómo el corazón nos palpitaba con fe renovada y confirmada, con adhesión más filial al Santo Padre, con vivo entusiasmo y firme propósito de mayor fidelidad, de fidelidad hasta la muerte y el martirio si fuera menester, con la ayuda de la divina gracia». En Enero de 1935 fue nombrado Obispo de Lérida, donde en una ocasión autorizó a un párroco a vender parte de las joyas de la parroquia para sufragar con el importe unas escuelas para niños. Hizo lo posible para hermanar Acción Católica y la Federació de Joves Cristians de Catalunya. Poco antes de estallar la Guerra Civil, organizó unas Jornadas Eucarísticas de oración y penitencia.

              Al comenzar la revolución se refugió en un piso cercano al Palacio Episcopal y más tarde en casa de un huertano en las afueras; pero por el peligro que suponía para sus protectores, y según supone Vernet, «acaso no pudiendo sufrir más estar a resguardo mientras tantos y tantos de sus diocesanos daban continuamente su sangre, en un arranque verdaderamente valeroso se presentó a un control de gente armada, entre la que vio a algunos guardias civiles, identificándose como el Obispo de Lérida y acogiéndose a su protección». Estos lo recluyeron en la cárcel, suponiendo que así se garantizaría, cierta protección. Un sacerdote pudo burlar la vigilancia y pasar un copón con formas consagradas, con las que pudieron comulgar el día de Santiago. Los testimonios sobre su entereza señalan que infundió ánimo a los deprimidos, consoló a todos y repartió todo lo suyo con sus compañeros de prisión. Cuando la Generalidad desde Barcelona exigió el traslado de presos significativos para ser juzgados allí, los dos comités del POUM en Lérida —dirigidos por Juan Farré y José Rodes— organizaron la marcha de 21 presos, incluido el Obispo, que salieron de noche por el puente del Segre hacia Barcelona. Al pasar por el cementerio, a las 3.30 de la madrugada, fueron detenidos por milicianos que exigieron una orden escrita. Monseñor Huix no perdió la serenidad y empleó una expresión campechana que designa el próximo fin de un viaje: «Ja som a Sants».

               Allí acabó, en efecto, el viaje, pues fueron fusilados. El Obispo fue el último en morir, bendiciendo a los que le precedieron. Amanecía el 5 de Agosto de 1936, Festividad de la Virgen de las Nieves, Patrona de Ibiza. La misma suerte que el Obispo sufrirían 270 sacerdotes diocesanos de Lérida. 



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