"Ellos aman verdaderamente a los que en su compañía han de ser también ciudadanos de la gloria y esperan que con la salvación de los hombres se han de reparar las ruinas de los ángeles. Por tanto nos asisten con gran cuidado y vigilancia a todas horas y en todas las ocasiones, socorriéndonos y proveyéndonos en nuestras necesidades, siendo los mensajeros que corren con solicitud desde nosotros hasta el Trono de Vuestra Divina Majestad, para ofreceros nuestras lágrimas, sollozos y suspiros, para alcanzarnos de vuestra benignidad y clemencia el perdón de nuestras culpas, y traernos la deseada bendición de vuestra gracia.
Andan con nosotros en todos nuestros caminos, entran y salen siempre con nosotros, considerando atentamente con qué piedad y virtud, con qué honestidad vivimos en medio de otros muchos que son malos, y con cuanto cuidado y deseo buscamos Vuestro Reino y Vuestra Justicia, y con cuanto temor y respeto os servimos y nos alegramos en Vos también, ¡oh verdadera alegría de nuestro corazón!
Ayudan a los que trabajan, defienden a los que reposan, exhortan a los que pelean, coronan a los que vencen. Se alegran con los alegres, con tal que esta alegría sea en Vuestra Majestad y se compadecen de los que ven padecer como padezcan por Vos."
( San Agustín, "Meditaciones, Soliloquios y Manual" )
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