1. Camino de perfección
Inmediatamente o poco después de su conversión -algunas veces lo conocen antes- Dios Nuestro Señor muestra al alma un camino recto, seguro, espacioso y real, que conduce al Cielo. Es la Vida de Jesucristo, Su Divino Hijo, Nuestro Redentor y Modelo, cuyo camino comprende una infinidad de estrechos senderos que empiezan y terminan en el mismo lugar. Señalando uno de dichos senderos, dice al alma que vaya por él, porque en el punto donde termina, la espera con los brazos abiertos para asociarla a Su Beatitud y Gloria divina, que es la recompensa prometida a Sus fieles servidores e imitadores de Su Divino Hijo.
Al mismo tiempo le presenta un Santo o varios para que se inspire en ellos en las disposiciones con que debe caminar para conseguir su perfección y para que a través de sus virtudes contemple a Jesucristo, sobre todo en los principios, hasta que adaptada su alma pueda contemplar de hito en hito su fisonomía humano-divina
El camino —así como los senderos en él comprendidos— está sembrado de flores, cruces y espinas, y las vías se diferencian unas de otras por el mayor o menor número de cruces plantadas en ellas y por la calidad y dimensiones de las mismas, pues unas son mayores y más pesadas que otras. Las flores simbolizan las virtudes, privilegios y perfecciones divinas de Jesucristo; las cruces significan su vida paciente, y las espinas los agravios que le infiere la ingrata correspondencia de los hijos de Adán, por cuya redención tomó carne humana y padeció y murió en una cruz.
2. En marcha
Conocido el sendero que debe seguir -el cual fija la vocación del alma- entra en él y comienza a caminar con la bendición de Dios Padre, auxiliada con la presencia y eficaz socorro del Espíritu Santo y adherida al mismo Jesucristo, su Camino, Verdad y Vida, patrocinada además por la Virgen Santísima, su Ángel tutelar y los Santos de su especial devoción. Camina gozosa, sufriendo resignada las punzadas de las espinas, besando con amor y respeto las cruces que encuentra a su paso y recogiendo las flores, emblema de las virtudes y perfecciones de Jesucristo, cuyas flores, unas come y asimila, con otras teje el vestido nupcial y se adorna con él, y las restantes, en forma de hermoso ramillete, las ofrece al Padre Celestial por las inmaculadas manos de la Santísima Virgen, para Su eterna Gloria y alabanza, suplicándole que en retorno y por el valor infinito de las mismas, perdone a la humanidad culpable y nos prodigue a todos Su Amor y protección soberana y divinas bendiciones.
3. Desaparece la devoción sensible
Después de un periodo de consolación más o menos largo, durante el cual ha caminado con paso firme y presuroso y salvando algunas distancias, he aquí que de repente le sorprende la noche, la primera noche después del radiante y festivo día de su Vida Espiritual, noche en que no sospechaba siquiera, pues ignoraba que tales noches existieran en los caminos de Dios.
La noche consiste en que el Señor -para altísimos fines de Su Gloria y bien de la misma alma- le retira la gracia de la devoción sensible y demás consolaciones que antes le prodigaba; devoción y consuelos espirituales en donde ella leía el Amor que Dios le profesaba y la aprobación que merecían sus obras en la estimación del mismo Dios; veía, en una palabra, la prueba inequívoca del buen estado de su conciencia y de su progreso en la Vida Espiritual. En el momento en que le falta esta devoción y este consuelo, el alma se queda a oscuras, como quedamos cuando el eclipse nos priva de la luz solar. Busca la razón del extraño fenómeno que experimenta y no la ve. Extiende sus brazos para probar si puede proseguir su marcha en medio de las tinieblas, palpando las cruces y las flores que antes veía, y solo halla el vacío, porque ya no hay flores ni cruces, ni siquiera espinas, cuyas punzadas le sabrían a gloria por la noticia y seguridad que su presencia le inspiraría de la firmeza del terreno que pisa. No, ya no hay seguridad para ella, porque el sendero se ha convertido en desierto. Se encuentra en una soledad pavorosa, triste, árida y desnuda de toda vegetación, en medio de las tinieblas de la noche. Es que Jesús, al retirarle la devoción sensible, le quitó también el sentimiento de Su Divina Presencia; y con esta doble privación se queda la pobre alma no solamente a oscuras, sino también desolada, padeciendo un completo y triste desamparo. He aquí el desierto.
Para colmo de su desgracia, ha perdido la facilidad que tenía para orar mentalmente, lo mismo que las energías que hallaba en el fondo de su ser para ejercitarse en las virtudes y practicar la penitencia. Al vivo anhelo, ardiente júbilo y dilatación suma que experimentaba en el ejercicio de la oración y demás prácticas piadosas, le sustituyen el tedio y la repugnancia, la pena y la aridez, el decaimiento, la tristeza y el desamparo, un vacío inmenso que nada puede llenarlo y las dudas y los temores de si está en pecado mortal y será esta la causa de lo que está padeciendo, si habrá consentido en la tentación A o B, que sintió en el día o días que precedieron a su desolación, y enojado Dios le habrá retirado Sus gracias, etc., etc.... Todo es confusión para la pobre alma.
4. La acción del Director espiritual
Si tiene Director espiritual y le comunica su trabajo y angustia, encuentra en él luz y apoyo para sostenerse firme en su propósito de servir a Dios y no se desalienta, porque entiende por las instrucciones que recibe del mismo, que su trabajo es una prueba del Amor que Dios le profesa, y que su término será glorioso para Dios y consolador para ella. Y esta noticia la anima, consuela y sustrae del abismo de la desesperación y desaliento.
Pero si no tiene Director, y más si jamás trató con sus Confesores de cosas espirituales, ni ha leído libros de Teología Mística -como algunas veces acontece- padece tribulaciones tantas y tan penosas que no hay términos para expresarlas, porque a los muchos trabajos y terribles desolaciones que padecen todas las almas en dicha noche, se agregan las ansiedades de su conciencia alarmada, la firme convicción de que recayó en pecado el día y hora en que el Señor le retiró la gracia sensible, que ya no hay perdón ni salvación para ella, que es esclava del demonio (1), a quien pertenece, y otras mil ideas angustiosas y trabajos que el diablo le procura o ella misma se crea, porque ignora en absoluto los caminos por donde Dios lleva a las almas.
5. Exigencias de Dios
Cuando entra el alma en esta noche y desierto, Dios Nuestro Señor le pide sacrificios, esto es, que inmole en sí misma todo aquello que se opone al grado de perfección y unión divina a que la destina, sus apetitos desordenados, inclinaciones torcidas e imperfectas, orgullo, amor propio, sensibilidad, ambición y demás vicios, más o menos fuertes, que radican en la naturaleza viciada, empezando por la pasión dominante que le muestra cuál es, así como los medios de destruirla completamente para que los practique.
Si el alma responde a las exigencias de Dios, inmolando sus apetitos y torcidas inclinaciones en la forma que le pide, y practica las virtudes contrarias, pronto se termina para ella el periodo de prueba, porque en el momento en que se prepara para obedecerle, a la noche oscura en que se encuentra y al desamparo que padece se agregan nuevas tinieblas, mayores tentaciones y otros trabajos, entrando de lleno en el periodo de purgación, del que no sale hasta haberse purificado y espiritualizado. Mas si se resiste a obedecer a Dios, o le niega los sacrificios que Él le exige, u opone obstáculos a Su acción divina, entonces permanece estacionaria en el desierto hasta que se resigna enteramente en Su Divina Voluntad.
Esta es la razón por la que el periodo de prueba se prolonga y es más largo que el de las almas dóciles que tienen que purgar igual número de faltas y se hallan en las mismas condiciones y, a pesar de ello, salen antes del desierto.
Las almas rebeldes padecen infinitas torturas con la memoria de los favores recibidos y de su ingrata correspondencia a ellos, memoria que les persigue noche y día, cual amoroso reclamo, invitándolas a una segunda conversión o, mejor dicho, al perfeccionamiento de su conversión primera, que deberán completar con su perfecta sumisión al querer de Dios, que desea destruir en ellas el yo humano. De cuando en cuando se impone la gracia a estas almas; Dios lucha o se bate con ellas en su afán de subyugar su rebelde voluntad y conducirlas a sus altos destinos. Y si no lo consigue, emplea otros medios, hasta que por fin logra someterlas a Su dulce imperio. ¡Así ama Dios a las almas y se interesa por su salvación!. Bendito sea. Pero cuando ha triunfado del corazón rebelde y de los obstáculos que le ponía, se resarce de sus agravios ventajosamente con las penas que inflige en justo castigo de su insubordinación, si bien esta conducta no la observa con todas las almas, sino con las que llama a Su Unión divina.
En el momento, como antes se dijo, que el alma responde a los requerimientos de la Gracia y se dispone para la inmolación o muerte mística, la noche se oscurece mucho más, ya no es noche oscura la que padece, sino puras tinieblas, y lo que antes parecía desierto, ahora parece calabozo subterráneo, vecino del Infierno o situado en los dominios de satanás (2).
6. Benéfico influjo de María Santísima
Dios prepara al alma para esta dura prueba, comunicándole Su Divino Amor y una estima del mismo Dios tan grande, que no solo la obliga a servirle con perfección y padecer por Él cuanto le ordena, sino que lo hace sin interés, por ser Él quien es, estimando como singular beneficio que Dios se digne emplearla en Su servicio y concederle la dicha de amarle y padecer por Él.
A este auxiliar poderoso del amor estimativo de Dios, en algunas almas, se agrega el amor, devoción y adhesión inviolable a la Virgen. Santísima en grado tan alto que viven más de la Vida de María que de su vida propia. Las que practican la Vida Mariana tienen en la Virgen una ayuda poderosísima y un lenitivo para sus penas en todas las tribulaciones, sobre todo durante los periodos de prueba y desamparo que padecen.
Es admirable la conducta que observa la Señora con las almas que Le pertenecen -por su devoción y consagración perfecta- y el celo que despliega en favor de las mismas. ¡Con cuánto amor y ternura las visita, asiste en la tribulación, las protege y defiende de sus enemigos, las socorre en sus necesidades, las enamora de Dios, las adorna y prepara para su divina unión y obtiene esta gracia para ellas!.
Estas almas pueden repetir con verdad las palabras del libro de la Sabiduría: "Todos los bienes me vinieron juntamente con ella, y por su medio he recibido innumerables riquezas", "Venerunt autem mihi omnia bona pariter cum illa et innumerabilis honestas per manus illius" (Sab 7, 11); porque quien tiene de su parte a la Virgen, y la tienen todos los que de veras la aman, posee un tesoro infinito, pues posee al mismo Dios. Y no hay quien prodigue los consuelos inefables que prodiga la Señora a Sus devotos en el tiempo de la tribulación.
Por esto las almas interiores, llamadas a vivir en intimidad con Dios, como preparación a las pruebas que les esperan en las noches y cavernas, en los desiertos y en los túneles que comprende su sendero, deben procurar identificarse con la Virgen y merecer Su amparo y protección, que si así lo hacen, padecerán menos y siempre aprovecharán más, pero singularmente en los periodos de sufrimiento, que es cuando más necesitan Su patrocinio. Padecerán menos, porque las almas que practican la Vida Mariana, cuando se ven abandonadas de Dios, acusadas de su propia conciencia, atormentadas por el demonio y desesperadas de su salvación, además de la protección que experimentan en su recurso frecuente a la Virgen, el afecto de complacencia que sienten por Ella les hace participantes de Su felicidad y gozan del torrente de Sus delicias. Aprovechan más, porque iluminada su alma con el resplandor de esta Estrella matutina, que jamás se oculta a Sus fieles servidores, tienen conciencia de la purgación dolorosa que en ellas opera la gracia y, confortadas con el patrocinio de la Señora, la sufren enseñadas por Ella con perfecta resignación, sin defenderse ni sustraerse, antes bien procuran cooperar con ella en la forma que les es posibles. Laus Deo.
NOTAS
1 y 2) "demonio" y "satanás", aunque sean nombres propios la Madre Sorazu siempre lo escribía con minúsculas.
¿QUIÉN FUE LA MADRE MARÍA ÁNGELES SORAZU?
Florencia Sorazu Aizpurua nació el 22 de Febrero de 1873, en Zumaya (Guipúzcoa, España), fue bautizada al día siguiente, en la Parroquia de San Pedro, en su pueblo natal. Desde su más tierna infancia Florencia se vio adornada de gracias sobrenaturales, que de algún modo anunciaban una predilección por parte de Dios.
Creció humana y espiritualmente, venciendo las dificultades y luchas propias de su edad; el 26 de Agosto de 1891 ingresó en la Orden de la Inmaculada Concepción, en la ciudad de Valladolid. Al recibir el hábito blanco de la Orden tornó su nombre por el Sor María de los Ángeles: "María" por su amor a Nuestra Señora y "de los Ángeles" por la devoción que siempre tuvo a los Espíritus Celestiales. Realizó la Profesión solemne de votos el 6 de Octubre de 1892, y desde entonces se entregó con todo su ser a Jesucristo y a María Inmaculada.
En Julio de 1907 el Señor permitió que comenzara una purificación interior, que la dispuso interiormente para el Matrimonio Espiritual, gracia que finalmente recibió el 10 de Junio de 1911. La Madre Sorazu, por obediencia a su Director, fue dejando constancia escrita de los aspectos de la vida de unión con Dios, su contemplación de la vida humana y divina de Jesucristo, los atributos divinos, la lectura y comentario de diversos pasajes bíblicos, destacando sus escritos referentes a la Virgen María.
En la Navidad de 1920 hace unos Ejercicios Espirituales de cuarenta días con la intención de prepararse para la Vida del Cielo. El 28 de Agosto de 1921, la Madre María Ángeles Sorazu expiraba tras haber compartido los padecimientos de Cristo, que según ella tanto deseó y pidió en su oración.
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