El 5 de junio de 1920, después de un formidable asalto infernal, Josefa, arrodillada entre sus Hermanas a la hora de la Adoración de la tarde, se sintió sumida en lo que llama con su sencillez: "un sueño muy dulce", y se despertó en la Llaga del Corazón Divino. "No puedo explicar lo que pasó por mí —escribe— ¡Jesús!, sólo una cosa pido: amaros, y ser fiel a mi vocación".
Al resplandor de la divina luz que la inundaba veía los pecados del mundo y se ofrecía a dar su vida para consolar al Corazón de Jesús. Un deseo vehemente de unirse a El la devoraba; y ningún sacrificio le parecía demasiado costoso para perseverar en su vocación. La noche había desaparecido en la claridad de Dios y la desolación se había disipado ante la felicidad insondable.
«Dios lo ha hecho todo —continúa Josefa en las notas escritas por obediencia—, me confunde tanta bondad, quisiera amarle con locura. No le pido más que dos cosas: Amor y gratitud inmensa a su Corazón... Conozco más que nunca mi debilidad, pero también más que nunca espero de El la fuerza. Jamás había descansado en esa Divina Herida. Yo sabré desde ahora dónde puedo refugiarme en los momentos de tribulación. En un lugar de paz y de mucho amor.
El 29 de junio, después de varias apariciones de este Corazón, que se le presentaba siempre como incendiado, el Divino Maestro se mostró a ella con un delicioso resplandor. "En la Santa Misa, poco antes de la Elevación —escribe— ¡mis ojos, estos pobres ojos, han visto a mi amado Jesús... al único deseo de mi alma... a mi Dios y Señor! He visto cómo me tenía dentro de su Corazón, en medio de aquella gran hoguera... Sonreía... Así estaba anonadada en presencia de tanta luz y tanta hermosura, cuando me ha dicho estas palabras con una voz dulcísima, al mismo tiempo que muy grave: Así como Yo me inmolo víctima de amor, quiero que tú también seas víctima; el amor nada rehúsa". El Corazón de Jesús se le había abierto pare no volverse a cerrar.
Y ahora es preciso ya seguir el surco de gracias que va abriéndose cada vez más ancho y más profundo en esta alma, hasta el día en que Nuestro Señor, habiendo terminado su Obra, esconderá para siempre en su Corazón al instrumento formado por El.
Ante todo se constituye en su Maestro interior, encargándose El mismo de su formación religiosa. Él la instruye, la dirige, la reprende, la perdona y la sostiene Sus visitas se suceden, sin que Josefa la prevea. La espera en su empleo, va a encontrarla en su trabajo, o viene a enseñarle a orar. Se le presenta cuando menos lo piensa y se oculta cuando más lo desea. Pasa delante de ella como un relámpago, para advertirla de un descuido en el amor y la detiene a sus plantas para explicarle sus deseos...
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