Después de la Consagración del pan y del vino se contiene
en el saludable Sacramento de la Santa Eucaristía,
verdadera, real y sustancialmente Nuestro Señor Jesucristo,
verdadero Dios y hombre, bajo las especies
de aquellas cosas sensibles..."
"...por la consagración del pan y del vino se convierte
toda la sustancia del pan en la sustancia del Cuerpo
de Nuestro Señor Jesucristo,
y toda la sustancia del vino en la sustancia de su Sangre,
cuya conversión ha llamado oportuna y propiamente
transubstanciación la Santa Iglesia Católica"
"...que todos los fieles cristianos hayan de venerar
a este Santísimo Sacramento, y prestarle el culto de latría
que se debe al mismo Dios"
(Sacrosanto Concilio de Trento, Sesión XIII)
Según la Tradición Católica, esta fiesta tuvo su origen en el siglo XIII en la Abadía de Mont Cornillón en la región de Liége (Lieja) en Bélgica.
Fue la religiosa agustina Santa Juliana de Mont Cornillón, por aquel entonces priora de dicha Abadía, la que con sus visiones sobrenaturales, propició que se celebrase esta fiesta dedicada a la Santísima Eucaristía.
Sor Juliana nació en Retines, cerca de Liége, en el año 1193. Al quedar huérfana a los cinco años fue confiada a los cuidados de las agustinas de Mont Cornillón, junto con su hermana Agnes, donde fueron cuidadas y educadas. A los catorce años sintió una fuerte vocación religiosa e ingresó en las mismas agustinas donde llegó a ser superiora de la comunidad. Murió en Fosses el 5 de abril de 1258, a la edad de 65 años, y fue enterrada en Villiers. Santa Juliana deseaba que hubiera una fiesta especial en honor al Sacramento de la Eucaristía, ya que sentía una gran veneración a dicho sacramento. Este deseo se intensificó por unas visiones que tuvo de la institución de la Iglesia bajo la apariencia de una luna llena con una mancha negra y que interpretó como la ausencia de la celebración de dicha solemnidad.
Sor Juliana comunicó estas visiones a Monseñor Roberto de Thorete, entonces obispo de Lieja, al docto dominico Hugh, quien sería más tarde cardenal legado de los Países Bajos y también al archidiácono de Lieja Jacques Pantaleón, quien sería en 1261 el Papa Urbano IV.
El Obispo Roberto, convencido por las visiones y por la interpretación de las mismas y como en ese tiempo los obispos tenían el derecho de ordenar fiestas para sus diócesis, invocó un sínodo en 1246 y ordenó que la celebración en honor al Sacramento de la Eucaristía se tuviera al año siguiente.
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