La principal excelencia del santo sacrificio de la Misa es que
debe ser considerado como esencial y absolutamente el mismo que se
ofreció sobre la cruz en la cima del Calvario, con esta sola
diferencia: que el sacrificio de la cruz fue sangriento, y no se ofreció
más que una vez, satisfaciendo plenamente el Hijo de Dios, con esta
única oblación, por todos los pecados del mundo; mientras que el
sacrificio del altar es un sacrificio incruento, que puede ser renovado
infinitas veces, y que fue instituido para aplicar a cada uno en
particular el precio universal que Jesucristo pagó sobre el Calvario por
el rescate de todo el mundo.
De esta manera, el sacrificio sangriento fue el medio de nuestra
redención, y el sacrificio incruento nos da su posesión: el primero nos
franquea el inagotable tesoro de los méritos infinitos de nuestro divino
Salvador; el segundo nos facilita el uso de ellos poniéndolos en
nuestras manos. La Misa, pues, no es una simple representación o la
memoria únicamente de la Pasión y muerte del Redentor, sino la
reproducción real y verdadera del sacrificio que se hizo en el Calvario;
y así con toda verdad puede decirse que nuestro divino Salvador, en
cada Misa que se celebra, renueva místicamente su muerte sin morir en
realidad, pues está en ella vivo y al mismo tiempo sacrificado e
inmolado: "Vidi (...) agnum stantem tamquam occisum".
¡Oh, qué maravilla! Pues dime por favor. Si cuando te diriges a
la Iglesia para oír la Santa Misa reflexionaras bien que vas al Calvario
para asistir a la muerte del Redentor, ¿irías a ella con tan poca
modestia y con un porte exterior tan arrogante? Si la Magdalena al
dirigir sus pasos al Calvario se hubiese prosternado al pie de la cruz,
estando engalanada y llena de perfumes, como cuando deseaba brillar a
los ojos de sus amantes, ¿qué se hubiera pensado de ella?
Pues bien; ¿qué se dirá de ti que vas a la Santa Misa adornado como
para un baile? ¿Y qué será si vas a profanar un acto tan santo con
miradas y señas indecentes, con palabras inútiles y encuentros culpables
y sacrílegos? Yo digo que la iniquidad es un mal en todo tiempo y
lugar; pero los pecados que se cometen durante la celebración del santo
sacrificio de la Misa y en presencia de los altares, son pecados que
atraen sobre sus autores la maldición del Señor: Maledictus qui facit
opus Domini fraudulenter. Medítalo atentamente mientras que te
manifiesto otras maravillas y excelencias de tan precioso tesoro.
"EL TESORO ESCONDIDO DE LA SANTA MISA"
San Leonardo de Porto-Mauricio
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