El Amador de las almas, nuestro adorable Redentor, declaró que había bajado del Cielo a la tierra para encender en el corazón de los hombres el fuego de Su Santo Amor. “Fuego vine a traer a la tierra”, dice San Lucas, “¿y qué he de querer sino que arda? (1) .¡Ah! ¡y qué incendios de caridad no ha levantado en muchas almas, especialmente al patentizar por los dolores de Su Pasión y Muerte el amor inmenso que nos tiene!.
¡Cuántos enamorados corazones ha habido en las Llagas de Cristo, como en hogueras de amor, se han inflamado de tal suerte, que para corresponderle con el suyo no titubearon en consagrarle sus bienes, su vida y todas sus cosas, superando con gran entereza de ánimo todas las dificultades que les salían al paso para estorbarles el cumplimiento de la ley divina, guiados por el amor de Jesús, que no obstante ser Dios, quiso padecer tanto por amor nuestro!.
Por esto el enamorado San Agustín, contemplando a Jesús Crucificado y cubierto de llagas, exclama: “Graba, Señor, Tus Llagas en mi corazón, para que me sirvan de libro donde pueda leer Tu dolor y Tu Amor; Tu dolor, para soportar por Ti toda suerte de dolores; Tu Amor, para menospreciar por el tuyo todos los demás amores.”
Porque teniendo ante mis ojos el retablo de los muchos trabajos que por mí, Dios Santo has padecido, sufriré con paz y alegría todas las penas que me sobrevengan, y en presencia de las pruebas de infinito amor que en la Cruz me diste, ya nada amaré ni podré amar fuera de Ti.
(San Alfonso María de Ligorio, "El Amor del alma")
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