La Festividad de hoy es como una prolongación de la Fiesta del Corpus Christi. Su objeto es el Amor infinito hacia nosotros que radica en el Corazón del Hombre-Dios, y que se manifestó sobre todo, en Su Pasión y en la Sagrada Eucaristía.
Veneramos el Sagrado Corazón de Jesús como símbolo y manifestación de Su Amor a nosotros. Ese Corazón deífico es como la personificación del amor que hemos ido descubriendo al celebrar cada uno de los grandes Misterios del Año Litúrgico. Hoy, no pretendemos otra cosa que honrar ese amor divino-humano y sumergirnos en él, diciendo con San Buenaventura "Puesto que hemos ido ya a este Corazón dulcísimo y es tan bueno permanecer en Él, hagamos lo posible para no salir de Él..."
El fundamento de la Devoción del Sagrado Corazón de Jesús radica en el fondo mismo de la Teología Cristiana, aunque la Devoción misma es reciente. Sus primeros heraldos y propagadores fueron las dos Místicas benedictinas del siglo XIII: Santa Gertrudis y Santa Mectildis, que tuvieron ya una visión clara de ka grandeza de este Misterio. La primera, Santa Gertrudis, tuvo un éxtasis en el cual se le apareció San Juan Evangelista, interpretándole el significado de los Santos Latidos que él mismo oyó en el Corazón Divino durante la Última Cena. Su fuego debía reservarse para calentar el mundo en los Últimos Tiempos, cuando fuese enfriándose la Fe y relajándose la Piedad. Las dos Santas Místicas vieron el Corazón de Jesús sobre un altar en el cual Cristo se ofrecía a sí Mismo como una Víctima agradable a Dios.
Al empezar la Edad Moderna, el Protestantismo, con su sequedad, debilitó en la Cristiandad el amor y la confianza de los hombres en Dios. Esta tendencia vino a ser verdaderos estragos con las doctrinas sombrías del Jansenismo, y fue entonces, a finales del siglo XVII, cuando aparecieron en la Iglesia los más grandes apóstoles de la Devoción al Sagrado Corazón: en España, el Padre Bernardo de Hoyos, en Francia, San Juan Eudes y Santa Margarita María de Alacoque, que recibió una nueva Visita del Sagrado Corazón de Jesús el 16 de Junio de 1675, para solicitarle que trabajara en pro de esta Devoción y que así fuese reconocida y festejada por la Iglesia; poco después, el Papa Clemente XIII permitió la celebración de la Fiesta, pero hasta la época del Papa Pío IX, no sería de obligada celebración en la Iglesia Universal hasta 1856.
No pasaría mucho tiempo hasta que Nuestro Señor quisiera recordar al mundo este Mensaje de Paz y Caridad; así lo hizo a principios del pasado siglo XX, cuando se le manifestó a otra religiosa visitandina, Sor Benigna Consolata Ferrero (de Como, Italia) o unos años después a la española Sor Josefa Menéndez: a una y a la otra Jesús desvela los secretos más ocultos de Su Divino Corazón, donde ambas Místicas coinciden en la necesidad de vivir en profunda unión con este Sacratísimo Corazón que solo busca amar y perdonar.
El Sagrado Corazón de Jesús desde el Trono donde lo contemplaron
las Místicas Santa Margarita María de Alacoque y Santa Gertrudis
LA DOCTRINA DE LOS PAPAS
sobre la Devoción al Sagrado Corazón de Jesús
"Cuando la Iglesia, en los tiempos cercanos a su origen, sufría la opresión del yugo de los Césares, la Cruz, aparecida en la altura a un joven emperador, fue simultáneamente signo y causa de la amplísima victoria lograda inmediatamente. Otro signo se ofrece hoy a nuestros ojos, faustísimo y divinísimo: el Sacratísimo Corazón de Jesús con la Cruz superpuesta, resplandeciendo entre llamas, con espléndido candor. En Él han de colocarse todas las esperanzas; en Él han de buscar y esperar la salvación de los hombres."
Papa León XIII, Encíclica Annum Sacrum (1899)
"...así como en otro tiempo quiso Dios que a los ojos del humano linaje que salía del arca de Noé resplandeciera como signo de pacto de amistad «el arco que aparece en las nubes» (Libro del Génesis, cap. 2, vers. 14), así en los turbulentísimos tiempos de la Edad Moderna, serpeando la herejía jansenista, la más astuta de todas, enemiga del amor de Dios y de la Piedad, que predicaba que no tanto ha de amarse a Dios como Padre cuanto temérsele como implacable Juez, el Benignísimo Jesús mostró Su Corazón como bandera de Paz y Caridad desplegada sobre las gentes, asegurando la Victoria cierta en el combate."
Papa Pío XI, Encíclica Miserentissimus Redemptor (1928)
"...este culto, si consideramos su naturaleza peculiar, es el Acto de Religión por excelencia, esto es, una plena y absoluta voluntad de entregarnos y consagrarnos al Amor del Divino Redentor, cuya señal y símbolo más viviente es su Corazón traspasado..."
Papa Pío XII, Encíclica Haurietis Aquas (1956)
Consagración personal al
Sagrado Corazón de Jesús
Compuesta por Santa Margarita María de Alacoque
(toque sobre la imagen para verla en tamaño real; se puede imprimir a doble cara)
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