miércoles, 3 de junio de 2020

NUESTRO PADRE Y SEÑOR SAN JOSÉ, ELEVADO POR ENCIMA DE LOS ÁNGELES


               En la vida de San José convenía, para el buen desempeño del oficio que el Eterno Padre le había confiado, que el Santo Patriarca fuera todo puro y santo, sin que experimentase el menor acto de rebeldía entre la carne y el espíritu, ni inclinación al mal, ni dificultad para el bien; esto es, que fuese digno padre adoptivo del Hijo de Dios, que quiso nacer de una madre virgen; y esto solo podía conseguirse librando al Glorioso Patriarca de la concupiscencia o apetito desordenado de las cosas sensuales, triste herencia del pecado original.



San José, Padre Adoptivo y Custodio del Sagrado Corazón de Jesús
ruega ahora y siempre por nosotros


               Esta santidad de San José le colocó en un grado más elevado que el de los Ángeles, porque estando destinados éstos a la custodia de los hombres, para la de Jesús y María no destinó el Señor legiones de Ángeles, sino a San José, a quien ambos vivieron sometidos. Ni la fe de los Patriarcas, ni la esperanza de los Profetas, ni la caridad de los Serafines, ni las austeridades de los Anacoretas, ni las virtudes de todos los Santos, igualan a la alta dignidad del Ministerio del Glorioso Patriarca. Por esto, sin duda, decía el Papa Benedicto XIV que las gracias y prerrogativas espirituales de San José son grandes, excelsas y tan propias de él, que a ningún otro Santo han sido comunicadas. 

                En los inescrutables designios de la Divina Providencia estaba determinado que el Verbo humanado tomase carne de la sangre de Abraham y de la estirpe de David, y de esta misma sangre y regia estirpe descendía el Patriarca San José, y de ello dio testimonio el mismo Arcángel Gabriel en la sobrenatural aparición en que le fue descubierto al Patriarca el Misterio de la Encarnación..."no temas , José, hijo de David", fueron las primeras palabras que le dirigió el Arcángel, y así lo confirman los Evangelistas en la genealogía  de Jesucristo por la línea legal paterna, casi idéntica a la natural materna, porque la Ley Antigua prescribía que los hombres de una tribu y parentela se casasen con mujeres de la misma tribu y parentela. Así sucedió entre los ascendentes de la Virgen María y de San José, ambos de la tribu de Judá y de la estirpe de David, y primos carnales, por ser Santa Ana, madre de la Virgen, hermana de Jacob, padre de San José. De todo lo cual resulta que la genealogía del Santo Patriarca es sobremanera gloriosa y se halla ilustrada por una larga serie de Patriarcas, Reyes y grandes personajes, como no podía menos de ser la rama del linaje humano de la que había de nacer el Mesías verdadero, según lo anunciado por los Profetas.

               Según los datos más auténticos San José nació en Belén, la ciudad de David, de quien descendía el Patriarca. Y fue precisamente a Belén a empadronarse cuando así lo ordenó el edicto de César Augusto. De esta manera se cumpliría la Profecía de Miqueas que anunciaba el Nacimiento del Mesías en Belén.




               En el Nacimiento de Jesús, la Gruta de Belén resonó con los conciertos angélicos y se anunció a los pastores la paz; del Nacimiento de María Nuestra Señora, nos dice la Iglesia que trajo la alegría a todo el mundo; sobre el Nacimiento de San Juan Bautista refieren la Sagrada Escritura que muchos fueron los que se alegraron; y siendo esto así, ¿qué no podría decirse del Nacimiento de San José, digno Esposo de María, a quien Jesús se mostró sumiso, superior al Bautista en su ministerio y en sus méritos? Seguramente fue celebrado por los Ángeles en el Cielo, por los hombres en la tierra, y aún podría decirse que por los Patriarcas en el Limbo, como un anuncio de que se acercaba la deseada Redención.




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