forma en su corazón una fuente,
y por cuanto más piensa tanto más
esta fuente sea grande, y como las aguas
que brotan son comunes a todos,
esta fuente de Mi Pasión que se forma
en el corazón sirve para el bien del alma,
para gloria Mía y para bien de las criaturas."
el 10 Abril de 1913
Preparación antes de la Meditación
Oh Señor mío Jesucristo, postrado ante Tu divina presencia suplico a Tu amorosísimo Corazón que quieras admitirme a la dolorosa meditación de las Veinticuatro Horas en las que por nuestro amor quisiste padecer, tanto en Tu Cuerpo adorable como en Tu Alma Santísima, hasta la muerte de Cruz.
Ah, dame Tu ayuda, Gracia, Amor, profunda compasión y entendimiento de Tus padecimientos mientras medito ahora la Hora...(primera, segunda, etc) y por las que no puedo meditar te ofrezco la voluntad que tengo de meditarlas, y quiero en mi intención meditarlas durante las horas en que estoy obligado dedicarme a mis deberes o a dormir.
Acepta, oh misericordioso Señor, mi amorosa intención y haz que sea de provecho para mí y para muchos, como si en efecto hiciera santamente todo lo que deseo practicar.
Gracias te doy, oh mi Jesús, por llamarme a la unión Contigo por medio de la oración. Y para agradecerte mejor, tomo Tus pensamientos, Tu lengua, Tu corazón y con éstos quiero orar, fundiéndome todo en Tu Voluntad y en Tu amor, y extendiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza en Tu Corazón empiezo...
Tercera hora de agonía
Dulce bien mío, mi corazón no resiste...Te miro y veo que sigues agonizando; la sangre como en arroyos te chorrea de todo el cuerpo y con tanta abundancia que no sosteniéndote de pie, has caído en un lago. ¡Oh amor mío, se me rompe el corazón viéndote tan débil y agotado! Tu Rostro adorable y Tus manos creadoras se apoyan en la tierra y se llenan de Sangre; me parece que a los ríos de iniquidad que te mandan las criaturas, quieras Tú dar ríos de sangre para hacer que todas las culpas queden en éstos ahogadas, y dar así con Tu Sangre a cada uno el perdón. ¡Más, oh Jesús mío, reanímate, ya es demasiado lo que sufres; baste ya hasta aquí a Tu Amor! Y mientras parece que mi amable Jesús muere en Su propia Sangre, el Amor le da de nuevo vida. Lo veo moverse penosamente, se pone de pie y así, cubierto de sangre y fango, parece que quiere caminar, pero no teniendo fuerzas, fatigosamente se arrastra... Dulce vida mía, déjame que te lleve entre mis brazos... ¿Es que vas, acaso, a Tus amados discípulos?. ¡Pero cuánto es el dolor de tu adorable Corazón al encontrarlos nuevamente dormidos! Y Tú con voz apagada y trémula los llamas: “Hijos míos, no durmáis, la hora está próxima... ¿no veis a qué estado me he reducido? Ah ayudadme, no me abandonéis en estas horas extremas.” Y casi vacilante estás a punto de caerte a su lado mientras Juan extiende sus brazos para sostenerte. Estás tan irreconocible que de no haber sido por la suavidad y dulzura de tu voz, no te habrían reconocido.
Después, recomendándoles que estén despiertos y que oren, vuelves al Huerto, pero con una segunda herida en el Corazón. En esta herida veo, oh bien mío, todas las culpas de aquellas almas que a pesar de las manifestaciones de Tus favores en dones, caricias y besos, en las noches de la prueba, olvidándose de Tu Amor y de Tus dones se quedan somnolientas y adormiladas, perdiendo así el espíritu de continua oración y vigilancia. Jesús mío, es cierto que después de haberte visto y después de haber gustado Tus dones, se necesita gran fuerza para quedar privados y resistir; sólo un milagro puede hacer que esas almas resistan la prueba. Por eso, mientras te compadezco por esas almas, cuyas negligencias, ligerezas y ofensas son las más amargas para Tu Corazón, te ruego que en el momento que llegasen a dar un solo paso que pudiera en lo más mínimo entristecerte, las rodees de tanta Gracia que las detengas, para que no pierdan el espíritu de continua oración.
Dulce Jesús mío, mientras vuelves al Huerto parece que ya no puedes más; levantas al Cielo el Rostro cubierto de sangre y de tierra y por tercera vez repites: “Padre, si es posible, pase de Mí este cáliz...; Padre Santo, ayúdame, tengo necesidad de consuelo; es verdad que por las culpas que he tomado sobre Mí soy repugnante, despreciable, el último entre los hombres ante Tu Majestad infinita; Tu Justicia está airada contra Mí; pero mírame, oh Padre, pues siempre Soy Tu Hijo y formo una sola cosa Contigo. ¡Ah, socorro, piedad, oh Padre, no me dejes sin consuelo!”.
A continuación, oh Bien mío, me parece escuchar que llamas en Tu ayuda a la querida Mamá: “Dulce Mamá, estréchame entre Tus brazos como me estrechabas siendo niño; dame aquella leche que tomaba de Ti para darme fuerzas y endulzar las amarguras de mi agonía; dame Tu Corazón que es todo Mi contento. Madre mía, Magdalena, Apóstoles queridos, vosotros todos los que me amáis, ayudadme, confortadme, no me dejéis solo en estos momentos extremos, hacedme todos corona a Mi alrededor, dadme el consuelo de vuestra compañía y de vuestro amor...
Jesús, amor mío, ¿quién puede resistir viéndote en estos extremos? ¿Qué corazón será tan duro que no se rompa viéndote ahogado en Tu Sangre? ¿Quién no derramará a torrentes amargas lágrimas al escuchar los dolorosos acentos con que buscas ayuda y consuelo?. Jesús mío, consuélate; veo que ya el Padre te envía un Ángel como consuelo y ayuda, para que puedas salir de este estado de agonía y puedas entregarte en manos de los judíos. Y mientras Tú estás con el Ángel, yo recorreré Cielos y tierra. Tú me permitirás que tome esta Sangre que has derramado para que pueda dársela a todos los hombres como prenda de salvación para cada uno y llevarte el consuelo de la correspondencia de sus afectos, latidos, pensamientos, pasos y obras.
Celestial Madre mía, vengo a Ti para que juntas vayamos a todas las almas y les demos la sangre de Jesús. Dulce Mamá, Jesús quiere consuelo, y el mayor consuelo que podemos darle es llevarle almas... Magdalena, acompáñanos; Ángeles todos, venid a ver a qué estado se ha reducido Jesús. Él quiere consuelo de todos y es tal y tan grande el abatimiento en que se encuentra que no desdeña a ninguno.
Jesús mío, mientras bebes el cáliz lleno de intensas amarguras que el Padre te ha enviado, oigo que suspiras más, que gimes y que deliras, y con voz sofocada dices: “¡Almas, almas, venid aliviadme, tomad sitio en Mi Humanidad! ¡Os quiero, os suspiro! ¡Ah, no seáis sordas a Mi voz, no hagáis vanos Mis deseos ardientes, Mi sangre, Mi Amor, Mis penas!. ¡Venid almas, venid!”. Delirante Jesús mío, cada uno de Tus gemidos y suspiros es una herida para mi corazón, herida que no me da reposo, por lo que hago mía Tu Sangre, Tu querer, Tu celo ardiente, Tu Amor, y recorriendo Cielos y tierra quiero ir a todas las almas para darles Tu Sangre como prenda de salvación y llevártelas a Ti para calmar Tus anhelos, Tus delirios y endulzar las amarguras de Tu agonía, y mientras hago esto, acompáñame Tú mismo con Tu mirada...
Madre mía, vengo a ti porque Jesús quiere almas, quiere consuelo; dame, pues, tu mano materna y recorramos juntas todo el mundo en busca de almas...Encerremos en su sangre los afectos, los deseos, los pensamientos y obras, los pasos de todas las criaturas e incendiemos sus almas con las llamas de su Corazón para que se rindan, y así, metidas en su sangre y transformadas en sus llamas las conduciremos en torno a Jesús para endulzarle las penas de su amarguísima agonía. Ángel mío de mi guarda, precédenos tú y prepáranos las almas que han de recibir esta Sangre para que ninguna gota se quede sin su copioso efecto. Madre mía, pronto, pongámonos en camino; veo que Jesús nos sigue con su mirada, escucho sus repetidos sollozos que nos incitan a apresurar nuestra tarea. Y he aquí, oh Mamá, que ya a los primeros pasos nos encontramos a las puertas de las casas donde yacen los enfermos. ¡Cuántos miembros llagados! ¡Cuántos enfermos, bajo la atrocidad de los dolores prorrumpen en blasfemias e intentan quitarse la vida...¡Otros se ven abandonados por todos y no tienen quien les dé una palabra de consuelo ni los más necesarios socorros, y por eso más se lamentan contra Dios y se desesperan. Ay Mamá, escucho los sollozos de Jesús, pues ve correspondidas con ofensas sus más delicadas predilecciones de amor, que hacen sufrir a las almas para hacerlas semejantes a El. Ah, démosles su Sangre para que las provea de las ayudas necesarias y les haga comprender con su luz el bien que hay en el sufrir y la semejanza que adquieren con Jesús.
Y Tú, Madre mía, ponte a Su lado y como Madre afectuosa toca con Tus manos maternas Sus miembros doloridos, alíviales sus dolores, tómalas en Tus brazos y derrama de Tu Corazón torrentes de gracias sobre todas Sus penas. Haz compañía a los abandonados, consuela a los afligidos; para quienes carecen de los medios necesarios dispón Tú las almas generosas que los socorran; a quienes se encuentran bajo la atrocidad de los dolores obtenles consuelo y reposo; para que así, aligerados, puedan con mayor paciencia sobrellevar todo lo que Jesús dispone para ellos.
Sigamos nuestro recorrido y entremos en la estancia de los moribundos... ¡Madre mía, qué terror! ¡Cuántas almas hay a punto de caer en el infierno! ¡Cuántas, después de una vida de pecado quieren dar el último dolor a ese Corazón repetidamente traspasado, sellando su último respiro con un último acto de desesperación!. Muchos demonios están en torno a ellas infundiendo en su corazón terror y espanto de los divinos juicios, dándoles así el último asalto para llevarlas al Infierno; desearían avivar las llamas del Infierno para envolverlas a ellas y no dar así lugar a la esperanza... Otras, atadas por los apegos de la tierra no saben resignarse a dar el último paso... Ah Mamá son los últimos momentos, tienen mucha necesidad de ayuda, ¿no ves cómo tiemblan, cómo se debaten entre los espasmos de la agonía, cómo piden ayuda y piedad?. La tierra ya ha desaparecido para ellas. Mamá Santa, ponles Tu mano materna sobre sus heladas frentes y acoge Tú sus últimos respiros. Demos a cada moribundo la Sangre de Jesús, la que poniendo en fuga a todos los demonios, disponga a todos a recibir los últimos Sacramentos y los prepare a una buena y santa muerte. Démosles el consuelo de la Agonía de Jesús, Sus besos, Sus lágrimas y Sus Llagas; rompamos las ataduras que los tienen sujetos; hagamos oír a todos las palabras del perdón y pongámosles tal confianza en el corazón que hagamos que se arrojen en los brazos de Jesús. Y así Él, cuando los juzgue, los encuentre cubiertos con Su Sangre y abandonados en Sus brazos haga que quieran recibir todo su perdón.
Pero continuemos, oh Mamá. Tus ojos maternos miren con amor la tierra y se muevan a compasión por tantas pobres criaturas que necesitan esta Sangre... Madre mía, me siento incitada por la mirada indagadora de Jesús a correr, porque quiere almas. Siento Sus gemidos en el fondo de mi corazón que repiten: “Hija mía, ayúdame, dame almas...” Mira, Mamá, como está llena la tierra de almas que están a punto de caer en el pecado, y cómo Jesús rompe en llanto viendo Su Sangre sufrir nuevas profanaciones... Hace falta un milagro que les impida la caída; démosles pues, la Sangre de Jesús para que encuentren en ella la fuerza y la gracia para no caer en el pecado.
Un paso más, Madre mía, y he aquí otras almas ya caídas en culpa, las cuales necesitan una mano que las levante. Jesús las ama pero las mira horrorizado porque están enfangadas, y Su agonía se hace aún más intensa. Démosles la Sangre de Jesús para que encuentren así esa mano que las levante... Mira, Mamá, son almas que tienen necesidad de esta Sangre, almas muertas a la gracia. ¡Oh, qué lamentable es su estado!. El Cielo las mira y llora con dolor, la tierra las mira con repugnancia; todos los elementos están contra ellas y quisieran destruirlas, porque son enemigas del Creador. Oh Mamá, la Sangre de Jesús contiene la vida: démosela pues, para que a su contacto estas almas resuciten y resurjan más hermosas, y hagan así sonreír a todo el Cielo y la tierra. Pero sigamos, oh Mamá.
Mira, hay almas que llevan la marca de la perdición, almas que pecan y huyen de Jesús, que lo ofenden y desesperan de Su perdón... Son los nuevos Judas dispersos por la tierra, que traspasan ese Corazón tan amargado. Démosles la Sangre de Jesús para que esta Sangre borre en ellos la marca de la perdición y les imprima la de la salvación; para que ponga en sus corazones tanta confianza y amor después de la culpa que los haga correr a los pies de Jesús y estrecharse a esos pies divinos para no separarse jamás... Mira, oh Mamá, hay almas que corren locamente hacia la perdición y no hay quien detenga su carrera. Ah, pongamos esa Sangre ante sus pies para que al tocarla, ante su luz y ante sus voces suplicantes, que quieren salvarlas, puedan retroceder y ponerse en el camino de la salvación...
Continuemos, Mamá, nuestro recorrido. Mira, hay almas buenas, almas inocentes en las que Jesús encuentra Sus complacencias y Su descanso de la Creación, pero las criaturas están en torno a ellas con tantas insidias y escándalos para arrancar esta inocencia y convertir las complacencias y el descanso de Jesús en lágrimas y amarguras, como si no tuvieran más fin que el de dar continuos dolores a ese Corazón divino... Sellemos y circundemos pues su inocencia con la Sangre de Jesús, para que sea como un muro de defensa para que en ellas no entre la culpa: pon en fuga, con Su Sangre, a quienes quisieran contaminarlas, y consérvalas puras y sin mancha para que en ellas Jesús encuentre Su descanso de la Creación y todas Sus complacencias, y por amor de ellas se mueva a piedad de tantas otras pobres criaturas... Madre mía, pongamos estas almas en la Sangre de Jesús, atémoslas una y otra vez con el Santo Querer de Dios, llevémoslas a Sus brazos y con las dulces cadenas de Su Amor atémoslas a su Corazón para endulzar las amarguras de Su mortal Agonía... Pero escucha, oh Mamá esta Sangre grita y quiere todavía más almas... Corramos juntas y vayamos a las regiones de herejes y de infieles... ¡Cuánto dolor siente Jesús en estas regiones! Él, siendo Vida de todos, no recibe en correspondencia ni siquiera un pequeño acto de amor y no es conocido por Sus mismas criaturas... Ah Mamá, démosles esta Sangre para que les disipe las tinieblas de la ignorancia o de la herejía, para que les haga comprender que tienen un alma, y abra para ellas el Cielo. Después pongámoslas en torno a Él como tantos hijos huérfanos y desterrados que al fin encuentran a su Padre, y así Jesús se sentirá confortado en Su amarguísima Agonía.
Pero parece que Jesús no está aún contento, porque quiere más almas. En estas regiones de paganos e infieles siente que de Sus brazos le son arrancadas las almas de los moribundos para ir a precipitarse en el infierno. Estas almas están ya a punto de expirar y caer en el abismo, no hay nadie a su lado para salvarlas. ¡El tiempo apremia, los momentos son extremos y se perderán sin duda! No, Mamá, esta Sangre no será derramada inútilmente por ellas, por tanto volemos inmediatamente hacia ellas y derramemos sobre su cabeza la Sangre de Jesús para que les sirva de Bautismo e infunda en ellas la Fe, la Esperanza y la Caridad... Ponte a su lado, Mamá, y suple Tú todo lo que les falta; más aún, déjate ver; en Tu Rostro resplandece la belleza de Jesús, Tus modos son en todo iguales a los Suyos, y por eso, viéndote, podrán conocer con certeza a Jesús. Estréchalas después a Tu Corazón materno, infúndeles la Vida de Jesús que Tú posees, diles que siendo Tú su madre, las quieres para siempre felices Contigo en el Cielo, y así, mientras expiran, recíbelas en Tus brazos y haz que de los tuyos pasen a los de Jesús. Y si Jesús mostrase, según los derechos de la Justicia, que no puede recibirlas, recuérdale el amor con el que te las confió bajo la Cruz, y reclama Tus derechos de Madre, de manera que a Tu amor y a Tus plegarias Él no pueda resistir, y mientras contentará Tu Corazón, contentará también tus ardientes deseos.
Y ahora, oh Mamá, tomemos esta Sangre y démosla a todos: a los afligidos, para que sean consolados; a los pobres, para que sufran su pobreza resignados y agradecidos; a los que son tentados, para que obtengan la victoria; a los incrédulos, para que en ellos triunfe la virtud de la Fe; a los blasfemos, para que cambien sus blasfemias en bendiciones; a los Sacerdotes, para que comprendan su misión y sean dignos Ministros de Jesús; toca sus labios con esta Sangre para que no digan palabras que no sean de gloria de Dios; toca sus pies para que corran y vuelen en busca de almas y las conduzcan a Jesús...
Demos esta Sangre a quienes rigen los pueblos, para que estén unidos y tengan mansedumbre y amor hacia sus súbditos. Volemos ahora hacia el Purgatorio y demos también esta Sangre a las Almas penantes, pues ellas lloran y suplican esta Sangre para su liberación... ¿No escuchas, Mamá, sus gemidos y sus delirios de amor que las torturan, y cómo continuamente se sienten atraídas hacia el Sumo Bien? ¿Ves cómo Jesús mismo quiere purificarlas para tenerlas cuanto antes consigo? Él las atrae con Su Amor, y ellas le corresponden con continuos ímpetus de amor hacia Él, pero al encontrarse en Su presencia, no pudiendo aún sostener la pureza de la divina mirada, no pueden sino retroceder y caer de nuevo en las llamas de amor purificadoras...
Madre mía, descendamos en esta profunda cárcel y derramando sobre ellas esta Sangre, llevémosles la luz, mitiguemos sus delirios de amor, extingamos el fuego que las abrasa, purifiquémoslas de sus manchas, para que así, libres de toda pena, vuelen a los brazos del Sumo Bien; demos esta Sangre a las Almas más abandonadas y olvidadas, para que encuentren en Ella todos los sufragios que las criaturas le niegan; demos a todas, oh Mamá esta Sangre, no privemos a ninguna, para que en virtud de Ella todas encuentren alivio y liberación. Haz de Reina en estas regiones de llantos y de lamentos, extiende Tus manos maternas y saca de estas llamas ardientes, una por una a todas las Almas, haciéndolas emprender a todas el vuelo hacia el Cielo...
Y ahora hagamos también nosotras un vuelo hacia el Cielo. Pongámonos a las puertas eternas y... permíteme, oh Mamá, que también a Ti te dé esta Sangre para Tu mayor gloria. Esta Sangre te inunde de nueva Luz y de nuevos contentos... y haz que esta luz descienda en beneficio de todas las criaturas para darles a todas la gracia de la salvación. Ahora, Madre mía, dame también Tú a mí esta Sangre... Tú sabes cuánto la necesito. Con Tus mismas manos maternas retoca todo mi ser con esta Sangre y retocándome, purifícame de mis manchas, cura mis llagas, enriquece mi pobreza, haz que esta Sangre circule por mis venas y me dé toda la Vida de Jesús, que descienda a mi corazón y me lo transforme en Su mismo Corazón, que me embellezca tanto que Jesús pueda encontrar todas sus complacencias en mí.
Ahora sí, oh Mamá, entremos en las regiones del Cielo y demos esta Sangre a todos los Bienaventurados, a todos los Ángeles, para que puedan tener mayor gloria, para que prorrumpan en himnos y acciones de gracias a Jesús y rueguen por nosotros, viadores, para que en virtud de esta Sangre podamos un día reunirnos con Ellos. Y después de haber dado a todos esta Sangre vayamos de nuevo a Jesús. Ángeles y santos, venid con nosotras. Ah, El suspira las almas y quiere hacerla entrar todas en su Humanidad para darles a todas los frutos de su Sangre. Pongámoslas, pues, en torno a El y se sentirá volver la Vida y recompensar por la amarguísima agonía que ha sufrido.
Y ahora, Mamá Santa, llamemos a todos los elementos a hacerle compañía a fin de que ellos rindan también honor a Jesús... Oh luz del sol, ven a disipar las tinieblas de esta noche para dar consuelo a Jesús. Oh estrellas, con vuestras centelleantes luces descended del Cielo y venid a consolar a Jesús. Flores de la tierra, venid con vuestros perfumes; pajarillos de los aires, venid con vuestros trinos; elementos todos de la tierra, venid a confortar a Jesús. Ven, oh mar , a refrescar y a lavar a Jesús... Él es nuestro creador, nuestra vida, nuestro todo; venid todos a confortarlo, a rendirle homenaje como a nuestro Soberano Señor... Pero, ay, Jesús no busca luz, ni estrellas, ni flores, ni aves... ¡Él quiere almas, almas! Helas aquí, dulce bien mío, a todas junto conmigo: a Tu lado está nuestra Mamá querida... descansa Tú entre Sus brazos; también Ella tendrá consuelo al estrecharte a Su regazo, pues ha participado intensamente en Tu dolorosa agonía... También está aquí Magdalena, está Marta, y están todas las almas que te aman de todos los siglos... Oh Jesús, acéptalas, y a todas di una palabra de amor y de perdón; en Tu Amor átalas a todas para que no vuelva a huirte ningún alma... pero parece que me dices: “¡Ah hija, cuántas almas por la fuerza huyen de Mí y se precipitan en la ruina eterna! ¿Cómo podrá, entonces, calmarse mi dolor, si Yo amo tanto a una sola alma cuanto amo a todas las almas juntas?...”
Agonizante Jesús, parece que está por apagarse Tu vida, oigo ya el estertor de Tu agonía y veo Tus hermosos ojos eclipsados por la cercana muerte y Tus santísimos miembros abandonados, y siento cada vez más como que ya no respiras, y siento que el corazón se me rompe por el dolor. Te abrazo y te siento helado; te toco y no das señales de vida...¡Jesús! ¿Estás muerto? Afligida Mamá, Ángeles del Cielo, venid a llorar a Jesús; y no permitáis que siga yo viviendo sin Él, porque no puedo. Y me lo estrecho más fuete y siento que da otro respiro, y luego que otra vez no da señales de vida...Y lo llamo: ¡Jesús, Jesús, vida mía, no te mueras! Ya oigo el ruido de Tus enemigos que vienen a prenderte... ¿Quién te defenderá en el estado en que te encuentras?” Y El, sacudido, parece que resurge de la muerte a la vida. Me mira y me dice: “Hija, ¿estás aquí? ¿Has sido espectadora de Mis penas y de tantas muertes como he sufrido? Pues bien, debes saber, oh hija, que en estas tres horas de amarguísima agonía he reunido en Mí todas las vidas de las criaturas, y he sufrido todas sus penas y hasta sus mismas muertes, dándoles a cada una Mi misma Vida... Mis agonías sostendrán las suyas; mis amarguras y mi muerte se tornarán para ellas en fuente de dulzura y de vida. ¡Cuánto me cuestan las almas! ¡Si fuese al menos correspondido! Es por eso que has visto cómo, mientas moría, volvía a respirar...Eran las muertes de las criaturas que sentía en Mí.”
Fatigado Jesús mío, ya que has querido encerrar en Ti también mi vida, y por lo tanto también mi muerte, te ruego que por esta amarguísima agonía Tuya, vengas a asistirme en el momento de mi muerte. Yo te he dado mi corazón como refugio y reposo, mis brazos para sostenerte y todo mi ser a Tu disposición y oh, con cuánto deseo me entregaría en manos de Tus enemigos para poder morir yo en lugar Tuyo...Ven, oh vida de mi corazón, en aquel momento extremo, a darme lo que te he dado, Tu compañía, Tu Corazón como lecho y descanso, Tus brazos como sostén, Tus respiros afanosos para aliviar mis afanes, de modo que al respirar lo haré por medio de Tu respiración, que como aire purificador me purificará de toda mancha y me prepararás la entrada en la felicidad eterna... Más aún, dulce Jesús mío, aplicarás a mi alma toda Tu Humanidad Santísima, de modo que al mirarme me verás a través de Ti mismo y viéndote a Ti mismo en mí, no hallarás nada de qué juzgarme; luego me bañarás en Tu Sangre, me vestirás con la blanca vestidura de Tu Santísima Voluntad, me trasfigurarás en el sol de Tu Amor y dándome el último beso me harás emprender el vuelo de la tierra al Cielo...
Y ahora te ruego que hagas esto que quiero para mí, a todos los agonizantes; estréchatelos a todos en el abrazo de Tu Amor y dándoles el beso de la unión sálvalos a todos y no permitas que ninguno se pierda. Afligido Bien mío, te ofrezco esta hora, en la que he hecho memoria de Tu Pasión y de Tu Muerte, para desarmar la justa Ira de Dios por tantos pecados, por la conversión de los pecadores, por la paz de los pueblos, por nuestra santificación y en sufragio de las Almas del Purgatorio. Pero veo que Tus enemigos están ya cerca y Tú quieres dejarme para ir a su encuentro. Jesús, permíteme que te bese en la mejilla, donde Judas osará besarte con su beso infernal. Permíteme que te limpie el Rostro bañado en sangre, sobre el cual van a llover bofetadas y salivazos. Y Tú, estrechándome fuerte a Tu Corazón, no dejarás que te deje jamás, sino que harás que te siga en todo...¡Bendíceme!
Ofrecimiento después de Cada Hora
Amable Jesús mío, Tú me has llamado en esta Hora de Tu Pasión a hacerte compañía y yo he venido. Me parecía sentirte angustiado y doliente que orabas, que reparabas y sufrías y que con las palabras más elocuentes y conmovedoras suplicabas la salvación de las almas. He tratado de seguirte en todo, y ahora, teniendo que dejarte por mis habituales obligaciones, siento el deber de decirte: “Gracias” y “Te Bendigo”. Sí, oh Jesús!, gracias te repito mil y mil veces y Te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos...
Gracias y Te bendigo por cada gota de Sangre que has derramado, por cada respiro, por cada latido, por cada paso, palabra y mirada, por cada amargura y ofensa que has soportado. En todo, oh Jesús mío, quiero besarte con un “Gracias” y un “Te bendigo”.
Ah Jesús, haz que todo mi ser Te envíe un flujo continuo de gratitud y de bendiciones, de manera que atraiga sobre mí y sobre todos el flujo continuo de Tus bendiciones y de Tus gracias...
Ah Jesús, estréchame a Tu Corazón y con tus manos santísimas séllame todas las partículas de mi ser con un “Te Bendigo” Tuyo, para hacer que no pueda salir de mí otra cosa sino un himno de amor continuo hacia Ti.
Dulce Amor mío, debiendo atender a mis ocupaciones, me quedo en Tu Corazón. Temo salir de Él, pero Tú me mantendrás en Él, ¿no es cierto? Nuestros latidos se tocarán sin cesar, de manera que me darás vida, amor y estrecha e inseparable unión Contigo.
Ah, te ruego, dulce Jesús mío, si ves que alguna vez estoy por dejarte, que Tus latidos se sientan más fuertemente en los míos, que tus manos me estrechen más fuertemente a Tu Corazón, que Tus ojos me miren y me lancen saetas de fuego, para que sintiéndote, me deje atraer a la mayor unión Contigo. Oh Jesús mío!, mantente en guardia para que no me aleje de Ti. Ah bésame, abrázame, bendíceme y haz junto conmigo lo que debo ahora hacer...
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