Dios, habiendo amado con Amor Infinito a Su Verbo Encarnado, Nuestro Señor Jesucristo, y habiendo amado a Nuestra Señora con un amor inferior a ese, le dio todo cuanto existe de mejor. Y por eso le dio aquella inmensidad de cruces que es representado por el número siete. Son siete dolores, es decir, son todos los dolores. Y Nuestra Señora de los Dolores podría ser llamada con propiedad Nuestra Señora de todos los Dolores, porque no hubo dolor que Ella no sufriese.
Por eso, si es verdad que todas las generaciones la llamarán Bienaventurada, a un título menor, pero inmensamente real, todas las generaciones la podrían haber llamado “infeliz”. Si esto es así, deberíamos comprender mejor, cuando el dolor penetra en nuestra vida, que es una prueba del Amor de Dios. Y que mientras el dolor no penetre en nuestra vida, no tendremos todas las pruebas del Amor de Dios. Y yo agregaría, no tendremos la principal prueba del Amor de Dios.
¿Qué quiere decir esto? Yo veo las fisonomías de muchas personas. Y en ellas percibo que les falta todavía sufrimiento. Les faltan una nota de madurez, una nota de estabilidad, una nota de racionalidad, una elevación que sólo tiene quien sufrió, y que sufrió mucho; y quien lleva una vida sin sufrimiento, lleva una vida en que esa nota no trasparece en la fisonomía, y lo que es mucho peor, no trasparece en el alma.
Debemos comprender esto y, cuando comiencen a aparecer los contratiempos, las dificultades en nuestro apostolado, malentendidos con los amigos, malentendidos con nuestros jefes, la salud que anda mal, los negocios que no van bien, problemas dentro de casa, no deberíamos tomar en eso como un absurdo, con el estado de espíritu de las películas de Hollywood, es decir como una cosa que no debería acontecer. ¿Cómo ocurrió una cosa así? … ¡No Señor!
Quien no sufre es quien debería preguntar: ¿cómo me está ocurriendo esto, ya que no estoy sufriendo nada? Porque lo normal es sufrir. A quien Dios ama, a quien Nuestra Señora ama, éste sufre, porque Dios no va a recusar a este hijo, aquello que dio en abundancia a los dos seres que más amó, que son Nuestro Señor Jesucristo y Nuestra Señora.
Sin duda, debemos pedir a la Providencia que nos libre de las privaciones, de las pruebas, de las crisis nerviosas y de toda clase de cosas penosas, pero si está en los planos de la Providencia que seamos sometidos a la prueba, debemos bendecir a Dios y bendecir a Nuestra Señora, por estar sufriendo.
Entonces ustedes tienen la frase estupenda de Bossuet, con respecto a Nuestro Señor Niño, ‘ese niño incómodo’. ¡Como todos los que quieren seguir a nuestro Señor son incómodos! A veces tenemos la sensación experimental de esto. Comenzamos a dar un consejo, un ejemplo, comenzamos a pedir un sacrificio, y el semblante de nuestro interlocutor va denunciando que nos está considerando incómodos. ¡Cómo sería más fácil decir un chiste alegre, hacer una broma, terminar todo con una palmada en la espalda y dispensar de una obligación!
Pues bien, el peso de ser incómodos es uno de los mayores pesos, y también debemos cargarlo. En nuestras familias nos encuentran incómodos porque les recordamos el deber. La resignación alegra esa incomodidad. El coraje de ser incómodos en todas las circunstancias; dar nuestra amistad de modo preferente a nuestros amigos incómodos, cuando su incomodidad consiste en recordarnos el deber, son virtudes que, en el día de los Siete Dolores de Nuestra Señora, debemos pedirle.
Ella que también tuvo un hijo que le trajo tantas divinas incomodidades y que, invitándonos a meditar sobre Su dolor, nos convida a meditar sobre la seriedad y la sublimidad de Su existencia y de la nuestra, y de ese modo es también para nosotros maternal y estupendamente incómoda.
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