jueves, 23 de mayo de 2024

LA REINA DEL CIELO EN EL REINO DE LA DIVINA VOLUNTAD. DÍA 23º

 

Yo y Mi Hijo no hacemos otra cosa 
que hacer surgir estrellas...


               Durante el Mes de María procuraré compartir a diario (si Dios quiere) unas meditaciones extraídas del libro "La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad", de la mística italiana Luisa Piccarreta; advierto que cuando en el diálogo con la Madre de Dios encuentres que el interlocutor habla en femenino, no es porque este ejercicio esté destinado sólo a las mujeres, sino porque se refiere al alma, por lo que también un varón puede y debe practicarlo. 

               Estos escritos gozan de licencia eclesiástica, prueba de ello el “Nihil obstat”, que Monseñor Francesco M. Della Queva, Delegado del Arzobispo de Tarento (Apulia, Italia) concedió en la Fiesta de Cristo Rey de 1937. 

               Para obtener mejor provecho de esta lectura, procura recogerte en tu dormitorio o en un lugar discreto de la casa; sitúate ante una imagen de la Virgen que te inspire devoción, aunque se trate de una sencilla estampa; cierra los ojos y oídos corporales, eleva tu corazón al Cielo y busca en tu corazón la intimidad de hijo con Jesús Nuestro Señor y con la Celestial Madre. 

               Que la Santa Presencia de estos tus amores, Jesús y María, te acompañe a lo largo del día de hoy, y que Ellos sean siempre tu aliento y sostén en la lucha continua de la familia, del trabajo, de los problemas cotidianos...




Reza ahora, despacio y con devoción,
 tres Avemarías a Nuestra Santa Madre...


El alma a su Madre Celestial: 

              Heme aquí de nuevo Mamá Santa sobre Tus rodillas maternas, el dulce Niño que estrechas en Tu Seno y Tu belleza raptora me encadenan de modo que no puedo alejarme de Ti, pero hoy Tu aspecto es más bello aún, me parece que el dolor de la circuncisión Te ha vuelto más bella, Tu dulce mirada ve a lo lejos para ver si llegan personas queridas, porque sientes la inquietud de querer hacer conocer a Jesús. Yo no me apartaré de Tus rodillas, para que también yo escuche Tus bellas lecciones, para que pueda conocerlo y amarlo más. 

Lección de la Reina del Cielo: 

               Hija queridísima, tienes razón de que Me ves más bella, tú debes saber que cuando vi circuncidado a Mi Hijo y manar sangre de la herida, Yo amé aquella sangre, aquella herida, y quedé doblemente Madre: Madre de Mi Hijo y Madre de Su Sangre y de Su crudo dolor, así que adquirí ante la Divinidad doble derecho de Maternidad, doble derecho de gracias para Mí y para todo el género humano, he aquí por qué Me ves más bella. 

                Hija Mía, cómo es bello hacer el bien, sufrir en paz por amor de Aquél que nos ha creado, esto ata la Divinidad a la criatura y le da tanto de gracias y de amor, hasta ahogarla. Este amor y gracias no saben estar ociosos, sino quieren correr, darse a todos para hacer conocer a Aquél que tanto ha dado. Por esto sentía la necesidad de hacer conocer a Mi Hijo. 

               Ahora hija Mía bendita, la Divinidad, que no sabe negar nada a quien La ama, hace surgir bajo el cielo azul una nueva estrella más bella y luminosa, y con su luz va en busca de adoradores para decir con su mudo centellear a todo el mundo: "Ha nacido Aquél que ha venido a salvaros, vengan a adorarlo y a conocerlo como vuestro Salvador". Pero, oh ingratitud humana, entre tantos, sólo tres personajes pusieron atención, y sin tener en cuenta los sacrificios se pusieron en camino para seguir la estrella. Y así como una estrella guiaba en el camino a sus personas, así Mis oraciones, Mi amor, Mis suspiros, Mis gracias, -porque quería hacer conocer al Celestial Niño, el esperado de todos los siglos,- como tantas estrellas descendían en sus corazones, iluminaban sus mentes, guiaban su interior, de modo que sentían que sin conocerlo todavía, amaban a Aquél que buscaban, y aceleraban el paso para llegar y ver a Aquél que tanto amaban. 

               Hija Mía queridísima, Mi Corazón de Madre se regocijaba por la fidelidad, correspondencia y sacrificio de estos Reyes Magos, por venir a conocer y adorar a Mi Hijo. Pero no te puedo esconder un secreto doloroso Mío, entre tantos, apenas tres, y en la historia de los siglos, cuántas veces no se Me repite este dolor e ingratitud humana; Yo y Mi Hijo no hacemos otra cosa que hacer surgir estrellas, una más bella que la otra para llamar: alguna a conocer a su Creador, otra a la Santidad, otra a resurgir del pecado, quién al heroísmo de un sacrificio, ¿pero quieres saber tú cuáles son estas estrellas?. Un encuentro doloroso es una estrella, una verdad que se conoce es una estrella, un amor no correspondido por otras criaturas es una estrella, un revés, una pena, un desengaño, una fortuna inesperada, son tantas estrellas que hacen luz en las mentes de las criaturas, que acariciándolas quieren hacerlas encontrar al Celestial Infante, que sufre de amor, y aterido por el frío quiere un refugio en sus corazones para hacerse conocer y amar. 

               Pero, ay de Mí, Yo que Lo tengo en Mis brazos espero en vano que las estrellas Me traigan a las criaturas para ponerlo en sus corazones, y Mi Maternidad viene restringida, obstaculizada; y mientras Soy Madre de Jesús, Me es impedido hacer de Madre a todos, porque no están a Mi alrededor, no buscan a Jesús; las estrellas se esconden y ellas quedan en la Jerusalén del mundo, sin Jesús. ¡Qué dolor hija mía, qué dolor!. Se requiere correspondencia, fidelidad, sacrificio para seguir las estrellas, y si surge el Sol de la Divina Voluntad en el alma, qué atención no se requiere, de otra manera se queda en la oscuridad del querer humano. 

                Ahora hija Mía, los Santos Reyes Magos, en cuanto entraron en Jerusalén perdieron la estrella, pero a pesar de esto no cesaron de buscar a Jesús. En cuanto llegaron fuera de la ciudad, la estrella reapareció y los condujo festivos a la gruta de Belén. Yo los recibí con amor de Madre, y el querido Niño los miró con tanto amor y majestad, haciendo transparentar de Su pequeña Humanidad Su Divinidad, por lo cual, inclinándose, se arrodillaron a Sus pies adorando y contemplando aquella celestial belleza, lo reconocieron por verdadero Dios y estaban raptados, extasiados en gozarlo, tanto que el Celestial Niño debió retirar Su Divinidad en Su Humanidad, de otra manera se habrían quedado ahí, sin poderse apartar de Sus pies divinos. 

               En cuanto se recuperaron del éxtasis donde ofrecieron el oro de sus almas, el incienso de su creencia y adoración, la mirra de todo su ser y de cualquier sacrificio que hubiera querido, agregaron el ofrecimiento y regalos externos, símbolo de sus actos internos: oro, incienso y mirra. Pero Mi amor de Madre no estaba contento aún, quise poner en sus brazos al dulce Niño, y ¡oh! con cuánto amor lo besaron, lo estrecharon a su pecho, sentían en ellos el Paraíso anticipado. Con esto Mi Hijo ataba a todas las naciones gentiles al conocimiento del verdadero Dios y ponía a todos en común los bienes de la Redención, el retorno de la Fe a todos los pueblos; se constituía Rey de los dominantes, y con las armas de Su Amor, de Sus penas y de Sus lágrimas, dominando sobre todo llamaba el Reino de su Voluntad sobre la tierra. 

               Y Yo, tu Mamá, quise Ser la primera Apóstol, los instruí, les conté la historia de Mi Hijo, Su Amor ardiente, les recomendé que lo hicieran conocer a todos, y tomado el primer puesto de Madre y Reina de todos los Apóstoles, los bendije, los hice bendecir por el querido Niño, y felices y con lágrimas volvieron a sus regiones. Yo no los dejé, sino que con afecto materno los acompañé, y para corresponderles les hacía sentir a Jesús en sus corazones; ¡cómo estaban contentos!. 

               Tú debes saber que sólo Me siento verdadera Madre cuando veo que Mi Hijo tiene el dominio, la posesión, y forma Su perenne morada en los corazones que Lo buscan y aman. Ahora una palabrita para ti hija Mía, si quieres que te haga de verdadera Madre, hazme poner a Jesús en tu corazón, lo harás feliz con tu amor, lo alimentarás con el alimento de Su Voluntad, porque Él no toma otro alimento, Me lo vestirás con la Santidad de tus obras, Yo vendré a tu corazón y haré crecer de nuevo junto contigo a Mi querido Hijo, y haré a ti y a Él el oficio de Madre; así sentiré las puras alegrías de Mi fecundidad materna. Tú debes saber que lo que no comienza de Jesús que está dentro del corazón, aunque sean las obras más bellas externas, no pueden jamás agradarme, porque están vacías de la Vida de Mi querido Hijo. 

El alma a su Madre celestial: 

               Mamá Santa, cómo debo agradecerte que quieres poner al Celestial Niño en mi corazón, cómo estoy contenta por ello, ¡ah! Te ruego que me escondas bajo Tu Manto, a fin de que no vea nada más que al Niño que está en mi corazón, y formando de todo mi ser un solo acto de amor de Voluntad Divina, lo haga crecer tanto, hasta llenarme toda de Jesús, y a quedar de mí sólo el velo que Lo esconda. 

Florecita: 

               Hoy para honrarme vendrás tres veces a besar al Celestial Pequeño y le darás el oro de tu voluntad, el incienso de tus adoraciones, la mirra de tus penas, y Me pedirás que lo encierre en tu corazón. 

Jaculatoria: 

                Mamá Celestial, enciérrame en el muro de la Divina Voluntad, para alimentar a mi querido Jesús.



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